jueves, 31 de julio de 2025

EL SEGUNDO RELATO DEL ROSETÓN DE PLATA

 

DOS

U2 EN CONCIERTO EN MÉXICO CITY

 

Y se nos hizo en grande a los chilangos con la llegada de los irlandeses… El dos de Diciembre  de 1997 fue el primer concierto. El segundo al día siguiente en el Foro Sol. Pero los ejecutivos de las estaciones de radio, además de mucha otra parafernalia y payasada mediática como de costumbre, se encargaron de hacer saber a casi cinco millones de jóvenes de la Ciudad de México (o quizás más)  que los irlandeses de U2 vendrían a México desde casi nueve meses antes de los toquines. Para el 22 de noviembre U2 ya estaba llenando conciertos en otras partes del mundo cuando se supo que Michel Hutchence, líder y artífice de la banda inglesa INXS, había sido encontrado muerto en una habitación de un gran hotel en Sydney, Australia. Triste noticia, pero si U2 vendría por segunda ocasión al Defectuoso, la juventud chilanga podría festejar durante semanas enteras como fuera y como se pudiera, desde los arrancones de  motos en calzada de las bombas hasta las fiestas con luz y sonido del metro Potrero, además se podría fondear con U2 los antros de la fondesa, por cierto.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   

            Los locutores de radio  de las tres principales estaciones para jóvenes se daban agasajo informándole a la banda: “En la Gira POPMART U2 utiliza en su enorme escenario, además de múltiples y enormes pantallas digitales de televisión de tercera dimensión, un arco de   color amarillo de 60 metros de alto,  igual aunque no tan grande, al que hay en St Louis, Midwest Gateway for corn exports, ahora escuchen esto, es una versión en vivo en un concierto de Dublín  de: Until the End of the World”.

Como quien dice, nadie en su sano juicio se podría perder el concierto, ninguno de los dos o uno, aunque fuera, como fue el caso de la Ruvalcaba, el Negro y yo, ni siquiera los hijos del Presidente Zedillo y si tú eres fan de U2, no te tengo qué contar de lo que pasó entre Los Guardias del Estado Mayor Presidencial y el Staff de U2, porque eso son chismes y éste es un  cuento biográfico, o sea: un chisme sofisticado que la verdad es  puro cuento, quizá porque, como escribió Claudio Magris, todo escritor es un falsario de sí mismo.

            El Negro en ese entonces  había vuelto a La Capirucha y había dejado atrás  Hot Waters City principalmente por tres razones: era necio, quería dinero, y quería olvidar la tierra de su madre. Yo me había regresado desde 1995 y él un año después. Tenía un trabajo de diseño gráfico en el que había hecho mucho dinero rápidamente, a pesar de que no había estudiado la carrera de Diseño. Todo lo aprendió en el INEGI de los diseñadores profesionales, de hecho se había comprado un Tsuru del año pero lo despedazó debajo de un puente en Hot Waters City durante la Feria Nacional de San Marcos, la cantina ambulante más grande del mundo durante cuatro semanas en una ciudad que, la verdad, no hay demasiada otra actividad a la cuál dedicarse con pasión además del sexo o el alcoholismo.  O por lo menos así lo veíamos nosotros en ese momento y por eso nos retornamos a la CDMX. El Negro andaba saliendo con una ex mía y los dos fueron a dar al hospital por heridas leves y raspones; fue un milagro que lograron salir   con vida debido a lo alcoholizados que iban  al momento del accidente. Dice el Negro que todo fue culpa del coche de adelante que venía saliendo del estacionamiento, y yo le digo: “Sí pendejo, como si una botella entera de tu famoso whiskey Jack Daniel’s que tanto te gusta no te pusiera de lo más  tarado.” Y todavía le sale la risa y dice: “Ei, sí cierto”. Afortunadamente el coche estaba asegurado, pero no volvió a comprarse un auto durante mucho tiempo. Todo su dinero lo ahorró para irse de México con otra novia que conoció en Tulum que era europea. Mi ex lo dejó y mucho tiempo después volvió conmigo, de hecho volvimos dos o tres veces. Una noche, después de hacer el amor le dije a mi ex:

            —¿Dejaste al negro por el accidente verdad?

—Sí, –me dijo ella prendiendo un cigarro– la verdad el Negro tiene qué madurar. Lo cual, francamente me dio mucha risa, eso fue en 1999. Pero me estoy adelantando en el relato.

Como el Negro y yo en ese entonces hacíamos y buscábamos por dónde darle en La Capirucha al trabajo y/o al estudio, acostumbrábamos vernos los fines de semana en El Hijo del Cuervo o algún otro bar de Coyoacán para contarnos nuestras noticias. Yo le platicaba de la Escuela del Barman,  de una novela que estaba escribiendo y de mis actuaciones como extra para los programas de TV Azteca.

—¿Tu novela se llama El Jardín del Pulpo como la canción de Los Beatles?—decía el Negro, que  no la había leído pero sí creía en mi como escritor, de hecho desde que a todos mis amigos les dije que el proyecto de mi vida era convertirme en escritor, todos me echaron muchas porras.

—No, y eso no es todo—le contestaba pidiendo un trago al de la barra— el personaje principal es un moreno que es bien grifo y aparte tiene sus pato aventuras con el diseño gráfico. Y me reía.

—Vete a cagar sonso— decía el Negro dando un trago de whiskey gringo, era su bebida favorita obviamente.

—Ho maricón, no te aflijas.

—¿Ya sabes que va a venir U2? Yo sí quiero ir—me dijo.

—Ha maricón pues en ese caso tenemos que ir con unas viejas— le dije.

            —Pues yo te las voy a ganar Mateo, ¿ya sabes por qué las viejas quieren a los negros verdad?—dijo con cara de felicidad.

            —Ese chiste mi querido Negro, es tan viejo como tu culo podrido—contesté.

            Pero los dos todavía teníamos mucho que aprender del monstruo de la CDMX. No sabíamos que La Capirucha te empuja para largarte por donde llegaste por su  propia maquinaria maldita de caos cotidiano y estridente, no sabíamos que ser jóvenes venidos de provincia podía ser un riesgo, y eso nos tocó aprenderlo a cabronazos, a duros golpes mientras íbamos en el metro, en las calles, con las risas ajenas en los cines, en fin, en todo rincón de la interminable y perra ciudad cuyo único mensaje con todas sus letras  es: ¡DESPERSONALÍZATE HIJO DE PUTA, FUCK YOU! Todo conspira para hacerte saber que sólo eres un excluido, nunca tendrás tu oportunidad ni lo lograrás,  ni le hagas que así es La Región Más Transparente. “¿Triunfar tú? ¿El número 2,690 de los que buscan empleo en una de las siete filas? Pero si ni siquiera existes, eres la carne de un cañón que arroja cemento y humo de gasolina. No estorbes fuereño, la decisión está tomada. Pero te tenemos vigilado…”

El Negro quiso seguir con los albures pero tuve qué decirle ¡ya basta! Nunca me ha gustado llevarme a albures con mis amigos. Me da asco. Cuando se ponen necios en ese sentido, (afortunadamente han sido pocas veces), los he retado al ajedrez. Sólo con un cuasi-amigo (que conocí por otro amigo) sí tuve qué jugarle una partida, le gané y no quise volver a verlo nunca. Además yo no fumo mariguana, pero eso, era una de las cosas que al Negro lo ponían como loquito, quizá por eso le iba tan bien en el diseño, ya me imagino los diseños re-alucinados que se reventaba; los grandes pintores surrealistas con todo y sus anchas parcelas de inmortalidad le habían de parecer poco cuando fumaba café, que también así le dicen a esa chingadera.

            Así que el Negro y yo comenzamos a planear con quién iríamos al segundo concierto, cerca de dos meses antes, en Octubre o finales de Septiembre, ya que para el primero de los conciertos ya se habían agotado los boletos.

            Mientras tanto yo hacía mis progresos en el oficio de los alcoholes:  preparaba bojitos cubanos, piñas caladas, tequilas sunrise y en total llegué a saber preparar 120 cocteles o más, de los cuales el que me había parecido el mejor por mucho fue el London Coktail: lleva una onza de buena ginebra, una onza de jarabe natural y una onza de marrasquino o licor de cerezas, se baten todos los ingredientes en el vaso mezclador con hielo frappé y se sirve en copa coctelera, sólo que yo lo sirvo en vaso old fashion y le agrego un poco más de ginebra y más hielo: alcanza un sabor parecido al éxtasis. Digo, si el colosal  Ezra Pound decía que podía ver a Dios en un vaso de ron, yo casi puedo sentir la presencia de Winona Ryder o de Asia Argento con un London Coktail. (Estoy casi arañando la pared al imaginar sus rostros mientras escribo esto).

            Pero bueno, si Winona Ryder o la Argento tal vez es mucho pedir, la Ruvalcaba tal vez sí era alcanzable. Era una chava de 23 años de sonrisa pícara, guapa y trigueña, de buenas tetas y muy inteligente (todo lo contrario al chiste viejo), que vivía también en Aguascalientes y recibí su llamada telefónica anunciándome que tenía que venir al Distrito y quería verme. Un asunto familiar seguramente la requería acá, ya que tenía que traer a su hermano casi recién nacido del segundo matrimonio de su madre junto con ella. Yo sabía que la Ruvalcaba quería conmigo  y esto era, principalmente, no porque fuéramos grandes amigos y nos conociéramos al derecho y al revés, sino porque ella era amiga de mis hermanas y como las mujeres se cuentan de todo entre amigas, ella les decía que yo le agradaba y ellas  se explayaban contándole: “no pues  Mateo  es un experto para  Dj”, y era razonable entonces, que quisiera verme en un viaje a México y que hasta quisiera venir con nosotros al concierto. Ella venía por cuatro días pero se esperaría un día más para ver a U2, aseguró por teléfono.

            Mientras  los días para los conciertos se aproximaban, yo estaba una noche escribiendo un párrafo de mi novela que se correspondía con el final del texto y sonó el teléfono, mi padre dijo: “te hablan del sindicato de extras”. Tomé el aparato y al saber la noticia casi grito de alegría: resulta que por dos trabajos de extra en donde había bailado toda la tarde la misma canción con una mujer que llegó a ser mi amiga, (recuerdo que esa escena se tuvo que repetir como seis veces por amenaza de lluvia y la mujer y yo salimos en ese programa  como cuasi bailarines profesionales de tanto practicar la toma, según vi el programa una semana después de los conciertos de U2) me tenía que presentar  a cobrar un dinero que faltaba. No eran nada fácil para mí esos días en el Distrito y entonces fui a cobrar mi dinero, no era gran cosa, mi padre ya me había comprado el  boleto, pero ese billete  pensé en gastarlo con la Ruvalcaba; quién sabe, a lo mejor si era cierto lo que decían las psicólogas puritanas: masturbarse tan seguido quizá sí era un riesgo, pero yo no  iba  irme a Sullivan a conectar una puta de esas que se veían buenísimas: quizás a la mera hora no fuera a ser  un puto trasvesti como los que los taxistas les chiflaban y les aventaban potentes  mentadas de madre.

            Fue entonces que le avisé al Negro que la Ruvalcaba vendría con nosotros, estábamos platicando esa noche en su departamento y prendió un toque, mordió el cigarro deformado, aspiró el humo “en cascada” como se dice y se relajó; de inmediato sentí esa pinche molestia psíquica y me dijo que el día de ayer se había cogido a una vieja buenísima en el departamento, una fulana que trabajaba en eso del diseño. Y ahí voy de pendejo y le pregunto si ella no tenía otra amiga para que me la presentara: en esos tiempos me las estaba viendo tan duras con el asunto del sexo que hasta pensaba comprarme una muñeca inflable. Me masturbaba seguido, era una verdadera lástima porque empecé a ver a las mujeres más distantes de lo normal y eso me desgarraba el corazón y seguramente, cuando pasaba eso,   Tom Waits me echaba un ojo y aullaba con su aguardentosa voz. En eso sonó la puerta. El Negro abrió y recibió con un abrazo a su amigo, “de seguro es un güey del diseño”, pensé y le atiné porque el tipo venía por droga.

            El Negro se puso feliz y le dijo al fulano que el día de ayer se había acostado con la más buena de la oficina.

            —¿Te acostaste con Mirna? Hijo de la chingada… je, je, je —dijo el recién llegado. De volada  se les nota la facha de grifos, pensé, yo que odio las drogas y adoro los Camel y los alcoholes.

            —Está tan contento el Negro que hasta ve culos rosas volando alrededor del foco   con sus ojitos— dije yo.

            —Cállate pinche Mateo —le dijo el Negro a su cuate— por eso no me gusta fumar cuando está este güey, sólo me mal viaja.

            El fulano se fue con su mercancía y me dijo despidiéndose: —no le hagas caso, tú mal viájalo, chíngatelo.

            —Ya pinche Mateo, si te pones en ese plan mejor ya luego nos vemos —me dijo el Negro, pero lo que no se imaginó era que el que alucinaba culos buenísimos y negros, rosas, morenos, blancos y tetas bronceadas de mujeres cuya belleza te corta el aliento era yo. Le dije:

            —sale cabezón, ya te dejo y perdóname, ya sabes que odio esa madre.

            —nos hablamos antes de que llegue la Ruvalcaba —me dijo.

            —Ok, maestro, ahí nos vidrios —le dije y me preparé para cruzar media ciudad a las 11:30 de la noche. Transbordé en el metro, pedí taxi y pasé por Sullivan, la zona de las putas. Todavía ni quién supiera que habría metro bus cerca de seis años después.  Y cuando pasamos frente a ellas o ellos (ve tú a saber) el taxista les grita: —¡Mamacita! ¿Cómo le hace el bistec? ¡Ssshhhhh! —  Definitivamente, las prostitutas, los taxistas y los policías son tres formas de vida que se acuestan tapados con la misma cobija. (Ideológica y física)

            Pero el Oráculo de Delfos me decía: “No te me quejes ni te la jales mi pequeño bastardito, sé de alguien que le gustas y pronto te vendrá a visitar.” O por lo menos eso me imaginaba yo; cuando uno está muy escuincle para ser escritor, le parece de lo más normal tener grandiosas iluminaciones que no sirven para un carajo: Pregúntenselo a los poetas… Ellos creen que hasta la grava del pavimento les tiene reservado un secreto importantísimo y entonces hacen un poema de cuando regresaron a su cantón  después de un día pesado  y ese día llovió y las aceras se veían como  “cavernas donde reservo los recuerdos de tus caricias y besos que zahieren mi  deshabitada memoria” (obviamente basándose en alguien que los trae cacheteando las banquetas), pero  no discutamos más: la poesía substancial se debería seguir leyendo. Y así le hacía yo: buscaba influenciarme de cuanto inmortal poeta habido y por haber se me cruzara para redactar esa novela, la verdad sobre éste punto se puede comentar toda la vida pero lo cierto es que yo me divertía como enano escribiéndola.

            La llamada como salida de los cielos cayó una tarde tres días antes del segundo concierto de U2: “¡Qué onda enano peludo, estoy en la ciudad!”

            —Oye maravilloso Ruvalcaba pero qué onda, ¿si te vienes conmigo y el Negro a ver a U2?

            —¡Claro enano peludo! ¡Pero… qué? ¿¿No quieres verme hoy??

            —Claro chamaca pero deja avisarle al Negro que ya llegaste…

            —¡Enano peludo, yo ya le dije,  pasa por mí a la puerta de Bellas Artes en una hora!

            —Okey… pero… ¿Por qué enano peludo?

            —Tus hermanas me enseñaron unas fotos tuyas de cuando estabas chiquito, eras una ternura enano peludo, ándale ya cuelga y te espero en una hora!

            Además de inteligente y agradable, la Ruvalcaba era hiperactiva. Cuando llegué esa tarde neblinosa a buscarla a la puerta de Bellas Artes ella llevaba cinco horas en La Capirucha  y ya había hecho todo lo que necesitaba hacer. Sólo teníamos un inconveniente y eso lo noté desde lejos cuando su figura y su pelo me empezaban a ser reconocibles bajo los arcos barrocos  dorados de Bellas Artes; era un chamaco que todavía no aprendía bien a caminar y desgraciadamente la Ruvalcaba se deshacía de ternura por su hermano, no se vaya a pensar que corrió a mis brazos perdida de amor por mí.

            —Bueno enano peludo, ¿qué hacemos?

            La respuesta ideal era decirle: “Que vengan tus familiares por el chamaco y nosotros nos vamos a un hotel.” Pero la Ruvalcaba no era nada sonsa, como ya se dijo, ya me las olía que  sólo sería parte de su currículum sexual.

            —Podemos dar una vuelta para ver libros y luego nos subimos a la Torre Latino/

            —No te hagas enano peludo, ¿qué no quieres que nos vayamos a un hotel? —Dijo interrumpiéndome y lanzándome una mirada sensual e inocente a la vez, como calculando el tiempo de mi respuesta.

            Solté un carcajada y le dije: —No pus genial, pero ¿qué hacemos con tu hermano?

—Ay enano peludo, ni te preocupes, —dijo con displicencia fácil— hay parejas, ya sabes, los nacos pendejos  que se casan desde los 18 años; tú tienes 27 y yo 23, nos vamos al hotel y mi hermano es nuestro hijo.

Se me olvidó decir algo de la Ruvalcaba: era híper  clasista…

—Ah, sale pues —dije  de lo más contento.

            Entonces emprendimos camino hacia calzada de Tlalpan, donde hay muchos hoteles planeados para éste tipo de casos. Llegamos a uno de tres estrellas, en cuyo recibidor y vestíbulo había cuatro gañanes hablándose de “mai” y qué sí mai aquello o que no mai lo otro y nos dijeron: “O.K. Suban ¿pero qué onda con el niño?”

            Y la Ruvalcaba feliz demostrando su clase social: —¡Es nuestro hijo señor! ¿Cuánto quiere que le pague?

            El recepcionista no respingó más y le cobró, (los precios de los cuartos estaban anotados en una pizarra detrás suyo) nos pasó la llave acompañándola del control remoto de la tv para ver películas estimulantes.

            —¿Quieres algo de tomar? Yo pago —le dije a la Ruvalcaba, pensando que ni había gastado nada de lo de TV AZTECA.

            —Un Sprite no más, si tú quieres échate unas chelas—me dijo y subimos.

            Nos veníamos dando toqueteos en el elevador y besos en la boca mientras su hermano decía: “uva, uva”.

            —¿Quiere vino tu hermano? —pregunté riéndome.

            —No seas sonso enano peludo ¡quiere agua! ¿Por qué crees que pedí el Sprite? Si ve que tomo agua a él le da sed.

            —Cuando entremos al cuarto se le va a quitar, ya verás.

            La Ruvalcaba abrió el cuarto y cuando vio un jarrón y dos botellas de agua en medio de las dos camas  me dijo: —Pinche enano peludo, eres un cabrón. Pero ese “eres un cabrón” que dijo en realidad me estaba salvando el alma, me abrí una de las tres latas de cerveza Tecate y conforme nos desnudábamos me la empecé a tomar. Estaba tan contento que la sujeté con fuerza, me prendí de ella y besándola en  la boca al tiempo que me desabrochaba los pantalones  la llevé  contra un espejo que estaba al lado de la tv frotándole el instrumento con  su vulva, el sudor de su piel se quedó impregnado al espejo; a mí me estaba regresando el orgullo y además del lujo de ver a U2 y con la embriaguez que comenzaba,  la Ruvalcaba se veía y parecía   una sexy doctora corazón contra las  pobrezas de mis masturbaciones. Y la verdad no le faltaba mucho, solo le estorbaba la mitad de la  ropa. Acabándome la segunda chela dejamos de toquetearnos y la desnudé completamente, nos tendimos en la cama y mientras tanto su hermano en la otra cama que estaba tendida decía “uva, uvaaa”. Y yo y la Ruvalcaba nos reíamos en voz baja y cuando me puse el condón y la penetré lentamente, la Ruvalcaba se relajó con un espasmo de placer y sintiéndome adentro empezó a gemir y a murmurarme: “po-por fin me-me e-estoy co-cogiendo al Dj” y yo moviéndome suavemente dentro de ella la besaba y le decía en la oreja: “¿quieres que el Dj ponga música de U2,  mambo o música dark?” Y cuando se lo decía sentía el corazón en la boca porque con el pene también le preguntaba algunas cosas; y cuando la Ruvalcaba sintió lo que le preguntaba el otro Dj ya estaba mareadísima de placer y me pedía más, y más y más. Parecía que estaba haciendo el amor con la mujer foca porque se me escurría y bebía y quería atender a su hermano para que no se cayera de la cama de al lado y cuando  empecé a imitar una foca con la voz, la Ruvalcaba me pidió que fuera más fuerte;  le embarré toda mi saliva de cerveza y mis besos en sus hombros y sus tetas; sus senos estaban excitados y la piel ultrasensible,  creo que hasta le dejé un par de chupetones y con la energía de la excitación  también estábamos haciendo el amor mentalmente y nos sugeríamos ayudas  con susurros  para que el cuerpo del otro estuviera cooperando al otro cuerpo y como ni prendimos la televisión porque con nosotros teníamos más que suficiente, oíamos pasar los autos por Tlalpan y su hermano diciendo: “uuvvaa” “uvaa” y así pasaron deliciosos veinte minutos y cuando sentí que iba a venirme la embestí varias veces lo más bestial que pude y ella ya me arañaba pero sin lastimarme en  la espalda y las nalgas y  sabíamos que eran sensacionales esos momentos aunque nos faltara una chimenea o un vino tinto, o quizá no faltaban tanto y terminé en el  éxtasis enlazado junto a ella que se rindió de arañarme y yo también me rendí cuando la abracé y me acosté  al lado suyo.

            Arriba de nosotros el ventilador giraba. Al lado se oía en voz baja: “uva… ¿uva?”

            Cuando desperté y miré el reloj me di cuenta que sólo habían pasado diez minutos de sueño, eran cerca de las siete y media de la noche y la encontré recargada sobre mi cuerpo y empecé a creer que me quería. Quién sabe, pero yo sentí  por lo menos la sospecha. Súbitamente ella  abrió los ojos, se levantó, se tapó con la sábana y me preguntó por su hermano. —Está dormido igual que nosotros—, le dije.

            Como quiera que sea, nos vestimos y nos preparamos para salir, comprobé que después de hacer lo que había hecho, echarme agua y arreglarme frente al espejo me hacía sentir muy bien. Me dieron ganas de escuchar a Tom Waits.  Entonces nos quisimos salir y empezamos a platicar de U2 y que cuál es tu disco favorito y que cuál canción te gusta más y me dio mucha risa porque en la calle la Ruvalcaba no podía cargar a su hermano y se reía diciendo: —¡Oye, Mateo, es que después de la cogida que me diste casi me quedo coja! Y era inútil que lo dijera porque sólo me iba a reír más y entonces paré un Taxi para que ella se fuera, me dio el beso de la despedida y me dijo visiblemente satisfecha y más madura en su voz: “¿Entonces qué? ¿Mañana mismo canal misma hora?” Y le dije: “Por supuesto.”

Y al día siguiente trabajé en la novela con más energía y me puse a escuchar WFM y ya los locutores estaban a punto de irse a transmitir en vivo desde el Foro Sol cuando ya iban a dar las siete de la noche y yo estaba en el mismo hotel con la Ruvalcaba oyendo los ruidos de la calle, muchos gemidos y muchos “uva”, “uva”… Y otra vez al salir la Ruvalcaba decía: “¡Me voy a quedar como la mujer coja con esas cogidas que me diste cabrón!” Pero yo ya ni le hacía caso y pensaba en la batería de Larry Mullen y la noche caía con su crispante vaho rumoroso y yo pensaba en El Jardín del Pulpo y me imaginaba que lo presentaría algún día con cierto aire especial, algo así con lluvia en las calles y que por ahí andaría el círculo literario del Distrito y todos me dirían: qué genial, qué extraordinario, ya quiero leerla, eres tremendo, y mientras tanto sonaría de fondo All Along The Watch Tower de Bob Dylan en el cover de  U2…

            Pero al día siguiente era nuestra cita con los creadores de The Unforgettable Fire, y, en la tarde nos pusimos de acuerdo el Negro, la Ruvalcaba y yo y nos fuimos. En la mañana me había quedado en un pasaje de El Jardín del Pulpo que según yo era o tenía correspondencias con ese huracán enorme que es Trópico de Cáncer de Henry Miller y entonces llegué al Foro Sol: ellos dos habían comido juntos y querían verme afuera de las 20 entradas en fila retacadas de elementos de la policía de la ciudad, re vendedores de boletos, gente parasitaria que pasa y se queda viendo, más aparte los cerca de 28, 000 personas que sí tenían boleto y derecho a entrar. De repente estoy en medio de todo ese pedo, ya bajé del metro más cercano, ya caminé, los busqué, etcétera, pero no tengo celular, todavía no es el boom de los celulares en La Capirucha, busco y busco, es inútil gritar, todo mundo está gritando: “¡Orden! ¡Boleto en Mano!” De repente alguien me toma de la mano y volteo por encima de la espalda de alguien que es nadie y veo a la Ruvalcaba:  me saluda de beso en la mejilla y al lado suyo está el Negro  comiendo unas papitas Sabritas. Pues ya estamos. Todo salió perfecto. Entramos haciendo desmadre y desde afuera ya se escuchan los sonidos, se siente un clima de expectativa enorme girando a un lado al  éxtasis, al otro al apocalipsis, sin duda la banda está de lo más prendida. Por ahí hay una camioneta de Radioactivo FM y una banda de grupies que gritan desaforadamente y una voz en off les dice: ¿Ya quieren ver a Olallo Rubio y a Fernanda Tapia? Y a la Ruvalcaba le vale madres porque venimos en nuestro propio avión comentando lo nuestro; la gente se agrupa, se dispersa y todos se vuelven tachones de sombras oscilando en la noche en zig-zag hasta que entramos al estadio y buscamos nuestros lugares. Incluso sigo pensando en la novela y la parte final para observar de nuevo toda la estructura del texto y no,  como yo le digo,  “mi hermano menor Tom Waits”. Para ese momento ya están arriba del escenario, aunque con sólo la mitad de las luces y el sonido en su fidelidad y potencia, los integrantes de Control Machete rapeando y gritando el conocido estribillo: “Sí señor”. Patalean que da gusto. Uno de ellos hasta da una maroma  en el aire. Todo luce genial, en las gradas la banda hace la ola. Nos instalamos en nuestros lugares y prendemos cigarros, la Ruvalcaba baja y sube gradas hasta que se queda lo más cerca posible. Yo estoy bien en mi lugar: desde aquí oigo y veo perfectamente a quien se pare en el escenario. Sensatamente, soy tan necio que preferiría ver a U2 en Barcelona o Londres, si no es mucho pedir en Trafalgare square. Sí, sí, ahí, que canten hasta que se jodan. Oigo un susurro en mis oídos: “Pinche Mateo  vengo bien erizo”. Ah, digo, para variar el Negro quiere un son, solo espero que no se ponga paranoico con el desmadre y se ponga a pedir mota a la gente, pero nadie puede traer mota en la ropa, ni armas, todos fuimos esculcados rigurosamente por los Policías. Toda la expectación que arde y se transmite, desde luego no está dedicada a Control Machete, ellos incluso reciben insultos de algún iluso y chiflidos de alguien que se cree mejor que ellos, lo que nunca falta.  Yo solamente estoy parado gozando con las nalgas de una güera que baila junto a la Ruvalcaba.

            En eso, sin saberlo nadie realmente y al mismo tiempo sabiéndolo todos, se comienzan a sentir esas enormes cuatro presencias de Irlanda, suena un Mix mucho más poderoso y el sonido alcanza mucha más potencia y fidelidad: indudablemente están por salir: 28,000 gargantas gritan, hasta yo grito, sino para qué chingados estoy aquí. Y comienza el crescendo de “Pop Muzic”.  Las enormes pantallas digitales del stage se prenden y anuncian limones, naves espaciales, y cuánta cosa,  los cuatro integrantes de U2 vienen saliendo debajo de nuestras gradas y la expectativa crece, se ve que se vienen acercando hasta que su Staff de seguridad los deja volar solos y puedo ver que Bono trae una capa de boxeador y estalla en energía enteramente el Foro Sol cuando todos lo vemos caminando y lanzando upper cuts imitando seguramente a Mike Tyson y el Mix se transforma en la canción “Mofo” Y por todo el estadio se oye: “¡Méexxiicooo, Méeexxiiicooo!” Grita Bono y ahí está pues, es lo que queríamos.

El concierto tiene sus momentos altos y sus momentos bajos, para mi gusto lo mejor fue When the streets have no name, The Fly, Ultraviolet y la acústica Sunday bloody sunday. Dura hasta las 11 de la noche y como última pieza Bono dice en español “feliz navidad” y él y The Edge tocan una canción acústica dedicada a Michel Hutchence y la gente se llena de hemorragia musical. Definitivamente, U2 conquistó el Foro Sol en su totalidad y les digo a ellos que nos apuremos para salir porque ahora sí viene lo bueno: la venta de cualquier cantidad de porquerías desde de la tasa del recuerdo, la playera, el disco pirata, etcétera. Los 28, 000 que asistimos salimos con ese aire de travesura, nosotros corremos hasta el metro lleno de banda y cuando transbordamos también está retacado, sólo que no entiendo qué hago yendo hacia el metro Etiopía si yo voy a San Cosme. Pero no digo nada, seguramente los invitaré a cenar, creo, y cuando ya hemos salido de ahí el Negro nos dice que lo sigamos, ¡Aah! Cómo no lo pensé antes, de seguro quiere conectar un son el hijo de la chingada. Todavía siento en mi cuerpo retumbar el repertorio de U2 cuando en una esquina de lo más negra el propio Negro toca un timbre, sale un fulano, le dan su mercancía y  me dice: “aguántate por ésta vez Mateo, es especial”, mientras tanto, todo el camino la Ruvalcaba nos ha venido contando sus anécdotas de su vida burguesa y de ricacha. Entonces nos metemos a una calle todavía más siniestra y el Negro se prepara: “échenme aguas”, nos dice. La Ruvalcaba sigue en lo suyo y yo volteo a todos lados para evitar que nos cargue la tira, el Negro se prepara; saca su guato, forja, poncha, prende, aspira, y le llega la tranquilidad, la Ruvalcaba dice: “Ni crean que me voy a fumar esa madre”. Y de mientras el Negro se comienza a fumar hasta el cerebro. “¿Cuándo te regresas a Aguascalientes?” le pregunta a la Ruvalcaba, “Mañana, en avión” dice ella, “apúrate.” Pero el Negro está feliz de grifo  y de repente, en un asomo de lucidez por  cola de borrego nos pregunta: “Oigan, y ¿se fueron a coger verdad? Allá por Tlalpan ¿verdad?” La hiperactiva de la Ruvalcaba, por lo menos por pura alegría y carcajadas, ya va de regreso en clase y asientos VIP. Me la imagino que con un Sprite y jugo de uva, quejándose de la pata.

miércoles, 30 de julio de 2025

EL PRIMER RELATO DEL ROSETÓN DE PLATA Y OTRAS NARRACIONES. (DISFRUTENLO, VOY A METER VARIOS DE ÉSE LIBRO)

 UNO

En busca del Rosetón de Plata

 

Después de una lista interminable de aventuras, disipaciones, vagabundeos,  locuras y mujeres, decidí en 1997 comenzar mi primera novela de largo aliento. Las primeras noventa cuartillas fluyeron tal cual se esperaba, es decir con la fuerza y energía natural de un joven escritor, pero con lo que  no contaba era que desaparecerían para siempre de un tirón por un falso contacto que tenía el CPU de segunda generación en que estaban salvadas. Le escribí por mail la pinche noticia a Jazmín, cuando regresaba de tomar unos tragos en el Hijo del Cuervo de Coyoacán,  donde había escuchado las hilarantes palabras de Alejandro Aura porque me lo habían presentado y también a Pablo Molinet, que le conté a grandes rasgos la historia de la novela con varios tragos de vodka y se quedó riendo suspicacias con quienes compartíamos mesa.  “¡Quiero verla publicada!” Gritó desde adentro con el desmadre del alcohol y seguramente no lo creía, ya que su propia fama iba en aumento por el famoso “caso Molinet”. El pobre Pablo, poeta él, había estado en la cárcel de verdad jodidísimo según esto acusado de un asesinato que obviamente no cometió. “¡Ya te diré!” Le dije, desde  la puerta y la cadena antes de las mesas de adentro donde, además del escándalo musical, pululaban los meseros que ni abasto se daban o una pausa para salir a fumar donde se ponen las motos.  “¡Me la publicará Gallimard!” Le aseguré despidiéndome, y aunque no lo creía ni por un instante, desde ahí empezó a crecer la apuesta por El jardín del pulpo, tal era el nombre de mi hijo, como la canción de Los Beatles.  

Jazmín era una ex (una de las pocas ex con quien he logrado llevarme bien) y vivía en ese entonces en Aguascalientes y yo en la Ciudad de México. Cuando tiempo después quise saber de ella, supe que se había ido a Salamanca a estudiar una maestría en Historia del Arte. Pero en ese momento yo la giraba de Barman y, como sabía que entraría el año siguiente a la Escuela de Escritores de la SOGEM, quería llegar a enmendarles la plana a los maestros según ciertas ideas malditas que tenía, como cualquier voyeur literario pescando frases y locos descubrimientos. Así de fácil me las daba de escritor, no sólo quería estudiar ahí, yo quería corregir mentalidades chatas, catolicismos hipócritas y malentendidos, quería despertar traumas a los compañeros y sobre todo quería pervertir  perversos. Ya sabemos todos que escribir es usar una máscara o arrancársela toda. Sí pues. ¿Quién quería hacer eso? ¿Yo? Pero por supuesto, mis pequeños bastarditos. O tal vez yo y mi sombra la muerte o tal vez yo y el alter ego de Antonin Artaud. (Ojo: si eres escritor y no conoces el texto fundamental Piratas/Poetas de José Vicente Anaya,  sigue leyendo pero de vez en cuando, por honestidad, ponme los ojos en blanco ante mis palabras o si no te consideraré un pre-inocente desde donde yo me encuentre). Y la memoria estaba al rojo vivo, retumbando anécdotas a todo tren y a toda hora, así que no sólo salieron las noventa cuartillas: el resultado final fueron doscientas setenta, mismas que terminé ese año pero la seguí corrigiendo. Usted lo sabe: En Francia el poeta Paul Valéry lo dijo hace un poco más de cien años y es el canon de los talleres literarios de todo el País que resuena por enésima vez en boca del que lo coordine  (y resuena de mala gana además) ante un texto logrado: “Bien,  no está mal, habrá que podarle  algunos ripios, pero bien. Acuérdense que Paul Valéry lo dijo: un texto nunca se acaba; sólo se abandona.” ¡¿Pero cómo abandonar al adefesio que le tenemos más cariño y más amor, el frankenstein mil veces re-cosido que amamos porque lo construimos a imagen y semejanza de lo que nos hace vivir porque afirma nuestro  desprecio ante la maldita muerte que todo lo iguala y uniforma?! ¿Cuál escritor no tiene ese tipo de cadáver apasionado apestando en el cajón o en su computadora personal y que cree que es una obra maestra?

Dejé la escuela del Barman y el trabajo de los alcoholes y entré a la SOGEM, en ese tiempo otro de mis trabajos era hacerla de extra para los programas de TV Azteca, yo creo que fue el trabajo más cómico de toda mi historia laboral. José Antonio Alcaraz, (la gorda como le decían algunos pesados) considerado en ese entonces el hombre más culto de México (incluso más que Octavio Paz, incluso cuando Paz murió), por la prensa más importante de la Ciudad de México, me entrevistó, me preguntó por mis autores favoritos: “Milan Kundera, Carlos Fuentes, Fernando Savater, Henry Miller y otros y otras más”, le dije y se dijo honrado de tenerme entre la nueva generación, me dijo que sí se me notaban los aires de escritor. El cabrón me dijo que yo me creía saberlo todo. (¿O me entrevistó Eduardo Casar? ¿O Alejandro César Rendón o Teodoro Villegas?). El caso es que entré y poco a poco me siguió subiendo por las venas ese veneno delicioso que yo ya conocía gracias a mis doscientas setenta páginas: La Creación Literaria que genera las Mayúsculas del Honor, la perra literatura con las minúsculas de fragores   cantineros  y prostitutas viene siendo lo mismo. Günter Grass también se fue con las putas en Alemania cuando era chamaco durante la guerra y ya tiene años que fue Premio Nobel.

Cuando dejé la aventura de la SOGEM ya tenía en mi carrera de escritor dos premios: El Salvador Gallardo Dávalos de Narrativa Joven por otra novela y un premio-torneo al mejor poema de la Ciudad de México, además de varias cosillas publicadas: ensayitos filosóficos, cuentitos de doble historia a lo Julio Cortázar, poemotas de chicle motita y poemas amorosos, pasionales y caníbales, etc. (¿Cuál poeta no empieza dándose cuenta de la luminosidad desquiciada  de la carne?) Pero la otra, la novela vital, la verdadera porque era de literatura maldita, no la había logrado publicar. Eso me calaba como la negativa de la mujer de mi vida o como ver el rostro imbécil y aterrorizador de la muerte que sólo te niega y te niega y te niega... ¿Entonces? No basta ser escritor para ser escritor, siempre hay que ser algo más: Estudiante, trabajador, barman incluso, o llantero como Juan Rulfo, amante, tu propio editor, secretaria, etcétera. Además de mantener  alimentada tu propia preocupación activa sobre las mierdas del mundo. Tu propio mensajero del texto. Por eso  fui a editorial Aldus, donde Pablo Soler Frost (¿o era Álvaro Enrigue? ¿o era Marcelo Uribe?), se tomó “la molestia” formal de enseñarme  cómo era una editorial, solamente hablé y me dijo quitándose los lentes: mire usted joven, maldito sea usted joven, de hecho: “¿quién chingados es usted?” Parecía salir la frase por detrás de los retratos colgados en la oficina. Desde ahí, se veía toda la casa editora, los libros empaquetados, el departamento de cobros, las maquinarias de las rotativas de imprenta, el personal laborando,  etc. Cuando me tocó hablar a mí para decirle que modestamente le dejaba mi primer manuscrito de novela (eso sí, ante el oficio y en honor a las letras que dejaron a la posteridad gente y genios como André Malraux, Borges, Alfonso Reyes, Guillermo Cabrera Infante o Kafka lo mejor es ser muy humilde), sonó su teléfono y creo que su secretaria le avisó de un encuentro literario en Monterrey,  me despidió con rapidez y dijo con visible molestia sosteniendo el teléfono y señalando a su escritorio: “sí, sí, ahí déjame tu manuscrito, sí gracias, hasta luego”. Y ahí voy de pendejo  saliendo y creyendo que sí la dictaminarían como si nada. Luego fui a Alfaguara, quise hablar con Sealtiel Alatriste y/o la persona encargada de recibir manuscritos y ni siquiera me abrieron la puerta. En fin, la novela se hizo famosa entre ilustres dictaminadores anónimos que de seguro la utilizaron para limpiarse el culo o vaya usted a saber; quizá como papel reciclable o como garrote para pegarles a sus hijos por si se les ocurría ser escritores… ¡Pero era mi Opera Prima! ¡Mi primer y única novela maldita! Cada que pasaban los días seguía recibiendo largas de los editores y se seguía dándola por muerta en todo, hasta en el radio y en la tele me aplastaron la cara y me pisotearon  por “atreverme” a escribir una novela maldita de corte autobiográfico, de hecho, mi vida entera estaba cambiando y estaba yo atrapado todavía ¡en la historia de la novela! (Ojo: si eres escritor sabes muy bien de qué estoy hablando y, si no lo sabes, regrésate y vuelve  a leer desde el primer paréntesis…  ja ¡Te voy a traer como en Rayuela!).  Ni modo, decía yo, muerto de coraje, embriaguez y locura, —esa novela —decía— pésele a quien le pese, se va a publicar.

“¿Qué chingados tendrá Aguascalientes que toda la banda valiosa se larga de aquí pero toda termina por regresar?” Creo que fueron  palabras con las que me recibió un loco amigo que ahora no recuerdo su nombre pero  estoy  seguro  que me lo dijo cuando regresé acá en el 2006.

—Ni modo, —dije— ya me regresé.

Fue en ese entonces, además del golpe del cambio de ciudad, (que si cala y cala fuerte) que alguien me recomendó conocer al maestro Ángel Mota, reconocido filósofo de Aguascalientes que también se las daba de escritor y tenía varios libros publicados de filosofía y narrativa. Para como estaba mi situación, (yo creo que los momentos más desesperantes de mi vida: no sólo vivía al día, contaba casi para cada día con ¡veinte pinches pesos y tenía qué ahorrar para el vicio mínimo de todo escritor: el maldito cigarro y el horroroso nescafé!) Ángel fue un verdadero arcángel que me vino a salvar de la ignominia y, a pesar de su carácter demasiado sobrio y nunca propenso a la vidita de poetas salvajes y briagos —como eran la mayoría de mis amigos de La Capirucha—,  sentí que se iban definitivamente de mi vida aquellos tiempos y fue duro aceptarlo, pero a cambio me ofreció una amistad sólida y a toda prueba. (Cuando  le platicaba de mis andanzas en el D.F. sólo me guiñaba el ojo).

En el año 2004 dejé de corregir la novela y la di por terminada; recuerdo que lo celebré oyendo esos días todo el disco Mule variations de Tom Waits. Salí un día temprano a la calle con la novela digitalizada en disco compacto, compré La Jornada  y luego la imprimí, la engargolé y me fui  de la jaula en la Colonia Escandón y tomé el metro bus durante todo  avenida Insurgentes sur hasta llegar al edificio altísimo que, entre otras empresas y oficinas, se encontraban las oficinas de Editorial Planeta México. Era en los pisos más altos y por ahí también estaban las oficinas de OCESA, la empresa encargada de traer músicos de talla internacional a la Ciudad de México, como Dead Can Dance, The Cure, Oasis, Placebo, Joan Manuel Serrat o U2. No encontré a Andrés Ramírez, que era el editor, pero le dejé el manuscrito a su secretaria. Para ser una empresa del tamaño e importancia  de Planeta México, me pareció que me habían recibido con mucha cordialidad. Digo esto porque llegué yo mismo un poco jadeante y sudoroso, con las manos oliendo a tubo de metro bus y  no me acompañaba mi representante o  agente literario, digamos, como si yo fuera alguien como Laura Restrepo.   A la semana siguiente hablé con Andrés para recordarle que le había dejado el manuscrito y me fui a chupar con mis amigos los quijotes y sanchos de la Poesía y buscar mujeres en los bares de la Condesa y seguramente, mientras tanto, Tom Waits escupía y me echaba un ojo por encima de su periódico.

Dejé pasar tres meses cuando  ya estaba ubicado en la geografía antes citada y se me ocurrió marcarle a Andrés Ramírez.

—Tu novela me encantó —me dijo— pero yo ya no represento la última decisión, tendrás que esperar mes y medio.

En esa misma llamada le conté que por angas o por mangas ya estaba yo acá en Hot Waters City y ¡claro! ¡Tenía que presumirle del evento Poetas del Mundo Latino en Aguascalientes!

—¿Qué tal se puso? —dijo Andrés.

Que tan aferrado estaba con esa novela y en un estado de pobreza tan manifiesto y evidente, que tenía que tener el orgullo de decirle:

—Buenísimo Andrés,  checa mi blog-spot, ahí viene una crónica del evento. (Al Poetas del Mundo Latino había arribado entre otros mi amigo el poeta y traductor José Vicente Anaya y había dado una conferencia magistral).

—¿Cuál es la dirección electrónica?—dijo Andrés interesado.

—Googléame y ya verás —le dije.

Esperé mes y medio sumido en la pobreza que me rodeaba: ni cubiertos ni alacena ni refrigerador ni muebles había en mi departamento pero estaba decidido a publicar esa novela y volví a marcarle a Andrés Ramírez, desde un teléfono público debajo de los edificios donde estaba dicho departamento en el que vivía.

—¿Qué? ¿Usted es Mateo Gargallo Castellanos, de dónde? ¿Cuál Mateo Gargallo Castellanos? —dijo Andrés, que ya no se acordaba.

—El de la novela El Jardín del pulpo —dije yo, cruzando los dedos adentro de la bolsa del pantalón donde hacía   mucho tiempo no había ni un peso, más que lo que le cobraba de renta al arquitecto que vivía conmigo y quería representar el movimiento de López Obrador después del fraude o, por lo menos si no fue fraude sí quedó la enorme duda y es un momento que  ya se conoce demasiado en la historia reciente del País como para que yo diga alguna opinión intrascendente.

—Aaaah, es verdad, fíjate que te tengo malas noticias, defendí tu novela lo más que pude, pero no sé por qué, pero  el Corporativo tomó la decisión final de no publicarla. ¿Cuál dijiste que es  la dirección de tu blog?

Me sentí tan triste (evidentemente había personas que ya la habían leído: familiares, amigos, incluso literatos serios y a muchos les había gustado, tanto en Aguascalientes como en el D.F., incluso al dueño de una librería le llegó el manuscrito y me dijo que era imposible que Planeta México dijera que no, es decir, que era muy buena desde el punto de vista mercadotécnico) que le dije a Andrés que ahora tenía otros planes literarios bla bla bla y que ya ni siquiera tenía un blog-spot. Sólo le dije que me saludara a su hermano, porque lo había conocido en La SOGEM, creo que lo había visto fumar mota y como los dos son hijos del ondero José Agustín, era probable que su padre se inspirara en ellos para sus nuevas historias.

Al año siguiente (2007) se acabó finalmente la perra miseria: dejé al arquitecto que se arreglara con el dueño del departamento y me fui a vivir con  mi madre, que también venía de México y empezamos a vivir juntos en un barrio de más categoría o burgués, aunque ese tipo de barrios y la gente que vive en ellos en la actualidad se les debería decir de  ricachos o la nueva ricada a secas. Comencé entonces a planear lo que verdaderamente venía a hacer a Aguascalientes: entrar a estudiar la licenciatura de Filosofía en la Universidad Autónoma de Aguascalientes.

¿Y la famosa novela maldita tan buena?

Entiéndase: Era novela maldita porque era novela enferma, enfermiza, nociva…

Hubo que hacer muchos ahorros y conjurarles a varios miembros de la familia que la novela era excelente para que se mocharan/apoquinaran con unos dineros; la verdad es que la mayoría ya lo pensaban, así que ese año se decidió que no habría otro modo de publicarla más que por edición de autor. Mi padre me dijo que sí se debería publicar. Y él y desde México comenzaron a tramar  en serio la publicación. Les mandé la versión final y ellos comenzaron a sacar pruebas y corregir, eso duró todo el 2007.

En ese entonces, pensaba yo en las aulas de filosofía de la Autónoma, “la filosofía es algo demasiado vasto he importante para tener que estudiarla en la academia”. Y convencido de esos nebulosos argumentos comencé a faltar a clases, a decir verdad no tenía mayor problema con la tira de materias a excepción de la lógica simbólica. El maldito asunto desarrollado de “p entonces q” me resultaba farragoso y estúpido. (Yo creo que la tiranía de la lógica no la aceptaba mi lado poético) Ángel Mota daba clases ahí y cuando supo que me salí definitivamente, no se molestó ni se desilusionó de mí.  Sólo me dijo: “Morro, dedícate a vender algo en la Purísima, yo qué sé, ropa, pantalones, playeras”.

Seguí publicando artículos y ensayos en portales de internet y cuando finalmente dejé la UAA en noviembre de 2007,  me dediqué a ser maestro de iniciación artística para niños de primaria, trabajo en el que me sentía y me desenvolvía bastante bien, y la mejor prueba es que los niños me querían.

Recuérdese que narrar y contar es traficar con lo que llamamos verdad… puede ser verdad 100% colombiana o verdad y narración donde el diller literario te da solamente 30% verdadero material colombiano, pero el diller o  el escritor siempre jura y perjura que da lo mejor o, por lo menos, la mercadotecnia editorial se encarga de que lo creamos los que estamos del otro lado de las letras, la “inmensa minoría” como se dice. Así que entonces, debería de conocerse a la musa del diller, o quizá preguntarle al dueño de la librería si éste fulano que escribió el libro de portada tan llamativa  escribe poesía, que como  todos sabemos, es el verdadero núcleo de todo el arte. Si nos pudiéramos asegurar que no escribe poesía ni para la mujer que le acaricia las tetas,  es un diller que nada más nos da 20% o 30% del porcentaje total de lo que sí te intoxica sabroso: el sagrado pedazo de arrachera literaria que debe de consumirse con cero mostaza (la pura comunicación de muchos “escritores” que sólo aburren) pero con un buen Casillero del Diablo al lado para saber o encontrarse  uno en la pregunta: ¿me gustó más el libro o el vino?   Lo demás depende qué tan alto te eleves o qué tan alto te eleve el diller; en éste caso, por ejemplo, debes imaginar dos salones de sexto de primaria con  decenas de niños peleles gritando y pataleando, burlándose día con día del maestro que sueña presentar su novela maldita en Bellas Artes y niñas que juegan  a ser lolitas y te preguntan: “¿oiga profe, usted tiene novia?” y que a esa  bola de mocosos  que son un farragoso  fastidio, los quieres llevar por la buena senda del estudio  para que ¡pues claro, por el coño de Afrodita! Por lo menos nunca le hagan caso a un diller de los de a grapas y rayas de cocaína y mariguanita y le hagan caso a los dillers de a de veras como el enorme diller Ernesto Sábato (Sobre héroes y tumbas es una obra con 100% material argentino de alta calidad, tanto que  se debería de prohibir a los menores de edad, si no lo has leído ya te chingué);  y mientras tanto la novela maldita se imprimía en una imprenta clandestina de La Capirucha  en los momentos y horas extra de los dueños, tal fue la consigna que les impuso mi padre y el equipo de edición.

            En agosto de 2008 me llegó a la casa del barrio de los ricachos el primer ejemplar de la novela. En la portada noté que aparecía una señal urgente: “CUIDADO CON EL TREN”. “Qué chistoso —pensé—,  en la novela se habla de muchos de mis vagabundeos alusivos a la portada”. Lo arrullé en los brazos de felicidad y lo llevé a acostar a su cuna, creo que de ver a su papá hasta se alegró y me pidió que lo arrullara (es decir  que lo releyera), pero como no soy un padre consentidor  lo puse al lado de un libro de  Carlos Fuentes y otro de Georges Bataille y le dije: “así es la vida hijito, a ver si ellos te quieren en la familia”. Y el niño sintió que se le imponía Gringo viejo y El Verdadero Barba Azul pero logró dormir y reposar hasta roncando en su primera noche en Hot Waters. (Yo recordaba la noche en que fue fecundado y los días en que fue planeada su llegada a la repútica de las letras mexicanas). El tiraje fueron 500 ejemplares en total, después sólo me llegaron ciento cincuenta. Pero como ya dije varias veces el hijo tenía mucho de maldito, ya se quería ir pronto de  casa a probar suerte en el mundo. Y esto se puede decir en los dos sentidos: a mi hijo le urgía que lo leyeran y le urgía que lo leyeran lejos, no sólo donde fue escrito y concebido (el Distrito) sino en otras latitudes.

Ahí fue cuando salió la brillante oportunidad: un amigo en Zacatecas, editor  y creador de la magnífica revista Dos Filos, José de Jesús Sampedro, conocido en todo México como un poeta experto  de  la contracultura, amigo con el cual ya había establecido contacto desde que estaba en Hot Waters  y  que de hecho  ya colaboraba desde antes en la revista, me comentó por teléfono que si tenía una segunda novela, había la posibilidad de presentarla en La Semana Cultural de Zacatecas y que me reservaría un lugar y un foro durante esos días. ¡Estupendo! Cosa que le comenté a Ángel Mota y le pedí que fuéramos en su nave, un Pointer rojo casi nuevo.

            —Simón —dijo animándose —¿Cuándo es?

            Gracias a Sampedro, me puse en contacto con los organizadores de la Semana Cultural y me dieron foro: se confirmó mi presencia en el Foyer del clásico e histórico Teatro Fernando Calderón de Zacatecas en un día entre el 4 y el 18 de abril de 2009. El día preciso ya no lo recuerdo, ni importa, pero recuerdo que fue entre semana; Ángel Mota pidió ese día en la Universidad, llegó en su Pointer a mi casa como a las 10:30 de la mañana, saludó a mi madre y me dijo que afuera me esperaba. Pensé llevar cincuenta ejemplares para la presentación pero con unos cuarenta me pareció suficiente, cada ejemplar costaba cien  pesos. Me despidió mi madre y cuando nos subimos al Pointer, mi madre nos dijo: “Me saludan a Sampedro.” Ángel se echó a reír y dijo:

            —Je,je, parece que nos fuéramos a morir.

             Tomamos carretera y durante largo rato estuvimos escuchando el blues de Real de Catorce, mandé mensajitos por celular a dos amigas de México para que supieran que el trabajo de mi vida por fin se iba a dar a conocer. “¡Mucha suerte Mateo, besos!” Me respondieron. También Ángel y yo platicamos de nuestros futuros planes literarios. “¿Quieres que yo ponga un blog-spot?” Me dijo. “¿Para qué quiero yo un blof-spot? Mejor véndeme tu edición de Aguilar de Las Mil y Una Noches.” Así era Ángel, él preferiría mucho más meterse a estudiar y enfrentarse a los grandes autores que leer novelas de moda o libros recientes. Y cuando digo “grandes autores” los pequeños autores que leía ese cabrón  eran Schopenhauer o Vargas Llosa. Ciertamente el camino entre Aguascalientes y Zacatecas es corto, pero más corto con los atajos de Ángel, y decidió dejar el Pointer en las afueras del centro y me dijo: “Ándele pues señor, a cargar su obra maestra”. Y se reía.

            Y ahí me tienen cargando cual Pípila posmoderno los cuarenta ejemplares empaquetados calle arriba, estaban casi tan pesados como un saco de cemento. Es cierto que escribir con potencia cansa más que levantar una barda de ladrillos, pero yo estaba hasta la madre y sudando como albañil al final de la jornada. La gente pasaba de un lado para otro y se me quedaban viendo, Ángel cargaba solamente las hojitas que iba a leer en la presentación y nuestras fichas bibliográficas para el moderador de la mesa, que era de Zacatecas.

            Cuando vi la enorme arquitectura barroca del Teatro Calderón, pensé que definitivamente valió la pena matarse un poco cargando al niño. Ya nos esperaban arriba en el Foyer en el segundo piso, que estaba lleno con cerca de setenta sillas, el público, los reporteros, Sampedro y el círculo literario zacatecano. Nos sentamos en la mesa ante los micrófonos y después de que el moderador dijera unas palabras preliminares, Ángel dio de sí sobre mi obra con sus cuartillas. Ni siquiera pensé que le hubiera gustado tanto el texto. Le di la mano en público por su generosidad. Yo estaba feliz de estar ahí, triunfando con la novela que supuestamente su destino final era el anonimato y francamente no sabía qué hacer, “como todos los poetas salvados” (Efraín Huerta dixit). Las hermosas reporteras de los periódicos de Zacatecas se me quedaban viendo y yo veía mucha emoción en sus ojos. Algo así como: “sabemos cuánto has tenido que luchar para estar aquí nene, eres lo máximo”. Y sentía que  todas las demás  también me lo decían. Después hablé yo, le saqué unas cuantas risas al público —como debe ser— y después de los aplausos la gente  comenzó a comprar el libro. Una persona por parte de los organizadores me entregó un reconocimiento firmado por la gobernadora del estado Amalia García, me pagaron 3,000.00 pesos en cheque por la participación y ¡zas! Que dice el encargado del evento: “Ahora a nuestro invitado a La Semana Cultural Mateo Gargallo  Castellanos, por parte del Gobierno y el Pueblo de Zacatecas le otorgamos merecidamente EL ROSETÓN DE PLATA por su brillante trayectoria artística”.

            Largo duró el aplauso, me sentía tan feliz que me empecé a sentir excitado sexualmente, empecé a sudar y, como cualquiera le hubiera pasado en ese momento, comencé a soñar que todas las mujeres presentes estaban muy deseosas conmigo y el broche del pantalón  empezó a castigar al otro protagonista. El Rosetón de Plata era un cuadro de madera vertical como para adornar un escritorio, con letras grabadas y un sol de plata brillante.

            La gente siguió comprando el libro, otros comentaban, comían la botana y el vino de honor; Ángel platicaba con Sampedro y mucha gente me pidió autógrafos, me tomaron varias fotografías y, mientras tanto, el broche me castigaba la  erección del pene. Tenía en la mano una copa y me empecé a marear con el vino blanco, me tomé cinco copas pero quería todavía más.  Luego se me acercaron dos reporteras de buen ver,  una de radio y otra de La Jornada Zacatecas, con la excitación del momento escuché que  me decían  con susurros coquetos: “¿Oyes Mateo? ¿No quieres que te masturbemos el pene con la boca?  Somos buenas para eso que  te gusta, no te hagas...”

            —Soy Gabriela de La Jornada Zacatecas Mateo  ¿Me puedes decir cuál es el lugar de la escritura autobiográfica en estos tiempos?

            Y la otra: “Mateo, dime unas palabras para Radio Universidad, por ejemplo, ¿tu novela es un ejercicio auto terapéutico para exorcizar tus demonios del pasado?”

            —¿Eh? (“¿De qué me hablarán éstas bellezas?” Me decía una voz adentro de la cabeza) ¡Ha! Claro… —y entonces ahí ya pude decir las sagradas palabras—: “Hace trece años, con mi propia lectura de las obras de Henry Miller y con Gargantúa y Pantagruel  de Francois Rabelais,  aprendí que la escritura es muchas cosas, pero que también puede llegar a ser  un juego a muerte con la tumba ó los ojos negros del anciano”. Dije citando a Efraín Huerta y quizá, mientras tanto, Tom Waits, el divino hipócrita, el santo patrono de todos los perdedores, el de la voz tamizada por toneles de alcoholes, más mexicano que norteamericano, quizá maldecía y cerraba los ojos ante Los Angeles Times.

 El otro día en una conversación familiar, les comentaba que Juan Rulfo, Octavio Paz y Carlos Fuentes, son los grandes campeones de la cultura mexicana, y parece ser que deberíamos recordar a los del segundo lugar más que a los clásicos número uno, es decir: recordar a Emmanuel Carballo, Vicente Leñero, José Agustín, José Revueltas, Rosario Castellanos, Elena Poniatowska, Salvador Elizondo, Monsiváis, Alfonso Reyes, José Emilio Pacheco, René Avilés Fabila, Gerardo de la Torre, Juan José Arreola, Julio Torri, Beatriz Espejo, Fernando del Paso. Y unos cuantos más, Me dijeron es correcto y me dijeron sí, jejeje, otro escritor con las nalgas miadas...

martes, 22 de julio de 2025

ADIÓS AL GRAN JOSÉ DE JESÚS SAMPEDRO, MUERTO HOY 22 DE JULIO 2025

 Despedida de José de Jesús Sampedro.

Por Marcos García Caballero

Ayer 22 de julio de 2025 me enteré de la sensible muerte de José de Jesús Sampedro, la noticia empezó a circular al medio día, no supe cuál fue la causa. Mi amigo el filósofo Caleb Olvera fue el primero que me avisó, también Elena Bernal Medina, amiga suya y muy admirada por mí. “¿Ho muerte dónde está entonces tu victoria?”

Mi primer acercamiento con José de Jesús Sampedro fue vía telefónica, yo vivía en la CDMX, y él me llamó desde Zacatecas, fue muy cordial en su trato, como siempre lo fue conmigo; me llamaba para invitarme a las Jornadas Lopezvelardeanas dedicadas a Eduardo Lizalde, quien también tiene relativamente poco tiempo de fallecido, nuestro tigre entrañable. Eso fue en 2002. Hago moción porque se han muerto varios escritores muy queridos por mí con los que me unía el afecto y el trato además de Sampedro. (Por ejemplo, murió hace pocos días la maestra Maricruz Patiño en Valle de Bravo, ella fue brillante escritora que compiló tres volúmenes sobre Las pícaras, místicas y rebeldes poetas de México, además de que fue discípula de Octavio Paz).

A partir del éxito que fue en todos los sentidos esas jornadas de poesía dedicadas a Eduardo Lizalde, (Ricardo Monreal en ese entonces gobernador de Zacatecas, se veía alegre en ése festejo) José de Jesús Sampedro me invitó a colaborar y me comenzó a enviar la importante revista Dos filos, más añeja que Vuelta de Octavio Paz por diez meses y acepté de muy buen agrado: de ésa forma conocí los textos de Gonzalo Lizardo, Javier Báez Zacarías, Evodio Escalante, Víctor Roura, David Ojeda, Juan Gerardo Sampedro, Ignacio Trejo Fuentes, Rogelio Guedea, Eudoro Fonseca Yerena, Sergio Monsalvo, etcétera, todos ellos ya reconocidos; sí pero también, cabe mucha discusión sobre la importancia de la revista Dos filos: hemos visto cantidad de animadas publicaciones, pero pocas han logrado posicionarse en todo nuestro país como Dos filos. ¿Cómo le hizo José de Jesús Sampedro para lograr que la revista funcionara y no cayera como otras muchas y viviera (a grosso modo) 47 años? ¿Y escribir tanto como él lo hizo? Además fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua: Se dice fácil, pero, detrás podríamos ver un grande como él, en cuanto a su maestría como profesor de la Universidad de Zacatecas ‘Francisco García Salinas’, un grande como Poeta en sus conversaciones con sus amistades como Francisco Bernal, otro “notable” oriundo de Aguascalientes que también ya partió, en fin, se puede decir que Sampedro estuvo en el centro de los debates culturales de ésta zona de México por mucho tiempo: Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Potosí, Guanajuato, etcétera.


Recibió en 2018 el premio al Mérito Editorial por San Luis Potosí y Zacatecas. En 1975 ganó un Premio Aguascalientes de Poesía por Si el entra, yo entro (éste sólo hecho, en vez de ‘consagrarlo’, él tomó la decisión de entrar al Taller Literario de la Casa de cultura de San Luis Potosí y todo ese Premio muy joven: tenía 31 años en 1981) y refiriéndome sólo a ese libro, resulta, que ahí hay ya existente una voz propia que indaga sin concesiones al ‘baboso sentimentalismo’, (como decía Ezra Pound),  en visiones del futuro que, por lo menos a mí, no me pareció nada desafortunado; un futuro donde todo es caótico, terrible y despiadado; éste presente, ¿se equivocó? No lo creo. El trato dado al amor: ironía y desesperación que, conlleva la imposibilidad de no ser nadie y ser un Poeta, etcétera. Lo cuál no es ni nunca fue poca cosa.

No dispongo de tanta información de sus otros libros, pero subrayo el carácter reflexivo eh irónico de Dos Filos, donde fueron dibujados para sus portadas varios grandes músicos como Van Morrison, Los Lobos, Pink Floyd, Chuck Berry, Fats Domino, Cher, etcétera.

Es cosa de asomarse a Facebook, por poner ejemplo hoy Eudoro Fonseca habla muy bien de él, y afirma: “Nadie como él hizo tanto por la cultura de la zona centro del país en los últimos años”. Por supuesto, coincido con él.

Era ingenioso en sus bromas, era amigable, era divertido, gracias a él pude ir esas ocasiones a Zacatecas, también la última vez que lo vi el año pasado, que fui a mostrarle mi respeto a Zacatecas. Recuerdo de cada dos meses: encontrar la revista en mi buzón, “me voy a ir al cielo” pensaba, aunque de broma, Sampedro me daba mucho. En fin, digo todo esto triste, pero me quedo con lo mejor de él: su alegría, su pasión por cultivar la palabra, su forma de saber administrarse para ser coordinador de eventos literarios etcétera. Adiós fulgurante, grandioso fuiste desde siempre.