SIN ESA ESTRELLA TUYA
Aguascalientes, afirmó mi amigo-colega
José Vicente Anaya, chihuahuense notable de las letras mexicanas, cuando fue a
la tierra de Posada a dar una conferencia en una feria estatal del libro, lo
dijo mejor que nadie: “Aguascalientes es una tierra que goza de la insoportable
levedad del ser.” Y después de semejante afirmación, José Vicente se perdió en
el tráfico y yo me marché a mi casa cargando dos o tres libros de aquella feria
del libro, de la cual me enteré por un e-mail, porque en ese entonces, (2014)
todavía me avisaban, después me fueron desapareciendo del círculo literario de
Aguascalientes y yo, finalmente, en aquel año, estaba muy feliz, ya que estaba
en mis inicios de mis estudios de la filosofía por internet. Tengo una amiga
francesa que, muy linda ella, me decía, “estudias por correspondencia”. De todo
hay en las tierras del señor y por tal motivo, cuando volví a ver a Marcela, no
dudé en llevármela a la cama por una temporada larga que para mi bien, nunca
terminó en casamiento.
Ella, mi amiga francesa, parecía
acceder a vivir en Aguascalientes cuando vino con uno de mis mejores amigos,
también por esas fechas del 2014, pero ella empezó a cavilar su triste
Barcelona. Su pobre carcelona. Entonces yo opté por decirle la verdad: “regrésate
a tu tierra Müller, regrésate, si te significa tanto la tierra regrésate”.
“Todo ha cambiado tanto Marco”. “En fin, obvio”. “Ya nada es igual, Marco,
nada…” Müller se largó de regreso a su Barcelona, gente como José Vicente Anaya
seguía yendo a las ferias del libro en la Casa de la Cultura en Aguasardientes
y, aunque no parecía, se acercaba el gobierno del cambio en nuestro país,
pienso que por eso gente como Sabina Berman fue muy ovacionada ahí en la feria
del libro; además me parece muy prudente comentar que, en efecto, lo que yo
deseaba era generar filosofía de alto nivel en Aguasardientes, pero, finalmente
terminé por largarme de ahí.
¿Por qué?
Creo que porque yo y mi madre
simplemente nos estábamos muriendo sin que nadie se diera cuenta. Vivíamos
eternamente, te lo reviro así José Vicente (ahora que has muerto y pesa tu
ausencia) en la permanente fiesta de la insignificancia, finalmente, siempre
adoré a Milan Kundera pero como sí me pude largar de ésa ciudad, escribo más
feliz, más suelto y más desparpajado, como debe de ser.
En cuanto a Marcela ¿Qué les podré
decir? La conocí cuando éramos niños, en una reunión de trabajadores del INEGI
en Popo Park, una zona en las faldas del Popocatépetl, cerca del año 1984 o
1983. Estuvimos jugando nuestras infancias mientras nuestros adultos padres se
emborrachaban hasta que sólo podían manejar de regreso las señoras.
Pero de Marcela tuve ahí una imagen
profunda, a mis once años. Bueno. Lo importante es que la volví a ver en
Aguascalientes, esa tierra en medio de un valle ancho y dilatado que me parece
ideal para recorrer en coche. Me fui a Aguascalientes en 1989; en 1990,
mientras Octavio Paz era celebrado en todo el mundo, yo tenía a Marcela, ella estaba
feliz conmigo baile y baile: “Sonríe por mí… doble vida”. Y la dejé en 1994.
Ella recuerda un pasaje muy llamativo: “Marco, te recuerdo mucho cuando hice
una fiesta en mi casa que nos pusimos una pedota y yo vomité y no podía
creerlo, mientras vomitaba, pensaba: “me lleva la chingada… ¡Los camarones
empanizados!”
Luego entonces volví a Aguasardientes
en 2007 y mucho tiempo después topé a Marcela como hasta en 2013, y me volví a
enamorar de ella. También es muy prudente decir que nadie olvida a una mujer
que lava los platos después de una fiesta en tu casa, ella lo hizo en una
borrachera que invitamos a grandes cuates y ella me comenzó a contar los
desencuentros con su esposo, ella se había dado cuenta que él la engañaba y
ella quiso dejarlo con una buena pensión para sus hijas arreglada. Todo eso le
funcionó muy bien en los tribunales y muy bien, gracias a mi participación, me
adoraba de nuevo porque “gracias a ti no necesité nunca de un consolador”. “Te
agradezco las madrugadas Marcela.” Contesté. Pero en épocas de apretarse el
cinturón le decía: “Te prometo guerra de gelatinas en el restaurante de la
Torre Ifeel”. Marcela desde que volví a Ags, fue mi mejor causa perdida, yo me
perdía entre las sábanas: era encantadora.
Así estábamos una tarde de domingo,
cuando Marcela empezó a leer un artículo político de mi padre: ella estaba
leyendo, dentro de mi departamento, y se empezó a reír y demás; lo que
verdaderamente estaba explotando, era el problema de Iguala, el asunto de los
43 jóvenes normalistas, mientras mi ocupación era ser alumno de filosofía de la
Universidad Autónoma de Chihuahua por internet. Como nosotros lo vivimos fue
simplemente un lunes en la radio con la única periodista que tenía ese poder en
el sexenio de Peña Nieto, Carmen Aristegui: Nos faltan 43, fue empezando la
consigna.
Fue uno de los momentos en que la
sociedad mexicana cambió su decisión respecto a quién prefería en el poder, al
PRI o al PAN o a MORENA. Los mexicanos fuimos lentos pero seguros en cuanto a
quiénes queríamos en la Presidencia. Qué bueno que así fue.
Fue entonces cuando comenzamos a
frecuentar cafés del sur de la ciudad. Nada que tuviera qué ver ni con las
noticias ni con la noche de Iguala; fue simplemente porque así lo decidimos
ella y yo, meses después fue cuando Marcela me dijo: “ya córtalas, mira, no es
que no te quiera, pero por ahora tengo poco dinero para mí y mis hijas, lo
prefiero así”. Se subió a su camioneta y se fue. Y yo por mi lado empecé a
hacer más reuniones con amigos los fines de semana, con más alcohol y perdición
de por medio, me dedicaron un cuento basado en la película de “El resplandor”
de Kubrick. Yo estaba empezando a beber de una maldita forma medio horrible,
porque la inteligencia del borracho es lo que lo deja en medio de ese pasmo de
alcohol. Poco a poco dejaron de preguntarme mis cuates cómo me iba en mi oficio
de escritor, pero yo sabía que me estaba pavimentando el purgatorio con alcohol
y cigarrillo, porque eso siempre va junto con pegado.
Lo cuál terminó por encajarme en un
recuerdo sin esa estrella tuya…