sábado, 4 de junio de 2011

A VER.. QUIERO VER EL NOMBRE DEL QUE LE DIGA TRAIDOR A ÉSTE CUENTO, HA MEN? QUIERO VER... YO SÍ LO QUIERO VER: AHÍ TE VA: "LOS PRESOS"

L O S  P R E S O S.
Por Marcos García Caballero

A Joaquín Castro.
Para estar boca arriba en el camastro de la celda, Martín giró la espalda y tomó su plato del suelo. Había dormido durante todo el medio día y la tarde a pierna suelta, soñando que manejaba su Ford por la recta de una carretera junto a su guapa ex mujer, y que habían especulado con interés y todavía con gran pasión entre los dos, sobre cuál sería la causa de que las montañas a lo lejos tomaran un pigmento azuloso o francamente gris, incluso un poco más gris que el patio de la cárcel que, solamente por algo ambiguo que podríamos llamar “suerte”, hoy no había tenido el infortunio ni la rutina odiosa de contemplar.

El día anterior, del que ahora sólo se asomaba el cansancio aún a pesar del sueño, había trabajado sus ocho horas obligatorias en los talleres del presidio haciendo tornillos y sus compañeros, la mayoría desconocidos de los que no le importaba ni sus nombres ni sus motivos de reclusión, al saber la noticia, se habían despedido de él mostrándole una solidaridad sobre la que no deseaba cuestionarse si era efectivamente sincera o sólo un modo de mostrarla solemnemente en ocasiones como ésta; tal vez él hubiera actuado de la misma manera y no le habría importado nada, de hecho la noticia lo había hecho verse a sí mismo como si fuera otra persona, con una suerte menos irrevocable, menos inmediata, cuestión muy difícil de imaginar en otras circunstancias, pero que era el comienzo de lo que no había asimilado totalmente, pues verse como otro, soñar que otro es el que correrá con esa suerte, es lo que indudablemente al principio, elabora en soledad el condenado a la silla eléctrica.

Si no hubiera sido por el hambre, no se hubiera despertado del camastro y habría dejado pasar el tiempo hasta que se apagara la luz de las celdas y vinieran a buscarlo, pero recapacitó y se dijo que comer un plato de frijoles alumbrado por luz eléctrica era mejor a aceptar llanamente la muerte y seguir durmiendo tan tranquilo como si nada fuera a ocurrirle. Se sentó sobre el catre, notando inmediatamente el cambio de temperatura de su cuerpo y recordó la dulzura de su madre, a la que imaginó bajo la luz que se estampaba sobre la pared que lo dividía de la celda contigua. La imagen estaba ahí y se esforzó por no olvidarla, aunque por momentos se convertía en la del sueño, la de su ex esposa mirando a lo lejos las montañas azules y hablándole con el tono que suelen hablar los recuerdos felices de hace muchos años, en caso de que los haya.

Al escuchar el sonido de la cuchara raspando el plato, Saúl entendió que su vecino de celda había despertado y, a pesar de que el tema había sido motivo de muchas pláticas anteriores, sintió deseos de hablar con su amigo por última vez y, mediante un susurro que en realidad deseaba gritar, preguntó con vergüenza:

—¿Martín?

Aquél seguía comiendo y contemplando la imagen de su madre y su ex esposa subida en el Ford alejándose por la carretera, hasta que en sus muelas empapadas de caldo frío descubrió con dolor una piedra insignificante. Con una sonrisa miró al vacío y dijo:

—¿Qué quieres?

A Saúl se le iluminó el rostro al escuchar las palabras de Martín. Se arrastró por el piso hasta la pared que separaba las celdas y pegó su cara en los barrotes. Abrió la boca pero se dio cuenta que francamente, no tenía nada que decir y trató de disculparse diciendo después de aquél silencio:

—Martín, oye, mira amigo, lo siento, de verdad...

Martín oyó ese farfullar de palabras de poco peso mirando su plato de frijoles y con cierto hartazgo, sólo atinó a decir:

—A ver, ¿qué cosa?

—Bueno, ya sabes, este... sólo quería decirte... ¡sólo quería decirte lo que ya sabes! No sé qué decir a parte de todo lo que ya hemos hablado.

Saúl sacó la mano por entre los barrotes y dijo en ese mismo balbuceante tono:

—Dame la mano, amigo.

Martín vio la mano, se bajó de la cama y se acercó a gatas a la pared que los dividía donde podía tomar la mano temblorosa que se le ofrecía, estuvo a punto de soltar el plato de frijoles pero dijo:

—Mira, ¡qué bueno que me das la mano! ¡En este momento necesito una mano, alguien a quien darle algo como recuerdo de mi vida, algo que haga que nadie en este pinche mundo me olvide! Déjame darte este regalo...

Del otro lado de la celda, Saúl puso cara de extrañamiento, se le arrugó la piel en medio de las cejas, dobló las piernas cruzándolas una sobre la otra y tomó el regalo que le daba Martín. Regresó su mano y adentro de su celda abrió el puño, donde descubrió la piedra que Martín había encontrado en el plato de frijoles. Escuchó que éste soltaba una risita y dijo:

—Pinche Martín...

—Bueno —aseguró Martín—, es la hora de la verdad ¿no?

Del otro lado de la pared no se escuchó voz alguna y Martín de pronto se sumió en la tristeza, porque de verdad era triste el silencio antes de la muerte, era como un estúpido presagio que no trae ya nada más que la pesadez y el fracaso de la ilusión humana. Se puso el plato de frijoles entre las piernas y dijo:

—Saúl, hermano del alma, mi único amigo desde mi llegada a este asqueroso lugar, antes de que vengan por mí y me veas partir tenemos que rematar... (se arrepintió de esta palabra y dijo riendo): bueno, olvídalo, tenemos que jugar la última partida, la partida definitiva... y si quieres mientras tanto platicamos de lo que quieras.

Saúl sabía perfectamente a lo que se refería Martín y se emocionó mientras corría por su descuidado lápiz con el que algunas veces se entretenía haciendo dibujos. Puso la punta sobre el suelo y dijo con orgullo:

—Mira Martín, no tengo que decírtelo, escoge tú.

Del otro lado de la celda, Martín dijo con la boca llena de frijoles:

—Pues por esta vez creo que me tocan las negras ¿no? —Y se echó a reír de nuevo.

Saúl garabateó con su lápiz en el piso un bosquejo de tablero y dijo entusiasmado:

—Me parece buena idea: Peón cuatro Dama.

—Bueno... pues Caballo tres Alfil Rey— contestó Martín, dejando el plato a un lado y se golpeó con la cuchara en la cabeza recordando aquella imagen de su tierna madre y la de su ex esposa.

Saúl dibujó en su tablero el próximo movimiento suyo y dijo:

—Alfil Dama cuatro Rey.

—Tu acostumbrada salida ¿eh? —dijo Martín, golpeándose de nuevo la cabeza al recordar el viento fresco y tonificante de la carretera soñada—, Peón cuatro Dama.

—Peón tres Alfil Dama —contestó Saúl.

—Peón tres Rey.

—Caballo tres Torre Dama.

—Pues ante tan suculenta oferta me lo como: Alfil por Caballo.

Saúl trataba de dibujar lo más rápido posible para que Martín no se diera cuenta que hacía trampa y dijo al fin:

—Peón por Alfil.

—Esto se pone interesante —dijo Martín—, enroque corto.

—Peón tres Rey —contestó Saúl inmediatamente.

—Dama dos Rey— dijo Martín chupando la cuchara de nuevo.

—¿Qué traes contra mi pobre Peón? —dijo Saúl con un chillido para que Martín no escuchara las rayaduras de su lápiz en el piso—, Dama tres Dama.

—Así es el Ajedrez —dijo Martín cerrando los ojos para concentrarse—, Caballo cuatro Torre Rey.

—Caballo tres Alfil Rey.

—Pues Caballo por Alfil.

—Peón por Caballo —dijo Saúl perdiéndose cada vez más, hasta que preguntó donde había dejado su Dama.

—Tu Dama no sé donde esté, pero te aseguro que muy lejos de aquí... y la que estás buscando está todavía más lejos: en el fondo de tu pinche imaginación —dijo Martín antes de recordarle que estaba en la tercera casilla de su propia columna y agregando:

—Dama por Peón.

—Caballo cinco Caballo Rey —dijo Saúl, imaginando que era una gran jugada.

—Peón tres Caballo Rey —Escuchó Saúl del otro lado de la pared, observando en el suelo cómo su gran ataque se iba desmoronando.

—Alfil dos Rey —dijo.

—Peón tres Caballo Dama —volvió a escuchar.

—Alfil cinco Torre Rey —dijo con desesperación y escuchó de nuevo la cuchara raspando el plato y la voz de Martín que decía:

—Dama siete Caballo Dama.

—Enroque corto —dijo Saúl conteniendo las ganas de gritar al garabatear su jugada, camuflando el ruido del lápiz con un chiflido.

De inmediato escuchó la voz exaltada de Martín que decía: —¡No huyas maldito cobarde! ¡Alfil tres Torre Dama! Y la consecuente risita que con el silencio de Saúl, Martín disfrutó aún más.

Humillado, Saúl dijo: —Torre Rey uno Caballo Dama.

Del otro lado de la celda, Martín tomó de nuevo el plato de frijoles para inspirarse en la próxima jugada, ya que, por lo menos, él pensaba que era la jugada que valía la partida. Dejó pasar un rato, volvió a comer y entre sus quijadas descubrió otra piedra en los frijoles, entonces maldijo en silencio a los cocineros de la prisión y aventó la piedra a la pared donde veía aparecer y desaparecer a las únicas mujeres de su vida, que nosotros sabemos ya bien quienes son. Las protestas de Saúl no se hicieron esperar, pero Martín respondió que era una jugada importante y que lo dejara meditar.

—A propósito —dijo— ¿Cómo van tus dibujos? Hace tiempo que no me cuentas nada sobre ellos.

Del otro lado, la voz de Saúl reclamó que volvieran al juego.

—Tú lo has dicho —dijo Martín observando ahora hacia la luz eléctrica del techo— Alfil por Dama.

—Torre por Dama—, escuchó que decía la voz de Saúl.

—Peón por Alfil —dijo Martín rápidamente.

—Torre uno Dama —Dijo Saúl.

—Alfil cuatro Alfil Rey.

—Peón tres Alfil Rey.

—Rey dos Caballo.

—Caballo tres Torre Rey.

—Rey tres Alfil.

—Caballo cinco Caballo Rey —dijo la voz de Saúl cada vez más angustiada.

—Pues Peón tres Torre Rey, gracias a tu insistencia —dijo Martín con serenidad.

—Pues ya qué —dijo Saúl—, Caballo tres Torre Rey.

—Ya ves como soy —dijo Martín—, me lo como: Alfil por Caballo. Supongo que irás a Peón por Alfil ¿no es así?

—Pues yo creo sí —dijo Saúl con desánimo.

—Entonces para agilizar las cosas ahí te va: Rey cuatro Alfil.

Saúl se equivocó y quiso hacer una jugada con la Dama que ya no tenía. Martín le contestó que le hacía una sugerencia: Rey uno Torre para evitar el jaque. Saúl estaba tan perdido a esas alturas que no le quedó más remedio que aceptar, ya que el peón era insalvable.

—Pues Rey por Peón —dijo Martín metiéndose un frijol seco a la boca imaginando que no era un simple frijol sino otra cosa, un manjar más apetitoso como una fruta, una uva tal vez... ¡pero él cómo lo podía imaginar! Estaba condenado a muerte y esas cosas no se piensan en la víspera, tenía la oportunidad de imaginar una rica y suculenta uva jugosa morada, imaginar que la apachurraba y veía salir el jugo; tenía esas y muchas otras opciones, pero mientras le caía por la garganta el frijol previamente masticado, siguió pensando que era un frijol seco y nada más.

Del otro lado de la celda, Saúl hacía enormes esfuerzos por no perder el hilo de la partida, aunque sabía que a estas alturas iba perdiendo posición. Le quedaba un dejo de malicia lo suficientemente fuerte para vencer a su amigo aún en el día que iba a ser ejecutado. En el fondo no quería, por supuesto, la muerte de su amigo, pero sabía que el hecho daría mucho de qué hablar en el patio con los demás presos y eso, en verdad, era demasiado importante en esas circunstancias.

—Torre tres Dama —dijo—, pensando en proteger al Peón que iba detrás del otro recién perdido.

—Torre uno Caballo Rey —contestó Martín.

—Torre cuatro Caballo Dama.

—Caballo dos Dama.

—Peón cuatro Alfil Dama.

—Me extraña que siendo araña te subas por el elevador —dijo Martín—, Peón cuatro Torre Dama.

Tratando de abrirse paso, Saúl contestó: —Torre cinco Caballo Dama.

—Sabes —dijo Martín— por eso es que me gusta la frase: ¡No pasarán! ¡Ni ahora ni nunca esas pinches torres! Pero ahí te va otro regalito para que te rompas la cabeza: Peón tres Alfil Dama.

Con las manos en la frente primero, y luego tapándose la boca, Saúl exclamó:

—No me queda de otra mas que Torre dos Caballo Dama.

—Ya vas comprendiendo compadre —dijo Martín contando los frijoles que le quedaban en el plato: eran veinte aproximadamente y dijo en el mismo tono: —Peón por Peón.

—Torre tres Alfil Dama —exclamó Saúl sintiendo de nuevo la angustia.

—Eso entonces: Peón cuatro Caballo Dama y... ¡ahí te voy! —gritó Martín.

—Torre dos Caballo Rey —dijo Saúl cerrando un ojo. Ya sabía cual era la respuesta antes de hacer la jugada y ahora su angustia fue un poco convirtiéndose en furia cuando escuchó:

—Pues me la como: Torre por Torre y tu vas a Rey por Torre por fuerza, así que ahí voy de nuevo:

—Peón cuatro Rey.

No le quedaba mas que el humillante Peón por Peón y eso hizo.

Martín continuó bajando el número de frijoles del plato y Saúl escuchaba el maldito ruido de la cuchara cada vez con más odio y empezó a cuestionarse si en verdad le importaba o no la muerte de su amigo, que más pronto que nada dijo:

—Pues me lo como: Caballo por Peón.

—Rey dos Alfil.

—Torre uno Rey.

—¿Ya qué hago maldita sea! —chilló Saúl—, Peón tres Torre Rey.

—Tienes muchas cosas que hacer, sólo piensa amigo —dijo Martín pegándose de nuevo con la cuchara en la cabeza y riendo—, no creas que todo está perdido, déjame ayudarte: Caballo seis Dama y jaque.

—Rey dos Caballo —dijo Saúl sintiendo la derrota.

—Torre siete Rey y jaque, —balbuceó Martín y probó una cucharada más de frijoles aunque, por supuesto, no le supieron precisamente a gloria.

Del otro lado, Saúl no quería admitir la derrota y no pensaba rendirse con facilidad. Mientras pensaba con su lápiz cuál sería la mejor jugada para escaparse de aquella emboscada, comenzaron a sonar varias pisadas aproximándose sobre el corredor de la cárcel y al escucharlas, Martín apresuró las cucharadas de frijoles fríos y se quedó con ganas de comer más, de aferrarse a la vida por el alimento, tal vez sin imaginar, o mejor dicho, sin poder imaginar que esa sería la última comida que habría de tocarle. Con algo de histeria y desesperación que pensó que jamás le afloraría desde que supo la noticia, le gritó a Saúl:

—Apúrate mi hermano, que ya me voy, me voy...

A esas alturas, Saúl ya estaba pensando lo bien que se lo pasarían mañana a la hora de salir al patio él y los demás presos al comentar la muerte de Martín y por eso dejó que se acercaran más aquellas pisadas, pero luego volvió a pensar en su amigo y le dio rabia, rabia por su muerte y rabia por su derrota en éste que era el único deporte que esporádicamente compartían. Abatido, nervioso, dijo casi al azar:

—Rey uno Alfil.

—¡Rey por Peón! —gritó histéricamente Martín sintiendo que le abrían el telón de la muerte y que, aunque estaba perdiendo la calma evidentemente, no quería dejar escapar la visión que tenía del tablero y la imagen de las dos mujeres de su vida, que ahora las imaginaba juntas manejando su Ford y despidiéndose de él por la recta de la carretera. Aunque era el momento ideal para pensar en qué había hecho durante toda su vida, reflexionar o recordar un momento alegre y feliz, como las discusiones sobre por qué las montañas eran azules a lo lejos junto a su ex esposa, le dio rabia sentir que las dos se fueran en su viejo Ford y lo dejaran varado en medio de la nada. Pensando en todo esto volvió a decir:

—Saúl, Saúl, te lo ruego, tira por favor... ¡por favor...!

Cuando Saúl dijo su tirada, que era una jugada imposible (Peón cuatro Torre Rey porque ya estaba otro Peón en esa posición), los tres oficiales y un cura estaban ya frente a la celda de Martín y Saúl comenzó a llorar. Lloraba porque se sentía confundido, porque había perdido, en efecto, y porque iba a despedirse de su amigo de esta forma tan amarga, y también lloró porque el día de mañana, cuando la celda de al lado estuviera vacía después de llegar al patio, lo único que le quedaría en realidad sería un mal sabor de boca, un mal sabor en la boca, precisamente, como cuando se muerde una piedra en medio de un plato de frijoles y esa piedra era, lo único que su mejor amigo había querido regalarle.

Los oficiales sacaron a Martín de la celda y lo esposaron, el cura le susurró un par de palabras al oído y antes de que se lo llevaran a la silla eléctrica, Martín pidió que le dejaran ver el rostro de su amigo. Se paró encorvado frente a los barrotes de la celda de Saúl, lo vio llorando y le dijo:

—Bueno, camarada, aquí termina esta triste historia: Torre ocho Rey y jaque mate —dijo ensombrecido, casi abatido por su propio orgullo que poco a poco lo iba abandonando.

Saúl lo miró unos segundos y después bajó la cabeza, en un gesto de sumisión y superioridad a la vez, casi metiéndola entre sus piernas cruzadas sobre el piso. Rompió el lápiz a la mitad y después tomó la piedrita que Martín acababa de regalarle y se la mostró:

—Por fin...—dijo—, por fin has hecho una metáfora en tu vida, esta piedrita lo atestigua...

Martín sonrió amargamente diciendo con las manos esposadas tras la espalda y encogiéndose de hombros:

—Pues sí, tal vez tengas razón, por cierto, ¿no sabes por qué a la distancia las montañas se ven azules?

—Es sólo una ilusión óptica, estúpido —dijo Saúl bebiéndose sus lágrimas.

—Creí que era otra cosa —dijo Martín con calculada inocencia y mirando hacia el pasillo por donde ya salían algunas manos que empezaban a aplaudir en señal de solidaridad.

—Tal vez querías hacer una metáfora —dijo Saúl.

—Quizá tienes razón pero bueno, tú eres la única persona que he matado y que sigue con vida con esto del ajedrez mental ¿a poco no? Mi madre y mi ex esposa no corrieron con la misma suerte —dijo Martín mientras se lo llevaban los oficiales por el pasillo y las palmadas de las otras celdas comenzaban a sonar cada vez más fuerte.

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