martes, 7 de octubre de 2025

EL CAMALEÓN Y LA TARÁNTULA POR MARCOS GARCÍA CABALLERO (CUENTO DEDICADO)



PARA ARMANDO BAYONA CELIS

 

 

Es un relato que he contado ya varias veces con algunas variantes a lo largo de muchas sobremesas o cruzando tragos con amigos. Ya mucho tiempo después y en mi edad  adulta; los sucesos que voy a mostrar ahora: La escena inicial debe  verse en 1984, en mi salón de quinto o sexto de primaria, con niños y niñas sin uniforme ni enseñanza religiosa, se trataba de tener apertura mental, excelencia y gusto por la vida combinada con los estudios.

 

Una primaria privada en el sur de la ciudad de México que contaba con buen prestigio para entonces y, en particular, detrás de los salones normales de clase y el patio con cancha de basquetbol y una pequeña tienda para las horas recreativas, un jardín alambrado -para que los estudiantes no jugáramos a destruir las macetas-,  y un refulgente salón especial que era el laboratorio de biología de todos los grupos. Ese fue mi primer y único laboratorio de biología en mi vida y lo recuerdo como si al entrar en él junto con mi grupo de generación, nos convirtiéramos de ipso facto en naturalistas franceses del siglo XIX de esos que viajaban por todo el mundo y llegaban hasta tierras ignotas del África o Suramérica debido a su ansia exploradora y la verdad es que no exagero tanto: en ése laboratorio había desde avispas atrapadas en ámbar, hasta toda clase de insectos disecados y en planos, un cráneo de un puma y la colección más sorprendente de escarabajos que haya visto nunca, avispas, arañas, lagartijas disecadas también y planos del cuerpo humano; es decir, todo un mundo por descubrir para nosotros solos y cada viernes.

 

Además Mario, el maestro, era amigo de mi familia y eso ante mis compañeros me daba un plus, un plus algo loco porque había un par de encimosos que de “wookie”, no me bajaban. (Sí, el wookie de la película híper famosa, el tal chewbacca, que le llaman) Pero así las cosas, sucedió ese gran día, habíamos terminado con la lección de inglés y el maestro de biología nos llamó para ir al laboratorio. Debo detenerme en el momento en que ese día, un amigo llamado Diego, había llevado muy presumidamente a la escuela una tarántula viva, casi tan grande como del tamaño de una mano. La llevaba en un frasco y ese día él fue la sensación de toda la escuela, ese muchacho ese día no se movió ni se ajetreó mucho  como los demás a la hora del descanso, jugando al básket o lo que fuera, estaba simplemente sentado afuera de la dirección de la escuela y todo mundo venía a preguntarle de dónde había sacado eso.

 

Que supuestamente de un pueblo cercano a Cuernavaca donde sus padres estaban fincando un terreno, y que los albañiles la habían encontrado. Que su padre le había dicho que tal vez sería bueno llevarla a la clase de biología. La cosa esa causaba miedo, pero seguramente la pobre estaba más espantada, por esa nuestra pequeña potencia infantil o casi adolescente: digamos, ¿Qué hubiera pasado si  algún loco se lo hubiera arrebatado y hubiera destapado el frasco encima de una muchacha? O peor: ¿de un maestro? Qué bueno que hasta eso, Diego aguantaba todos los jaloneos y se pasó el recreo con una paleta helada chupándosela y el frasco con esa cosa a un lado. Pero como dije, había acabado la clase de inglés y llegaba hora del laboratorio de biología… Entonces sí, Diego, muy presumido, bajó inmediatamente las escaleras de los salones, muy orgulloso de ser la sensación de la escuela, todos bajábamos igual que él como si fuéramos sus escoltas, ya que el frasco era el precioso tesoro para el laboratorio. Llegamos al laboratorio y vimos a Mario platicando con los dos muchachos de la limpieza de la escuela y cargando un serpentario. ¿Un serpentario? Sí, una especie de caja rectangular con poca arena en su interior y para sorpresa, lo que veía Mario adentro ya que le pidió a todo el grupo que tomara sus bancos: un camaleón pequeño un poco más chico que la tarántula.

 

No fui yo el primero en comunicarle a Mario lo que traía el frasco de Diego, todo el grupo se lo dijo. Por eso hablaba Mario con los de la limpieza: ellos habían encontrado al camaleón en el jardín alambrado.

 

Mario pidió al grupo que le bajaran al escándalo, miró la tarántula en el frasco y luego al serpentario, luego, sonriendo con malicia dijo que podíamos hacer un experimento esta vez.

 

Le preguntó a Diego: –¿No te importaría regalarnos tu tarántula?

 

Diego respondió que se podía usar para la clase de biología.

 

Perfecto, respondió Mario, tomó el frasco, inspeccionó la tarántula y luego al camaleón.

 

Como que el salón no entendía pero todos estaban en ascuas.

 

Mario nos pidió que nos acercáramos para ver el experimento. Así lo hicimos.

 

Mario abrió el frasco y aventó a la tarántula al serpentario donde estaba el camaleón tan tranquilo como si nada, con los ojos entrecerrados. La tarántula sintió de inmediato que pisaba arena…

 

–¿Qué va a pasar? –gritó todo el grupo.

 

–Ahorita lo van a ver –dijo Mario sonriendo.

 

La tarántula empezó a mover sus patas y a caminar, tal vez, con ganas de causarnos miedo, ya que de eso viven cuando no comen, según decía Mario, pero en cuanto la tarántula vió al camaleón acurrucado en una esquina, entró en pánico, corría de un lado para otro del serpentario como queriendo salirse, lo cual, debido a la altura de las paredes de cristal era imposible; corría y corría de un lado para otro, mientras, el camaleón tan campante echaba la flojera; de repente la tarántula pasó un poco más cerca del camaleón y nada más abrió la boca y sacó la lengua y ¡órale! Una pata menos para la tarántula, que seguía queriendo escaparse y no podía hacerlo. De repente pasó cerca otra vez y ¡órale! Otra pata menos para la tarántula. Nos quedamos impresionados. Así pasó todo el rato hasta que la tarántula sólo tenía tres patas. Y el camaleón tan campante ni siquiera se había movido de su sitio… Cuando la tarántula ya no se podía mover, ahora sí se movió el camaleón, volvió a abrir la boca y se la tragó entera.

 

¡Óoooorales!–dijimos todos a coro.

 

El inolvidable Mario se echó a reír y dijo: “¿Quién trae un jaguar y un venado para la próxima clase?”

miércoles, 1 de octubre de 2025

ENSAYO HÍBRIDO POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

 RECUERDO DE SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS.

POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

 

En San Cristóbal de Las Casas, una ocasión que visité el año pasado (2014), tuve varias impresiones sobre el lugar que no quiero que pasen desapercibidas. En primer lugar lo que resalta es una constante mexicana: la mayoría de la población oriunda, sumida en una desesperada miseria que convive junto al turismo (algunas veces revolucionario) europeo y el nacional, con unos rasgos demasiado marcados de catolicismo combinado con el pasado indígena muy propio de la región. En serio: no tengo fotos de sus rostros porque en el mercado de San Cristóbal creen todavía que una fotografía les roba el alma. Tengo ya un texto sobre Chiapas y mi visita a las comunidades zapatistas aquí (Véase: “Los Griegos Valientes de Chiapas”) además de que salió publicado en un librito que se distribuyó en la Delegación Venustiano Carranza. Sin embargo, pienso yo, además de que ya ha pasado tiempo de ese texto (2002) la situación en Chiapas me parece que ha cambiado y para bien. Por ejemplo, ahora existe en San Cristóbal el primer hospital de Latinoamérica al cual pueden acceder los indígenas por ejemplo, pongamos por caso, un nacimiento, un parto. En este caso, así como en la cura de enfermedades de la región, la madre tiene la opción de parir asistida como sería la forma moderna en un hospital de La Ciudad de México, u optar por la manera de la tradición indígena. Del mismo modo, un viejo puede preferir que un brujo le cure una enfermedad respiratoria a consultar a un médico con cédula profesional. Éste solo hecho es un logro importantísimo pues respeta la tradición de los tojolabales o los tzeltales o cualquier otro grupo étnico de los de Chiapas. Y debemos de decir que éste tipo de avances se deben en parte, a la resistencia del EZLN, que mediante la presión al gobierno estatal y, con el mundo observándolos, ha logrado este tipo de avances.

En San Juan Chamula, una pequeña población cercana a San Cristóbal existe un fervor religioso muy singular: Observamos la iglesia, el guía nos hace indicaciones sobre las gorras, las cámaras, etc. Dentro de la iglesia observo unos retratos de Santos canonizados a los cuales nadie les reza. Lo que ocurre, nos explica el guía, es que hacia finales del siglo XIX, un rayo cayó en donde era originalmente la iglesia, y los indígenas, a pesar de que ya ha pasado más de un siglo, tienen a esos Santos “castigados”, y la razón es que no los protegieron del evento del rayo. San Martín es uno de los que recuerdo como Santos “castigados”. Por otra parte en las calles de San Cristóbal, deambula tristemente la miseria: recuerdo haberme sentado en un café y entre el paso de la gente, turistas, vendedores de artesanías, etc. Pasó un muchacho con una facha terrible y me dijo extendiendo la mano: “ayúdame… me estoy muriendo… ayúdame.” Le pedí al mesero que le diera un vaso de agua y le di 20 pesos, no creo haber podido hacer mucho por él, pero qué desgracia. Los restaurantes en la noche estaban a reventar, mientras querías dar cada bocado a la pizza italiana casera, ya te habían ofrecido como seis veces collares y postales, tejidos, vestidos, sombreros, etc. San Cristóbal tiene un aire a peligro y misterio. Cuenta Elena Poniatowska en su premiada novela Leonora, que Leonora Carrintong visitó San Cristóbal en los sesentas y que estuvo en el Cañón del Sumidero, por cierto, hablando de Cañones, Ezra Pound el enorme poeta, decía que la Poesía es, empleando la metáfora, lo que ocurre cuando desde la altura del Gran Cañón dejamos caer una pluma de ganso y la explosión que ocurre cuando llega hasta abajo: eso es la Poesía según Pound, pero no se equivoquen, actualmente se sabe perfectamente que El Sumidero es bastante más profundo que el gran cañón, el sumidero es de ¡un kilómetro! Y además es más largo. Oscurece temprano en San Cristóbal, como a las 6 y media ya está oscuro. Y otro día el guía de turistas nos llevó a Los Lagos de Montebello, que desgraciadamente, ya están saturados de anuncios de la cerveza Corona, me lleva la chingada, y otra vez la constante que no parece tener fin: la maldita miseria. Y pa colmo, los laguitos de Montebello sí están muy hermosos, pero ahí no se puede acampar ni nadar, ¿me creerían si les dijera que decía a cada rato: “¿Subcomanche Galeano, dónde andas?”  

 


 

Arriba éstas bellezas del País Vasco son el nuevo turismo revolucionario... yo ya pasé por ahí.

 


 

Ésto de arriba es a lo único que se le puede tomar fotos en el mercado de San Cristóbal, por cierto, el Aguardiente de Chiapas, el "Posh" sabor a canela es una delicia, trajimos una botellita por avión. Y claro, ¡QUE VIVA CHIAPAS!