sábado, 13 de julio de 2024

EL CAMALEÓN Y LA TARÁNTULA


POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

PARA ARMANDO BAYONA CELIS

 

 

Es un relato que he contado ya varias veces con algunas variantes a lo largo de muchas sobremesas o cruzando tragos con amigos. Ya mucho tiempo después y en mi edad  adulta; los sucesos que voy a mostrar ahora: La escena inicial debe  verse en 1984, en mi salón de quinto o sexto de primaria, con niños y niñas sin uniforme ni enseñanza religiosa, se trataba de tener apertura mental, excelencia y gusto por la vida combinada con los estudios.

 

Una primaria privada en el sur de la ciudad de México que contaba con buen prestigio para entonces y, en particular, detrás de los salones normales de clase y el patio con cancha de basquetbol y una pequeña tienda para las horas recreativas, un jardín alambrado -para que los estudiantes no jugáramos a destruir las macetas-,  y un refulgente salón especial que era el laboratorio de biología de todos los grupos. Ese fue mi primer y único laboratorio de biología en mi vida y lo recuerdo como si al entrar en él junto con mi grupo de generación, nos convirtiéramos de ipso facto en naturalistas franceses del siglo XIX de esos que viajaban por todo el mundo y llegaban hasta tierras ignotas del África o Suramérica debido a su ansia exploradora y la verdad es que no exagero tanto: en ése laboratorio había desde avispas atrapadas en ámbar, hasta toda clase de insectos disecados y en planos, un cráneo de un puma y la colección más sorprendente de escarabajos que haya visto nunca, avispas, arañas, lagartijas disecadas también y planos del cuerpo humano; es decir, todo un mundo por descubrir para nosotros solos y cada viernes.

 

Además Mario, el maestro, era amigo de mi familia y eso ante mis compañeros me daba un plus, un plus algo loco porque había un par de encimosos que de “wookie”, no me bajaban. (Sí, el wookie de la película híper famosa, el tal chewbacca, que le llaman) Pero así las cosas, sucedió ese gran día, habíamos terminado con la lección de inglés y el maestro de biología nos llamó para ir al laboratorio. Debo detenerme en el momento en que ese día, un amigo llamado Diego, había llevado muy presumidamente a la escuela una tarántula viva, casi tan grande como del tamaño de una mano. La llevaba en un frasco y ese día él fue la sensación de toda la escuela, ese muchacho ese día no se movió ni se ajetreó mucho  como los demás a la hora del descanso, jugando al básket o lo que fuera, estaba simplemente sentado afuera de la dirección de la escuela y todo mundo venía a preguntarle de dónde había sacado eso.

 

Que supuestamente de un pueblo cercano a Cuernavaca donde sus padres estaban fincando un terreno, y que los albañiles la habían encontrado. Que su padre le había dicho que tal vez sería bueno llevarla a la clase de biología. La cosa esa causaba miedo, pero seguramente la pobre estaba más espantada, por esa nuestra pequeña potencia infantil o casi adolescente: digamos, ¿Qué hubiera pasado si  algún loco se lo hubiera arrebatado y hubiera destapado el frasco encima de una muchacha? O peor: ¿de un maestro? Qué bueno que hasta eso, Diego aguantaba todos los jaloneos y se pasó el recreo con una paleta helada chupándosela y el frasco con esa cosa a un lado. Pero como dije, había acabado la clase de inglés y llegaba hora del laboratorio de biología… Entonces sí, Diego, muy presumido, bajó inmediatamente las escaleras de los salones, muy orgulloso de ser la sensación de la escuela, todos bajábamos igual que él como si fuéramos sus escoltas, ya que el frasco era el precioso tesoro para el laboratorio. Llegamos al laboratorio y vimos a Mario platicando con los dos muchachos de la limpieza de la escuela y cargando un serpentario. ¿Un serpentario? Sí, una especie de caja rectangular con poca arena en su interior y para sorpresa, lo que veía Mario adentro ya que le pidió a todo el grupo que tomara sus bancos: un camaleón pequeño un poco más chico que la tarántula.

 

No fui yo el primero en comunicarle a Mario lo que traía el frasco de Diego, todo el grupo se lo dijo. Por eso hablaba Mario con los de la limpieza: ellos habían encontrado al camaleón en el jardín alambrado.

 

Mario pidió al grupo que le bajaran al escándalo, miró la tarántula en el frasco y luego al serpentario, luego, sonriendo con malicia dijo que podíamos hacer un experimento esta vez.

 

Le preguntó a Diego: –¿No te importaría regalarnos tu tarántula?

 

Diego respondió que se podía usar para la clase de biología.

 

Perfecto, respondió Mario, tomó el frasco, inspeccionó la tarántula y luego al camaleón.

 

Como que el salón no entendía pero todos estaban en ascuas.

 

Mario nos pidió que nos acercáramos para ver el experimento. Así lo hicimos.

 

Mario abrió el frasco y aventó a la tarántula al serpentario donde estaba el camaleón tan tranquilo como si nada, con los ojos entrecerrados. La tarántula sintió de inmediato que pisaba arena…

 

–¿Qué va a pasar? –gritó todo el grupo.

 

–Ahorita lo van a ver –dijo Mario sonriendo.

 

La tarántula empezó a mover sus patas y a caminar, tal vez, con ganas de causarnos miedo, ya que de eso viven cuando no comen, según decía Mario, pero en cuanto la tarántula vió al camaleón acurrucado en una esquina, entró en pánico, corría de un lado para otro del serpentario como queriendo salirse, lo cual, debido a la altura de las paredes de cristal era imposible; corría y corría de un lado para otro, mientras, el camaleón tan campante echaba la flojera; de repente la tarántula pasó un poco más cerca del camaleón y nada más abrió la boca y sacó la lengua y ¡órale! Una pata menos para la tarántula, que seguía queriendo escaparse y no podía hacerlo. De repente pasó cerca otra vez y ¡órale! Otra pata menos para la tarántula. Nos quedamos impresionados. Así pasó todo el rato hasta que la tarántula sólo tenía tres patas. Y el camaleón tan campante ni siquiera se había movido de su sitio… Cuando la tarántula ya no se podía mover, ahora sí se movió el camaleón, volvió a abrir la boca y se la tragó entera.

 

¡Óoooorales!–dijimos todos a coro.

 

El inolvidable Mario se echó a reír y dijo: “¿Quién trae un jaguar y un venado para la próxima clase?”

 

viernes, 12 de julio de 2024

CUENTO DE NAVIDAD HISTÓRICO.


POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

 

Para empezar ahorrémonos los chismosos vocablos supuestamente novedosos  del grosero referente inicial “resulta que esto o lo otro”, y comencemos este aparatoso cuento navideño (como lo son todos los demás) a la manera de alguien ahondando hacia lo profundo de una alberca diáfana, como en el acto de quien busca rescatar una joya o un collar valioso extraviado  hace pocos segundos por su pareja; sólo que en este caso la joya se trata de  mi memoria particular y rescatémosla para que  luzca refulgente y, a través de ella, vislumbremos todo el cuadro de la cena de  Nochebuena del año 2010 de mi familia. Ahí son cerca de las diez y media de la noche y es el momento de dar los regalos a los niños. El abuelo materno, noventa y tres años cumplidos, habla y se involucra ya demasiado poco, persigue la conversación con los ojos medio cerrados y se enfurece demasiado azotando el bastón en la mesa del radio, su único contacto con el mundo porque además está casi ciego. Mi madre y mis tías ocupan desde hace cerca de nueve años el lugar de capitanas de abordo cuando la familia entera se reúne y esto, sobre todo, porque las cuatro tienen muy buen sazón. La sirvienta sólo se dedica a cuidar al abuelo y en sus ratos libres, a chismear con el novio y las vecinas. Mi tío político, de origen escocés, acaba de volver de Inglaterra con mis primas. Ha traído buenos regalos para todos desde Heatrow. Para mi abuelo, un par de botellas de genuino whisky escocés. Se me hace agua la boca de solo mirarlas. Una de mis tías se las lleva al sillón donde mi abuelo está empotrado y al abuelo le sale con una voz desmadejada y cavernosa el agradecimiento:

—Aah, gracias Jimmy, whisky Glenfiddich, es muy bueno…mmm…                             

Y vuelve a cerrarse en sí mismo y a cavilar meditaciones sobre mi abuela. Ella murió en 2005. Y como cada año desde entonces, todos resentimos su ausencia en éstas fechas. ¿Pero y quién entonces es el hombre fuerte de la casa? Ahora sí puedo decirte que “resulta” que ése papel lo ocupo yo como el primogénito de la familia y, entonces, para alejar el espectro de la ausencia triste de la abuela muerta, me apuro haciendo chistes a las primitas pequeñas y los otros chamacos  sobre sus regalos y recuerdo que una de mis tías me ha comentado hace un par de noches que compramos los preparativos para ahora mismo, que entre los antepasados de la familia se encontraba alguien que logró… pero ya leíste el título del relato. Entonces ahondemos más atrás, vayamos más allá de la memoria personal para llegar a la verdadera joya, e imaginemos otro aspecto para todo el inmenso territorio del Valle de México; no veremos edificios modernos ni multitudes ni nada que nos parezca un referente a la megalópolis monstruosa de la actual Ciudad de México.

            El referente exacto comienza en Francia, en París, en la Revolución Francesa y con la Toma de la Bastilla; quizá en esos albores de la modernidad (esa sí, que a no dudarlo, comenzó con ese magno hecho histórico) podamos ver las calles de París dejando atrás la vieja arquitectura gótica y dando paso a las novedosas construcciones de vidrio. Como se sabe, Charles Baudelaire, uno de los tres o cuatro  grandes poetas franceses del momento (y no hay que decir que tuvo y tiene todavía una influencia enorme en la literatura universal), paseaba por ahí con alguna de sus amantes planeando su obra cumbre: Las Flores del Mal. El poeta nació en 1821, pero la toma de la Bastilla fue antes. Mis antepasados por la parte materna se remontan al año 1790, cuando nació Laurent Duprée y formó luego su familia con La Bella Anita. La Señora Duprée estaba embarazada cuando fue separada de su marido, así que dadas las condiciones en Francia en aquella época, sabemos que Laurent Duprée nació en alguna cárcel hedionda como cañería.

            Es entonces cuando se anima la Nochebuena de la familia, porque mi tía, copa de vino en la mano e hijo pequeño restregándosele en los pantalones, nos tiene la semblanza nada menos que de ¡la genealogía de la familia! “¡Hey, presten atención a su tía!”, le grito a tanto mocoso y mocosa corriendo entre moños deshechos, regalos  y un árbol de Navidad verde con esferas rojas y azules que, ciertamente, no fue comprado en las faldas del Popocatépetl, como se acostumbraba cuando yo era niño y, supongo, los mayores defendían este abolengo que, intuyo, ya no es algo que propiamente me pertenece de facto: en mi niñez yo jugaba otro rol o era otra etapa  en esta familia, y para no desperdiciar ni un solo adjetivo sobre el niño que fui (no acostumbro hablar para nada de mi infancia, ni en lo personal ni en lo escrito), prefiero asistir completamente oídos abiertos a esta cena y llevarme la joya del relato. (Ojo eh: todo esto es solamente evitar el papelón de ser el hombre fuerte de la casa y estar, simultáneamente, en el desempleo desde hace un par de meses. Espero que Laurent Duprée me lo perdone hasta allá donde se encuentre.)

Dice mi tía: “De la cárcel llegaron a escapar debido a la amistad que la doncella desarrolló con el carcelero… Su padre y hermanos mayores huyeron en tanto a un convento, en donde permanecieron por varios años. Sus hermanos fueron pintores, aparentemente de la escuela de Delacroix. Una vez ya fuera de la cárcel, la Sra. Duprée e hijo se marcharon al pueblo y casa de la doncella, pueblo posiblemente localizado en un valle de los Alpes franceses.”

“Laurent creció como hombre del pueblo, estudió medicina, fue un hombre de ideas liberales que casó con una mujer del pueblo (plebeya) que era conocida como La Bella Anita. Fue menospreciado por sus hermanos por la vida sencilla que llevaba, particularmente por la elección de su esposa ya que sus hermanos siempre fueron conservadores y se sentían nobles y aristócratas. Como tantos otros en busca de nuevas oportunidades, Laurent y su esposa viajaron al nuevo mundo y llegaron a México, posiblemente hacia 1810 o más probablemente hasta alrededor de 1821 o poco después. (Ojo eh: ¡Pisaron tierra mexicana mientras Charles Baudelaire nacía y terminaba la Guerra de Independencia de México!). En este país ejerció su profesión, particularmente trabajó en la lucha contra el cólera, enfermedad que hacía estragos en el puerto de Veracruz durante los años veinte del siglo XIX. En México nació su descendencia que consistió sólo de mujeres; una de ellas llamada Celestine, se casó con un ingeniero de minas inglés recién acabado de arribar. Laurent, quién a la posteridad fue referido en la familia como Bon Papá, murió en Veracruz combatiendo el cólera.”

—Pero la historia no termina ahí ¿verdad? —digo mientras sostengo en mis piernas a su hija y termino de leerle un fragmento de un cuento de los Hermanos Grimm, de un grueso volumen de edición inglesa, que le tocó de regalo.

—No, claro —dice mi tía— continúa nuestra descendencia con Marie Celestine Charlotte Duprée, que se casó con Henry Glennie.

“Los Glennie eran escoceses, dos de ellos vinieron a México: Henry Frederick y William, en tanto que otros se cuenta que fueron a África, a Camerún; todos eran ingenieros de minas. En su viaje a México su barco naufragó, así que los sobrevivientes subieron a las lanchas de salvamento. La lancha donde iban los Glennie tenía un agujero que al parecer estaba taponado, pero el tapón se perdió y entonces empezó a entrar el agua. El abuelo Glennie usó su sombrero y puso encima su rodilla y de esta forma lograron salvarse. Debido a este heroico incidente quedó mal de su pierna.”

“En México hicieron una excursión al Popocatépetl en 1827, la primera excursión reconocida[1] donde colectaron muestras de roca y tomaron mediciones barométricas para calcular su altura, (aproximadamente 5,450 metros sobre el nivel del mar) mismas que ni siquiera Humboldt había realizado, así como también se dedicaron a hacer otras observaciones de exploraciones a otras partes del territorio nacional.

 “Uno de los Glennie llamado Henry fue el que se casó con Celestine, la hija de Laurent Duprée y tuvieron tres hijas: Ana Carlota, Laura y Constanza. William debió haber tenido al menos un hijo de nombre Frederick que continuó con la tradición minera.”

“De Celestine Duprée, inglesa (escocesa por matrimonio), se cuenta una anécdota igualmente heroica. Cuando se alzó Leonardo Márquez, el Tigre de Tacubaya (1859), sus hombres quisieron asaltar la casa donde vivía la familia de Henry Glennie, estando éste presuntamente ausente (¿quizás trabajando en alguna mina?) y su mujer acabada de parir y con hijas jóvenes adolescentes (Ana Carlota de 17 años y Laura algo menor), Celestine Duprée escondió a sus hijas y en el momento de querer entrar los asaltantes, con una bandera inglesa en la mano se les enfrentó gritando: “¡Éste es territorio Inglés, si entran se atienen a las consecuencias!”, y era cierto, para ese tiempo su marido ya era cónsul. Los asaltantes titubearon pero finalmente se retiraron.

“Parece ser que después de este episodio ella murió alrededor de 1860 y después de ella su pequeña hija recién nacida llamada Constanza. Ana Carlota (nuestra lejana parienta) casó con un alemán: Diedrich Graue, con quien tuvo 10 varones y 2 mujeres, de ahí proviene nuestra parentela con los Graue, como el destacado Doctor Enrique Graue, director de la Facultad de Medicina de la UNAM.”

“Diedrich Graue  llegó a México como cónsul de Bélgica, hecho un tanto extraño ya que era alemán, procedente de Hamburgo. Él era comerciante y recordaba nuestra abuela (que fue su nieta) que era muy exigente en la atención que se le brindaba, particularmente en lo concerniente a los alimentos. Comía y cenaba de lo más formal y nunca permitía que se le repitieran las mismas viandas de una comida a  otra, sino que cada vez se le tenían que ofrecer platillos diferentes y variados. Con frecuencia había en casa vinos y productos de procedencia alemana. Era adinerado y seguramente gordo.”

“Ana Carlota —la adolescente que defendiera Celestine— era una mujer culta y desenvuelta para su época, nació el 6 de agosto de 1843, hablaba varios idiomas y viajó bastante, tal vez debido a quedar huérfana de madre en edad temprana. Su padre Glennie la envió a Inglaterra para que se educara y asistió a la Abadía de Westminster. De joven concurrió a los bailes de Maximiliano (llevados a cabo durante 1863 y 1867, tiempo que duró el imperio de Maximiliano) y muy probablemente ahí fue donde conoció a Diedrich Graue, cuando éste llegó como cónsul belga. Ana Carlota tuvo 10 hijos y 2 hijas. Una de las hijas fue Carlota Elizabeth, madre de mi abuela, la otra era una mujer con discapacidad intelectual, algo “retrasadita”, decía mi abuelita, llamada Tía Nenita. Entre las manías de esta tía, prueba de su “retraso mental” (¿autista quizás?), estaba que le gustaba guardar y atesorar retazos e hilos.” En este punto de la historia todos los varones presentes nos reímos incluido el abuelo y las niñas de la familia presumen sus talentos escolares: “Yo tengo 10 de promedio, ¿eh Mateo?” “Y yo soy la mejor de mi clase de gimnasia, eh?” Pero les digo que mejor escuchen porque esto es importante.

Para ese momento ya he logrado probar el Glenfiddich que Jimmy le ha regalado a mi abuelo, por lo cual a mi árbol genealógico ya puedo olerle la resina como a la de un pino de los Alpes Franceses y sólo pienso: “Qué cosa más curiosa,  hasta hace sólo seis años un descendiente de Bon Papá vestía con playeras de The Cure, U2 y Placebo.” Pero mi tía continúa con la historia: “La hija mayor de Ana Carlota fue Carlota Elizabeth, que nació en 1869, la cual casó con Julius Bacmeister-Poggenphol (1855 –1932), un hombre de carácter afable y de origen alemán, que llegó a México como contador de la casa Böker. Pertenecía a una familia numerosa, su madre -Luisa Poggenpohl- había tenido 7 hijos y según las leyes del Kaiser el séptimo podía merecer toda su educación a cargo del estado. No obstante su orgulloso padre -Lucas Bacmeister- no aceptó este beneficio. Cinco de sus hermanos fueron militares a excepción de él y su hermano Ludwig, que fue arquitecto o ingeniero, y con quien vino a asentarse a México.”

“Perteneció a una familia con un gran orgullo de sus orígenes, su árbol genealógico, reconstruido por los Bacmeister que permanecieron en Alemania, se remonta ¡a 1284!, siendo muchos de sus remotos integrantes abogados y reverendos protestantes. Fuera de Alemania, los Bacmeister se encuentran en Inglaterra y Estados Unidos, además de México. Julius Bacmeister tenía un defecto físico que le impidió seguir el camino de sus hermanos militares si hubiera querido (dicen que si quería) y esa limitante para ingresar al Ejército era que estaba ligeramente cojo. Esa cojera la adquirió debido a que en su juventud al patinar en un lago helado se le hundió el pie y quedó por mucho tiempo en el agua helada, hecho que produjo su cojera.”

“Carlota Elizabeth, decía mi abuela, era una mujer muy encerrada en su casa. Como fue prácticamente la única hija mujer ayudó mucho a su madre cuidando a sus hermanos, sobre todo porque su madre tenía muchos compromisos sociales y pese a que seguramente tenían servidumbre suficiente para apoyar en estas actividades. Creció en un ambiente de riqueza, con la presencia de una figura paternal autoritaria y tradicional, tomando responsabilidades que no le correspondían, pero siendo tal vez un tanto inútil en varios aspectos en los que su madre y padre se desenvolvían con soltura. A Carlota Elizabeth la llamaban Lilly. Tuvo ocho hijos. Las cuatro mujeres fueron Luisa, Ema, Elsa y Margarita (nuestra abuela: 14 enero 1897 - 18 mayo 1980), es decir, la tatarabuela mía: de Mateo Gargallo Castellanos el que cuenta este relato ¡¡para la pedantería remota!!). Ema murió a los 13 años de una lesión cardiaca, la cual adquirió siendo pequeña como consecuencia de haberse caído a un pozo, de donde afortunadamente pudo ser rescatada. Tenía un cabello largo muy hermoso que cortaron antes de enterrarla y dice mi abuela que en ocasión de exhumarla para el entierro de un familiar, el cabello le había vuelto a crecer, aunque ya no de su rubio color original, sino de un tono grisáceo-opaco.”

“Los cuatro hijos hombres fueron Lucas Heinrich, Julius Carlos, Wilhelm Walter Diedrich y Friedrich Georg. Este último murió de 2 años debido al parecer a haberse tragado un objeto que le impidió respirar bien, le hicieron traqueotomía pero no funcionó. Julius se dedicó a la música y trabajó en la estación de radio XLA; él se consideraba el más brillante intelectualmente hablando de la familia.”

 “Tenemos foto de Lilly de viejita (foto 4 generaciones: la tatarabuela, la bisabuela, mi abuela y mi mamá), tenía un aspecto totalmente Graue y con eso quiero decir que no era muy agraciada.” En ese momento todos vemos la foto escaneada que luce inolvidable, como nuestro tesoro de navidad.

A estas alturas la narración ya toca tiempos más cercanos, referentes a la unión de la abuela Margarita Bacmeister Graue, con el abuelo Manuel Ignacio Miranda Díaz.

 “El padre del abuelo Miranda, era abogado. No se sabe mucho de él o su familia, salvo su memorable muerte: en una ocasión, la última, al estarse rasurando en su casa de Tacubaya sucedió que una góndola se soltó y fue a incrustarse dentro de su casa, matándolo por unos vidrios del espejo en el que se veía al rasurarse, los cuáles se le incrustaron en el vientre.”

 “El abuelo Miranda le llevaba catorce años a nuestra abuela, se conocieron en el trabajo que la abuela tenía de traductora en una revista geográfica similar al National Geographic que se llamaba El Mundo Ilustrado. Cuando se conocieron la abuela tendría entre 22 y 23 años (se consideraba algo mayor a una mujer que a esa edad no se hubiera ya casado) y había perdido los valores más preciados para esas épocas: virginidad y juventud”.

“De cómo perdió su virginidad la abuela y sucedieron los hechos que la marcarían de por vida, es todo un enigma, aunque es algo que al parecer sucedió en sus 17 años. Una primera historia que me fue contada es que había sido por un joven cadete militar y que por andar con él, sin la tutela debida, quedó embarazada de un niño que al nacer le fue arrebatado y asignado a una empleada doméstica como si fuese suyo. La familia obligaba a la abuela recién parida a asistir a los bailes y compromisos sociales, cuando el bebé requería de su presencia simplemente para alimentarlo, de hecho iba “chorreando en leche”. El bebé murió y el cadete nunca regresó. Después resultó que esa historia no era válida y que la abuela fue violada, pero ¿por quién? ¿Por un familiar, como con más frecuencia sucede?, ¿quién sería? ¿un hermano? No creo, ¿primo, tío? A eso me inclino más, o tal vez fuera una amistad cercana consuetudinaria, el caso es que quedó embarazada y efectivamente el nene se perdió.”

“Sea como haya sido, en ese estado en el que quedó, habiendo perdido virginidad, con un embarazo ya en la historia de su cuerpo y siendo ya no una jovencita es que conoció al abuelo y la historia parcialmente se repitió, volvió a embarazarse, ahora de quien sería nuestra mamá, a sus 24 años. En algún momento pudo escapar con su bebita de su casa, donde la tenían poco menos que secuestrada o en estado de sitio por reincidente, e inició su vida con el abuelo a un lado, pero ausente. El nacimiento de otra hija, Elena, marca el establecimiento de este nuevo régimen de unión de larga duración, aunque sin casamiento, como lo atestiguan los subsecuentes alumbramientos de Nacho, Beatriz, Manuel, seguidos por los de Gabriela y Carolina, esta última a quien tuvo a sus 47 años.

Del tiempo en que estuvo con su hija recién nacida en la casa paterna se tienen las anécdotas de que las hermanas no querían usar el mismo bacinal que ella porque quién sabe qué hubiese contraído de “el indio”, como le decían al abuelo, y como ésta seguramente otras humillaciones. En este tiempo tuvo una nutrida correspondencia con el abuelo, misma que rompió posteriormente cuando su estado de senectud avanzaba, incluso yo llegué a ver y medio leer algunas de ellas y cómo me arrepiento de no haber guardado algunas, ya que lo pude haber hecho.”

“Enfrentó las diversas adversidades que tuvo sin queja y buen ánimo, no tenía otra forma. Rompió con la familia: nada de contactos sociales con la sociedad germana o extranjera, renunció al propio idioma y a la religión presbiterana, pero no a partes de su educación germana, a la tradición doméstica y al orgullo aristocrático. Mantuvo casi sola a su familia, pues el abuelo prácticamente no contribuía más que con la transmisión de sus cromosomas. La manutención de su familia se hizo progresivamente más difícil conforme la prole crecía en tamaño y en número, con lo que se reducían las posibilidades de desarrollo de los mayores. Los trabajos que conseguía no eran muy bien remunerados, en parte por su falta de preparación y en parte por su estigma. Aunque tenía su carrera de educadora era en realidad imposible vivir de ella. Una persona que le ayudó a conseguir estos empleos fue Ludwig el marido de Luisa, su hermana. No obstante sus hermanas siempre fueron despreciativas hacia ella brindándole supuestamente ayuda con donaciones de objetos inservibles por desgastados y caducos y “cantando” siempre los apoyos que le hacían. Entre sus hermanos el que le brindó más comprensión y compañía fue Willy.”

“Al final del camino logró lo que quería: tener y llevar a buen término a sus hijos, que tuvieran una educación elemental y “casarlos bien”, sobre todo las mujeres, el que por poco se le escapa fue Manuel. Como es de esperar en familias con padre de personalidad dominante pero ausente, los varones fueron de más difícil crianza.”

“Y aquí estamos nosotros —dice mi tía— en Navidad del 2010, los hijos y nietos de sus hijos rememorando un poco de dónde venimos, admirando a nuestros maravillosos antepasados, cada uno con una historia a cual más interesante y admirándonos también de cómo pese a tener los mismos padres (o madre en específico en su caso), pueden los hijos salir con tan diversas inclinaciones, gustos y preferencias”.

Esta conversación duró hasta las dos de la madrugada. Por supuesto mis otras tías y mi madre también comentaban todo lo genealógico, Jimmy y yo bebíamos  Glenfiddich; los  chamacos, después del relajo que causaban,  fueron llevados a acostar y se volvió a comentar en la mesa temas de actualidad como la política, los libros o  la ciencia. Corrieron los vinos y las botanas de jamón serrano con queso chihuahua, el lomo y la ensalada con crema de nuez; el otro whisky Glenffidich  que sabía maravilloso y qué decir que también por parte de mi abuelo materno sé  de  grandes historias,  una en particular, en que en su juventud él y su pandilla de la preparatoria de San Ildefonso conocieron  a Diego Rivera en oscuras circunstancias de grillas políticas y una anécdota comunista entre todos ellos  la conjugué con los jóvenes personajes de los años noventa de una novela que ganaría el Premio Nacional “Salvador Gallardo Dávalos” de Narrativa Joven  y en verdad, la nochebuena  iba estupendamente hasta que mi abuelo preguntó desde el sillón:

—Oye Mateo  y a ver ¿cómo  va  el trabajo, a ver?

 Yo le contesté: —mira, la verdad soy podador de árboles genealógicos.

—¿Podador de árboles genealógicos? ¿Y Cómo es eso?

Y dije: —Si sigues chingando vas a ver mi oficio: voy a meter todas esas medicinas que te mantienen con vida al horno de micro hondas y después las voy a rociar con el whisky que te trajo Jimmy y ya verás como sí soy podador de árboles genealógicos.

Entonces la Navidad del 2010 estalló… creo que hasta el niño dios del nacimiento se puso de espaldas y prefirió pasar sin ver… todo mundo a la mañana siguiente festejó sus regalos y yo, por querer pasar por el hombre fuerte de la casa ni me dieron nada por no respetar tan sagrada dinastía… así que salí temprano a buscar a mis amigos para tomar unos vinos y hablar de esa locura favorable para los versos que tenía el fulano de tal llamado Charles Baudelaire… total –me dije– ese güey sólo escribía versitos y nunca escaló un volcán para medirlo, pero al pensarlo, rectifiqué: “¿Entonces, si no es por él, por quién chingados voy a brindar con mis amigos?”

 

Al respecto de sus actividades, como bien señalan[2]  algunas fuentes, hubo varios ejemplos de mineros británicos asociados con empresarios mexicanos que tuvieron injerencia en la minería. Tal es el caso de William y Frederick Glennie, quienes llegaron a México contratados por la United Mexican para trabajar en Guanajuato; su integración fue casi inmediata conforme ampliaron sus intereses mineros y los relativos a las actividades científicas y recreativas de reconocimiento del territorio al escalar el Popocatépetl en 1827. Aún cuando la compañía fue perdiendo vigor, se establecieron en México vinculados activamente a la minería. Sus ligas con Inglaterra fueron de utilidad a ambas partes, ya que su conocimiento del país y los mexicanos era una ventaja para el gobierno británico, que nombró a Frederick como Cónsul General en 1853[3].

Esto aparece en el libro de Ward (pág. 9), donde los señalan como hombres de ciencia: “Aludo en particular a... y al Sr. Glennie, uno de los comisionados de la United Mexican Asociation, quien ha trabajado infatigablemente en sus investigaciones…. El señor Glennie posee una serie de observaciones, hechas por él mismo, que comprenden desde Oaxaca hasta Chihuahua y Guaymas”.

 

 

 

 

 

 



[1] Alma Parra, “La conquista del cráter, el diario de viaje de dos mineros británicos al Popocatépetl” Rev.Historias, INAH, n. 69, p. 133-141, 2008. Artículo en línea en: http://www.estudioshistoricos.inah.gob.mx/revistaHistorias/articulos/historias_69_133-142.pdf

[2] Alma Parra y Paolo Riguzzi, “Capitales, compañías y manías británicas en las minas mexicanas, 1824-1914” de. Rev. Historias, INAH, n. 71, p. 35-60, 2008. Artículo en línea en: (http://www.estudioshistoricos.inah.gob.mx/revistaHistorias/articulos/historias_71_35-60.pdf)

[3] The Annual Register, Londres, Wood fall & Kinder, 1854, p. 292.

OBSERVACIONES POR MARCOS GARCÍA CABALLERO


1

El suicidio de Luis González de Alba es un golpe a la inteligencia mexicana. Recuerdo que sólo una vez lo conocí, una vez que fui a México en 1992 y mi padre me lo presentó en un bar que Luis había inaugurado a mitad de insurgentes. Estaba toda la generación del 68 esa ocasión (los vivos entonces). Nunca leí Los días y los años, publicado por ediciones Era, su libro clásico sobre el 68, pero siempre sentí respeto a su persona (ni siquiera me burlé nunca de su condición de homosexual), entiendo que este factor lo tenía de bajada mentalmente. Mucha gente me decía que había perdido respeto POR SUS OPINIONES, y otros me dicen que les gustaba, en fin, que descanse en paz, y que en este país haya respeto a los homosexuales y muy por otro lado, que haya respeto a los escritores y a los periodistas, que desgraciadamente, mueren asesinados por todos lados.

2

Cuando Peña Nieto deje la presidencia de México, de refilón y para orgullo de todos los mexicanos, seguramente va a dar clases de literatura comparada en Oxford, enseñará a los jóvenes ingleses como crear novelas de largo aliento, donde la temática principal sea la política, por supuesto, toda la política y los conflictos fuertes que sólo fueron avizorados por ese tal Shaskespeare, Peña Nieto los volverá luz tremenda sobre los alumnos. Les enseñará, por ejemplo, qué se debe de hacer en un país cuando los maestros protesten, qué hacer cuando uno es sorprendido por periodistas con una multimillonaria Casa Blanca y se genera un escándalo terrible contra la figura Presidencial; también, cómo negociar con los susodichos padres de los 43 jóvenes desaparecidos en Ayotzinapa, que tanto andan moleste y moleste al gobierno, también, qué hacer en caso de que Donald Trump visite Inglaterra, ya que en México salimos airosos de esa terrible experiencia, en fin, si en Oxford saben de Literatura Comparada, entenderán de qué es lo que les trata este mensaje…

 

3

Después de leer varios libros de literatura mexicana reciente, me doy cuenta de algo muy simple: el exceso de creencia en la fatalidad, es decir: somos miserables, ignorantes, rateros, estúpidos, merecemos todos los infiernos y bla bla bla… Lo que sucede, creo, es que para los autores mexicanos también es muy difícil hacer un ejercicio de purificación personal y hacer el difícil desprendimiento, el desprendimiento de lo otro-obsceno de la realidad y crear obras que apuntaran hacia otras visiones. No necesito decir que sigue siendo muy rescatable la gente y nuestro País en su conjunto. No creo en escapismos ni en best-sellers tradicionales (ni tampoco, en La Invención de Morel parte II, o parte III), pero los autores jóvenes treintañeros deberían empezar a pensar, que es probable que ya haya pasado el juicio final.

 

4

Ahora que hace pocos días fue noticia la muerte del maestro Hugo Gutiérrez Vega, (escribo en 2015) recuerdo claramente el año 2000, cuando en la Escuela de Escritores de la SOGEM él era uno de nuestros maestros más respetados, pero, al mismo tiempo que yo escuchaba su sobrada sabiduría, no sabía de modo real a quién tenía enfrente. Recuerdo que daba la clase de Poesía II, pero disertaba y discurría con elegancia de la poesía inglesa de los años 40’s, 50’s y 60’s (él fue diplomático en Inglaterra) y lo mismo nos contaba de su infancia y nos decía que de niño había conocido a Rafael Alberti, fue agradable escucharlo decir: “¿Así que usted es poeta señor Alberti?” y Alberti que le contestó: “Sí joven, pero le prometo que no lo vuelvo a hacer.” También discurría y se extendía sobre la poesía de Chipre de mediados de siglo XX, sus incursiones en el teatro, así como de su amistad con Julieta Egurrola, ¡Cómo nos divertíamos y prácticamente nos arrullábamos con su palabra! Después, en el año 2006 volví a verlo en Aguascalientes, en la ceremonia de entrega del Premio de Poesía Aguascalientes a Dana Gelinas por su obra Dylan y las ballenas, ya que él fue uno de los jurados. Recuerdo haberme sentado al lado de José Vicente Anaya y de Eduardo Langagne, ahí también estaba José Ángel Leyva y Dana leyó un poema dedicado a los calzones de un futbolista de moda en el céntrico Teatro Morelos. Carcajada general. Pero el maestro nunca me olvidó: muchas veces, cuando en silencio me encontraba estudiando filosofía virtual, yo sabía que Hugo estaba conmigo, y me hacía señas de aprobación de mis esfuerzos filosóficos. Adiós Hugo, toda la SOGEM, todo un Fernando del Paso, como dijo hoy La Jornada, toda la vida cultural mexicana, el mismo periódico, te recordamos ahora como un verdadero grande, un fulgurante, y del mero Jalisco.

 

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Cuando fuimos compañeros de trabajo, Lucía y yo fuimos muy unidos. Desde el tiempo de la capacitación para el conteo de Población 2005, que se llevó a cabo en noviembre, Lucía me había despertado cierta simpatía, pero no fue sino hasta los momentos de las horas extra con los cuestionarios, cuando realmente nos conocimos. Lo cual fue curioso ya que el trabajo lo llevábamos a cabo en una escuela primaria dentro de un salón desocupado que utilizamos como oficina; pero el personal del INEGI es bien recibido en casi cualquier lado, gracias a la gigantesca difusión que se le tiene qué dar a todo el proceso del levantamiento. Lucía y yo nos pasábamos las ocho horas del trabajo en ese salón de clases; a veces llegaban los entrevistadores a dejarnos su tambache de cuestionarios o se quedaban por un momento a rellenar sus propios formularios, pero en general se podía decir que el salón de la primaria era nuestra oficina exclusiva incluso cuando ya se iban los niños de la primaria a sus casas. Lucía y yo nos encontramos empatía: nos gustaban las mismas canciones, los mismos cantantes y a ella le interesó mi libro de poemas, así que se lo regalé. Conforme nos tuvimos más confianza, empezamos a llevar cosas al viejo salón para no morirnos de frío: algunas rebanadas de pastel, una cafetera eléctrica, y empecé a ver que ella me dejaba recados, como por ejemplo el siguiente: “¿Cómo te levantaste hoy Marcos? Espero que no llegues tarde… besos… te quiere: Lucía”. De que el trabajo era pesado seguro que lo era; había momentos en que entrábamos en momentos estresantes, dolores de cabeza, frío, etcétera. Supongo que por eso quieren al personal del INEGI: porque nos obligan a ser workahólicos. Un día Lucía dejó su escritorio y se sentó en mis piernas cuando ya nuestro coqueteo era evidente, pero concluyó que yo era uno de esos que, sólo dijo: “ya conozco a los de tu clase”. Eso me aguijoneó el ego, supongo que ella creía que yo era un pobre diablo, pero no dejé que la cosa pasara ahí y ahí muriera. Un día, cuando el stress estaba en su cenit, le dije: “vamos a desestresarnos a mi casa”. Acto seguido hicimos el acto y de ahí en adelante el stress se nos fue bajando poco a poco. Lástima que nuestro superior, echó a perder todos los formularios así que, puestos en, o más bien, montando caballos de hacienda, tuvimos que empacharnos con varios días extra. Así que a la hora de la comida, que era cuando nos íbamos a, aparte de comer, a desestresarnos, el último día le dije: “lástima que no volveremos a estar estresados, el asunto comienza a estresarme”.

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A ti te nombro Ernesto Sábato. Ya que cuando volví a esta tierra desértica no había, en mi edad de Cristo, a nada a que aferrarse y entonces te busqué, y volví a leer La resistencia y una bellísima edición de Sobre héroes y tumbas. Libros que no dan tregua los tuyos, libros que inician ciudades y provocan hecatombes personales. Y no sé por qué pero tú me escuchaste, tú comenzaste a prestarme atención, mientras los y las jóvenes de mi edad pasaban por mi casa pregonando que sí, que eran presumiblemente pudientes y ricos, pero que ya los dados estaban cargados y yo no tenía oportunidad y menos con el jodido vecino que me había tocado. Fue entonces que comprendí que tenía que serte fiel a como diera lugar. No me resigné, no me acostumbré a vivir, pedí una beca estatal para redactar una novela corta y tuve suerte ya que conseguí el favor de los jurados. Era diciembre de 2008 y tendría todo el año siguiente para trabajar en ese proyecto. Trabajé intensamente en esa novela, amor, desamor, mitomanía autobiográfica: una novela que funcionaba porque exageraba la gloria de ser joven y estar en la aventura del amor y los inicios de la vida intelectual. Y tú estabas ahí conmigo Ernesto Sabato, tú, cuando yo regresaba de un viaje a la playa al que nunca hubiera podido ir si no fuera por la beca, me recomendaste leer a Marx, y mi padre discutía contigo en mi conciencia y la mujer de la playa volvió a hacerme ver mi suerte, como la de la historia de la novela. Una suerte de bagaje cultural increíble en mi ser, pero no había oportunidades, no había trabajo, no había más que Ernesto Sábato y su mundo que estaba por terminar. Fue entonces que me cambié de casa, y en el imponente librero donde irían tus obras, cuando comencé a instalarme, poco a poco los libros volvieron a sus estantes, y tú volteaste a verme, y quise hacerte fuerte, yo sabía que estabas muriendo, quise retenerte, pero ya no aguantaste ubicarme en otro sitio y al momento de colocar tu obra yo vi primero como tu rostro se empequeñecía hasta parecer una pincelada de óleo y te fuiste y así supe que habías muerto, tal como al día siguiente La jornada me lo constató y supe de que la primavera entera estaba contigo, falleciste rodeado de pájaros y flores. Pájaros de todo el continente que iban a verte y darte ánimos. ¿no es obvio que los jóvenes de toda América Latina te querían?

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LA TELEVISIÓN ES EL MAYOR DE LOS PODERES FÁCTICOS PORQUE CONTROLA TODO LO QUE HAY, CUANDO NO HAY TELEVISIÓN...

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CADA VEZ QUE EL DIABLO LOS QUIERA CHINGAR Y QUE SE PONGA A ALEGAR, USTEDES SOLAMENTE LE DEBEN RESPONDER: "¡PUES PORQUE ASÍ ERES TÚ!"

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La gente inteligente empieza comprando libros. La gente inteligente lee los libros que compra, al principio de su trayecto de lectura, la gente inteligente se siente de hecho ultra inteligente, y de hecho así es. Pero también pasan los años sobre la gente inteligente, la gente inteligente empieza a sentirse rara, y lo que pasa es que en realidad demasiada inteligencia es peligrosa, es inquietante, no cabe en ningún lado. Luego, poco a poco, la gente inteligente deja de comprar tantos libros, es entonces que la gente inteligente siente que por culpa de tanta inteligencia, puede ser que haya perdido amores, que quizá en un arrebato le dijo imbécil al jefe o superior de la empresa, de la oficina, cualquier cosa, cualquier acto o conducta que salió y costó carísimo. Es entonces cuando la gente inteligente siente que le debe al mundo su cuota de estupidez, nada pasa, pero la gente inteligente empieza a ver más televisión, empieza a olvidarse de los libros… esos libros, carajo, ¡Esas malditas historias! ¡Esos malditos autores que pusieron las bases de la civilización! Entonces, la gente inteligente se empieza a confundirse con la gente común y corriente… hasta que un buen día, esa gente, que fue tan inteligente comienza a preguntarse de dónde salió esa panza, de dónde salió toda esa basura mental que antes no creía, y envejece, toda la jodida gente común y corriente… ¿Qué que pasó? ¡Fernando del Paso se ganó el premio Cervantes, el máximo galardón a las letras en nuestra lengua! No tiene importancia, dice la gente común y corriente…

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El otro día tuve un diálogo con un hijo de un vecino que no veía hace mucho tiempo y me dijo: “Hola, yo también estoy muy feliz de que Peter Higgs le hayan dado el premio Nobel de Física 2013 por haber elaborado en los años sesenta la teoría de lo que actualmente se conoce popularmente como “la partícula de Dios”, es decir, el Bossón de Higgs, supe además que alrededor de demostrar esta teoría trabajaron físicos de más de 10 países y me imagino que con esto, tú que estudias filosofía, le darás eminentemente la razón al realismo científico y no al idealismo que dice que los leptones o los quarqs son simplemente ficciones convenientes con las cuales trabajan los científicos ¿verdad? Sí, porque, sino, ¿de qué otra forma se explica el gasto millonario de haber construido el acelerador de partículas en la frontera entre Suiza y Francia? Bueno, te dejo, debes sentirte triste de que ya haya muerto Higgs, voy a comprar una Coca-cola, las tortillas, las donas bimbo y unos chicles clorets para lograr sonrisas fuertes”. Después de escuchar aquello, yo sólo pedí unos chicles para demostrar mis sonrisas fuertes: es una pena la muerte de Peter.

 

 

jueves, 11 de julio de 2024

RECUERDO DE SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS.


POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

 

En San Cristóbal de Las Casas, una ocasión que visité el año pasado (2014), tuve varias impresiones sobre el lugar que no quiero que pasen desapercibidas. En primer lugar lo que resalta es una constante mexicana: la mayoría de la población oriunda, sumida en una desesperada miseria que convive junto al turismo (algunas veces revolucionario) europeo y el nacional, con unos rasgos demasiado marcados de catolicismo combinado con el pasado indígena muy propio de la región. En serio: no tengo fotos de sus rostros porque en el mercado de San Cristóbal creen todavía que una fotografía les roba el alma. Tengo ya un texto sobre Chiapas y mi visita a las comunidades zapatistas aquí (Véase: “Los Griegos Valientes de Chiapas”) además de que salió publicado en un librito que se distribuyó en la Delegación Venustiano Carranza. Sin embargo, pienso yo, además de que ya ha pasado tiempo de ese texto (2002) la situación en Chiapas me parece que ha cambiado y para bien. Por ejemplo, ahora existe en San Cristóbal el primer hospital de Latinoamérica al cual pueden acceder los indígenas por ejemplo, pongamos por caso, un nacimiento, un parto. En este caso, así como en la cura de enfermedades de la región, la madre tiene la opción de parir asistida como sería la forma moderna en un hospital de La Ciudad de México, u optar por la manera de la tradición indígena. Del mismo modo, un viejo puede preferir que un brujo le cure una enfermedad respiratoria a consultar a un médico con cédula profesional. Éste solo hecho es un logro importantísimo pues respeta la tradición de los tojolabales o los tzeltales o cualquier otro grupo étnico de los de Chiapas. Y debemos de decir que éste tipo de avances se deben en parte, a la resistencia del EZLN, que mediante la presión al gobierno estatal y, con el mundo observándolos, ha logrado este tipo de avances.

En San Juan Chamula, una pequeña población cercana a San Cristóbal existe un fervor religioso muy singular: Observamos la iglesia, el guía nos hace indicaciones sobre las gorras, las cámaras, etc. Dentro de la iglesia observo unos retratos de Santos canonizados a los cuales nadie les reza. Lo que ocurre, nos explica el guía, es que hacia finales del siglo XIX, un rayo cayó en donde era originalmente la iglesia, y los indígenas, a pesar de que ya ha pasado más de un siglo, tienen a esos Santos “castigados”, y la razón es que no los protegieron del evento del rayo. San Martín es uno de los que recuerdo como Santos “castigados”. Por otra parte en las calles de San Cristóbal, deambula tristemente la miseria: recuerdo haberme sentado en un café y entre el paso de la gente, turistas, vendedores de artesanías, etc. Pasó un muchacho con una facha terrible y me dijo extendiendo la mano: “ayúdame… me estoy muriendo… ayúdame.” Le pedí al mesero que le diera un vaso de agua y le di 20 pesos, no creo haber podido hacer mucho por él, pero qué desgracia. Los restaurantes en la noche estaban a reventar, mientras querías dar cada bocado a la pizza italiana casera, ya te habían ofrecido como seis veces collares y postales, tejidos, vestidos, sombreros, etc. San Cristóbal tiene un aire a peligro y misterio. Cuenta Elena Poniatowska en su premiada novela Leonora, que Leonora Carrintong visitó San Cristóbal en los sesentas y que estuvo en el Cañón del Sumidero, por cierto, hablando de Cañones, Ezra Pound el enorme poeta, decía que la Poesía es, empleando la metáfora, lo que ocurre cuando desde la altura del Gran Cañón dejamos caer una pluma de ganso y la explosión que ocurre cuando llega hasta abajo: eso es la Poesía según Pound, pero no se equivoquen, actualmente se sabe perfectamente que El Sumidero es bastante más profundo que el gran cañón, el sumidero es de ¡un kilómetro! Y además es más largo. Oscurece temprano en San Cristóbal, como a las 6 y media ya está oscuro. Y otro día el guía de turistas nos llevó a Los Lagos de Montebello, que desgraciadamente, ya están saturados de anuncios de la cerveza Corona, me lleva la chingada, y otra vez la constante que no parece tener fin: la maldita miseria. Y pa colmo, los laguitos de Montebello sí están muy hermosos, pero ahí no se puede acampar ni nadar, ¿me creerían si les dijera que decía a cada rato: “¿Subcomanche Galeano, dónde andas?”  

 

miércoles, 10 de julio de 2024

LA SALA DE BILLAR DE PUERTO VALLARTA


 MARCOS GARCÍA CABALLERO

 

Ahora verás… ¿tenemos una nueva historia? Claro que sí: solamente es cuestión de investigar viejas ensaladas peligrosas con los aderezos de las memorias que se remontan a la sutileza de los prístinos detalles: Alguna ocasión, a mitad de la batalla de los 30 y tantos años, tuve dinero suficiente en el año 2009 para invitar a mi novia lejana al hermoso sitio de Puerto Vallarta. Nos pusimos de acuerdo vía teléfono y ella se sintió más que halagada con la invitación. Le envié por fax a una agencia de viajes su correspondiente boleto Guanajuato-Vallarta. Me preguntó o no recuerdo bien, en esas llamadas, creo que le preguntó a mi madre si yo me sentía seguro de realizar el viaje y estar con ella. No lo dudé, le dije que teníamos qué hacer este viaje porque los dos éramos y somos escritores amantes y además amantes de la vida aventurera; si tenía el dinero para invitarla, ¿Por qué carajos no íbamos a gozarla de rechupete en Puerto Vallarta tres noches y tres días y medio según alcanzaba el dinero?  Tomé a los pocos días el autobús desde la zona centro del país y después de un áspero viaje donde no olvidaba que me molestarían esos ex vecinos míos haciéndome boicots por la televisión gritándole a la gente que yo me encuero cuando me voy a bañar (por decirlo suavecito para el lector), llegué por fin a la medianoche a Puerto Vallarta y la miré a ella muy jovial y muy hermosa sentada en la extensa sala de camiones esperándome… “ella, esperándome…” Esta frase significa amor y esperanza, y si tu mujer te espera en otra ciudad a que tú llegues, te tiene mucho amor y esperanza… es muy importante entender esto para todos aquellos guerreros impacientes. Sueñen que caminan por el drenaje de sus propias ciudades arrasadas, si gustan, cuando parezca que no hay salida; pero si su amor los espera, ya tienen un punto con aquél el de la iglesia, o sea: todas las iglesias, todas esas puertas que tocaron y no abrieron es posible que con esa mujer se abran. Y hay que recordar que Don Octavio Paz en Piedra de Sol dice: “el amor es abrir puertas, es dejar de ser un fantasma condenado por un amo sin rostro.” Etcétera, ustedes se lo saben… Lo que quiero decir es que al verla sentí una oleada de insuperable libertad incluso más grande que las del propio mar cristalino del Puerto. Y ojo: ese tipo de oleadas también son el amor con el cual descubres de qué calibre es la mujer con la que te andas acercando… Como buena hermosa, ella ya pronosticaba sobresaltos, y eso, queridos, es la mera reata y la mera retahíla he hilo de éste asunto que deseo expresarles en clave de pasado disperso y futuro compartido. Había inclusive ahí mismo en la terminal un sitio para hacer reservaciones de los hoteles y si eso me sorprendió es simplemente porque soy en general un escritor y estudiante de filosofía más bien pobre. Hablamos pues, con los encargados y nos recibieron muy bien, nos dieron un taxi y fuimos a la zona centro de la ciudad al hotel. Como era de medianoche, le dije que ya no saliéramos a ningún lugar y que nos fuéramos solo a cenar y luego a dormir. Me sentía un tanto golpeado por el viaje pero cenamos bien, nada precisamente caro, pero al regresar al cuarto del hotel le dije que se desnudara, y me dijo, ¿de plano? Le respondí: ¿pues  qué creías que veníamos a hacer aquí?

Hicimos el amor, esa noche, recién llegados a la ciudad, luego ella me pidió prender la tv. Le conté un poco cómo eran esos ladillas de mis ex vecinos y no me entendía. Le expliqué que ellos tienen y usan otra lógica, la lógica de la destrucción y el odio y más o menos me entendió ese nebuloso asunto que siempre parece quedar en término medio: un punto su odio y su estupidez, un punto mi vida y mi libertad. Bueno, dijo, trato de entender qué quieres decir: te hacen una guerra sucia tremenda y debes de mantenerte fuerte y no caer en sus provocaciones. Exactamente, por ahí va la cosa. Qué fuerte, dijo, y nos dormimos abrazados, era obviamente una situación peligrosa. Los inútiles aquellos ya nos perseguían, supongo yo que realmente era en lo único que pensaban: en chingar la madre.

A la mañana siguiente, salimos del cuarto con ropa de playa, nos asomamos al balcón y como ella traía una pequeña cítara, me la tocó para que me pusiera feliz, yo saqué mi armónica y le di un pequeño concierto matutino: ¡Comme on madame, que te recojas el pelo, quiero verte hermosa y chula! Y así lo hizo. Abajo, la ciudad de Vallarta parecía abrirnos los brazos en señal de hospitalidad: un parque teníamos en frente, a la derecha se caminaba a la playa a la cual teníamos acceso, había muchas tiendas de productos llamativos, los OXXOS estaban retacados de botellas de buen vino tinto y cerveza, de todos los patios parecían salir historias, y como siempre, tú te crees el más cabrón pero ellos solamente te cuentan el cuento de que eres el más cabrón, no se necesita más, dicho sea de paso. Nos fuimos a desayunar a un costado del hotel, en un restaurante muy llamativo que guardaba una decoración interna sensacional. Nosotros conversábamos de nuestras vidas y todo lo que habíamos hecho desde que dejamos de vernos cuando los dos vivíamos en la capital allá por el año del 2005.

Habíamos ido a un restaurante del mercado allá por el metro Balderas, creo, no lo recuerdo bien, pero fuimos desde entonces muy amigos, ella me encontraba inteligente en los rollos literarios y yo la veía bastante buena onda, alivianada, por decir lo menos. Ella tenía una teoría rara respecto al lector, yo le decía: Olvídate de Julio Cortázar, no porque no sea bueno, pero no podemos ya seguir pensando en el lector, al lector habrá que compartirle la historia, para él es el platillo literario, pero no somos ni podemos aspirar a ser Lauras Restrepos ni Fernandos del Paso, ¿si me entiendes? ¡No somos ni siquiera de la tradición del boom latinoamericano! Okey, okey… me dijo aquella vez y nos fuimos del mercado, esa vez ella tenía una fiesta súper alcohólica y drogadicta y yo dije internamente ¡A la chingada! ¡Me voy a escribir! La vida no retoña, dejó claro Efraín Huerta, pero la escritura literaria es una clara apuesta donde va de por medio tu tiempo vital, ya habrá, como siempre ha habido, tiempo para chupar, fue lo que pensé viéndole el trasero mientras se iba por los túneles del metro y yo me regresaba a mi barrio a darle al teclado.

Pues así las cosas, ya medio nos sentíamos los reyes de Vallarta, porque los verdaderos reyes, los que merecen irse unos días a Puerto Vallarta, los taxistas que trabajan doce horas, los albañiles, los trabajadores mal pagados, esos, esos no acostumbran irse a Vallarta ¿si me explico? Ella y yo fuimos héroes por tres días, más o menos como alguna vez nos lo prometió David Bowie. Luego caminamos por el malecón, nos metimos de lleno en el avión del turista, nos asombraba la gente, los jóvenes europeos y canadienses, un aire místico que hace sentir: “cierto, estás aquí, pero no olvides quién eres”. Regresamos al cuarto a leer y escuchar música, ella pasó a ponerse traje de baño y nunca lo dudé: supe que antiguos demonios estaban ahí, y si estaban ahí era porque mis ex vecinos ya habían dejado caer la trampa: partidazo de fútbol mientras ellos gritaban desde sus casotas: “¡ese es un maricón!” “¡Ese le va al américa!” (por cierto, le voy a los pumas por mi espíritu universitario) “¡ese es un naco!” “¡ese se dice escritor y no escribe nada!” ¿si me doy a entender? ¿no creen ustedes lectores que todo eso ya está muy claro y leído por la sociedad esa situación? ¿Quieren historia o chocolate? Yo les doy de los dos: entonces empezó el partido, a media tarde, quién sabe quién jugó, sólo sé que esos odiosos querían (justo como en este momento que escribo) hacerme sufrir, pasé un mal rato, pero bueno, había qué disfrutar, esa sería mi gran venganza, pedimos pizzas al cuarto y una botella de vino tinto, nada mal, mientras Vallarta veía más o menos cómo estaba la situación y Bob Dylan y the Who y the cure ó Peter Gabriel nos tocaban las canciones de su repertorio, las canciones amorosas estaban, obviamente reservadas para la noche…

Muy pronto entendimos que de aquél pueblo que fue Vallarta en los años setenta, acogedor, rústico, apacible y todavía no excesivamente turístico donde hasta Jane Fonda tenía una casa para vacacionar, ya casi no quedaba de eso más que reminiscencias… pero ella estaba encantada, mi novia, camine y camine o recostados en la arena o nadando en la alberca del hotel…

Después me dejó, quiso irse a caminar ella sola por otro rumbo y yo me quedé escuchando música y leyendo el periódico de Puerto Vallarta, salí al balcón, hice chistes con las recamareras, me puse mi sombrero por las dudas y compré una chela, pus claro, a eso veníamos; a descansar yo de tanto sayonara, ella de su trabajo. Pasó un rato prolongado, me quedé dormido, ella llegó como hasta las siete pasadas y me despertó, empecé a sentirme ya un tanto incómodo, no me refiero a ella por supuesto sino a esa maldita partecita de inercia que todos, simplemente por ser humanos ya la cargamos, a veces la siento más tarde, eso es lo bueno, pero como que empecé a extrañar mi casa y dije, después de un rato: “¡Ya estuvo bueno, carajo, si estamos en Vallarta vámonos a una discoteca, un antro, vámonos a bailar!” Se quedó impactada, se arregló con sus mejores vestidos (ella viste siempre muy bien) y tomamos un camión hacia los hoteles de a deveras, donde está el Sheraton, ese tipo de lugares y ciertamente veíamos mucha parranda en las calles pero no dábamos con un sitio que nos gustara totalmente, bueno pues, pues el chiste es que viajamos por la ciudad de noche y la vimos, así que por fin llegamos a un bar donde había una pista de baile, una mesa de billar, muchas sillas, luces de colores en el techo y todo eso aunado a los días anteriores, me empezó a dar vértigo, ya la dejé que por ahora ella pagara los tragos y nos fuimos a sentar por donde jugaban los del billar. Sentados ahí, empezamos a dialogar, los diálogos significativos con mis parejas me fascinan, así que ella tomó el mando porque yo, además de ebrio, me sentía vulnerable simplemente porque me empecé a dejar llevar por su belleza, decía una cosa, movía la boca, sonreía y yo hasta el chingado arcoíris en Montecarlo veía. Me dijo: “sabes qué? Tú dices algo así como que te parece raro éste lugar, pero en realidad para todos aquí nosotros somos los raros de éste lugar”. Creo que le dije te amo, o tal vez lo pensé… acabamos tres rondas de cervezas y volvimos a la zona de no tan alto precio que era la nuestra, llegamos como a las dos de la mañana, hicimos furiosamente el amor con las canciones románticas y quedamos dormidos. Al día siguiente había que irse de nuevo cada quien pa su santo, su espacio. Ella me dijo: “no sé tú, pero yo voy a agradecerle al lugar como me trató, me voy a poner en paz y armonía con el Puerto…” Me quedé un rato frente al mar, regresamos a la central camionera, pero ese no es el fin de la historia sino que resulta que los chocolates de mis ex vecinos, como me buscan problemas, andan preguntando a la tv que qué pecados cometí en Vallarta, se creen algo así como los dueños no de la verdad, sino de mi moral!! En otras palabras: rematados idiotas. Y es la hora que es el año 2016 y gritan ante la televisión: “¡Cuál fue su pecado de este maricón en Vallarta!” Y Vallarta respondió: “pues vino, estuvo y se fue”. Y hasta tuve qué aclarar ante la soledad del territorio nacional que nos une, que ella era mi novia, que ahora da clases, que le va muy bien en su trabajo, que somos buenos amigos, que tiene un hijo y una hija y un marido y sigue escribiendo y que yo hago filosofía… ¿será tan difícil entender cuáles cabezas son las que no funcionan? ¿o de plano quieren que les diga que un tal cocainómano en Tijuana y salió corrido de un orfelinato sin padre biológico? Seguiremos informando… Por cierto Mexicali es cancha segura de la mujer de la ventana. Y Manimal ya es éxito puro total y absoluto.