martes, 14 de diciembre de 2010

Del blog de El País.com PAPELES PERDIDOS....

Venecias Por: Guillermo Altares06/12/2010 Venecia es mucho más que una ciudad, es un estado de ánimo, un recuerdo, una forma de ver el mundo. También es una urbe asediada por el turismo, con sus calles tan atestadas que a veces resulta difícil caminar por ellas, pero es un lugar ante el que es imposible no rendirse. Ha atraído a pintores, cineastas, músicos y escritores a lo largo de los siglos, atesora versos e imágenes infinitos, pero también millones de tiendas para turistas, con los objetos más kitsch que se puedan imaginar. Es una ciudad a la que acuden los viajeros en masa y de la que huyen los venecianos: hace un año bajó del umbral de los 60.000 habitantes (la isla ha perdido la mitad de su población en 40 años). Está acechada por la subida del nivel del agua –esta misma semana volvió a producirse Acqua Alta–, por el peligro de convertirse en un parque temático. Pero no importa, Venecia es más fuerte que todo eso. Como decía uno de sus personajes más famosos, Corto Maltés, el aventurero creado por Hugo Pratt, es una ciudad tan bella que resultaría el final para cualquier viajero porque acabaría por no moverse. Recientemente, el suplemento de viajes de The New York Times publicaba un magnífico artículo titulado 'Venecia en invierno'. Su autora, la corresponsal en Italia del diario neoyorquino, Rachel Donadio, recomendaba viajar a la ciudad italiana en pleno invierno con un libro bajo el brazo: Marca de agua, del premio Nobel Joseph Brodsky (editado por Siruela con una excelente traducción de Menchu Gutiérrez), una de las muchas obras maestras que ha dado a la literatura este rincón del Adriático. Al principio del reportaje, para describir hasta que punto Venecia es un laberinto, escuchamos un diálogo entre dos estudiantes estadounidenses. "No me importa si estamos todo el día perdidos", dice uno y el otro replica: "Tío, tampoco creo que tengamos otra opción". Es un diálogo que muestra hasta qué punto Venecia es una metáfora de la vida. Escribe Brodsky: "El agua es igual a tiempo y proporciona un doble a la belleza. Hechos en parte de agua, nosotros servimos a la belleza de la misma forma. Al rozar el agua, esta ciudad mejora la imagen del tiempo, embellece el futuro. Ése es el papel de esta ciudad en el universo". Una ciudad que embellece el futuro es una imagen poderosa porque, con todos sus defectos, la existencia de Venecia es ante todo reconfortante. Imaginarse una tarde de invierno comiendo sardinas escabechadas o bacalao con polenta en una taverna como La Vedova o bebiendo un spritz mientras cae la tarde, que se desliza hacia la noche arrastrada por la luz húmeda y un poco triste que emerge de los canales o simplemente paseando (sin rumbo, como debe ser, 'Perderse en Venecia' se titulaba un artículo de Orham Pamuk que publicó este diario hace dos veranos) entre palacios decadentes, callejuelas y campos hace mucho mejor lo que nos queda por vivir, aunque nunca volvamos a Venecia. "Anna Ajmátova solía decir que Italia es un sueño que vuelve durante el resto de tu vida", recuerda Brodsky, poeta ruso americano, muerto demasiado pronto en 1996, a los 55 años, en Nueva York. (Acqua Alta el pasado viernes. Foto AFP) El diplomático y narrador francés Paul Morand escribió un precioso libro titulado Venecias, que en España se publicó en una edición cuidadísima de la editorial Trieste. Morand tiene razón: Venecia es siempre plural porque se multiplica. Cada uno tiene su Venecia y literariamente es infinita, desde los clásicos como Goethe –autor de la famosa frase "una ciudad que sólo puede compararse a sí misma"–, Thomas Mann o Evelyn Waugh –algunas de las páginas más bellas de su Retorno a Brideshead transcurren allí– hasta los contemporáneos como Ian McEwan, que ambientó en sus canales El placer del viajero. Tampoco podemos olvidar la serie protagonizada por el comisario Brunetti, gentileza de la escritora estadounidense adoptada por la ciudad, Donna Leon, que ofrece una lectura crítica de la Italia contemporánea a través de relatos policiacos muy bien articulados, ni, naturalmente, a Hugo Pratt y su Corto Maltés. Ático de los libros acaba de publicar un relato delicioso del guionista William Goldman (ganador de dos oscar por Dos hombres y un destino y Todos los hombres del presidente) titulado Los gondoleros silenciosos, una prueba más de que Venecia no tiene fin. Sería imposible recordar todas las películas que transcurren en la ciudad, aunque me quedo con una: Mujeres en Venecia, de Joseph L. Mankiewicz. Tampoco se pueden enumerar todos los libros de viajes o de historia aunque creo que Venice, de Jan Morris, es insoslayable pese a que su autora cree que esta ciudad es "incompatible con el mundo contemporáneo" porque se ha convertido "en una enorme exposición, siempre demasiado llena". Más allá de su carga literaria, de toda la historia que arrastra, Venecia existe ante todo como lugar físico. Para los que han tenido la suerte no sólo de leerla sino también de visitarla, existe como recuerdo, de aquello que tienen y de aquello que han perdido, pero también existe como recuerdo del futuro, como infinita posibilidad. Basten las últimas frases del libro de Brodsky para comprender su inmensidad: "La lágrima es una vuelta atrás, un tributo del futuro al pasado. O es el resultado de sustraer lo mayor a lo menor: la belleza al hombre. Lo mismo sucede en el amor: porque nuestro amor es también más grande que nosotros mismos". A pesar de las hordas de visitantes, de que algún día pueda acabar hundida en la laguna sino hacemos nada para evitarlo, de las góndolas de plástico que se venden en tiendas de horteradas que proliferan por todas partes, de los menús turísticos con pizzas recalentadas, de las colas para visitar San Marcos, de que los canales no siempre huelen bien, de las ratas y las palomas, Venecia es una ciudad infinita en cuyos recodos de agua la literatura nos ha enseñado a leer, a soñar, con todo lo que nos depara el futuro. Venecia es siempre un motivo de recuerdo y de esperanza.

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