martes, 29 de agosto de 2023

Una Prosa proteica Para los poetas de SOGEM Marlboro rojos


POR MARCOS GARCÍA CABALLERO 

 

Cae una tenue brizna de lluvia. La calle enlodada y solitaria. El corazón soberbio en su canasta de huesos avanza. De pronto, de la brizna cae un recuerdo helado que soy yo mismo y mi silencio; comienzo a desgranarme por la inasible palabra YO y es como un desgajarse de un cerro, como un pensarse desde lo más negro de la palabra BLANCO hasta lo más claro de la palabra NEGRO. Hasta que vuelvo a esta pantalla para devolverme lo que fui pensado por esa entelequia llamada yo mismo en aquél instante, igualmente blanco y negro y dicho color es del color del yo, que simultáneamente es más de tres colores: el color del verano y el color de diciembre en la selva Lacandona, el color del hacha que parte la madera, el color de la guitarra que me ametralla los pensamientos y el color del sonido, que desgraciadamente no es infinito, sino azul como la fresca tarde de la infancia donde descubrí que mi color favorito era el rojo, el rojo de la bandera rusa, el color rojo de la sandía y el color rojo de la sangre, que aunque esté manchada por la ignorancia, la estupidez o la estulticia siempre es roja. Color rojo: color de posibilidad, de cuerpo y de labios de las mujeres que me han amado y de las que probablemente me amarán, silencio rojo, estafeta, memoria, color rojo que termina en una historia colorada, como también, la vergüenza es colorada. El amor es colorado, la poesía es roja y colorada, y es azul y es verde, y es sangre y es historia, y es carne de ser, hambre de palabras, sed de manicomios, muro para desfallecer ante lo nuestro, palabra roja, tinta escarlata, gacela que me invade en el lobby del hotel, en el parque, una gacela, color de colibrí, o el colibrí que antes me visitaba por las tardes y mi amigo José Vicente Anaya, el gran poeta y traductor de Henry Miller, se maravilló al ver al colibrí en mi ventana y en ese instante de la fiesta me sentí apenado, como huesos estoicos y de humildad encanchada y roja, puta palabra roja, estoy harto de ti, detesto lo que me has hecho, pero me has hecho y eso no puedo olvidarlo sencillamente pensando en el color rojo sino en los versos rojos de mis palabras rojas, ancestrales, juguetonas, cachondas, efímeras, porque no es lo mismo La región más transparente en el siglo XX que cuatro milenios después, cuando un hombre tendrá mi nombre y leerá ese libro y pensará que francamente no tenía sentido dedicarle un peldaño en la vida de cualquiera a una ciudad que ya no existe, un país que ya no existe, y del que sólo quedó efectivamente, su transparencia. Efectivamente, palabras en efectivo, las únicas que son rebeldes a cualquier gasto utilitario, las poéticas. Como éstas, que yo le dedico al tipo que en la tienda me dijo: “¿Usted quiere Marlboro rojos o blancos?”

 

                                                                            8 de junio de 2002


POR MARCOS GARCÍA CABALLERO 

 

Dos poemas por la libre

 

Ese oso y ese delfín

 

 

                   Es el eco de tu mirada mil veces mirada,

                        es el sueño de la palabra que se enristra y enarbola,

                        es el cuerpo a cuerpo con la idea y el concepto

                        podrido y rancio de lo que ha sido y será,

                        es la multitud nocturna de serpientes que te patean la vida,

                        es el sarcasmo del vacío al pretender iniciar la búsqueda,

                        es la culata y la espuela,

                        la maldición de ser niño arrojado a la peste adulta,

                        es la virtud dorada con la boca sedienta,

                        es la lógica del verbo, la carne del espíritu,

                        la soledad a tientas buscando un rostro para ser reconocido,

                        es la ilusión de ser portavoz de un mundo imposible,

                        y su imposibilidad radica en la mano izquierda,

                        en la libertad, el placer y el gozo.

                        La naturaleza es compacta: cabe en mi mano derecha,

                        pero como en cuestiones poéticas soy ambidiestro,

                        me estiro y cierro este telón antes de que algún chapucero

                        diga que escribo versos para la inmortalidad o para la literatura.

                        No escribo el poema: es él solo el que se escribe en mi ser.

                        Vaya usted a saber qué será el ser, que ningún libro gordo

                        de ontología lo ha descubierto, por eso yo respondo

                        que no soy un ser sino un querer:

                        quiero refundar a la poesía, bautizar de nuevo al oso,

                        a la nutria, al tigre, a los techos del mundo,

                        a los barcos que parten del puerto y de la pubertad,

                        a la raíz niña, sirena, espejo para demostrar la vida

                        y escudriñar en la memoria tu soledad amplia como mi sonrisa,

                        quiero que se ramifique la respuesta del árbol de la ignorancia,

                        quiero entrometerme en política,

                        quiero dar mi opinión sobre la mosca y la bestia,

                        quiero gritar hacia el silencio y quiero que el silencio

                        me enseñe los colores de la flama, la roca y el agua.

                        Quiero saber aquí y ahora mismo

el recorrido de la ingenuidad infantil a la crueldad corrupta.

                        Quiero abrir el tiempo para salirme de él

                        con la parsimonia de quien deja el mar y busca su toalla,

                        quiero escucharme en la convención de los recuerdos,

                        quiero ser una catarsis ladeando en carretera la montaña,

                        quiero ser ese ser que ya soy queriendo más y más...

                        Y también a ti te quiero, esponja, mar picado, enredadera,

                        concha y foca que sueña ser delfín,

                        porque sin ti y sin tus ojos yo no sería ese querer que no se cansa,

                        no sería el maldito ímpetu que no sabe doblegarse:

                   caería escalones abajo en el mar y literalmente sería del fin.




No hay comentarios: