El otro
día fui a mi gymnasio
a
levantar pesas y usar la escaladora,
mientras
lo hacía, pedí una oración
por
gente que he admirado
y de la
que hace años no sé nada.
Esa
podrida música de gymnasio
me daba
asco, pero por cierto
que
conocí a una mujer junto a mí
que
llevaba sus audífonos conectados
al
i-phone.
Se negó,
aunque amablemente,
a la
conversación que yo le ofrecía.
Salí
entonces del local,
empapado
en sudor, momentos antes,
sin
darme yo cuenta
el
diablo mío que vive en otro continente
estaba
ahí.
Y en la
calle le pedí que me recomendara
un libro.
“Lee
algo de Scott Fitzgerald”
Respondió.
Caminé
cansado hacia mi casa
y el sol
comenzó a salir.
Lo que odio
de ser famoso
Son las
confusiones ajenas por mis textos
Y resulta
que
el
imaginario dice que soy el sol
¡el sol
en persona? “Ahí va el sol escritor!”
“Oye
Sol, salte, métete…”
¡vaya
estupidez!
Por
tanto, en casa me atacaron los usuales enemigos…
Puse
café para mandarlos a la chingada
y le
respondí al diablo:
“Buscaré
algo, tal vez El gran gatsby”.
Y
entonces con estas palabras el mundo se cerró de nuevo.
Y pude
seguir leyendo un
gran
autor de teoría
del
conocimiento.
El café
me supo a la sonrisa de aquella
muchacha y, curiosamente, pensé que sí le agradé.
Y el sol
brilló inmaculadamente
sobre
las páginas,
con ese
misterio que encierra
el dar
los buenos días cada día.
13 de
nov 2013
Marcos
García Caballero
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