viernes, 27 de mayo de 2011

COFRADÍA ÍNTIMA

Marcos García Caballero 2005 A

Estaba orgulloso de ser el primer hombre al que se le ha practicado un trasplante de sombra. Ayer terminaron los doctores la operación. Desde el principio me dijeron que dolería un poco, pero que era imposible aplicarme anestesia, así que con ánimo estoico soporté la intervención. Me explicaron que mi sombra había enflacado y que con el tiempo se disiparía... y que por tal razón me colocaron la sombra de un gordo.

Pero, ¿que fue de aquél gordo al que le fue extraída su sombra? Dije inmediatamente desde mi cama de recuperación. Murió, dijo el doctor, así que por esta vez decidimos arriesgarnos. Esperamos que dada su fisonomía no tendrá repercusiones ni efectos secundarios, concluyó.

—¿Efectos secundarios, doc? —repuse un poco alarmado.

—No se preocupe —Dijo el doctor colocando una lámpara portátil apuntando hacia mi brazo—: levántelo.

Tal como dijo el doctor, levanté mi brazo y en la pared del cuarto de recuperaciones se proyectó sobre el tapiz una sombra nueva y completamente diferente a la mía, es decir, a mi ex. Se proyectaba un brazo tan gordo que me daba la impresión de que parecían resbalar las capas de su carne desde los dedos hasta el hombro. Con curiosidad giré de nuevo la cabeza hacia mi brazo para ver si era el mismo, y era el mismo, mi mismo brazo de siempre, sólo un poco pálido por la falta de sol y la luz inhumana, triste y eléctrica de mi cuarto de recuperación.
B


Hoy salí del hospital. Mi esposa vino a recogerme y cuando desde lejos la miré, entre la puerta de pacientes y visitantes, estaba atendiendo los protocolos convenientes y arreglando el papeleo que tenía que firmar para mi salida. Yo estaba mirando la televisión de la sala de estar del hospital y ella, al verme, abrió dicha puerta y corrió con gusto a saludarme; igual de feliz de verla me levanté de la silla y quise abrazarla, pero en su rostro vi un gesto de desagrado que no entendí, pero al mirar tras de mí lo comprendí todo: mi sombra era inmensa, tanto que ocupaba la mitad de la sala de estar y los demás pacientes en recuperación me dijeron que no estorbara y que los dejara ver en la televisión las carreras de autos. Mi esposa sonrió nerviosa y yo también. Supongo que son irregularidades que con el tiempo se aplacarán, dije, encogido de hombros, aunque mi sombra no pareció encogerse. Te ves más gordo, me dijo mi esposa. No, le respondí, acuérdate cómo me veías flaco antes de entrar al hospital, es por mi sombra nueva. Traté de calmarla: ¡Sombra nueva, pues entonces vida nueva! Y tras éstas palabras salimos por las escaleras del hospital y los doctores se despidieron solemnemente de mí, agregando que si tenía algún problema no dudara en llamarlos. No, no habrá ningún problema, sólo tengo que acostumbrarme, eso es todo. Así que subí al coche y dejé que mi esposa manejara hasta nuestra casa mientras me hacía preguntas sobre la operación.

C


Escribo estas líneas a la luz de una vela. Nunca había visto una vela que no proyectara sombra alguna en la noche. Mi esposa se negó a hacer el amor conmigo cuando entramos al cuarto y casi no fue necesario el conciliador "apaga la luz", después de una serie de caricias, pues mi sombra era tan inmensa que formaba un manto de oscuridad tal que mi esposa se espantó tanto que comenzó a discutir conmigo y a reclamarme que no fue una buena idea mi trasplante de sombra. Entendí que, como de costumbre, la discusión la ganaría ella. "Los doctores dijeron que con el tiempo mi anterior sombra se disiparía", le aullé mientras cerraba la puerta para dormirse en el sofá de la sala. Le he marcado al beep del doctor que me operó y me ha llamado diciendo que lo que experimento es algo parecido a la agorafobia pero al revés o, mejor dicho, ha concluido el doctor, ya duérmase y verá como mañana todo funciona con perfecta normalidad. "La sombra terminará por adaptarse al tamaño de su cuerpo", concluyó.

D

Han transcurrido dos semanas enteras desde que me hicieron la operación y me han ocurrido una serie de desgracias que se han sumado a las naturales de la condición humana: en mi trabajo en el taller de diseño gráfico fui despedido por traer esta horrible mancha impregnada al cuerpo (ahora no encuentro otra forma de llamarla), porque la luz es de vital importancia para nuestro trabajo y yo no he podido ni siquiera dibujar una caricatura a lápiz bajo una lámpara. (Ahora escribo casi a ciegas pues la vela se ve cada vez menos). He regresado desesperado al hospital y el policía de la entrada me ha negado el acceso por haberme confundido con un vagabundo. Solo espero el tiempo. Será o no será. Espero que algún día pueda salir con vida de esta situación. Ya no pienso en mi sombra, más bien me digo a mi mismo mi nombre para reconocerme en medio de ésta oscuridad.

Cuento incluído en el libro Iconoclastas y otros cuates, 2010, recientemente presentado en la PREPARATORIA 2 de Zacatecas el 20 de mayo de 2011 ante 150 jóvenes.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

QUÈ PINCHE CUENTO TAN ABURRIDO, TAN POCO INTENSO, TAN POCO ATRACTIVO, TAN ABURRIDO PUES... TAN TRAIDOR.

Anónimo dijo...

Como se hace en estos casos, el comentario traidor vino de un anónimo... ¿tendré qué explicar por millonésima vez que el dolor, lo extravagante, lo más verdaderamente intenso que nos da la vida es imposible para cualquier escritor convertirlo en solamente fascinación pura? Es imposible mi buen anónimo, ya me traicionaste, pero no tienes ni idea de cómo me las gasto en la vida real... maldita sea! no tienes ni puta idea. Además, después de todo, las Humanidades, y entre ellas la literatura, buscan conocimiento, y el conocimiento busca ofrecer serenidad y protección. Si lo que quieres es "emociones fuertes" sal a la calle y dátelas de Rambo en Tamaulipas, a ver cómo te va... en ésta página no hay ni un solo Rambo.
Así.
MARCOS GARCÍA CABALLERO