POR MARCOS GARCÍA CABALLERO
Para empezar ahorrémonos los chismosos vocablos
supuestamente novedosos del grosero
referente inicial “resulta que esto o lo otro”, y comencemos este aparatoso
cuento navideño (como lo son todos los demás) a la manera de alguien ahondando
hacia lo profundo de una alberca diáfana, como en el acto de quien busca
rescatar una joya o un collar valioso extraviado hace pocos segundos por su pareja; sólo que
en este caso la joya se trata de mi
memoria particular y rescatémosla para que
luzca refulgente y, a través de ella, vislumbremos todo el cuadro de la
cena de Nochebuena del año 2010 de mi
familia. Ahí son cerca de las diez y media de la noche y es el momento de dar
los regalos a los niños. El abuelo materno, noventa y tres años cumplidos,
habla y se involucra ya demasiado poco, persigue la conversación con los ojos
medio cerrados y se enfurece demasiado azotando el bastón en la mesa del radio,
su único contacto con el mundo porque además está casi ciego. Mi madre y mis
tías ocupan desde hace cerca de nueve años el lugar de capitanas de abordo
cuando la familia entera se reúne y esto, sobre todo, porque las cuatro tienen
muy buen sazón. La sirvienta sólo se dedica a cuidar al abuelo y en sus ratos
libres, a chismear con el novio y las vecinas. Mi tío político, de origen
escocés, acaba de volver de Inglaterra con mis primas. Ha traído buenos regalos
para todos desde Heatrow. Para mi abuelo, un par de botellas de genuino whisky
escocés. Se me hace agua la boca de solo mirarlas. Una de mis tías se las lleva
al sillón donde mi abuelo está empotrado y al abuelo le sale con una voz
desmadejada y cavernosa el agradecimiento:
—Aah, gracias Jimmy, whisky Glenfiddich, es muy
bueno…mmm…
Y vuelve a cerrarse en sí mismo y a cavilar
meditaciones sobre mi abuela. Ella murió en 2005. Y como cada año desde
entonces, todos resentimos su ausencia en éstas fechas. ¿Pero y quién entonces
es el hombre fuerte de la casa? Ahora sí puedo decirte que “resulta” que ése
papel lo ocupo yo como el primogénito de la familia y, entonces, para alejar el
espectro de la ausencia triste de la abuela muerta, me apuro haciendo chistes a
las primitas pequeñas y los otros chamacos
sobre sus regalos y recuerdo que una de mis tías me ha comentado hace un
par de noches que compramos los preparativos para ahora mismo, que entre los
antepasados de la familia se encontraba alguien que logró… pero ya leíste el
título del relato. Entonces ahondemos más atrás, vayamos más allá de la memoria
personal para llegar a la verdadera joya, e imaginemos otro aspecto para todo
el inmenso territorio del Valle de México; no veremos edificios modernos ni
multitudes ni nada que nos parezca un referente a la megalópolis monstruosa de
la actual Ciudad de México.
El
referente exacto comienza en Francia, en París, en la Revolución Francesa y con
la Toma de la Bastilla; quizá en esos albores de la modernidad (esa sí, que a
no dudarlo, comenzó con ese magno hecho histórico) podamos ver las calles de
París dejando atrás la vieja arquitectura gótica y dando paso a las novedosas construcciones
de vidrio. Como se sabe, Charles Baudelaire, uno de los tres o cuatro grandes poetas franceses del momento (y no
hay que decir que tuvo y tiene todavía una influencia enorme en la literatura
universal), paseaba por ahí con alguna de sus amantes planeando su obra cumbre:
Las Flores del Mal. El poeta nació en
1821, pero la toma de la Bastilla fue antes. Mis antepasados por la parte
materna se remontan al año 1790, cuando nació Laurent Duprée y formó luego su
familia con La Bella Anita. La Señora Duprée estaba embarazada cuando fue
separada de su marido, así que dadas las condiciones en Francia en aquella
época, sabemos que Laurent Duprée nació en alguna cárcel hedionda como cañería.
Es
entonces cuando se anima la Nochebuena de la familia, porque mi tía, copa de
vino en la mano e hijo pequeño restregándosele en los pantalones, nos tiene la
semblanza nada menos que de ¡la genealogía de la familia! “¡Hey, presten
atención a su tía!”, le grito a tanto mocoso y mocosa corriendo entre moños
deshechos, regalos y un árbol de Navidad
verde con esferas rojas y azules que, ciertamente, no fue comprado en las
faldas del Popocatépetl, como se acostumbraba cuando yo era niño y, supongo,
los mayores defendían este abolengo que, intuyo, ya no es algo que propiamente
me pertenece de facto: en mi niñez yo jugaba otro rol o era otra etapa en esta familia, y para no desperdiciar ni un
solo adjetivo sobre el niño que fui (no acostumbro hablar para nada de mi
infancia, ni en lo personal ni en lo escrito), prefiero asistir completamente
oídos abiertos a esta cena y llevarme la joya del relato. (Ojo eh: todo esto es
solamente evitar el papelón de ser el hombre fuerte de la casa y estar,
simultáneamente, en el desempleo desde hace un par de meses. Espero que Laurent
Duprée me lo perdone hasta allá donde se encuentre.)
Dice mi tía: “De la cárcel llegaron a escapar
debido a la amistad que la doncella desarrolló con el carcelero… Su padre y
hermanos mayores huyeron en tanto a un convento, en donde permanecieron por
varios años. Sus hermanos fueron pintores, aparentemente de la escuela de
Delacroix. Una vez ya fuera de la cárcel, la Sra. Duprée e hijo se marcharon al
pueblo y casa de la doncella, pueblo posiblemente localizado en un valle de los
Alpes franceses.”
“Laurent creció como hombre del pueblo, estudió
medicina, fue un hombre de ideas liberales que casó con una mujer del pueblo
(plebeya) que era conocida como La Bella Anita. Fue menospreciado por sus
hermanos por la vida sencilla que llevaba, particularmente por la elección de
su esposa ya que sus hermanos siempre fueron conservadores y se sentían nobles
y aristócratas. Como tantos otros en busca de nuevas oportunidades, Laurent y
su esposa viajaron al nuevo mundo y llegaron a México, posiblemente hacia 1810
o más probablemente hasta alrededor de 1821 o poco después. (Ojo eh: ¡Pisaron
tierra mexicana mientras Charles Baudelaire nacía y terminaba la Guerra de
Independencia de México!). En este país ejerció su profesión, particularmente
trabajó en la lucha contra el cólera, enfermedad que hacía estragos en el
puerto de Veracruz durante los años veinte del siglo XIX. En México nació su
descendencia que consistió sólo de mujeres; una de ellas llamada Celestine, se
casó con un ingeniero de minas inglés recién acabado de arribar. Laurent, quién
a la posteridad fue referido en la familia como Bon Papá, murió en Veracruz combatiendo el cólera.”
—Pero la historia no termina ahí ¿verdad? —digo
mientras sostengo en mis piernas a su hija y termino de leerle un fragmento de
un cuento de los Hermanos Grimm, de un grueso volumen de edición inglesa, que
le tocó de regalo.
—No, claro —dice mi tía— continúa nuestra
descendencia con Marie Celestine Charlotte Duprée, que se casó con Henry
Glennie.
“Los Glennie eran escoceses, dos de ellos vinieron
a México: Henry Frederick y William, en tanto que otros se cuenta que fueron a
África, a Camerún; todos eran ingenieros de minas. En su viaje a México su
barco naufragó, así que los sobrevivientes subieron a las lanchas de
salvamento. La lancha donde iban los Glennie tenía un agujero que al parecer
estaba taponado, pero el tapón se perdió y entonces empezó a entrar el agua. El
abuelo Glennie usó su sombrero y puso encima su rodilla y de esta forma
lograron salvarse. Debido a este heroico incidente quedó mal de su pierna.”
“En México hicieron una excursión al Popocatépetl
en 1827, la primera excursión reconocida
donde colectaron muestras de roca y tomaron mediciones barométricas para
calcular su altura, (aproximadamente 5,450 metros sobre el nivel del mar)
mismas que ni siquiera Humboldt había realizado, así como también se dedicaron
a hacer otras observaciones de exploraciones a otras partes del territorio
nacional.
“Uno de los
Glennie llamado Henry fue el que se casó con Celestine, la hija de Laurent
Duprée y tuvieron tres hijas: Ana Carlota, Laura y Constanza. William debió
haber tenido al menos un hijo de nombre Frederick que continuó con la tradición
minera.”
“De Celestine Duprée, inglesa (escocesa por
matrimonio), se cuenta una anécdota igualmente heroica. Cuando se alzó Leonardo
Márquez, el Tigre de Tacubaya (1859), sus hombres quisieron asaltar la casa donde
vivía la familia de Henry Glennie, estando éste presuntamente ausente (¿quizás
trabajando en alguna mina?) y su mujer acabada de parir y con hijas jóvenes
adolescentes (Ana Carlota de 17 años y Laura algo menor), Celestine Duprée
escondió a sus hijas y en el momento de querer entrar los asaltantes, con una
bandera inglesa en la mano se les enfrentó gritando: “¡Éste es territorio
Inglés, si entran se atienen a las consecuencias!”, y era cierto, para ese
tiempo su marido ya era cónsul. Los asaltantes titubearon pero finalmente se
retiraron.
“Parece ser que después de este episodio ella murió
alrededor de 1860 y después de ella su pequeña hija recién nacida llamada
Constanza. Ana Carlota (nuestra lejana parienta) casó con un alemán: Diedrich
Graue, con quien tuvo 10 varones y 2 mujeres, de ahí proviene nuestra parentela
con los Graue, como el destacado Doctor Enrique Graue, director de la Facultad
de Medicina de la UNAM.”
“Diedrich Graue
llegó a México como cónsul de Bélgica, hecho un tanto extraño ya que era
alemán, procedente de Hamburgo. Él era comerciante y recordaba nuestra abuela
(que fue su nieta) que era muy exigente en la atención que se le brindaba,
particularmente en lo concerniente a los alimentos. Comía y cenaba de lo más
formal y nunca permitía que se le repitieran las mismas viandas de una comida
a otra, sino que cada vez se le tenían
que ofrecer platillos diferentes y variados. Con frecuencia había en casa vinos
y productos de procedencia alemana. Era adinerado y seguramente gordo.”
“Ana Carlota —la adolescente que defendiera
Celestine— era una mujer culta y desenvuelta para su época, nació el 6 de
agosto de 1843, hablaba varios idiomas y viajó bastante, tal vez debido a
quedar huérfana de madre en edad temprana. Su padre Glennie la envió a Inglaterra
para que se educara y asistió a la Abadía de Westminster. De joven concurrió a
los bailes de Maximiliano (llevados a cabo durante 1863 y 1867, tiempo que duró
el imperio de Maximiliano) y muy probablemente ahí fue donde conoció a Diedrich
Graue, cuando éste llegó como cónsul belga. Ana Carlota tuvo 10 hijos y 2
hijas. Una de las hijas fue Carlota Elizabeth, madre de mi abuela, la otra era
una mujer con discapacidad intelectual, algo “retrasadita”, decía mi abuelita,
llamada Tía Nenita. Entre las manías de esta tía, prueba de su “retraso mental”
(¿autista quizás?), estaba que le gustaba guardar y atesorar retazos e hilos.”
En este punto de la historia todos los varones presentes nos reímos incluido el
abuelo y las niñas de la familia presumen sus talentos escolares: “Yo tengo 10
de promedio, ¿eh Mateo?” “Y yo soy la mejor de mi clase de gimnasia, eh?” Pero
les digo que mejor escuchen porque esto es importante.
Para ese momento ya he logrado probar el
Glenfiddich que Jimmy le ha regalado a mi abuelo, por lo cual a mi árbol
genealógico ya puedo olerle la resina como a la de un pino de los Alpes
Franceses y sólo pienso: “Qué cosa más curiosa,
hasta hace sólo seis años un descendiente de Bon Papá vestía con
playeras de The Cure, U2 y Placebo.” Pero mi tía continúa con la historia: “La
hija mayor de Ana Carlota fue Carlota Elizabeth, que nació en 1869, la cual
casó con Julius Bacmeister-Poggenphol (1855 –1932), un hombre de carácter
afable y de origen alemán, que llegó a México como contador de la casa Böker.
Pertenecía a una familia numerosa, su madre -Luisa Poggenpohl- había tenido 7
hijos y según las leyes del Kaiser el séptimo podía merecer toda su educación a
cargo del estado. No obstante su orgulloso padre -Lucas Bacmeister- no aceptó
este beneficio. Cinco de sus hermanos fueron militares a excepción de él y su
hermano Ludwig, que fue arquitecto o ingeniero, y con quien vino a asentarse a
México.”
“Perteneció a una familia con un gran orgullo de
sus orígenes, su árbol genealógico, reconstruido por los Bacmeister que
permanecieron en Alemania, se remonta ¡a 1284!, siendo muchos de sus remotos
integrantes abogados y reverendos protestantes. Fuera de Alemania, los
Bacmeister se encuentran en Inglaterra y Estados Unidos, además de México.
Julius Bacmeister tenía un defecto físico que le impidió seguir el camino de
sus hermanos militares si hubiera querido (dicen que si quería) y esa limitante
para ingresar al Ejército era que estaba ligeramente cojo. Esa cojera la
adquirió debido a que en su juventud al patinar en un lago helado se le hundió
el pie y quedó por mucho tiempo en el agua helada, hecho que produjo su
cojera.”
“Carlota Elizabeth, decía mi abuela, era una mujer
muy encerrada en su casa. Como fue prácticamente la única hija mujer ayudó
mucho a su madre cuidando a sus hermanos, sobre todo porque su madre tenía
muchos compromisos sociales y pese a que seguramente tenían servidumbre
suficiente para apoyar en estas actividades. Creció en un ambiente de riqueza,
con la presencia de una figura paternal autoritaria y tradicional, tomando
responsabilidades que no le correspondían, pero siendo tal vez un tanto inútil
en varios aspectos en los que su madre y padre se desenvolvían con soltura. A
Carlota Elizabeth la llamaban Lilly. Tuvo ocho hijos. Las cuatro mujeres fueron
Luisa, Ema, Elsa y Margarita (nuestra abuela: 14 enero 1897 - 18 mayo 1980), es
decir, la tatarabuela mía: de Mateo Gargallo Castellanos el que cuenta este
relato ¡¡para la pedantería remota!!). Ema murió a los 13 años de una lesión
cardiaca, la cual adquirió siendo pequeña como consecuencia de haberse caído a
un pozo, de donde afortunadamente pudo ser rescatada. Tenía un cabello largo
muy hermoso que cortaron antes de enterrarla y dice mi abuela que en ocasión de
exhumarla para el entierro de un familiar, el cabello le había vuelto a crecer,
aunque ya no de su rubio color original, sino de un tono grisáceo-opaco.”
“Los cuatro hijos hombres fueron Lucas Heinrich,
Julius Carlos, Wilhelm Walter Diedrich
y Friedrich Georg. Este último murió de 2 años debido al parecer a
haberse tragado un objeto que le impidió respirar bien, le hicieron
traqueotomía pero no funcionó. Julius se dedicó a la música y trabajó en la
estación de radio XLA; él se
consideraba el más brillante intelectualmente hablando de la familia.”
“Tenemos
foto de Lilly de viejita (foto 4 generaciones: la tatarabuela, la bisabuela, mi
abuela y mi mamá), tenía un aspecto totalmente Graue y con eso quiero decir que
no era muy agraciada.” En ese momento todos vemos la foto escaneada que luce
inolvidable, como nuestro tesoro de navidad.
A estas alturas la narración ya toca tiempos más
cercanos, referentes a la unión de la abuela Margarita Bacmeister Graue, con el
abuelo Manuel Ignacio Miranda Díaz.
“El padre
del abuelo Miranda, era abogado. No se sabe mucho de él o su familia, salvo su
memorable muerte: en una ocasión, la última, al estarse rasurando en su casa de
Tacubaya sucedió que una góndola se soltó y fue a incrustarse dentro de su
casa, matándolo por unos vidrios del espejo en el que se veía al rasurarse, los
cuáles se le incrustaron en el vientre.”
“El abuelo
Miranda le llevaba catorce años a nuestra abuela, se conocieron en el trabajo
que la abuela tenía de traductora en una revista geográfica similar al National
Geographic que se llamaba El Mundo Ilustrado. Cuando se conocieron la abuela
tendría entre 22 y 23 años (se consideraba algo mayor a una mujer que a esa
edad no se hubiera ya casado) y había perdido los valores más preciados para esas
épocas: virginidad y juventud”.
“De cómo perdió su virginidad la abuela y
sucedieron los hechos que la marcarían de por vida, es todo un enigma, aunque
es algo que al parecer sucedió en sus 17 años. Una primera historia que me fue
contada es que había sido por un joven cadete militar y que por andar con él,
sin la tutela debida, quedó embarazada de un niño que al nacer le fue
arrebatado y asignado a una empleada doméstica como si fuese suyo. La familia
obligaba a la abuela recién parida a asistir a los bailes y compromisos
sociales, cuando el bebé requería de su presencia simplemente para alimentarlo,
de hecho iba “chorreando en leche”. El bebé murió y el cadete nunca regresó.
Después resultó que esa historia no era válida y que la abuela fue violada, pero
¿por quién? ¿Por un familiar, como con más frecuencia sucede?, ¿quién sería?
¿un hermano? No creo, ¿primo, tío? A eso me inclino más, o tal vez fuera una
amistad cercana consuetudinaria, el caso es que quedó embarazada y
efectivamente el nene se perdió.”
“Sea como haya sido, en ese estado en el que quedó,
habiendo perdido virginidad, con un embarazo ya en la historia de su cuerpo y
siendo ya no una jovencita es que conoció al abuelo y la historia parcialmente
se repitió, volvió a embarazarse, ahora de quien sería nuestra mamá, a sus 24
años. En algún momento pudo escapar con su bebita de su casa, donde la tenían
poco menos que secuestrada o en estado de sitio por reincidente, e inició su
vida con el abuelo a un lado, pero ausente. El nacimiento de otra hija, Elena,
marca el establecimiento de este nuevo régimen de unión de larga duración,
aunque sin casamiento, como lo atestiguan los subsecuentes alumbramientos de
Nacho, Beatriz, Manuel, seguidos por los de Gabriela y Carolina, esta última a
quien tuvo a sus 47 años.
Del tiempo en que estuvo con su hija recién nacida
en la casa paterna se tienen las anécdotas de que las hermanas no querían usar
el mismo bacinal que ella porque quién sabe qué hubiese contraído de “el
indio”, como le decían al abuelo, y como ésta seguramente otras humillaciones.
En este tiempo tuvo una nutrida correspondencia con el abuelo, misma que rompió
posteriormente cuando su estado de senectud avanzaba, incluso yo llegué a ver y
medio leer algunas de ellas y cómo me arrepiento de no haber guardado algunas,
ya que lo pude haber hecho.”
“Enfrentó las diversas adversidades que tuvo sin
queja y buen ánimo, no tenía otra forma. Rompió con la familia: nada de
contactos sociales con la sociedad germana o extranjera, renunció al propio
idioma y a la religión presbiterana, pero no a partes de su educación germana,
a la tradición doméstica y al orgullo aristocrático. Mantuvo casi sola a su
familia, pues el abuelo prácticamente no contribuía más que con la transmisión
de sus cromosomas. La manutención de su familia se hizo progresivamente más
difícil conforme la prole crecía en tamaño y en número, con lo que se reducían
las posibilidades de desarrollo de los mayores. Los trabajos que conseguía no
eran muy bien remunerados, en parte por su falta de preparación y en parte por
su estigma. Aunque tenía su carrera de educadora era en realidad imposible
vivir de ella. Una persona que le ayudó a conseguir estos empleos fue Ludwig el
marido de Luisa, su hermana. No obstante sus hermanas siempre fueron despreciativas
hacia ella brindándole supuestamente ayuda con donaciones de objetos
inservibles por desgastados y caducos y “cantando” siempre los apoyos que le
hacían. Entre sus hermanos el que le brindó más comprensión y compañía fue
Willy.”
“Al final del camino logró lo que quería: tener y
llevar a buen término a sus hijos, que tuvieran una educación elemental y
“casarlos bien”, sobre todo las mujeres, el que por poco se le escapa fue
Manuel. Como es de esperar en familias con padre de personalidad dominante pero
ausente, los varones fueron de más difícil crianza.”
“Y aquí estamos nosotros —dice mi tía— en Navidad
del 2010, los hijos y nietos de sus hijos rememorando un poco de dónde venimos,
admirando a nuestros maravillosos antepasados, cada uno con una historia a cual
más interesante y admirándonos también de cómo pese a tener los mismos padres
(o madre en específico en su caso), pueden los hijos salir con tan diversas
inclinaciones, gustos y preferencias”.
Esta conversación duró hasta las dos de la madrugada.
Por supuesto mis otras tías y mi madre también comentaban todo lo genealógico,
Jimmy y yo bebíamos Glenfiddich;
los chamacos, después del relajo que
causaban, fueron llevados a acostar y se
volvió a comentar en la mesa temas de actualidad como la política, los libros
o la ciencia. Corrieron los vinos y las
botanas de jamón serrano con queso chihuahua, el lomo y la ensalada con crema
de nuez; el otro whisky Glenffidich que sabía
maravilloso y qué decir que también por parte de mi abuelo materno sé de
grandes historias, una en
particular, en que en su juventud él y su pandilla de la preparatoria de San
Ildefonso conocieron a Diego Rivera en
oscuras circunstancias de grillas políticas y una anécdota comunista entre
todos ellos la conjugué con los jóvenes
personajes de los años noventa de una novela que ganaría el Premio Nacional
“Salvador Gallardo Dávalos” de Narrativa Joven
y en verdad, la nochebuena iba
estupendamente hasta que mi abuelo preguntó desde el sillón:
—Oye Mateo y
a ver ¿cómo va el trabajo, a ver?
Yo le
contesté: —mira, la verdad soy podador de árboles genealógicos.
—¿Podador de árboles genealógicos? ¿Y Cómo es eso?
Y dije: —Si sigues chingando vas a ver mi oficio:
voy a meter todas esas medicinas que te mantienen con vida al horno de micro
hondas y después las voy a rociar con el whisky que te trajo Jimmy y ya verás
como sí soy podador de árboles genealógicos.
Entonces la Navidad del 2010 estalló… creo que
hasta el niño dios del nacimiento se puso de espaldas y prefirió pasar sin ver…
todo mundo a la mañana siguiente festejó sus regalos y yo, por querer pasar por
el hombre fuerte de la casa ni me dieron nada por no respetar tan sagrada
dinastía… así que salí temprano a buscar a mis amigos para tomar unos vinos y
hablar de esa locura favorable para los versos que tenía el fulano de tal
llamado Charles Baudelaire… total –me dije– ese güey sólo escribía versitos y
nunca escaló un volcán para medirlo, pero al pensarlo, rectifiqué: “¿Entonces,
si no es por él, por quién chingados voy a brindar con mis amigos?”
Al respecto de sus actividades,
como bien señalan
algunas fuentes, hubo varios ejemplos de mineros británicos asociados
con empresarios mexicanos que tuvieron injerencia en la minería. Tal es el caso
de William y Frederick Glennie, quienes llegaron a México contratados por la
United Mexican para trabajar en Guanajuato; su integración fue casi inmediata
conforme ampliaron sus intereses mineros y los relativos a las actividades
científicas y recreativas de reconocimiento del territorio al escalar el
Popocatépetl en 1827. Aún cuando la compañía fue perdiendo vigor, se
establecieron en México vinculados activamente a la minería. Sus ligas con
Inglaterra fueron de utilidad a ambas partes, ya que su conocimiento del país y
los mexicanos era una ventaja para el gobierno británico, que nombró a
Frederick como Cónsul General en 1853.
Esto aparece en el libro de Ward (pág. 9), donde
los señalan como hombres de ciencia: “Aludo en
particular a... y al Sr. Glennie, uno de los comisionados de la United Mexican
Asociation, quien ha trabajado infatigablemente en sus investigaciones…. El
señor Glennie posee una serie de observaciones, hechas por él mismo, que
comprenden desde Oaxaca hasta Chihuahua y Guaymas”.
[3] The Annual Register, Londres, Wood fall
& Kinder, 1854, p. 292.