sábado, 12 de noviembre de 2011

UNA TARDE DE CLASE CON EL PROFESOR X

A GABRIEL MICHEL

— ¿Es cognoscible el universo? Y, de no ser así, ¿cómo podemos saberlo?— preguntó el maestro de filosofía a sus alumnos de primer año.



Con rapidez, una mano desde atrás del salón se alzó esperando que el maestro la observara. El profesor x dejó el gis sobre la cornisa del pizarrón, se acomodó sus gafas de montura negra brillosa y preguntó:


— ¿Si?


— Es una ambigüedad maestro —respondió el primer avezado— ¿en primer lugar qué es lo que usted entiende por la palabra cognoscible, aparte, por supuesto, de todo aquello que se puede conocer? Todo aquello que existe es cognoscible por el ser humano; si el universo existe, ergo, el universo es cognoscible.


Otra mano, cercana a la del primer compañero que había participado, se levantó. El profesor x, que por primera vez se enfrentaba con este grupo y por tanto todavía no retenía los nombres de la lista de educandos que había hojeado mientras tomaba un café americano aguado en una de las mesas de la cafetería del campus, solo se limitó a decir:


— ¿Si? Por favor, compañero.


—Me parece —dijo el alumno— que la frase encierra de antemano cierta ironía... si en todo caso llegáramos tristemente a concluir la incognoscibilidad del universo, dado este encuentro de palabras, nos quedaríamos sencillamente cruzados de brazos: “muy bien, el universo es incognoscible, ya no podemos hacer nada” ¿Me entiende usted profesor?


Otra mano, ubicada en la primera fila de asientos del apretado salón se levantó, pero antes de seguir escuchando los comentarios de los alumnos el profesor x decidió hacer una pausa; sonrió, se acomodó de nuevo los lentes pensando que tal vez necesitaban un ligero ajuste en alguno de los tornillos y dijo:


“Muy bien, muy bien, me alegra que todos estén interesados en participar... —se aclaró la garganta y continuó dando de sí— aclaremos un poco la cosa, primero, para que yo no pase ante sus ojos como un profesor recién titulado con tintes provocadores que tiene que llenar los cuarenta y cinco minutos de clase... esta pregunta con la que acabo de iniciar, siento decirles aunque a algunos de ustedes les pese, no es un mero pasatiempo basado en insulsas retóricas, no... lo que sucede, es que en el departamento de filosofía de la universidad hemos advertido que nosotros los profesores, nos hemos limitado hasta ahora, en las clases de filosofía, a dar un simple repaso, profundo si les parece, o superficial o apresurado o como gusten, pero finalmente un mero recuento de lo que a nuestro juicio, han sido los momentos históricos más significativos o representativos de la materia que nos ocupa... con no poco asombro hemos descubierto también que la mayoría de los alumnos terminan el semestre conociendo un montón de datos, fechas históricas o grandes citas, que en la mayoría de los casos no les sirven para mayor cosa... Uno de los filósofos que estudiaremos durante esta clase, el muy ilustre Emmanuel Kant dijo: “El hombre no puede aprender filosofía; puede únicamente aprender a filosofar.” La frase, si ustedes lo quieren, puede ser discutible, pero es esencialmente profunda, ya que muestra que la filosofía no es algo ya hecho, que la filosofía no es una meta, es decir, que no son los libros, no son los conocimientos ya logrados dentro de una área específica de conocimientos a la cual pudiéramos ir haciendo nuestra hasta lograr, tener sobre ella cierto dominio. Ninguna filosofía es la Verdad con mayúscula, sino el camino interminable hacia ella, y ningún filósofo tampoco tiene la Verdad, sin embargo, como tal se dirige y se orienta gracias a ella. Por eso, como principio he decidido mencionarles esta frase y me ha interesado escuchar sus opiniones, porque si nos guiamos por esta otra frase de Kant y descubrimos que el hombre sólo puede aprender a filosofar y no filosofía como tal, a mí como profesor me interesa mucho más que ustedes aprendan a filosofar en vez de que se ataranten la cabeza si yo se las llenara de datos, fechas y frases célebres... Por eso la pregunta se mantiene: ¿Es cognoscible el universo? Y de no ser así, ¿cómo podemos saberlo? Es decir, filosóficamente ¿podemos atrapar al universo y toda su comprensión en una gran teoría cosmológica? ¿Por dónde podríamos empezar? ¿hay alguien por ahí?”


Las manos en el salón, aunque con más lentitud, volvieron a levantarse. El profesor x sonrió, miró su reloj y descubrió que ya se le acababa el tiempo de la clase para los demás asuntos que faltaban por enunciar, así que alzó la voz entre el barullo que crecía dentro del salón para llamar de nuevo la atención y se dispuso a dictarles a los alumnos una serie de títulos de libros que tendrían que comprar o de cualquier modo, consultar en la biblioteca de la facultad. Les dictó también los objetivos de la primera unidad de estudio y para concluir dijo: “esto ha sido todo por hoy, muchas gracias por su atención, para la próxima clase, de tarea, cada quien va a traer lo que considere que puede ser un problema filosófico... quiero que lo piensen muy bien para que lo desarrollemos en clase.”


Los alumnos salieron del aula, unos lentamente, otros apresuradamente. El profesor x acomodó algunos papeles dentro de su portafolios y fue el último en salir del salón. Con paso ágil y apresurado enfiló por uno de los largos pasillos de concreto que dirigían a la salida de la facultad, que estaba rodeada por grandes prados hermosos, que en ese momento eran rociados por las mangueras y que por un instante estuvieron a punto de mojarlo, tuvo que dar un pequeño brinquito y desde luego las gafas se le resbalaron de nuevo por la nariz y estuvieron a punto de caérsele al suelo. Pensó que arreglar esos lentes era una de sus más inmediatas prioridades.


En ese momento sintió un dedo que le picaba el hombro, era uno de los alumnos que habían recibido su última clase y que por sus palabras y gestos se veía muy motivado: “Oiga profesor, discúlpeme que lo interrumpa, pero déjeme decirle que su clase me gustó mucho... ha sido la mejor clase de todo el día, usted con su sola presencia y sus palabras logró que todos le pusiéramos la mayor atención, ahorita de seguro todos se han de estar haciendo bolas la cabeza con la tarea que usted dejó para la próxima clase...”


El profesor x sonrió y dijo: “pues claro, de eso se trata, a mí no me interesa que vean la filosofía como un montón de libros incomprensibles, sino como un modo de ver la vida, como formas de interpretarla.”


El alumno se apresuró a decir: “Pues mire maestro, inmediatamente que usted dijo cual iba a ser la tarea a mi se me ocurrió una idea y se la quiero comentar... a propósito de su frase “¿es cognoscible el universo?” se me ocurrió que podríamos empezar como lo hizo el filósofo Descartes, que comenzó por dudar de todo, hasta que se dio cuenta de que sólo podía estar cierto de algo, de que estaba dudando y así descubrió que por lo menos podía estar seguro de que si dudaba estaba pensando y así estableció su famoso: “pienso, luego soy”. Del mismo modo nosotros podríamos empezar por dudar de todos los conocimientos científicos, hasta descubrir una base de la cual no pudiéramos dudar y comenzar a trabajarla desde el punto de vista filosófico, ¿no cree usted profesor?”


El profesor x se dio cuenta que el alumno estaba tratando de impresionarlo con sus conocimientos previos de filosofía y que para completar su idea, de última hora se le había ocurrido eso de que “podríamos dudar de los conocimientos científicos” y fue ahí donde lo atacó: “mira, desgraciadamente los conocimientos científicos están claramente definidos, sistematizados y comprobados, si no, no existiría la ciencia; respecto a lo que yo dije: ¿es cognoscible el universo? y de no ser así ¿cómo podríamos saberlo? desgraciadamente el universo es mucho más grande de lo que tú en tu vida entera podrías llegar jamás a imaginar, y la filosofía no empieza jamás por una cosmología, sino por otras cosas que ya veremos en clase. Además, ¿qué importa si el universo se expande o se contrae? Creo que a mi esposa, que se dedica al negocio de las agencias de viaje, le importaría mucho más el asunto.”


El profesor x terminó de decir estas palabras y con una sonrisa le cerró un ojo al alumno, que se quedó desconcertado. Siguió su camino por el pasillo de concreto y se acordó de nuevo del problema de los lentes. Detuvo su paso y se los quitó para examinarlos frente a la altura de los ojos y observó que efectivamente no sólo uno de los tornillos estaba flojo, sino que el plástico de una de las patas estaba roto cerca de de la montura. “Así que eso es” murmuró, pero lo olvidó momentáneamente por el aire lento que soplaba; su mirada cambió de dirección y se dirigió hacia el cielo, “hacia esas praderas del espacio donde se intersectan la cognoscibilidad del hombre y los abismos de lo desconocido, hacia allá donde brillan las estrellas, de las cuales venimos y eventualmente tendremos que volver.” Se quedó unos instantes reflexionando en estas palabras, sonrió de nuevo ya que le pareció que aún no perdía su espontaneidad poética. Después continuó su camino.

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