martes, 13 de febrero de 2024

CUENTO INVITADO, POR CALEB OLVERA ROMERO

 

KRONOS, AIÓN, KAIRÓS.

CALEB OLVERA ROMERO

 

El hecho ocurrió el 9 de abril de 2017, en una banca del aeropuerto de la ciudad de México. Estaba perdido y desorientado más allá de la espacialidad propia de esas salas repletas de gente con maletas y pases de abordar en las manos. Sentí de pronto una gran confusión y tuve que sentarme. Había visto algo muy extraño, eso que ve de reojo el venado, cuando en la estepa se agazapa el jaguar justo antes de saltarle. No se cómo describirlo, quizá una alucinación o un fantasma. Tenía la sensación de haber visto pasar junto a mí, a mí mismo. Quizá no lo he expresado bien, pero de repente alguien pasó junto a mí y no lo vi bien, pero tenía la sensación de que era yo quien caminaba por ahí, fuera de mí, y había pasado casi rozándome. Me senté y de repente un niño como de 7 años se acercó. Un chico nada especial, delgado y de pelo lacio y escurrido, se sentó junto a mí, no parecía estar perdido pero tampoco había adultos cerca que lo cuidases. No tenía maletas ni pinta de que jugase a algo, solo llegó ahí y se sentó junto a mí; y de repente el asombro, el espanto exacerbado por un simple detalle. Él tenía en su muñeca mi reloj.

 

Cuando era joven, era obsesivo a un grado ridículo con el tiempo, al grado de enfermar por la simple sospecha de que llegaría tarde, o que las cosas no ocurrirían cando se esperaba que ocurriesen. Mi mujer que era una gen, hija de gen, aunque yo no lo sabía (se llaman gen a los genios como los de la lámparas de Aladino) y que había padecido mi obsesión con el tiempo y su irremediable consecuencia, me regaló un reloj o algo parecido, dijo que me ayudaría con mi locura. Ya que los dos o tres únicos conflictos que habíamos tenido se debían esa obsesión extrema que tenía yo por que las cosas pasaran, ni siquiera a tiempo, sino un poco antes, casi cuando yo quiera, sufría de una especie de berrinches legislados o amparados por el reloj y los acuerdos por demás arbitrarios que los humanos tomamos para los usos horarios.

Ni siquiera puedo decir que los hacía sino que los padecía. Así que para calmar un poco eso, mi mujer me regaló un reloj que no funcionaba, salvo en su tic, tac. El reloj se adelantaba de manera absurda y a veces recorría los números con una lentitud inusitada, no tenía ritmo y vaya si me esforcé por encontrarlo. Era un reloj de pulsera muy antiguo, hecho de oro, algo más grande que lo normal. Además se podía ver por la caratula sus engranes y mecanismos de oro, con algunas jema que servían de ejes de los mismos, zafiros, y diamantes. No parecía algo económico, pero aún así no le pregunte nunca su costo, ni como lo consiguió, me contentaba con tenerlo y sincronizar mi temperamento con su tic, tac.  Quizá esa era su gracia, quizá por eso me regaló ese extraño reloj que se sincronizó con mi corazón o sustituyó mi corazón y me tranquilizaba, pues media un tiempo diferente. Aunque nunca supe si realmente era un reloj tenía toda la apariencia y debajo de las manecillas se leía Aión, en un momento pensé que era la marca del fabricante, peor luego lo descarte. Según ella me dijo, entre los griegos es un tipo muy particular de tiempo. El hecho es que me dormía con ese tic, tac, me despertaba y hacía mis actividades que intentaba regular con ese tic, tac, y que finalmente me tranquilizaba como tranquiliza el tic, tac, del corazón de la madre a un niño. Tenía un ritmo extraño que a veces avanzaba lento y a veces muy rápido, jugando decíamos que media el tiempo que pasábamos felices. Marcó casi 10 años. Lo mejor de todo es que mi obsesión se disminuyó en gran medida al tratar de medir los eventos con un reloj caprichoso.

 

Pero ahora ese niño que estaba ahí traía puesto ese reloj. Si ese y no otro,  bien sé que durante años intente buscar donde comprar otro o saber porque tenía ese ritmo, en fin nunca supe quien lo hizo, donde los vendían, si ese era su funcionamiento correcto, o si había otros iguales, debo confesar que en algún momento pensé que no era un reloj y que debía de medir otra cosa.  Pero ese chico lo tenía en su muñeca como cualquier cosa y mi reacción fue violenta, le tomé del brazo y le pregunte ¿De dónde has sacado este reloj?  Él me dijo que un abuelo hace unos minutos se lo había cambiado por su reloj. Le dije que mentía, que ese reloj era mío. El chico asustado dijo que no, que lo había cambiado y señalo a un señor que se acercaba, era un anciano que cuando se acercó sonrió y se sentó como si nada pasara entre el niño y yo. Y entonces y solo entonces, me di cuenta de que la visión inicial era ese extraño personaje. Quien había visto era a él, a él que era yo. Me senté más para no desmayarme que para otra cosa. Él se sentó y me hizo un gesto para que soltará el brazo del niño, quien no sin cierto recelo también se sentó. Pregunté ¿qué está pasado? El anciano se me quedo viendo y dijo, ¡Hola cómo estas!, ¿Quieres saber qué pasa? Y señalando con la cabeza al niño me ordeno ¡pregúntale su nombre! así que voltee y le pregunte al niño, ¿cómo te llamas?. Me dijo Caleb, yo estaba realmente confundido, mareado, me sentía enfermo, incluso indefenso, en otra situación los hubiese pateado, pero en esa situación no tenía fuerzas ni para levantarme.

Le pregunte sin mirarlo, pues tenía los ojos clavados en el piso, ¿cómo se llama usted? El viejo sonrió como quien siente compasión por una situación absurda y dijo, supongo que ya lo sabes. Negué con la cabeza, mas negando la situación, que mi saber su nombre. Él dijo en voz muy baja, apenas audible. Caleb. Si me llamó Caleb y el niño y yo somos tú. O más exactamente los tres somos yo, o uno, o tú, o él, como quiera que sea y eso depende del reloj. Realmente quería salir corriendo de ahí, la verdad ni siquiera pensaba que era una broma, tenía tanto desconcierto que no sabía cómo reaccionar. El señor se quitó su reloj, que era idéntico al mío y me dijo, dame tu reloj. Lo verdaderamente sorprendente de este relato, es que le di mi reloj. Hubiese jurado que me podría hacer matar por él, pero sin embargo obedecí, me quite el reloj y advertí lo incongruente de mi reclamo al chico que tenía ahora su reloj puesto en su muñeca. El anciano se quitó su reloj y lo intercambio con el mío. Le pregunté ¿qué esta pasado? El anciano contestó, intercambiamos los relojes. Eso era una obviedad y claro que no era eso lo que estaba yo preguntado. Pero no dije nada. Así que el niño se levantó e intercambió su reloj con el anciano, en ese momento vi los tres relojes juntos. Dije son idénticos. El niño negó con la cabeza, el anciano dijo - más o menos-  el que tu tenías, como bien sabes decía Aión, ahora el que te toca dice Kairós, y el otro dice Kronos.  Se levantó de su asiento, me giro la cabeza con delicadeza y se me quedo viendo un rato como quien intenta grabarse algo para recordarlo, sonrió y dijo, no eres tan feo, se dio la vuelta y se fue caminado, el chico no tardo en salir corriendo hacia alguna otra parte, y yo me quede ahí petrificado sin entender nada. Mi vuelo salía algunas horas después, así que fue suficiente tiempo para reincorporarme y tratar de asimilar lo ocurrido, mire mi reloj y era del todo idéntico, hasta en el desgaste y las raspaduras, podría jurar que era el mismo, salvo que ahora debajo de las manecillas se leía Kairós…

 

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