lunes, 27 de marzo de 2017

A MANERA DEL SEGUNDO..



CUANDO EL VINO ERA UNA LEYENDA
Al Doctor en letras Eduardo Casar,
esa palabra… premio Sor Juana

                   Marcho en un oscuro tren
                   donde oigo golpear a mis costados
                   al infatigable bramido de los años
                   carcomidos y rancios,
                   como fantasmas de la frialdad de la niebla
                   y su reverso: el fuego del deseo.
                   El deseo es un pájaro herido que escapa de su jaula
                   y vuela por el mundo hasta que es sumergido
en unos labios que sonríen y recuerdan lo que tú, o yo,
o cualquiera, puede ser en la contradicción
que singulariza y que otorga el matiz,
la llaga certera donde uno parte y busca su madera propia.
                   Pero nosotros vamos en este tren y ya es tarde.
                   El pájaro vuela y escapa de aquí, se marcha
                   a cualquier parte, sólo depositará sus plumas
                   en la retrospectiva de la nostalgia insoportable.
                   En el beso que yo esperaba la semana pasada,
para que este mundo fuera menos grotesco
simplemente por una mujer desconocida,
que pasó rozando mi existencia y liquidó mi propia mitología,
pero yo encontré una nueva a la vuelta de la esquina.
                   Marcho en este oscuro tren y ya es de noche, la poesía
                   golpea las puertas cuando todavía no hay nadie, no obstante,
ese niño que duerme en mi memoria la escribirá  algún día,
llegará a ser capaz del poema.
                   Trepará a un árbol jugando a ver más allá del horizonte
                   y sentirá en medio del áspero tronco la sensación
                   de falta de firmeza, de niñez cobarde.
                   Pero el pájaro ahí va con él y no ha escapado.
                   ¿Quién no lo recuerda algunas veces?
                   Aquellas tardes infantiles y eternas,
cuando el alma tenía esos colmillos de azúcar,
                   cuando la sombra daba una media vuelta en la nuca y se iba,
                   cuando una toronja sabía a aguardiente,
                   y cuando el vino era una leyenda.
                   ¡Salud! Amigos fraternos, déjenme escalar por su árbol
                   y que no me venza la torpeza de una prosa mal entendida,
                   que tenga la frente limpia y pueda llegar hasta el fruto del árbol
                   para que al fin, el pájaro pueda volar,
                   y una mujer, a lo lejos, me sonría caminando su propia vida.

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