domingo, 2 de febrero de 2020

TE DAS CUENTA QUE NO PUEDES DEJAR DE INTENTARLO NUNCA.

POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

Tengo entre mis libros uno llamado La ronda de las generaciones, de Luis Gonzáles, que pudiera servir para esta pequeña indagación, pero lo primero que me ha despertado la inquietud de este tema —los temas no se agotan, se agotan los autores—, como dice mi amigo traductor y poeta José Vicente Anaya, es el todavía poco lejano artículo de Carlos Monsiváis donde hace una aproximación a Alejandro Lora, El TRÍ y los chavos que acuden al tianguis del Chopo en la ciudad de México. “Es el mito del reventón interminable”, una sagaz idea de Monsi, por lo cual quiero acercarme al tema de las generaciones y principalmente la mía, más allá de parámetros literarios que, aunque son los que más me importan, pretendo también echar mano de ejemplos de la llamada “generación X”, los nacidos en la década de los setenta del XX, como es sabido, estamos apadrinados así gracias al oportunista novelista gringo Douglas Copland, que después hasta se atrevió a sacar un libro cuyo título fue algo como: “Planeta Shampoo”, la verdad, esta veta inexplorada de la apología de lo trivial, abre hacia el futuro títulos de libros que serán best-sellers en México, que no podrían ser de otro modo sino como: “La era o Lola era garrotera”, “Lolo sale del taxi y come un taco” “Viene, viene viene quebrándose… ahí está, listo jefe”. o cosas parecidas.  Ojalá los escritores venideros que serán noticia dentro de 25 años, tengan como tutores a los mejores de los que ahora nos debatimos en el juego interminable por sobresalir, en aspectos profesionales y personales, que si no van juntos, simplemente no van.
            Es porque en parte, el mito del reventón interminable, como dice Monsiváis, alude también al mito del eterno goce de los sentidos, y que sin duda, son o han sido parte de mi generación, cito de memoria: “los jóvenes que acuden al tianguis del Chopo no tienen trabajo, sus demandas no serán escuchadas, entre la cerveza, el speed metal, las drogas fuertes, la vestimenta extravagante y la nula participación política, ¿qué quedará de ellos? No lo sé, pero mientras tanto, que hagan lo que quieran con su horrible aspecto.”
            Las generaciones, como el conocimiento abstracto, las modas y la política, avanzan, crecen y mueren. Cada generación vuelve a las preguntas eternas: “¿qué somos? ¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos?” De sus respuestas va a depender la economía, la literatura, la prosperidad, y así sucesivamente, así que esperemos que, por lo menos, las siguientes generaciones no vean los libros como una excentricidad. Aristóteles, como en muchos otros casos, tenía razón en esto: el hombre esencialmente hay que comprenderlo como ser activo. El hombre es lo que hace y se hace en la actividad, la actividad lo inventa, pero lo inventa para que siga perseverando en permanecer en su ser, como diría el sistemático Spinoza. El librito Invitación a la ética de Fernando Savater explora estos temas de manera clara y profunda, y por supuesto es mejor que leerle su Política para Amador o su Ética para Amador, que son libros buenos, pero están saturados de algo así como elementalidad, mejor dicho: demasiado perogrullescos. Invitación a la ética es el primer Savater que leí y releí a profundidad, es decir, con atención, pero ya estoy dislocando el tema. ¿Será porque el tema es X?
Si sucede como preveo que hacia donde avanza la globalización y todo lo que ella nos trae como consecuencias, simplemente la clase media social dejará de existir: será todavía más pulverizada y a cambio, seremos más pobres, más militarmente saturados de noticias y más pluriculturales; una masa de hechos nos invade diariamente por los medios de comunicación y dicha masa va hacia ninguna parte, nuestros conceptos y categorías para entender el mundo contemporáneo son obsoletas y casi nadie acepta el desafío de la comprensión pues cae en la marginalidad, (con honrosas excepciones críticas como Adolfo Sánchez Vásquez), pero la hegemonía estadounidense tardará  en caer y si su caída ya comenzó con el 11 de septiembre y la locura que se desató y en cierto sentido otorgó la única directriz política de la administración de Bush, esa de la “guerra contra el terrorismo” que en realidad es una guerra surgida de la paranoia de no comprender la sana diversidad de las culturas del mundo, será la caída de un imperio —el más grande que ha existido en la Historia—, pero su caída será interminable también, quizá porque  los aspectos más oscuros de Estados Unidos, que sin duda en su corta historia han sido una gran nación en cultura: desde los poetas Whitman y Thoreau del XIX, sus grandes deportistas olímpicos en todo el XX y su inmensa literatura hecha tanto por hombres como por mujeres (desde Faulkner a Toni Morrison o Paul Auster), dichos problemas o sectores oscuros como son el racismo, la ignorancia, la violencia y una praxis demasiado práctica en política que se traduce en vacío y miseria de la política (la política vista como botín o sencillamente como hueso), el vacío en la interlocución del jefe al empleado, del político a su pueblo y de sus íconos pop a sus fans, harán del siglo XXI un siglo de fantasmas, el drama de la Historia no ha concluido, Irak sigue ardiendo, en Madrid hoy en día hay odio y muerte: estamos ante la miseria de la autoritarismo político frente a los anhelos de libertad en todo el mundo. Más aún, porque es  la noción misma de progreso la que está en crisis y como nuestro mayor escritor vivo, Carlos Fuentes, podemos preguntarnos: ¿Es tolerable un mundo en el que en Europa se gasta en helados la misma cantidad que podría poner en Latinoamérica a cada niño frente a un pizarrón y con un maestro que enseñe matemáticas?. El gran poeta estadounidense Jerome Rothemberg, que ha batido a contra corriente de la campaña de desinformación que circula al interior de los E.U., tuvo la lucidez de comprender, en el ámbito poético, al igual que Lee Kyong Hae, el japonés que se quitó la vida en la  cumbre de la OMC en Cancún a modo de terrible protesta en octubre de 2003, que la lucha no es de tal o cual mercado por otro, sino una lucha entre la vida y la muerte. Rothemberg habla así en este poema que decidí que tenía que ser la despedida o la conclusión de mi primer libro:

Mientras el siglo veinte se esfuma
El diecinueve comienza
Otra vez
Como si nada hubiera sucedido
Aunque aquellos que lo vivieron pensaron
Que todo estaba sucediendo
Lo suficiente como para nombrar un mundo y un tiempo
Para tenerlos en tu mano
Ilimitados
El último engaño
Como la perfecta máscara de la muerte.

O sea que el eterno retorno nietzscheano, para la globalización y su fábrica de mediocres y desempleo si regresa, pero regresa sólo cada vez que lo invocamos y utilizamos nuestras energías tanto para el trabajo práctico como para la labor del pensamiento, o en otras palabras,  la sobre saturación y la vertiginosidad con la cuál  ocurrieron todo tipo de hechos en la política, el arte, la cultura y la ciencia durante el XX, su devenir más idóneo sería para el XXI un reciclaje que obligara a la cultura hegemónica a asimilar las particularidades de las demás culturas, (¿Todavía se supone que los gringos son el ejemplo a seguir por los demás países?) cuando la cultura es desde lo que vestimos hasta lo que intelectualmente digerimos y asimilamos como propio, pero lo que se está pensando desde las altas esferas del poder en Estados Unidos no es eso precisamente ni mucho menos. En el rubro de la cultura específicamente, he asistido a foros en la ciudad de México donde cineastas y dramaturgos canadienses tanto mexicanos, como el brillante dramaturgo ahora fallecido Víctor Hugo Rascón Banda, han insistido en una nueva legislación en términos de los derechos de autor y las ganancias que provienen de los productos culturales. La argumentación principal de estos creadores es abiertamente incluyente, un auténtico comercio e intercambio de la cultura canadiense y la mexicana, pero tanto ellos como los representantes mexicanos insisten en que los E.U. no sólo invadan nuestro mercado con sus productos cinematográficos, por ejemplo, y si bien la palabra “competición” en todos los rubros del TLC sale sobrando, cuando se lee en el trabajo de José Luis Calva Efectos de un TLC en el campo mexicano, que simplemente por cada tractor en nuestro campo existen mil en los Estados Unidos, nosotros, la generación X, podemos decir sin derrotismo o pesimismo, como el mismo Geney Beltrán Félix lo ha dicho o la poeta jalapeña multipremiada Estrella del Valle, que el valor del texto literario, cumple su función para transformar la realidad inmediata, para volver universal lo particular, para no hablar en términos de política estricta sino de ideales de convivencia, y en ese terreno es en el que es más plausible —tal vez desgraciadamente— la incorporación del discurso zapatista en la política mexicana. Toda vez que a partir de las múltiples lecturas de cualquier texto determinado (parafraseando a Harold Bloom podemos decir que sería realmente estúpido leer por ejemplo, La broma de Milan Kundera sin exigirle al autor una poética donde convergen los aspectos esenciales del ser humano), nos es posible imaginar un mundo mejor y como se sabe, la imaginación bien dirigida es el primer paso para la acción, donde convergen la praxis y la poiesis aristotélica. Amén.



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