De
todos los temas abordados en el presente curso de Metafísica, el que más me
importa es el Materialismo histórico de Carl Marx, qué quieren que les diga: la
cuestión sobre la existencia o no de Dios me parece demasiado abrumadora y
bastante ridículo el hecho de que después de sucesivas y sesudas reflexiones
llegue yo a la conclusión de que Dios existe, o de que no existe… El hecho de que
existan millones de seres en todo el planeta que lo crean, es decir, que crean
en la existencia de un Dios padre creador del universo, etc, me parece suficiente para tener más que
prudencia al respecto, pero, sobre todo, escepticismo. Yo mismo me sentiría
como un idiota si creyera en dios porque sé muy bien que dios en términos
prácticos es simplemente el otro, es decir, todas las formas en que la iglesia
ha tratado de quitarle lo hostil a “lo otro” y “el otro”. Esto es, el que forma
la sagrada unión entre el padre, el hijo y el espíritu santo, donde el espíritu
santo termina siendo dios, y como estableció Herbert Marcuse en Eros y civilización que la relación con
el otro es por definición hostil, que otros se crean ese cuento de cobardía. (Existen
125 religiones reconocidas por la ONU, según datos de Hanna Harendt). Pero con
el materialismo histórico de Carl Marx sucede algo parecido: hizo movilizar a
millones de seres humanos en todo el planeta durante el siglo XX pero no me
parece que en la actualidad sea deseable su puesta en práctica ni mucho menos.
Además ¿Quién hoy en el mundo sustenta el marxismo? ¿Cuba? Cuba va en busca de
un atajo vía China hacia el Capitalismo y además, La Revolución cubana ha
sacrificado a más de dos generaciones, es un espejismo que refleja un mundo que
no existe, una realidad inasible en la que mueren tragados por el fuego una y
más generaciones. A éste respecto, quiero citar un texto del gran escritor
Leonardo Padura aparecido en el año pasado en el Periódico El País:
NO ES
TRISTEZA
ES UNA
BRUTAL REALIDAD INASCIBLE
UNA
BALADA GENERACIONAL
Las
cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1979 ó 1980 ya
tenemos más de 50 años. En más de treinta años de trabajo hemos pasado por dos
rectificaciones de errores, un perfeccionamiento empresarial y ahora por el
reordenamiento laboral.
Las
cubanas y los cubanos que comenzamos a trabajar en 1980, aún compartimos la
vivienda con nuestros padres, incluso con nuestros hermanos y sus hijos, o con
mucha suerte tenemos un apartamento que compartimos con nuestros hijos y sus
esposas y los hijos de nuestros hijos.
Las
cubanas y los cubanos que nos convertimos en trabajadores en 1980, somos ahora
destacados científicos, prestigiosos profesores, experimentados obreros,
condecorados militares, campeones olímpicos, artistas de fama mundial, veteranos
de guerras a miles de kilómetros de nuestras costas, pero no desembarcamos en
el Granma ni estuvimos en La
Sierra. Con esa carencia, nuestro papel ha estado bien claro:
trabajar duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus
dirigentes.
Las
cubanas y los cubanos que comenzamos la vida laboral en 1980, crecimos y
envejecimos, guiados por la misma generación, una generación que enfrentó
responsabilidades y retos que van más allá de nuestra imaginación con menos
edad que la que ahora tenemos nosotros, y que aprendió y ganó experiencia
ensayando en nuestro pellejo por el método de prueba y error.
En
1980, había pasado Playa Girón, la lucha contra bandidos, la ofensiva
revolucionaria, la zafra de los diez millones, la ayuda a los movimientos guerrilleros
en América Latina y la guerra de Vietnam.
Las
cubanas y los cubanos que en 1980 nos estrenábamos como trabajadores, nos
habíamos espantado con la explosión de La Coubre, habíamos cantado ¿Pionero soy? y el himno
de la URSS, en
ruso, en el patio de la escuela.
Habíamos
llenado bolsitas de tierra en el Cordón de La Habana, protestado frente a la embajada de Suiza
por el secuestro de los 11 pescadores, cortado caña en las frías llanuras de
Camagüey y tratado de convertir, más de una vez, el revés en victoria. Pero
éramos demasiado jóvenes, nos tocaba trabajar duro, demostrar lo aprendido y
agradecer a la Revolución
y a sus dirigentes. Nosotros no habíamos desembarcado en el Granma ni estuvimos
en La Sierra Maestra.
Las
cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, alguna vez
fuimos niños que comimos fritas en el puesto de Pancho, tomamos batidos en el
quiosquito de Manolín o llevamos a arreglar nuestros ¿colegiales? al viejo
remendón de la esquina, con sus espejuelos sujetos con un cordón de zapatos, su
busto de Martí en la repisa y su buen trato y mejor servicio. Fuimos alguna
vez, niños que llamamos señorita a la maestra, señor al vecino de enfrente y
señora a la mamá de nuestro mejor amiguito, pero ello no nos contaminó con las
pestilentes miasmas imperialistas, ni nos salieron pústulas en la piel.
Las
cubanas y los cubanos que integramos las plantillas en 1980, cantamos Somos
comunistas palante y palante contagiados con la euforia de los mayores.
Asistimos
a la inauguración de Coppelia, vimos el Salón de Mayo en La Rampa, escuchamos por
primera vez al Grupo de experimentación sonora del ICAIC, no entendimos nada de
la Primavera
de Praga, ni nos grabamos con letras de fuego Hasta la victoria siempre.
Aunque, no habíamos desembarcado en el Granma ni estado en La Sierra.
Las
cubanas y los cubanos que empezamos a trabajar en el 80, teníamos 30 años
cuando Carlos Varela proponía probar habilidad con la ballesta y estuvimos de
acuerdo, pero una edición dominical de Juventud Rebelde nos recordó que los
niños hablan cuando la gallina mea. Se nos olvidaba que no desembarcamos en el
Granma ni estuvimos en La
Sierra, lo que teníamos que hacer era trabajar duro,
demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes.
Cuando
al campo socialista europeo le sucedió lo único que le podía suceder al campo
socialista europeo, las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida
laboral en 1980 teníamos más de 30 años o casi y estábamos listos para
reaccionar, y sabíamos que la única salida no era la ¿opción cero? pero no
estábamos políticamente maduros, nos faltaba la experiencia del Granma y de La Sierra. Nuestra
misión seguía siendo trabajar duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus
dirigentes.
Las
cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980 (o cerca) ya
tenemos 50 años y más de 50 también, y hemos vivido lo suficiente para ver al
administrador estatal del ¿quiosquito? que fue de Manolín, hacerse
indecentemente rico, como nunca hubiera podido ser Manolín. Hemos visto
llenarse los campos de marabú mientras los noticieros nos enseñan postales
idílicas de la abundancia. Hemos obtenido una amplia cultura de las desgracias
del universo, sin podernos enterar de lo que pasa en nuestro propio municipio.
Hemos visto a Hanoi levantarse de las las cenizas de la guerra mientras La Habana se cae a pedazos sin
necesidad de un bombardeo masivo.
Hemos
visto cómo se convierte el guajiro en una especie en peligro de extinción como
las vacas o la caña de azúcar, y cómo el cine convierte a nuestro padre en el
personaje ridículo del filme, con su vieja boina verde olivo y sus consignas
machaconas en el raído pullover.
Los
nietos de las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en
1980, tienen ahora maestros que escriben Habana sin H y campiña con n y que
declaran sin pudor no saber dónde nació Antonio Maceo, porque eso no es materia
de su grado.
Las
cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, hemos visto
proliferar pícaros y farsantes de toda laya en todos los niveles y hacer de la
consigna un método y de la apariencia un culto: tenemos la mayor micropresa del
mundo.
Por
eso las cubanas y los cubanos que tenemos 50 años, recibimos regaños en la
televisión a través de un anónimo calvito que nos sermonea con fondo musical de
La
Guantanamera. Cargamos con el Sambenito de las malas
decisiones, los caprichos y la megalomanía, y la prensa nos pide ser austeros,
comprensivos y desde luego, seguir trabajando duro, demostrar lo aprendido y
agradecer a la Revolución
y a sus dirigentes.
A
las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, nos toca
desde luego, rescatar los albañiles perdidos, los maestros perdidos, la
eficiencia perdida, el quiosquito perdido, incluso el respeto al prójimo
también perdido cuando la palabra compañero igualó al trabajador y al vago, al
adulto y al niño, al genio y al bruto, y sembró en la mente de mucha gente la
cómoda fórmula de que todos merecemos lo mismo y no que todos tenemos iguales
oportunidades. Y otra vez se nos recuerda que nos toca seguir trabajando duro,
demostrar lo aprendido y confiar en la Revolución y en sus dirigentes, porque nosotros
no desembarcamos en el Granma ni estuvimos en La Sierra.
Las
cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, ahora somos
viejos pero somos de mala raza porque no hemos sabido asimilar las enseñanzas
recibidas, hemos engavetado los buenos consejos y no hemos dado un solo líder,
además de la propensión que tenemos todos a la corrupción y al delito.
El
país necesita de los jóvenes menores de 40 se requiere, al menos en teoría, de
la sangre fresca, pero a nuestra generación, con sesenta años y un poco más y
con unos cuantos años de trabajo todavía por delante, nos tocará seguir
trabajando duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus
dirigentes.
Las
cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980 somos ahora
niños viejos, que necesitan una vez más ser regañados y aleccionados por las
mismas personas que desde hace más de medio siglo nos regañan y aleccionan,
porque hay que tener en cuenta que nosotros no desembarcamos en el Granma ni
estuvimos en La Sierra
Maestra.
EL AUTOR DE ESTAS
LINEAS
ES EL GRAN ESCRITOR
LENARDO PADURA
Escritor
y periodista cubano nacido en 1955. Estudió Literatura Latinoamericana en la Universidad de La Habana, desempeñándose
después especialmente como periodista en publicaciones como Caimán Barbudo,
especializándose en la investigación. También ha escrito ensayos y guiones para
cine y televisión. Es especialmente conocido como escritor de novela policiaca,
ganando el 1998 el premio Dashiell Hammet (organizado por la Asociación Internacional
de Escritores Policiacos) con su novela Paisajes de Otoño. Esta novela
pertenece a su tetralogía de las “Cuatro estaciones”, formada por cuatro obras
cuyo protagonista, Mario Conde, es un detective de la policía que aspira a ser
escritor. Conde es el protagonista absoluto de estas cuatro novelas (Pasado
perfecto, de 1991; Vientos de cuaresma, de 1994; Máscaras, de 1997, y
la mencionada Paisajes de otoño) y de dos más, Adiós Hemingway (2001)
y La neblina del ayer (2002).
Padura expresa el enorme valor del Arte
para revelar lo indecible, para mostrar con finura, el contrapunto desgarrador
de la existencia de una realidad inocultable, de un mundo que no existe, de un
paraiso que es un infierno y que en el mueren tragados por el fuego una, otra y
más generaciones.
Lo que
estas palabras reflejan, es que ya no podemos creer más en La revolución como
paradigma para establecer el proyecto marxista. El conocimiento, como el mundo,
está fragmentado en miles de partes y ni siquiera los estudios
interdisciplinarios apuntan hacia una salida para la humanidad. El resultado es
que el materialismo histórico de Carl Marx se parece mucho a la democracia
mexicana definida por Vargas Llosa en el encuentro de intelectuales del grupo
Vuelta: “La democracia mexicana es la dictadura perfecta” dijo Vargas Llosa. Yo
creo que el materialismo histórico de Marx, es “la teoría perfecta”, pero que
llevarla a la práctica, es algo que termina demoliendo a los pueblos y donde
los “socialismos realmente existentes” terminan siendo cuna de los
totalitarismos más miserablemente célebres.
Veamos
lo que nos dice Fernando Savater de Marx y los derechos humanos:
“Según
Marx, los llamados derechos del hombre –con sus reivindicaciones de libertad,
igualdad, participación en el poder político, etcétera- no son verdaderamente
sino derechos del burgués, dueño ya de un Estado destinado a garantizar sus
privilegios y deseoso ahora de eternizar en un código inmutable los principios
de librecambio. En la sociedad burguesa, todos los hombres concretos pierden
sus perfiles sometidos a la abstracción igualadora del dinero, pero no alcanzan
la auténtica realización de su ser genérico, sino sencillamente se pliegan a
las exigencias del sistema capitalista. Lo que se presenta como un ideal
político inspirado en lo más noble de la naturaleza humana no es, en el mejor
de los casos, más que el repertorio de piadosos deseos y buenas intenciones,
imposibles de cumplir en el Estado vigente, o un enmascaramiento sublimado de
la situación real”.
En la
actualidad, en el mundo estamos peor que nunca, nunca antes la naturaleza había
estado tan amenazada, nunca antes había existido tanta discriminación,
gobiernos corruptos, redes de pornografía infantil, un vacío generalizado entre
lo que llevan a cabo los políticos (siempre pendientes de cuidar los intereses
financieros y tan alejados del hombre de la calle), nunca antes las sociedades
habían estado tan atacadas, ya sea como con el terrorismo de estado, o el
terrorismo que busca desesperadamente justificarse en una premisa religiosa,
nunca antes había existido tanta hambre, redes de narcotráfico, etcétera. Pero
debemos de recordar que siempre la humanidad ha estado peor que nunca. Por otro
lado hay signos positivos: libre acceso al internet para todos, la posibilidad
de que la humanidad pase más tiempo ocupando sus tiempos de ocio, también hay
más diversidad en todos los ámbitos pero también hay mucho desempleo.
Mi
punto de vista personal es que la lectura de la obra de Marx y sus comentadores
es vigente, no ya para instaurar el marxismo en ningún lado, sino como un
horizonte que permita a la sociedad y al poder, eliminar la parte más salvaje
del capitalismo y que todos vivamos en un sistema capitalista en efecto, pero
donde los desposeídos tengan canales para expresar su descontento y donde
exista un “mercado socialista” en vez de un “socialismo de mercado”, además del
respeto a las minorías y donde no pree-valesca unos aires de mediocridad y
prepotencia todo en aras de la locura de hacer más dinero del dinero. Donde no
existan 150 familias que tienen más dinero que la mayoría de la población
mundial y como han dicho en el Foro Social de Porto Alegre: “Otro Mundo es
Posible”.