CUANDO EL VINO ERA UNA LEYENDA
Al Doctor en
letras Eduardo Casar,
esa palabra…
premio Sor Juana
Marcho
en un oscuro tren
donde
oigo golpear a mis costados
al infatigable bramido de los
años
carcomidos y rancios,
como fantasmas de la frialdad
de la niebla
y su reverso: el fuego del
deseo.
El deseo es un pájaro herido
que escapa de su jaula
y vuela por el mundo hasta
que es sumergido
en unos labios que sonríen y
recuerdan lo que tú, o yo,
o cualquiera, puede ser en la
contradicción
que singulariza y que otorga el
matiz,
la llaga certera donde uno parte y
busca su madera propia.
Pero nosotros vamos en este
tren y ya es tarde.
El pájaro vuela y escapa de
aquí, se marcha
a cualquier parte, sólo
depositará sus plumas
en la retrospectiva de la
nostalgia insoportable.
En el beso que yo esperaba la
semana pasada,
para que este mundo fuera menos
grotesco
simplemente por una mujer desconocida,
que pasó rozando mi existencia y
liquidó mi propia mitología,
pero yo encontré una nueva a la
vuelta de la esquina.
Marcho en este oscuro tren y
ya es de noche, la poesía
golpea las puertas cuando
todavía no hay nadie, no obstante,
ese niño que duerme en mi memoria
la escribirá algún día,
llegará a ser capaz del poema.
Trepará a un árbol jugando a
ver más allá del horizonte
y sentirá en medio del áspero
tronco la sensación
de falta de firmeza, de niñez
cobarde.
Pero el pájaro ahí va con él
y no ha escapado.
¿Quién no lo recuerda algunas
veces?
Aquellas tardes infantiles y
eternas,
cuando el alma tenía esos colmillos
de azúcar,
cuando la sombra daba una
media vuelta en la nuca y se iba,
cuando una toronja sabía a aguardiente,
y cuando el vino era una
leyenda.
¡Salud! Amigos fraternos,
déjenme escalar por su árbol
y que no me venza la torpeza
de una prosa mal entendida,
que tenga la frente limpia y
pueda llegar hasta el fruto del árbol
para que al fin, el pájaro
pueda volar,
y una mujer, a lo lejos, me
sonría caminando su propia vida.
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