JOAQUÍN
CASTRO, gachupa
Así es que tú y yo
—hermanos
ocasionales—
navegamos
de nuevo
levantándole
banderas piratas a lo desconocido,
fumando
de aventón y encajando guitarras
en
el horizonte rumbo a Puerto Escondido.
Vieja
deuda que nos reclama iguales al parecer,
ogros
o duendes medievales de nuestra historia,
descuartizando
las encías de los recuerdos
que
nos machacan y nos vuelven a juntar,
en
el paraíso de lo que una vez creímos era alcohol
y
otras veces amistad.
De
tus largos cabellos descuelgan secretos poderosos
que
mi corazón pronto ha de masticar.
El
frío y los insectos de la selva me llevan a contar
enjambres
de anécdotas pisoteadas
por
la pasión de volverte a mirar y recordar
tu
Barcelona, mi Ciudad de México,
tus
muertos y tus vivos, mis
vivos y mis
muertos.
No somos,
digo,
—aunque
tal vez sí lo seamos—
un
éxtasis mutuo que se vuelve a desgranar.
Con
mi navaja alumbro el sol y tus dientes brillan, te digo:
eres
cangrejo de huida interminable,
probable
habitante inmortal de los recuerdos,
trepado
en su silla de montar y desafiar.
Temo
en ti encontrar a lo que más me parezco
y
que me vuelve a encasillar en lo opuesto.
Nos
decimos “personal calificado”.
Qué
troncos habrá de descargar para sacar una lana y
pronto
un oasis, una palmera o fruto habrá de atestiguar
nuestros
designios de alcoba y el huracán
que
en nuestras pupilas se vuelve a atorar.
Encallamos
nunca, sólo en lo invisible volvemos a brillar.
Los
inmigrantes y los turistas se confunden al pasar,
nómadas
insectos que tú pronto habrás de devorar y decodificar.
Las
mujeres esperan nuestro paso, sedientas de calmar
la
expectativa de nuestras vestimentas que rutilan al pasar.
Venga,
aceptémoslo muchachón trotamundos:
pronto serán
nuestros nombres,
en
los cuernos furiosos de esta lluvia roja
que golpea,
los que se
comenzarán a incendiar y manifestar.
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