miércoles, 3 de agosto de 2011

El Torturador: ¿víctima del sistema o la maldad personificada? Entrevista a Saúl Ibargoyen

Alejandra Silva Lomelí

EL SOL DE MÉXICO.


Saúl Ibargoyen ha publicado recientemente El Torturador, una novela con un tema político que refleja audaces y pertinentes innovaciones lingüísticas y narrativas. Ha sido publicada por Ediciones Eón, que ya tiene varios volúmenes de narrativa, poesía y testimonio de este mismo autor uruguayo/mexicano. Con tal motivo realizamos a Ibargoyen una entrevista, para aproximar al lector a una propuesta novelística sin duda infrecuente en nuestras letras.


El personaje principal de tu novela, Escipión Carrasco, es un incompleto de sí mismo, según tu misma definición. Carece de todo, incluso de una identidad inicial. Él tiene que forjarla solo, y en gran parte lo hace a través de sus sueños, que son catárticos y reveladores. ¿Nos puedes hablar sobre lo onírico en tu novela? ¿Cómo forman la personalidad de Escipión?


Los sueños son viejo asunto en todas las culturas. Basta recordar el Poema de Gilgamesh. En cuanto a Escipión, ese ámbito pesadillesco que lo acosa tiene origen, sin duda, en las más que penosas experiencias de vida. En él hay un torturador activo hacia los otros y uno físicamente pasivo hacia sí mismo. Esas pesadillas, producto de lo cotidiano y de la ausencia materna, a más de las carencias de la pobreza, generan más pesadillas que, de algún modo, se trasladan a la brutal vigilia que el personaje habita. Su propia imaginación puede ser interpretada como un mal sueño permanente. Escipión, en parte, es resultado de esos revoltijos oníricos...


En alguna ocasión dijiste que la escritura es para ti una forma de autoterapia psicoanalítica. ¿El proceso de creación de El Torturador tuvo ese mismo papel? ¿Cómo impacta tu vida, o viceversa?


Es así, tal vez porque al pasar por terapias de ese tipo más de una vez, uno descubre zonas de la personalidad que llegan a asombrarnos. Y, en cuanto a la literatura creativa, se aprende a soltar el inconsciente, aunque no al modo del surrealismo inicial. Esa apertura debe tener, en mí, una particular motivación, un estímulo que golpee o roce lo anímico profundo. Con esta novela esos estímulos sólo habían sido expresados de manera limitada, en cuentos, novelas, poemas y testimonios de épocas diferentes. El sufrimiento colectivo producido por la represión en muchas de sus sucias manifestaciones, en el Cono Sur y en Mesoamérica, a más de vivencias personales, me condujo compulsivamente a la escritura de este relato, al que se agregan elementos literarios conocidos (Levy, Fusik..., etc.). En verdad, como sucede habitualmente, uno no sabe cuántas manos escriben lo que uno escribe.

Hay un pasaje de la novela en el que utilizas tu libro Sangre en el sur como un documento ficticio, que llega a las manos de un personaje de apellido Morongo. Éste se da cuenta de que ese libro es un tipo de documento de ciencia ficción (por narrar sucesos del futuro) y lo define como un borrador de la historia futura. ¿El Torturador se convierte, a su vez, en un borrador de nuestra historia real, al recrear un Estado represivo y políticamente desmoronado?


Algo así. Lo que pasa es que Morongo, secretario de un dictador, percibe que él no aparece en ese borrador, o sea que la narración histórica es imperfecta. Esa ausencia de protagonismo, ese no existir en el futuro, le causará depresión y ruina completa. O sea, aquí se da una ficción dentro de otra, pero ambas sólo pueden ser validadas o no por la ficción misma, no por la realidad histórico-social en que el autor las ubica.


A lo largo de la novela nos encontramos con frases y pasajes que reflejan al poeta que eres. Hay una frase en especial que quisiera que nos comentaras: “Que sepamos, nuestra primera sombra nos aguarda siempre debajo de la piel de la última”.

Esta línea, que puede ser también una especie de aforismo, hace referencia a que nuestro lugar en estas dimensiones del mundo nunca es ubicable. Tal vez sólo podamos medirlo en función del estado de impermanencia (añeja idea) que involucra la totalidad de las cosas.
Pero ¿quién mide al que mide? Y la sombra es asimismo una cosa, un objeto físico capaz, quizá, de acumularse en capas incontables de acuerdo con nuestras acciones de cada día. Y hay muchas sombras... Quizá la sombra tenga olor, o esté compuesta por moléculas insólitas. Es un campo para la reflexión poética y vivencial.

Cuando El Torturador, mejor conocido como Escipión Carrasco o el agente SSS007, es juzgado por sus actos, un personaje se pregunta si deberían tomarlo como una víctima de las carencias y frustraciones, o si es un vil torturador por cuenta propia. En otras palabras, si es un producto del sistema o si la maldad había nacido con él. ¿Cuál es tu veredicto al respecto?


No me corresponde ser juez, tampoco fiscal, tampoco abogado defensor, tampoco testigo. Mi sistema ético es distinto. Podríamos discutir esas dos posibilidades, pero pensar que el Mal con mayúscula existe como algo inmanente, que es consustancial a la especie humana, es más de objetable. Somos resultado de muchos efectos, de muchos karmas históricamente conjugados, somos también resultado de lo que aún no ha sucedido. Ni buenos ni malos, todo dentro la impermanente relatividad de lo humano concreto. El capitalismo salvaje actual se esfuerza por introducir en millones de mentes una concepción superindividualista y perversa, al igual que una "teorización" que apunta no sólo al presunto fin de la Historia, sino a una aceptación de lo peor de la maldad como algo inevitable y que, en definitiva, justifica los más espantosos crímenes contra nuestra especie y todas las especies. Hasta hay ciertas tradiciones de brutalidad que por inercia abonan esta "tesis". Escipión es víctima y victimario, un ser humano cismático. La negación de la armonía que la humanidad no deja de soñar ni de buscar.
Por último, dedicas tu novela a “Wilbur y Ben, hijos del horror y el desencanto”. ¿Nos puedes hablar sobre esta dedicatoria?


Se trata de dos personajes relevantes en la obra de Lovecraft y Doris Lessing, que a su vez derivan de lejanos arquetipos relacionados con los grandes héroes o los grandes monstruos de diversas culturas. Seres que nacen adultos o casi adultos y que cumplen acciones ajenas a la espiritualidad o el pensamiento. Fuerzas primarias encarnadas y que de cierta manera parecen conectarse a nosotros más allá de las épocas. Más cerca del cerebro reptílico que del córtex. Pero de esas fuerzas salieron sin duda ondas de energía que ayudaron a la escritura de la novela.

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