viernes, 5 de diciembre de 2008

NOCTURNO.

De noche, cuando la ciudad es un oasis de mariposas muertas, de noche, cuando las moscas revolotean sobre las cabezas de los suicidas y los banqueros, cuando se duerme y se ha acabado la prisa del golpeteo inexorable de la rutina. Cuando las notas musicales son un elixir para los amorosos sedientos de las cafeterías, cuando el solitario se bebe su memoria, cuando las estrellas titilan como la saliva de dios, cuando las abuelas duermen rodeadas de cráneos de palomas y los ladrones buscan moronga en sus bolsillos. Es entonces que llueve, las gotas de las nubes se descuelgan como miles de arañas, las maderas de las casas destilan su fragancia como un puño que se abre para mostrar canicas. Los cuernos de la lluvia golpean sobre los toldos y los zaguanes, la lluvia es un animal ansioso, un dragón en brama que arroja espuma en los labios de la luna, árbol que seduce a las ramas del insomnio, caudillo que se precipita por una ladera de acero anaranjado y rutilante, sonrisa de foca que se lame los bigotes, madera que se dilata y que vuelve a descansar, collar de perlas que se desmadeja, cueros de tambores y todo cesa: la luz eléctrica vigila las aceras, los paraguas se cierran, los comentarios se suavizan, el colibrí vuelve a batir sus alas que desafían al ojo y a la mano y amanece.

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