a Saùl
Ibargoyen
Por Sergio
Vicario
Vicario,
me comentaba Saúl mientras salíamos de la Biblioteca México, ¿de qué hablamos
cuando hablamos de poesía; de poesía medieval, de poesía italiana, española; hablamos
de poesía sánscrita, de poesía uruguaya o de la India? ¿Hablamos de la poesía
actual, contemporánea, de los modernistas, hablamos de la poesía de
Netzahualcóyotl o de la de Sor Juana, durante la colonia? ¿De la poesía
erótica, del cuerpo, existencial, abstracta, de la poética de la ensoñación?
¿De qué hablamos? Es tan vasto el universo poético, que sólo mirarás una parte
(y se sigue expandiendo), nada más. Ni toda tu vida te permitirá conocer toda
la poesía escrita, pero está bien, va con el ser humano, y si este desaparece,
no habría más poesía.
Recuerdo
– me dijo- un día tuve la oportunidad de ir a Egipto y navegué por las aguas
milenarias del Nilo, por curiosidad metí mi mano en el río y sentí la
corriente. Pensé: ¡cuánto tiempo ha transcurrido!, todo cambia y es igual.
Años más
tarde, en mayo de 2012, a propósito de un libro “Crepúsculo inmediato” que le
entregué para su gentil prólogo, y escribió:
El volumen que ofrece ahora
Sergio Vicario hace referencia de modo central y explícitamente, a un asunto
que, desde la antigüedad, los poetas han incluido en sus repertorios
históricos; casi diríamos desde la primera invención de la escritura que tuvo
lugar en la cultura Sumeria, asentada en lo que hoy es el destrozado Irak. O
sea, son varios miles de años a lo largo de los cuales se produjo ese invento
revolucionario, con el sostén de piezas de diversa hechura y luego tablillas de
barro. El poema de Gilgamesh (héroe primero local, luego regional y finalmente
arquetípico), se describe la batalla entre Gilgamesh y su amigo Enkidu contra
Khumbaba, el monstruo que vigila el bosque de los cedros en el actual Líbano.
Gran acto bélico pleno de
simbolismo; siglos más tarde se escribe el poema babilónico de la creación, en
que Marduk, el de los 50 nombres, derrota a sus enemigos en una trágica pelea
cósmica. Recordemos ahora al Ramayana y la lucha de los incontables monos,
aliados de Rama. Por supuesto como obviar la Ilíada y la Odisea, la Araucana de
Ercilla, el Martìn Fierro de Josè Hernàndez y tantos pasajes de la literatura
sagrada-judeo-cristiana-islámica.
Por lo tanto, en estos tiempos
de abundantes conflictos entre Estados y naciones, muchas veces en sitios
alejados de las sedes de los gobiernos capitalistas que los promueven, es
natural que haya surgido una respuesta metafórica (continental y extra
continental), es decir poética, frente a tanta destrucción que se percibe en el
mundo globalizado.
Al
poeta que jugara futbol, un hombre esbelto de gran cultura y lucidez, generoso;
un hombre lastimado por el o los gobiernos autoritarios; crítico del
capitalismo, a él, sólo puedo decirle, Gracias Saúl. Nada más.
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