lunes, 9 de agosto de 2021

“¿Te acordarás de mí?” Dijo la gordita. Por Marcos García Caballero. junio 2004

 

La invitación a la presentación de mi libro de ensayos se hizo por internet y la  Casa de cultura donde lo presenté también hizo bien lo que le correspondía en lo tocante a la difusión impresa y de boca en boca y por tanto, de lo que cabía esperarse, eran mínimo 20 personas, pero como fueron cerca de cuarenta, todavía puede decirse que la cultura en este país no hay que darla por muerta. “Es que hay que hacerlo por México”, me dijo por teléfono uno de los presentadores de mi libro y antiguo maestro mío de un curso sobre la vida y obra de Charles Bukowski. Así que entiendo que si presento un libro de ensayos donde propongo espacios para la discusión de ideas y el público y los presentadores me dicen: “polémico”, “revolucionario”, “subversivo”, pues es que me lo tengo bien ganado y respetuosamente guardando las diferencias entre Gastón Bachelard y yo, cerré mi participación invitando a un vino tinto barato que me costó varias horas nalga en el Instituto de Geofísica de la UNAM, guardando archivos en la computadora sobre las diatomeas de las cuales, por lo que he llegado a saber, se han realizado importantes estudios de diversas universidades principalmente por lo que respecta a México, en el lago de Chalco, pues de ahí se tienen los indicios de los primeros pobladores del Valle de México a nivel pre-civilizatorio y de ahí se explica la curiosidad de los geofísicos a este lugar y los coloquios a nivel internacional que se han realizado y de los que debería yo estar al tanto para saberme de memoria el programa de la computadora y no tener que consultar libros científicos porque, dicho sea de paso y no como una infaltable lista de quejas al gremio como al que pertenecen Bachelard o Bukowski (que de por sí son muy lejanos), prefiero que me digan “revolucionario” a que me miren como un metiche que no sabe nada de Geofísica.

Si que asistan cerca de cuarenta personas a una presentación de un libro de un autor como yo (sombrero ocasional, trabajo ocasional, novias ocasionales y felicidad escasa) que se vendan cerca de 20 ejemplares es un milagro rotundo, ahí es donde me doy cuenta que mis depauperados afanes pequeño burgueses no se ven mermados, pues a pesar de todo, sigo firmando autógrafos y que, a pesar de los tiempos amargos que corren, la gente se interesa. Lástima que no estaba el editor que conspiró junto conmigo para sacar ese libro, porque a él también le hubiera dado un gusto enorme y vaya, las felicitaciones sobraron, nadie me preguntó que porqué escribía ni que porqué publicaba; el único incidente fastidioso fue que a un amigo que se le subieron las copas y andaba padeciendo males de amores, se dejó caer con elegancia (es decir, sin vomitar ruidosamente) hacia el suelo y pedir ayuda. La fiesta pasaba ni por enterada, la gente hablaba de lo suyo, sólo yo, el festejado, fui a sacarlo del apuro penosamente diciéndole: “respira, respira” y redundando algunas palmaditas en su espalda. Al poco rato este ya estaba respirando y chupando de nuevo y el director de la casa de cultura no hizo mayores aspavientos, así que me aboqué a saludar a muchos conocidos y desconocidos: “Oye, qué padre lo que dijiste”. Otra: “Hace mucho que no veo a fulano, ¿qué anda haciendo?” Otro: “¡Ya tienes chamba cabrón!” Una bola de amigos: “¡Felicidades wey!” Y más y más vértigo y vino hasta que los siete que quedábamos, como traía dinero por los libros vendidos, les dije que siguiéramos el reventón en mi casa, tres de ellos dijeron que no podían y se fueron, los otros tres, que ni los conocía y que me veían como si yo fuera de pronto Tomás Eloy Martínez, dijeron que sí, así que agarré la caja de los ejemplares y nos fuimos caminando.

Llegando a mi casa dejé los ejemplares a un lado pensando en ya basta de tanta literatura, puse un compact disc de Pearl Jam y me enteré de que la gordita con la que había estado hablando todo el camino hacia mi casa ya la conocía desde antes. “En el curso de Bukowski, ¿no te acuerdas?” Me decía con una sonrisa de admiración, como diciendo: “Eres un chingón, escribes libros.” A los otros dos los mandé por un cartón de cerveza, así que la gordita se aventuró conmigo contándome que había participado en un comercial de televisión y que estaba estudiando cine.

            —¿Y qué pasó con Bukowski? —Le dije.

            —No, Bukowski es super chingón, pero escribir es muy difícil, luego ni te publican, yo por ahí tengo dos poemas…

            Como odio que me digan ese rollo de que escribir es un suicidio (¡Como si no lo supiera uno ya bastante!) le cambié de tema.

            —Te acuerdas cuando Guillermo nos puso esa película…

            —¿Cuál?

            Sabía perfectamente qué película, más bien quería saber si íbamos a entrar en la misma sintonía la gordita y yo, me imaginaba que antes de que se fueran los tres por lo menos tal vez le podría insertar una tanda de besos.

            —Esa película, ya sabes, sobre su vida, que sucede en Los Ángeles, con éste actor, ¿cómo se llama? Y que hasta en una escena sale el mismo Bukowski. Es el mismo actor de Nueve semanas y media, que se la pasan chupando y en el inframundo y la miseria…

            La gordita nada más no captaba.

            —¡Ha sí! ¡Barfly! ¡Cómo no! Es la neta esa película.

Y otra vez me sonrió, pero como yo no quise que se viera tan obvio, le dije:

            —¿Te gusta daughter?

            —¿Qué es eso?

            —La canción que suena.

            —¡Ha sí! ¡Pearl Jam! Cómo no, son bien chidos ja —y después me sonrió de nuevo con su sonrisa obvia y yo empecé a dilucidar conmigo mismo: “Ha güevo que le robo unos besos, luego le saco el teléfono, pero la neta, está muy gordita, no me gusta tanto.”

En ese momento sonó el timbre y les fui a abrir a los dos que venían con las cervezas. Ellos ni me conocían, pero parece que se sabían el libro de memoria o por lo menos habían prestado mucha atención a los cometarios de los presentadores: “¡Claro —decía uno— No eres Gastón Bachelard Marcos, pero tu libro está bien chingón, te voy a presentar a un amigo de la revista Nexos…!”

            —No leo Nexos, es aburridísima, pero preséntamelo, haber qué sale…

            Seguía increpando al ritmo de Pearl Jam: —Por ejemplo: ¿lo de “las habitaciones internas” es idea tuya o de Bachelard?

            —Yo hice una síntesis de esa idea, porque es muy larga —respondí.

            El otro individuo bebía ahora secreteándose con la gordita mientras los dos me veían. El otro seguía cuestionándome:

            —¿Si o no quieres que te presente al de Nexos?

            —Ya te dije, preséntamelo.

            El que se había secreteado unos instantes con la gordita dijo hacia todos: —Bueno, ahora Marcos nos va a poner la canción que oye cuando está solo, la canción con la que patalea y da gritos, ja, ja, ja. —entonces me miró— ¿si o no pinche Marcos?

            —Ya no hago eso wey. (¿Los pendejos de verdad creerían que yo era Tomás Eloy Martínez y que vivía de mis libros? ¿No se habrían enterado de que su Presidente quería gravar con IVA a los libros y que en este país si uno no es Paco Ignacio Taibo II la neta, la verdad la neta no más cómo re puta madre se va a vivir de la venta de los libros  uno como autor? ¿Se les había olvidado que en la presentación se vendieron sólo 20 ejemplares? No… no se les olvidó, pensé, lo que pasa es que eso ni siquiera ellos pueden hacer, por eso se portan conmigo como bufones y la gordita…)

            —Ya en serio Marcos, ¿Qué canción pones cuando te sientes solo? —dijo la gordita cerrándome un ojo.

            —Pues déjame ver… mmm… ya sé: “Quisiera ser alcohol” de Jaguares.

            —¿Por qué no la pones? —dijo la gordita mirándome con certeza y en una pausa dijo: —o si quieres la pongo yo…

            —¡No! ¡No! ¡Claro! ¡Se las pongo! —saqué del estuche el disco, lo agité entre los dedos hasta la charola del etéreo y comenzó a sonar: “Si mis plegarias…”

            —“ESO ES TODO” —Dijeron los tres a un tiempo, y empezaron a cantar, y así como si nada terminó la canción y seguimos brindando y platicando y brindando y hablando de política y de cine y literatura y cantando, en dado momento, ya con la seguridad en la palma de la mano a excepción del momento, sabía que besaría a la gordita, lo que no sabía es que cuando estábamos bailando me dijo al oído:

            —Llévame a tu cuarto.

            Entonces como por arte del chamanismo puse mi cara más sincera: la del idiota que se volvió inteligente y la del inteligente que se volvió idiota, las dos al mismo tiempo, chamanismo puro: —¿De verdad? Dije mientras le besaba el cuello.

            La gordita fue tajante con sus jadeos: —quiero conocer tus habitaciones internas.

            Los otros dos, de borrachos parranderos, comenzaron a poner cara de espera al instante en que la gordita y yo subíamos las escaleras.

            En el pasillo la detuve, le quise meter la mano entre las piernas eh imaginé que mi mano recorrería un largo trecho hasta que la vería  asomando por su garganta saludándome, pero la gordita me detuvo.

            Entramos a mi cuarto y prendí la luz, la gordita dijo:

            —No, no quiero ver tu desmadre, ven, acá en mi bolsa traigo los condones, quítate la ropa.

Se trataba de un momento levemente solemne, tanto como cada quien asuma el sexo por supuesto; una ocasión leí en La Jornada que Agustín Pinchetti dijo que aproximadamente 400, 000 parejas hacen el amor diariamente en la ciudad de México.

            —¿No quieres oír música? —Le dije e inmediatamente prendí la luz para ver un instante desnudo a ese cuerpo gordito-de-la-gordita que se espantó con la luz y entonces, respetándola, la apagué, pero con ese maldito morbo masculino de pensar “ya sé cómo son tus tetas”.

            —¿Te pongo el condón?— Me dijo.

            La dejé que pensara en la oscuridad, yo parado frente a ella, con mi falo a unos escasos treinta centímetros de su cara.

            —Ja, ja, ja. —Soy muy mala para eso— dijo.

            —Quiero que seamos felices —reclamé.

            —Bueno, conste.

            Desafortunadamente no pude pensar en nada, no podría describir aquella sensación como una fructífera sensación de placer: todo oscuro, ella moviéndose, yo pensando en la última vez que me había masturbado y joder! Era mi día! Así lo había dicho el director de la Casa de la cultura, pero con el exceso de los tragos, el tener que quedar como un intelectual que se sabe al dedillo la obra de Gastón Bachelard, Cortázar y versiones y diversiones sobre poesía y filosofía, yo sentía que era mi día, claro, en los labios de esta gordita acariciándome, recorriendo mi miembro y dejándome a solas con la conciencia alta, lo que pasa es que a veces uno no se da cuenta de que a veces también lo bueno le toca a uno…

Después de un rato, me acosté encima de ella, con el condón puesto, pero de pronto dijo: —Híjole cabrón, ¿te acordarás de mi?

—¿Quieres que prenda la luz? —Contesté.

            —No bueno, tú síguele, busca, …—la penetré— ahí… ahí… ¿te gusta? ¿dime, te gusta?

            —Sí, claro.

            Así estuvimos dándole como cerca de 15 minutos, porque ya sé que con el alcohol me cuesta trabajo venirme, y cuando me vine, la gordita me abrazó y sentí su cariño, de cierta forma incómodo, de cierta forma imprevisto, de cierta forma quizá olvidable, quizá…

            —Ya vístete

            —¿No quieres tus condones? ¿Quién se los queda?

            —¿Porqué hablas en voz tan baja?

            —Al cuarto de al lado está mi madre.

            —Ah! ¡Yo! ¡Yo me los llevo! Sí, sí, bajo la voz…

            Bajamos las escaleras y los que esperaban platicaban. Me imaginé que sobre mi nuevo futuro en la revista Nexos y tal cual, porque uno me dijo:

            —Sí te voy a dejar el teléfono del de Nexos.

            —Órale, déjamelo, ¿qué? ¿ya se van? ¿Por qué no se quedan? Han de ser como las cuatro de la mañana.

            —Ya nos vamos— dijo risueñamente la gordita dando un último trago de cerveza.

* * *

Como el cuento es cuento de nunca acabar, resulta que a la mañana siguiente también hay cuento. En el cuento de la mañana siguiente, después de la noche desaforada de la otra parte del cuento, me levanté con alucinaciones alcohólicas de esas que no se le suelen recomendar ni a los enemigos. Como a las 2 de la tarde entré en completa razón y decidí marcar el número de la persona que me había dejado el tipo, es decir, el teléfono del personaje que trabajaba en Nexos, la revista.

Marqué

Todavía me duele la cabeza,

(reponte)

(sal del hoyo)

(ya está)

—¿Diga?

—Sí bueno? Me puede comunicar con Fulano de tal, hablo de parte de fulano a secas, bueno, no sé cómo lo tome usted señor, pero yo soy escritor ya no tan principiante y quisiera ver si con usted puedo platicar sobre la posibilidad de trabajar para Nexos.

—Si, ejem, ese soy yo, ¿fulano le dijo que yo trabajaba ahí?

—Sí.

—Pues sí, pero mire, eso fue hace muchos meses, ahora ya no tengo nada qué ver con el gremio editorial, no sé en qué pueda ayudarle.

—Ha, pues si es así, discúlpeme y hasta luego.

—No tenga porqué.

—CLIC.

—CLIC.

Miro el cielo por mi ventana, pero no tengo por qué verlo tan gris.

 

 

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