GRACIAS A LA REPLO POR INCLUIRME ÉSTA POESÍA ME RECUERDA BOLAÑO POR QUÉ
NO HAY EPIDEMIA BOLAÑO...
Registros, velocidades, ensayos, comentarios, poesía, del mundo de la pedantería remota ¡para los fieles mundanos!
NO HAY EPIDEMIA BOLAÑO...
Tengo entre mis curiosidades sonoras (que son varias) esta Joya: VOZ
VIVA DE MÉXICO (editado en Disco Compacto por la UNAM) del Doctor Jaime
Labastida Ochoa, Premio Nacional de Poesía Jaime Sabines, Doctor Honoris Causa
por la UAM y director de la editorial Siglo XXI, además de que es actualmente,
uno de los filósofos mexicanos más prominentes y preclaros y creo no
equivocarme si digo que ya desde los últimos 25- 30 años.
El disco es una belleza; se trata de 18 poemas leídos en voz del autor
de El Edificio de la Razón he inmediatamente nos
captura su poesía, ¿Por qué? Bueno, pues porque dice palabras o, diría mejor;
enunciados cerrados en sí mismos, graves, atrevidos, fuertes he incluso muy
pero muy finos como: "levantamos la copa en el mar de Venecia...",
luego dos o tres palabras perfectas, exactas y luego otra serie de enunciados
tremendos y así elabora su poesía éste filósofo: se nota, ya después, como a la
cuarta o quinta vez de escucharlos, que detrás de este poeta se esconde un
pensador inmenso, es decir, sus poemas, al estilo del pensamiento estrictamente
filosófico, están hechos a la manera de rompecabezas, no digo esto porque
contengan exceso de violencia verbal o por el tono (casi siempre más bien
grave) o tema sobre el que descansan, sino por la sustancia poética misma que
emana de escucharlos. "Soy la soledad que entra en tu corazón". Le
dice Jaime a su amada, le dedica a su hijo Pablo unas "palabras para un
poema" sobre la muerte de su padre, "ciego de nacimiento, me
escandaliza el tacto", "¿Por qué la estrella y la conciencia?",
etcétera, y al final de cada Poema hay un Jaime Labastida, todo un grande,
pensando: "piénsame lector, piensa el fundamento de tu realidad también
con ésta poesía".
Jaime Labastida Ochoa es ya un poeta y filósofo internacionalmente
respetado, por eso, suena casi a despedida una de sus frases: "¿Recordarán
algunos mi sonrisa?" No se preocupe doctor Jaime: muchos hemos vivido su
sonrisa, y claro, por supuesto que la recordaremos... y no sólo eso.
Cómprenlo; en librerías EDUCAL o la Librería de la UNAM.
Ahora
verás… ¿tenemos una nueva historia? Claro que sí: solamente es cuestión de
investigar viejas ensaladas peligrosas con los aderezos de las memorias que se
remontan a la sutileza de los prístinos detalles: Alguna ocasión, a mitad de la
batalla de los 30 y tantos años, tuve dinero suficiente en el año 2009 para
invitar a mi novia lejana al hermoso sitio de Puerto Vallarta. Nos pusimos de
acuerdo vía teléfono y ella se sintió más que halagada con la invitación. Le
envié por fax a una agencia de viajes su correspondiente boleto
Guanajuato-Vallarta. Me preguntó o no recuerdo bien, en esas llamadas, creo que
le preguntó a mi madre si yo me sentía seguro de realizar el viaje y estar con
ella. No lo dudé, le dije que teníamos qué hacer este viaje porque los dos
éramos y somos escritores amantes y además amantes de la vida aventurera; si
tenía el dinero para invitarla, ¿Por qué carajos no íbamos a gozarla de
rechupete en Puerto Vallarta tres noches y tres días y medio según alcanzaba el
dinero? Tomé a los pocos días el autobús
desde la zona centro del país y después de un áspero viaje donde no olvidaba
que me molestarían esos ex vecinos míos haciéndome boicots por la televisión
gritándole a la gente que yo me encuero cuando me voy a bañar (por decirlo
suavecito para el lector), llegué por fin a la medianoche a Puerto Vallarta y
la miré a ella muy jovial y muy hermosa sentada en la extensa sala de camiones
esperándome… “ella, esperándome…” Esta frase significa amor y esperanza, y si
tu mujer te espera en otra ciudad a que tú llegues, te tiene mucho amor y
esperanza… es muy importante entender esto para todos aquellos guerreros
impacientes. Sueñen que caminan por el drenaje de sus propias ciudades
arrasadas, si gustan, cuando parezca que no hay salida; pero si su amor los
espera, ya tienen un punto con aquél el de la iglesia, o sea: todas las
iglesias, todas esas puertas que tocaron y no abrieron es posible que con esa
mujer se abran. Y hay que recordar que Don Octavio Paz en Piedra de Sol dice: “el amor es abrir puertas, es dejar de ser un
fantasma condenado por un amo sin rostro.” Etcétera, ustedes se lo saben… Lo
que quiero decir es que al verla sentí una oleada de insuperable libertad
incluso más grande que las del propio mar cristalino del Puerto. Y ojo: ese
tipo de oleadas también son el amor
con el cual descubres de qué calibre es la mujer con la que te andas acercando…
Como buena hermosa, ella ya pronosticaba sobresaltos, y eso, queridos, es la
mera reata y la mera retahíla he hilo de éste asunto que deseo expresarles en
clave de pasado disperso y futuro compartido. Había inclusive ahí mismo en la
terminal un sitio para hacer reservaciones de los hoteles y si eso me
sorprendió es simplemente porque soy en general un escritor y estudiante de
filosofía más bien pobre. Hablamos pues, con los encargados y nos recibieron
muy bien, nos dieron un taxi y fuimos a la zona centro de la ciudad al hotel.
Como era de medianoche, le dije que ya no saliéramos a ningún lugar y que nos
fuéramos solo a cenar y luego a dormir. Me sentía un tanto golpeado por el
viaje pero cenamos bien, nada precisamente caro, pero al regresar al cuarto del
hotel le dije que se desnudara, y me dijo, ¿de plano? Le respondí: ¿pues qué creías que veníamos a hacer aquí?
Hicimos
el amor, esa noche, recién llegados a la ciudad, luego ella me pidió prender la
tv. Le conté un poco cómo eran esos ladillas de mis ex vecinos y no me entendía.
Le expliqué que ellos tienen y usan otra lógica, la lógica de la destrucción y
el odio y más o menos me entendió ese nebuloso asunto que siempre parece quedar
en término medio: un punto su odio y su estupidez, un punto mi vida y mi
libertad. Bueno, dijo, trato de entender qué quieres decir: te hacen una guerra
sucia tremenda y debes de mantenerte fuerte y no caer en sus provocaciones.
Exactamente, por ahí va la cosa. Qué fuerte, dijo, y nos dormimos abrazados,
era obviamente una situación peligrosa. Los inútiles aquellos ya nos
perseguían, supongo yo que realmente era en lo único que pensaban: en chingar
la madre.
A la
mañana siguiente, salimos del cuarto con ropa de playa, nos asomamos al balcón
y como ella traía una pequeña cítara, me la tocó para que me pusiera feliz, yo
saqué mi armónica y le di un pequeño concierto matutino: ¡Comme on madame, que
te recojas el pelo, quiero verte hermosa y chula! Y así lo hizo. Abajo, la
ciudad de Vallarta parecía abrirnos los brazos en señal de hospitalidad: un parque
teníamos en frente, a la derecha se caminaba a la playa a la cual teníamos
acceso, había muchas tiendas de productos llamativos, los OXXOS estaban
retacados de botellas de buen vino tinto y cerveza, de todos los patios
parecían salir historias, y como siempre, tú te crees el más cabrón pero ellos
solamente te cuentan el cuento de que eres el más cabrón, no se necesita más,
dicho sea de paso. Nos fuimos a desayunar a un costado del hotel, en un
restaurante muy llamativo que guardaba una decoración interna sensacional.
Nosotros conversábamos de nuestras vidas y todo lo que habíamos hecho desde que
dejamos de vernos cuando los dos vivíamos en la capital allá por el año del
2005.
Habíamos
ido a un restaurante del mercado allá por el metro Balderas, creo, no lo
recuerdo bien, pero fuimos desde entonces muy amigos, ella me encontraba
inteligente en los rollos literarios y yo la veía bastante buena onda,
alivianada, por decir lo menos. Ella tenía una teoría rara respecto al lector,
yo le decía: Olvídate de Julio Cortázar, no porque no sea bueno, pero no
podemos ya seguir pensando en el lector, al lector habrá que compartirle la
historia, para él es el platillo literario, pero no somos ni podemos aspirar a
ser Lauras Restrepos ni Fernandos del Paso, ¿si me entiendes? ¡No somos ni
siquiera de la tradición del boom latinoamericano! Okey, okey… me dijo aquella
vez y nos fuimos del mercado, esa vez ella tenía una fiesta súper alcohólica y drogadicta
y yo dije internamente ¡A la chingada! ¡Me voy a escribir! La vida no retoña,
dejó claro Efraín Huerta, pero la escritura literaria es una clara apuesta
donde va de por medio tu tiempo vital, ya habrá, como siempre ha habido, tiempo
para chupar, fue lo que pensé viéndole el trasero mientras se iba por los
túneles del metro y yo me regresaba a mi barrio a darle al teclado.
Pues
así las cosas, ya medio nos sentíamos los reyes de Vallarta, porque los
verdaderos reyes, los que merecen irse unos días a Puerto Vallarta, los
taxistas que trabajan doce horas, los albañiles, los trabajadores mal pagados,
esos, esos no acostumbran irse a Vallarta ¿si me explico? Ella y yo fuimos
héroes por tres días, más o menos como alguna vez nos lo prometió David Bowie. Luego
caminamos por el malecón, nos metimos de lleno en el avión del turista, nos
asombraba la gente, los jóvenes europeos y canadienses, un aire místico que
hace sentir: “cierto, estás aquí, pero no olvides quién eres”. Regresamos al
cuarto a leer y escuchar música, ella pasó a ponerse traje de baño y nunca lo
dudé: supe que antiguos demonios estaban ahí, y si estaban ahí era porque mis
ex vecinos ya habían dejado caer la trampa: partidazo de fútbol mientras ellos
gritaban desde sus casotas: “¡ese es un maricón!” “¡Ese le va al américa!” (por
cierto, le voy a los pumas por mi espíritu universitario) “¡ese es un naco!”
“¡ese se dice escritor y no escribe nada!” ¿si me doy a entender? ¿no creen
ustedes lectores que todo eso ya está muy claro y leído por la sociedad esa
situación? ¿Quieren historia o chocolate? Yo les doy de los dos: entonces
empezó el partido, a media tarde, quién sabe quién jugó, sólo sé que esos
odiosos querían (justo como en este momento que escribo) hacerme sufrir, pasé
un mal rato, pero bueno, había qué disfrutar, esa sería mi gran venganza,
pedimos pizzas al cuarto y una botella de vino tinto, nada mal, mientras
Vallarta veía más o menos cómo estaba la situación y Bob Dylan y the Who y the
cure ó Peter Gabriel nos tocaban las canciones de su repertorio, las canciones
amorosas estaban, obviamente reservadas para la noche…
Muy
pronto entendimos que de aquél pueblo que fue Vallarta en los años setenta,
acogedor, rústico, apacible y todavía no excesivamente turístico donde hasta
Jane Fonda tenía una casa para vacacionar, ya casi no quedaba de eso más que
reminiscencias… pero ella estaba encantada, mi novia, camine y camine o recostados
en la arena o nadando en la alberca del hotel…
Después
me dejó, quiso irse a caminar ella sola por otro rumbo y yo me quedé escuchando
música y leyendo el periódico de Puerto Vallarta, salí al balcón, hice chistes
con las recamareras, me puse mi sombrero por las dudas y compré una chela, pus
claro, a eso veníamos; a descansar yo de tanto sayonara, ella de su trabajo.
Pasó un rato prolongado, me quedé dormido, ella llegó como hasta las siete
pasadas y me despertó, empecé a sentirme ya un tanto incómodo, no me refiero a
ella por supuesto sino a esa maldita partecita de inercia que todos,
simplemente por ser humanos ya la cargamos, a veces la siento más tarde, eso es
lo bueno, pero como que empecé a extrañar mi casa y dije, después de un rato:
“¡Ya estuvo bueno, carajo, si estamos en Vallarta vámonos a una discoteca, un
antro, vámonos a bailar!” Se quedó impactada, se arregló con sus mejores
vestidos (ella viste siempre muy bien) y tomamos un camión hacia los hoteles de
a deveras, donde está el Sheraton, ese tipo de lugares y ciertamente veíamos
mucha parranda en las calles pero no dábamos con un sitio que nos gustara totalmente,
bueno pues, pues el chiste es que viajamos por la ciudad de noche y la vimos,
así que por fin llegamos a un bar donde había una pista de baile, una mesa de
billar, muchas sillas, luces de colores en el techo y todo eso aunado a los
días anteriores, me empezó a dar vértigo, ya la dejé que por ahora ella pagara
los tragos y nos fuimos a sentar por donde jugaban los del billar. Sentados
ahí, empezamos a dialogar, los diálogos significativos con mis parejas me
fascinan, así que ella tomó el mando porque yo, además de ebrio, me sentía
vulnerable simplemente porque me empecé a dejar llevar por su belleza, decía
una cosa, movía la boca, sonreía y yo hasta el chingado arcoíris en Montecarlo
veía. Me dijo: “sabes qué? Tú dices algo así como que te parece raro éste
lugar, pero en realidad para todos aquí nosotros somos los raros de éste
lugar”. Creo que le dije te amo, o tal vez lo pensé… acabamos tres rondas de
cervezas y volvimos a la zona de no tan alto precio que era la nuestra,
llegamos como a las dos de la mañana, hicimos furiosamente el amor con las
canciones románticas y quedamos dormidos. Al día siguiente había que irse de
nuevo cada quien pa su santo, su espacio. Ella me dijo: “no sé tú, pero yo voy
a agradecerle al lugar como me trató, me voy a poner en paz y armonía con el
Puerto…” Me quedé un rato frente al mar, regresamos a la central camionera,
pero ese no es el fin de la historia sino que resulta que los chocolates de mis
ex vecinos, como me buscan problemas, andan preguntando a la tv que qué pecados
cometí en Vallarta, se creen algo así como los dueños no de la verdad, sino de
mi moral!! En otras palabras: rematados idiotas. Y es la hora que es el año
2016 y gritan ante la televisión: “¡Cuál fue su pecado de este maricón en
Vallarta!” Y Vallarta respondió: “pues vino, estuvo y se fue”. Y hasta tuve qué
aclarar ante la soledad del territorio nacional que nos une, que ella era mi
novia, que ahora da clases, que le va muy bien en su trabajo, que somos buenos
amigos, que tiene un hijo y una hija y un marido y sigue escribiendo y que yo
hago filosofía… ¿será tan difícil entender cuáles cabezas son las que no
funcionan? ¿o de plano quieren que les diga que un tal cocainómano en Tijuana y
salió corrido de un orfelinato sin padre biológico? Seguiremos informando… Por
cierto Mexicalli es cancha segura de la mujer de la ventana. Y Manimal ya es
éxito puro total y absoluto.
Buenas tardes a todos los aquí presentes. Es para mí un
gusto y un honor presentar el último libro de mi amigo Iván Ríos aquí en
Aguascalientes, pues debo decir que cuando yo volví a vivir aquí en el año
2006, Iván se encontraba en Nueva York redactando, gracias a una beca, este
libro que ahora él viene a ofrecerles a la feria del libro más grande del
estado.
Antes de referirme propiamente a la obra, tenemos que
establecer que Iván Ríos es uno de los nuevos protagonistas de la cultura
juvenil y de los medios de comunicación en general: Ya desde 1994
él era locutor de radio en la estación legendaria Rock 101, publicaba en el
suplemento cultural de Excélsior y había
sacado su primera novela Tu imagen
en el viento en la que decodificaba a esos personajes que se dejaban ver en
la plaza de Coyoacán como en el Hijo del Cuervo y que tenían pretensiones
artísticas he intelectuales. Fue al año siguiente en 1995 cuando yo lo conocí:
fui a buscarlo a las oficinas de
Excélsior con 300 cuartillas del borrador de mi primera novela, él me recibió
con gusto y nos quedamos de ver en una semana, para mi buena sorpresa, me
invitó un par de cervezas con sus amigos y al escucharlo hablar inmediatamente
me identifiqué con él, se veía inteligente, profesional y bajo los aires de la
locura favorable que han hecho de él un conocedor de cine y música alternativa,
literatura de culto, pintura, plástica, etcétera. Iván conoce detalles curiosos
sobre un variopinto grupo de autores y artistas, por ejemplo del pintor Francis
Bacon, de John Kennedy Toole, el celebrado autor de La conjura de los necios, y lo que sucedió después de la
publicación del libro; de Henry Miller y
el juicio que enfrentó acusado de pornografía por sus célebres y ya
clásicos Trópicos, asimismo, Iván es
colaborador actualmente de la revista The
Rolling Stone en su espacio para reseñas literarias, por ejemplo, ahí
apareció una buena nota para recordar a Carlos Fuentes, también Iván mantiene
una bitácora en Internet (no les diré la dirección porque está en el libro). En
fin, Iván ha logrado ya desde hace tiempo, un estilo propio para sus
comentarios sobre la cultura posmoderna y la no tan moderna.
En el año 2004 entrevisté a Iván a propósito de otra
novela que él había sacado en el 2003, LUZ
ESTÉRIL (editorial Praxis) en la que también volvió a retratar a los jóvenes
pretenciosos de excesos de sexo, drogas, alcohol, intelectualismo y anhelos
artísticos. Pero ésta novela, cuyo ancestro aparente se encontraría en Gustavo
Sáinz, José Agustín y toda la llamada “literatura de la onda”, tal como la
definió desde entonces la maestra Margo Glantz, resultaba de inmediato otro
tipo de registro, otra visión totalmente diferente; es decir, Iván hurgó en la
vida underground de la Ciudad de
México en las vidas de los treintañeros de los bajos fondos y de las clases más
altas y no había ahí nada que ver con “la onda”, se podría decir que éramos
nosotros los retratados, en una historia en la que, curiosamente, la
construcción misma de los personajes y sus propios conflictos internos
brillaban más que la historia por sí misma: se trataba en esa acertada visión
narrativa, de que los jóvenes entendieran a los personajes como sus posibles
pares; con toda esa gran exploración interior, Iván no toma recursos prestados
a José Agustín, ni siquiera hace mención al
caló propio de la Ciudad de México como otros escritores gustan de
hacerlo; más bien reinventa a la juventud porque la onda pasó hace casi 50
años, en cambio nosotros fuimos jóvenes apenas ayer. Y si Iván ya lo había
hecho de algún modo en Tu imagen en el
viento, en Luz Estéril me parece
que logró llegar a una cima con la suficiente tenacidad he inteligencia
narrativa que ahora es una obra que definitivamente no puede ser pasada por
alto. (Recuerdo que por entonces los comentarios a Iván eran: “¡Qué caray Iván,
ya consíguete una novia!” Se lo decían porque el libro es largo, pero además
Iván también tiene sus admiradoras).
Y ahora, para que nadie se vaya de aquí sin su ejemplar
de Broadway Express, voy a hablar
bien del libro: ¿Recuerdan algunos de ustedes La Poética de Aristóteles? Más o menos una de las tantas reglas que
el estagirita impone en ese texto clásico a las obras literarias es buscar
contar algo creíble pero imposible, en vez de algo posible pero increíble. En
lo personal no le hago mucho caso al alumno de Platón, pero Iván lo logra con
soltura y amenidad, desde la postura de un narrador omnisciente, crea
atmósferas híper modernas salpicadas de glamour, cenas y coktails en el Museo
de Arte Moderno de Nueva York, por decir algo. Sus personajes se enamoran, se
embriagan y tienen fiestas en restaurantes donde Robert de Niro es el dueño… Se
trata de una obra compuesta al modo de la Trilogía
de Nueva York de Paul Auster, o el Quinteto
de Buenos Aires de Manuel Vázquez Montalbán en una serie afortunada de
relatos entremezclados donde abunda el buen gusto de lugares, y registros
cercanos a Broadway pero ésta vez los personajes son más vacíos, o
algunos buscan la autodestrucción inconscientemente como en el relato Sometihn’ stupid, título prestado de una
canción de Frank Sinatra donde se cuenta la mejor parte de una mala noche para
mejor olvidar. Los personajes,
treintañeros ricachos de Nueva York, se ven envueltos en parábolas que dejan
entrever el vacío existencial y un poco el sentimiento de orfandad que se vive
en las grandes metrópolis sin dejar de mostrar su lado tragicómico y en
especial el último relato, para mi gusto el mejor del libro, donde estamos en
presencia de una desesperada relación erótica arrolladora que culmina en algo
creíble pero imposible. Iván deja ver
claro, que sus personajes nunca dejarán de buscar el amor o el sexo y el
alcohol, pero que el amor a estas alturas es ya casi una utopía irrealizable.
Pero ésta mención no debe de entenderse como una falta de exploración en la
condición humana: todo lo contrario, quizá esa sea la dimensión trágica que
viene anunciando Iván: que la gloria del amor y de la vida buena puede o está
cerca de acabarse, como buen creador consciente de su tiempo histórico, Iván
Ríos Gascón sabe que el mundo siempre está peor que nunca… y respecto a esos
placeres de los que habla, cabría recordar al
filósofo griego Demócrito: “¡Hay que agarrar con las uñas esos placeres
que la vida nos va quitando!” Y ¿por qué no? Uno de esos placeres es la
literatura de Iván Ríos Gascón.
Muchas gracias, 22 de septiembre de 2013.
Casa
De La Cultura “Víctor Sandoval”, Aguascalientes, Ags.
Antes
de que una encuesta hecha por ahí de 1998 a José Antonio Alcaraz que denominó
al dramaturgo como “el hombre más culto de México”, la prensa de la Ciudad de
México le preguntó el por qué la literatura, más que cualquier otra disciplina
artística, estaba tan mezclada con el alcoholismo. Alcaraz respondió que todo
eso no era más que un pancho, solamente un mito, porque si así se produjera siempre
buena literatura —abusando del alcohol— él no sería un Director de una Escuela
de Escritores, sino que cerraría la Escuela y pondría rápidamente una buena y
pintoresca cantinucha.
Mi
opinión no dista del ahora fallecido dramaturgo, al que siempre recordaré como
mi maestro, pero sí puedo afirmar que la mitología del escritor bohemio y
decadente, desubicado o tristón, etcétera, ha existido siempre. Por ejemplo en
el siglo dos XX hubo dos grandes borrachos y lujuriosos que parecían ser sólo
unos pobres diablos como Henry Miller y Charles Bukowski que si están o no
están incluidos en el canon de tal o cual Universidad o estudio de la historia
de la Literatura Universal finalmente no
importa: sus escritos simplemente rebasan cualquier expectativa en términos de
fuerza expresiva y de riqueza vital y verbal, o para decirlo de otra manera,
gracias a sus escritos se han desbordado enormes cantidades de cerveza de
quienes los admiramos o de quienes quisieron ser sus epígonos en cualquier
parte y en muchos espacios (de éste y del otro lado del Atlántico); de estos
dos norteamericanos basta citar los famosos Trópicos
de Miller (uno de ellos estuvo prohibido durante 30 años o más, supuestamente
acusado de “pornografía” y “obscenidad”) y del segundo autor sus extensos
poemas malditos o sus novelas como Mujeres
o los cuentos de Música de
cañerías. Pero claro que inmediatamente hay que aclarar que no hay un Per se:
literatura de buena factura no necesariamente proviene de experiencias
alcohólicas ni mucho menos. Antes que cualquier otra cosa, escribir diez buenos
poemas, cinco buenos cuentos o un par de novelas excelentes es un trabajo
mezclado con algo que busca perseguir la inteligencia del autor, es trabajo y
es chamba, pues.
Éste
mito tiene su origen desde muy lejos; pero en los albores de la época moderna
podemos identificar a varios borrachos geniales en Francia en el siglo XIX:
Charles Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Lautréamont, etcétera. Ellos
experimentaron con el opio (Baudelaire tiene un extenso texto que se titula: acercamientos al opio y hachís), todo tipo de alcoholes
incluido el ajenjo y ellos pasaron a la historia de la Literatura Mundial como
los santos patrones del desmadre, la encarnación de personajes grotescos y
diabólicos, excesivos en todo, incluido el sexo y el espíritu contestatario de
la juventud, desde ese momento (1845 más o menos) hasta toda la juventud
rebelde en todos los tiempos y todos los espacios; aún a pesar de que Rimbaud
murió en pleno apego al cristianismo y a los demás de ellos… podemos imaginar
cómo les fue un poco más adelante. Todo esto también es o ya pasó a formar
parte de la inspiración actual de nuevas
generaciones de escritores y músicos en épocas más recientes como 1950 con las
poéticas de la generación beatnick o
los artistas del jazz hasta el rock and
roll: desde Charlie Parker, pasando por The Rolling Stones (quienes fueron
amigos del beatnick más drogo de
todos: William Bourruhgs y lo fueron a
visitar a Tánger, donde él vivía día y
noche escribiendo e inyectándose de tocho morocho), hasta los actuales The
Black Eyes Peas.
Pero
quedarse con las anécdotas es algo baladí, es algo snob: pose de poses. Todo lo
que este tipo de obras proclaman y pregonan, como diría Ciryl Connolly en La Tumba
sin sosiego, es: “¡Lee, leéme pero ya tú maldito lector!” Gritan desde
sus tumbas estos personajes. Por ejemplo, Las flores del mal de
Baudelaire, aparecidas por ahí de 1855 contienen una fuerte relación con los
mitos fundantes de la gloriosa época
micénica; los poemas de Baudelaire en una buena y cuidada edición mantienen
notas a pie de página para el lector de
habla hispana, es decir, este tipo de literatura nunca fue sólo
habladuría, como diríamos hoy; se trata de autores serios al momento de
enfrentarse con el acto creativo, el decir o como gustes y sí, eran también
autores de desmanes y desmadres pero nos legaron una nueva visión para entender
el contexto y el adentro del hombre a partir de esos momentos para lo que iba a
seguir después. Igualmente pasa con otros autores; incluso de la antigua Roma,
el filósofo Séneca recomendaba una buena borrachera de vez en cuando: “no para
ahogarnos en el vino sino para encontrar en él algo de reposo”.
Puede
decirse en pocas palabras y ahorrarse tantas explicaciones a las mentes que se
quedaron viviendo en el siglo XIX con esto: todos los grandes escritores,
bebedores o no bebedores desde el inicio de la modernidad han asumido la
dimensión trágica de la existencia y el habitar del hombre en la Tierra, porque
asumir esto es un intento de abstraer toda la substancia de la vida y la
literatura para verter esos venenos en la obra. ¿Entonces? Pues nunca estará
mal unas cucharadas para quitarse el bajón y salirse a las festividades de la
noche y en pleno fragor interrogar y platicar con Dios en la parranda para ver
cómo le va en sus cosas… etc. Como digo, es un mito exagerado, porque desde
entonces también existían las almas calmaditas que fueron, corrieron y le
dijeron a mami y papi: “¡Esos se drogan y hacen lo que quieren!” Y entonces por
eso se cree que casi por ley todo escritor es bebedor y ¡carajo! Los escritores
seguiremos bebiendo…
Su voz retumbaba, hable y hable, no paraba, seguía
y seguía, ya llevaba horas hablando, parecía estar dirigiéndose a otra persona,
a un público; pero nada, hablaba con voz en cuello, para que le escucharan;
pero sus palabras solo rebotaban en la obscuridad del vagón porque el ruido del
tren, el chaca, chaca y el jaloneo de vagones, trituraban esas palabras dichas
en voz alta, perdidas en esa sinfonía de la ruta del diablo. ¿Cuántos viajes a
la frontera? ¿Cuántas veces he retornado por esta ruta del infierno? ¿Tres,
cuatro, cinco? Su memoria se estiraba, buscando entre tantos escombros del
tiempo olvidado, una larga travesía para los
migrantes centroamericanos al llegar a la frontera es caminar por la vía del
tren, que desde 2005 debido a un huracán, no permite circular a los trenes
de carga. Esta vía del tren garantiza que no encontrarán en su camino los
tormentosos puestos de migración y que por lo menos hasta llegar a Arriaga no
serán deportados a su país; pero para ello deben caminar bajo el sol aproximadamente
300 Kilómetros, tardando hasta una semana en hacer este camino, y ya en México
la larga marcha de la muerte se inicia generalmente en Tapachula, en Chiapas, a
menos de 10 kilómetros de Guatemala; entrar por Tapachula, Chiapas, y tomar el
tren en el municipio de Arriaga, y al llegar a Arriaga, luego de
caminar casi una semana, los migrantes encuentran un albergue que les dará
hospedaje y alimentación hasta tres días, además de orientación migratoria y la
posibilidad de denunciar los constantes atropellos que han tenido que vivir en
solo una décima parte del largo camino que les espera hasta la frontera de
Estados Unidos; por ello con mucha razón que tiene el padre Rigoni al afirmar
que la verdadera frontera de Estados Unidos está en Chiapas y los viajeros
tardarán entre 20 y 25 días en llegar a la frontera norte, en los que habrán
desembolsado “como mínimo” US$1 mil 130, y llevar ese dinero que les exigen los
coyotes o “polleros” para cruzar a Estados Unidos; un viaje
que solo parece gratis, pero a medida que avanza la bestia, su precio va
subiendo, de tramo en tramo, sobornos, asaltos, secuestros, todo lo que se trae
de valor va quedando hasta el punto de que a veces
el pago de este viaje es dejar la vida en el camino. Así es este viaje que
parte del sur de México frontera con Guatemala hacia Estados Unidos. El hombre
que hablaba parecía estar siendo arrullado por el chaca, chaca del tren,
es la Bestia, la temida máquina que miles de centroamericanos abordan para
intentar cruzar México, también apodada la Devoradora de migrantes;
y la ruta del Pacífico parece menos peligrosa que la del Golfo eso,
no significa que sea un camino de rosas ya que el 70% de los inmigrantes que la
cruzan sufren algún tipo de abuso que en la mayoría de los casos es violento y
todo empieza cuando hay que subirse a un tren que pasa a 20 kilómetros por hora
es difícil para un adulto, ahora imagínate para una mujer o para un niño y ya
arriba empieza lo mejor: se viaja a la intemperie, con riesgos de caerte, sol,
hambre, por lugares remotos, te puede tumbar una rama de árbol, te puedes caer
por sueño, te pueden bajar del tren y secuestrarte o extorsionar, y claro la
sed y el hambre te acompañarán por todo el camino; entre sueños que eran vivas
pesadillas, buscó sus cicatrices en las costillas, el navajazo en la pierna,
solo parecían tatuajes, pero era la huella de esas batallas, esa resistencia
para proseguir por la ruta maldita, que era igual, al maldito lugar que me
había expulsado, al maldito lugar donde llegué a trabajar con horarios de
esclavo, escondido para que la migra no me atrapara y me devolviera, era igual
cuando en Tijuana, en Ciudad Juárez, me secuestraron y me bajaron todo lo que
había ganado al otro lado. Igual que ahora, su voz parecía rechinar, como si
estuviera aullando, como un lobo solitario gritándole a la luna y en ese
desierto, el alma caritativa del férreo defensor, el sacerdote Alejandro
Solalinde, director del albergue Hermanos en el Camino de Ixtepec, hace todo lo
que puede para atenuar ese sin fin violación de derechos humanos, ese costal de
carencias que carga cada inmigrante, atenuar tanta impunidad, tanta prepotencia
contra estos inexistentes expulsados allá como aquí, de todo posibilidad de
mejorar sus vidas.
El hombre, ahí, con la mirada perdida. No sabía a
ciencia cierta si su mirada estaba en la bruma de sus sueños o en la bola de
recuerdos que venían como un montón de imágenes sin fecha. Una mirada
escondida, chiquita como impidiendo la salida de un chisguete de tristeza, una
gota de llanto, como el último esfuerzo para no doblarse. Todo eso, ya lo
sabía, esa había sido su terapia, sacudirse el dolor y el sufrimiento de dejar
a la familia, su mujer y sus hijos, esa era su autocuración, como las viejas de
la patrona la habían gritado, aquel día cuando estirando la mano para agarrar
la botella de agua, le dijeron en voz alta, es para la sanación. “Las Patronas”, un grupo de más de 20 mujeres que desde hace 17 años
lanza comida a los migrantes que pasan en el veloz tren de La Bestia;
mujeres, sin esperar nada a cambio, han podido construir una red de solidaridad
a nivel nacional que les permite preparar 20 kilos diarios de arroz y frijol,
además de algunas conservas, tortillas, frutas y pasteles para alimentar a las
personas migrantes hambrientas y sedientas que no han podido comer y beber
durante días.
El hombre estaba curtido, por ese ir y venir de
aquí para allá, cruzar la frontera, volver de regreso, y una vez más cruzar la
frontera. Retornar aquí, donde todo sigue igual, como allá. ¿Vengo o voy? ¿Cuál
es la diferencia, Reynosa, Texas, California, Tijuana, Nicaragua, El Salvador,
Guatemala? Esto parecía confundirlo, todo igual como por toda esa ruta, tantas
veces recorrida. Una larga ruta miserable, atravesando la miseria de estos
pueblos, cubriendo todo el presente de miseria, avanzando hacia este futuro
miserable. Una travesía, que ya se la sabía de memoria y como si estuviera
viendo el mapa de México visualizando
las principales rutas que los inmigrantes siguen para llegar a Estados Unidos.
Son cuatro. Los principales destinos son dos ciudades fronterizas al este
Reynosa y Nuevo Laredo, la sempiterna Ciudad Juárez y Tijuana, al otro extremo
del país; y ahora, ir por la ruta del Pacífico, Guadalajara, Jalisco, al oeste de México, la cuna de los mariachis, los
charros y el tequila. La sede de la feria del libro más grande en habla
hispana. Hasta hace poco no era una escala en el mapa de los 500.000
centroamericanos que cada año cruzan México para intentar llegar a EE UU., pero
en los últimos años el número de inmigrantes que pasan por la segunda ciudad
más grande del país se ha triplicado. Desde la matanza de 72 personas en
San Fernando, Tamaulipas en el 2010, cada vez son más los que eligen la ruta
del Pacífico: el camino más largo, pero el menos peligroso; y que atraviesa
este sitio. Se les ve por los cruceros cercanos a la vía del tren, sentados en
la calle, dormidos en la acera. Se han convertido en un quebradero de cabeza
para las autoridades locales y han agitado prejuicios en una sociedad en la que
los inmigrantes eran invisibles hasta antes de ayer.
¿Había enloquecido ó solo deseaba sacarse tantas
palabras no dichas, tanto silencio? Si tu lo vieras, no lo podías creer; toda
una vida, jalando aquí como allá, siempre pensando que dejó a su familia, a sus
crías que cuando retornaba, siempre las encontraba creciendo. Un hombre que ya
mordía los sesenta años, áspero, de pocas palabras. Un típico centroamericano,
que en la bola, parecía otro nicaragüense más, otro guatemalteco, otro
salvadoreño más y al cruzar las fronteras, seguro tu dirías, es un típico
mexicano prieto, duro y curtido y entre esa ola de los que van en busca del
sueño norteamericano dirías solo es otro inmigrante más que va para el norte,
todos son iguales, sean de El Salvador, Guatemala,
Honduras, Colombia, Ecuador, República Dominicana o de México. ¿Quién va a
saber de donde eres en esta bola de 500,000 inmigrantes que cruzan por año? ¿A
quien le importa tu vida o tu origen? ¿A quien le importa si eres Juan o Pedro?
Y si das tu nombre te expones al soborno por eso te ocultas en el anonimato y
por eso eres otro INEXISTENTE entre tantos inexistentes.
La bestia seguía avanzando por esa ruta innombrable
a pleno sol. Mientras el hombre arrinconado en el vagón, seguía musitando
palabras, parecía estarle hablando a otro, pero no, el le hablaba al otro de si
mismo: un soliloquio cruzando los tiempos. Cuando su padre lo llevó, ese fue el
primer cruce de fronteras, fueron años de ir a recoger cosechas en la
California. Desde los seis años anda en ese trajinar de fronteras, a quien le
importaba si tú eras de ese pueblo desconocido llamado Metapa anclado en el territorio de Nicaragua, pueblo al que después se
llamaría la Ciudad Darío, en honor a la grande poeta, Rubén Darío y de esas
tierras del gran Augusto César Sandino el liberador, patriota y revolucionario
de Nicaragua. A nadie le importó nunca, porque tampoco tú sabías de donde
venían tantos hombres, mujeres y niños llenos de sus historias, con sus
familias, con sus penas y solo cargando es costal de carencias.
Había despuntado el sol, un
viento fuerte y frío. El hombre que toda la noche se la había pasado gritando
palabras inconexas, ahora estaba sumido en si mismo, absorto, ensimismado.
Mascullando para si esa noticia que había corrido por todos los que venían
montados en la bestia, aquellos otros iguales a ellos, inmigrantes de África
buscando llegar a Europa, o aquellos otros que salieron del Medio Oriente y a
punto de llegar a las tierras de Europa se ahogaron, porque la barcaza en que
iban trescientos, niños, mujeres y hombres, todos se hundieron; a todos
estremeció la noticia, todos se sintieron iguales a ellos, la pequeña diferencia,
era tan frágil, tan débil, que no valía la pena mencionarla. Ahora estaban a
salvo, pero el destino, aún no decía la última palabra, la Frontera era la
prueba de fuego y eso, tampoco era garantía para llegar a donde cada uno
deseaba llegar para trabajar, porque todos eran iguales sin papeles y tendrían
que aceptar todas las condiciones impuestas para trabajar como esclavos
escondidos. Es una inmensa ola de miles y miles de inmigrantes ilegales que
cruzan el mundo, de aquí para allá, provienen de África, Medio Oriente, de
Asia; y de Asia, China, Filipinas e India, y de Europa, Polonia y los estados
que formaban parte de la Unión Soviética, igual que aquí, todos buscando
enchufarse a la poderosa maquinaria de la producción globalizada en este mundo
miserable tan igual a sí mismo.
En su libro de entrevistas Conversaciones con escritores, (Ed. Diana, colección
SepSetentas 1981) Federico Campbell entrevistó a Gabriel Ferrater y
entre otras cosas preguntó si el cultivo de la irrealidad era manifiesta o
evidente entre los más jóvenes poetas europeos. El profesor catalán, erudito de
la filosofía del lenguaje, con varios tragos de ginebra aunados a la longitud
de su pensamiento, respondió: "Es una cosa que a partir de cierta edad ya
no interesa." Y ofreció una anécdota que versaba así: "Uno de los
primeros fonetistas que hubo en el mundo, el abate Rousselot, se fue a una
aldea francesa a estudiar la lengua de las gentes y le pareció que se hablaban
en realidad tres lenguas: la de los viejos, la de la gente de mediana edad y la
de los jóvenes. Veinte años después otro lingüista fue a la misma aldea
francesa para corroborar las conclusiones del otro. Pues bien, los viejos
habían muerto, los de mediana edad eran más viejos, los jóvenes eran ya de
mediana edad y había una nueva generación, pero existían las tres lenguas
idénticas que el primer visitante había detectado. Al pasar a la mediana edad,
los jóvenes adoptaban la lengua exacta de la gente de mediana edad, y los de
mediana edad adoptaban la de los viejos. No había una tendencia al cambio de la
lengua, y los tres estratos subsistían. Es elemental. El tratamiento de usted, por ejemplo, no lo utilizan los
niños al empezar a hablar, pero a partir de cierta edad el niño adopta el
tratamiento de usted. Entonces cuando me hablan de las generaciones, de la
irrealidad o del realismo, pues bien, yo los espero a que tengan 48 años y estoy
seguro de que pensarán exactamente lo mismo que yo, o sea, que lo único que
tiene valor es la realidad". Y así dio respuesta a la pregunta del
escritor mexicano, que si bien cuestionaba sobre la irrealidad en la creación
poética, me parece que como paralelismo
para hablar de humor, literatura y
mexicanidad actual es perfectamente
válido: porque es el lenguaje la llave para todo el resto de
saberes, y como dentro de esos saberes también
figura el humor, entonces obviamente habrá, por lo menos haciendo una
generalización, tres niveles o quizá tres distinciones de humor en una sociedad, y tres niveles con
los cuales cada uno se reirá por lo menos de la esfera en la que se mueven los
restantes y en esta era de las computadoras ya se está notando: gente de cierta
edad recibe información, chistes y anuncios cibernéticos de acuerdo a su edad
con el lenguaje propio a su edad. (No
miento: las famosas presentaciones de power point que el usuario de
computadoras recibe por internet con chistes, motivo de días festivos, anuncios
eróticos, religiosos, políticos, etcétera, son un ejemplo al calce, o por otra
parte el lenguaje propio de los
jóvenes cuando chatean o usan el teléfono móvil con más caritas amarillas que
palabras, por no hablar de los famosos memes de choteo del tema candente del
momento). Y esto es precisamente porque gracias al lenguaje captamos de la
sociedad el tipo de contenidos en prensa, radio, tele, cine, internet, libros,
amistades, familia, etc, el contenido de lenguaje que está dedicado a
nosotros. Y si cada nivel de humor de una sociedad se ríe subrepticiamente de
la esfera en la que se mueven los restantes niveles será a puerta cerrada y que
no lo oiga nadie de otro nivel: (“estos niños de hoy ni quién los
aguante”, “la verdad aquél es un cobarde
que sólo con el alcohol se siente muy hombre”, “aquella de tu amiga es una
histérica porque se quedó como madre soltera” “los rucos de mis abuelos no me entienden porque no tengo varo”, pobrecitos, pobrecitos, je je je…
¡Por no hablar de los super incompetentes compañeros de trabajo!). La de cosas
que hacemos con tal de molestar, habrá que ver. Como los chismes de poder entre
los científicos que cuenta Jorge Volpi en su obra híper mencionada En busca de Klingsor (premio Biblioteca
breve, Seix Barral 1999, además de finalista en la encuesta Las mejores novelas mexicanas de los últimos
30 años, hecha por la revista Nexos,
donde quedó en octavo lugar con cinco votos), de la que defiendo su carácter
chismoso sin adjetivarla como obra menor, es precisamente el what comes next, como dijo el finado y
muy honorable Guillermo Cabrera Infante: ¿Qué seguirá en el próximo capítulo, se
pregunta el lector? ¡Saber si tal o cual científico tenía vida sexual activa
después del horario de clase o trabajo! Cosa que la vuelve una novela muy
honesta, con subtemas muy logrados, aunque su sentido del humor es muy alemán,
de los alemanes que trataban de fabricar la bomba atómica experimentando con
agua pesada, mientras que los mexicanos, si tuviéramos ese enorme poder,
haríamos pesada la bomba (del festejo y para la cruda), por supuesto, para
celebrar una semana si es que a Alemania le ganáramos en el mundial. (Después,
claro, de eliminar a los gringos en semifinales).
Pero ya en serio: ¿De qué se
ríe el mexicano? ¿De dónde surge su humor? Saltándonos la gravedad histórica
apuntada en El Laberinto de la Soledad
de Octavio Paz, tendríamos que decir que
el mexicano no se anda con juegos que le hagan concesiones a la ternura o a la
sensibilidad del arte elevado; el mexicano, que lo que más desea es NO tener
una vida en continua zozobra, una vida en perpetuo naufragio, se ríe —en forma unívoca o recíproca— de la
perplejidad de la muerte en todos sus aspectos, de la muerte suya y de cómo se
está muriendo el otro, de cómo le va mal al otro.(Esto pareciera ser
simplemente crueldad, pero al mexicano lo han chingado y bocabajeado los
españoles y los gringos por décadas, siglos…, como bien dice Octavio Paz, es
decir, cuando me río de ti, soy tu español o tu gringo que me río de cómo te
estoy matando o infringiendo sufrimiento…) ¿Dónde está la muerte en nuestra
cultura? Pues en las calaveritas de azúcar, en los corridos, en la música de la
onda narco-grupera, siempre traumática por sus temas, (mas no por el arte.
¿Verdad que sí Eduardo Lizalde?), en las frases sentenciosas como el: "Si
me han de matar mañana, que me maten de una vez." etcétera. Además de en
cualquier esquina donde uno permanezca más tiempo del debido en la noche, claro
está.
En su Fenomenología del Relajo, Jorge Portilla apunta que el humor
"nos libera de un valor negativo, de una adversidad." Y hasta donde
yo tengo noticia, en esta vida no hay mayor adversidad que la muerte y todo
aquello que la acarrea o nos hace sentir el vértigo de su amenaza.
Hablo de que el mexicano se ríe
de la muerte en forma unívoca o recíproca porque la risa de un modo u otro
siempre está asociada con ella: se le insinúa la muerte al otro, con una
pequeña carcajada o una broma pesada; en lo individual, es un chiste de humor negro
para poder sobrellevar la idea. Del mismo modo que el patetismo puede provocar
carcajadas (por ejemplo en mi caso, espero no haber sido el único que al ver
por vez primera el Otelo shakesperiano
soltó algunas). Dicho de otra manera, todo aquello que parece borrar el
horizonte de la muerte de nuestra perspectiva, adquiere un barniz humorístico o
satírico, puesto que en lo más hondo, creemos que la muerte nunca vendrá a
cerrarnos los ojos y se coronará victoriosa: al descubrir cierto absurdo en
nuestro empeño en la vida de creernos inmortales diariamente, descubrimos que
en el fondo del pensamiento se establece una contradicción. (Eso que Albert
Camus llamó El mito de Sísifo). Una
contradicción fugaz en la que pocas veces reparamos, pero sin pensarlo
demasiado avistamos su rostro real, y al verlo, nos mata de risa (o de miedo, el
giro significa lo mismo en la conciencia cuando va naciendo con esta noticia).
De esta manera entramos a la conciencia: con la certeza de que ante todo,
estamos ya muriendo, y de que la noticia, finalmente no es tan grave, puesto
que en el tránsito muchas carcajadas nos esperan. El mexicano promedio, se
dedique a lo que sea, tiene que ser ese tipo que nunca se queja: la sociedad
desprecia al que se queja porque en realidad en México todos nos queremos
quejar y que medio trabaja mal o muy bien y gracias a la auto proyección de su
soberbia en su conciencia, se sigue riendo sabiendo que él: “es el rey que las
puede todas”. De este modo y en este país, no hay nada tan subversivo como la
risa, el relajo, el pitorreo, la parodia burlesca, pues frente a todos los
órdenes lógicos que imparte la muerte en nuestra sociedad desde el Estado, la risa llega y lo despedaza todo, muestra la
inutilidad de todo cuanto no nos posibilita el estado ideal de la risa, que en
México no es propiamente la alegría, la alegría que celebran los filósofos
franceses por ejemplo el enorme Clément
Rosset como única respuesta a la oscuridad de la existencia, sino el relajo: el abandono de los miramientos sociales y olvidar que las
cosas tienen un valor. Visto de éste modo se entiende el por qué la juventud es
a lo que más nuestras sociedades postmodernas le rinden culto, ya que la
juventud es la época en que todo simplemente vale madres y es preciso que todo joven compre, haga y consuma
montones de cosas que valen pura madre.
Habría que apuntar que el tema
ha sido por demás explorado y de ahí me viene la prudencia para abordarlo. ¿Qué
no se ha dicho ya sobre la risa del mexicano? Jorge Portilla apunta que la
afirmación de que el humor negro es el que prevalece en México no es para nada
errónea. Para finalizar y cerrar con la idea primaria de este texto, sólo un
pequeño comentario acerca del motivo de risa de los tres niveles de edades del
mexicano:
El
niño ríe ante la magia que le causa el mundo, en el cual, para él aún no está
presente la muerte del todo (la idea de la muerte se descubre hasta los 8 o 9 años). El joven y el hombre
de mediana edad se ríen de lo que imaginaron cuando niños y utilizan la risa
esgrimiéndola ante la muerte, queriéndole ganar el juego, es decir, queriendo
confundirse con ella ante sus adversarios sean éstos quienes sean, y saben ya
que la muerte existe como el hecho definitivamente irrevocable y en esencia es
de eso de lo que ríen. El viejo, el hombre o la mujer que ya han vivido todo lo
que les correspondía, ríen con nostalgia recordando todo aquello que en la vida
los motivó y los hizo penar, pero alegremente, valiéndoles madre: por ejemplo
Octavio Paz y Jorge Portilla: ¡Cómo escribieron tanto! ¡que mataditos salieron
esos gatos! Ja,ja,ja, ja.
El pensamiento crítico y la
poesía han estado coludidos desde siempre en la poesía moderna como compromiso
vital con la existencia humana. Recordemos que George Steiner hace éste bello y
colosal epígrafe de 1953 de un pensador francés en el texto La poesía del pensamiento: “Todo
pensamiento empieza con un poema”. Éste
coludirse ha ocurrido, sobre todo en los casos en que poesía o poiesis se asume como creación en su más
amplio sentido, cuando el poeta asume su condición de pequeño dios. Por ejemplo,
en la historia de las letras francesas, Blaise Cendrars es el primer poeta moderno. Antes de Apollinaire, de los
surrealistas, él inventó una poética liberada de los modelos tradicionales.
Desde 1910 Blaise Cendrars había ido varias veces a París, y conocido a los
amigos del “Bateau-Lavoir”, famoso conjunto de casas ubicado en Montmartre,
donde vivían Max Jacob, André Salmon, Van Dongen, Pierre Reverdy, Pablo Picasso
y acudían Gertrude Stein y Apollinaire. De
ese sitio bohemio y fiestero nació el cubismo y Robert Goffin cuenta en su
libro Entrer en poésie, que en la
primavera de 1912, Blaise Cendrars leyó su manuscrito de La Prosa del Transiberiano y la pequeña Juana de Francia en el
estudio de un pintor en presencia de Apollinaire y otros amigos. Apollinaire
exclamó: “¡Es formidable! En comparación ¿qué puede valer el libro que estoy
preparando?”
Apollinaire
preparaba nada menos que Alcoholes, y
sus poesías todavía obedecían a la clásica métrica francesa. Tuvo que ser la fuerza
de la gran voz y lectura de Henry Miller
(cuyas complicaciones contradictorias de su vida lo asemeja a Blaise Cendrars) quien era su amigo, el que lo
define subrayando una frase de él mismo:
“Cada día me doy más cuenta de
que siempre he practicado la vida contemplativa. Soy una especie de brahmán a
contrapelo, que se contempla en la agitación.” (Une nuit dans la forét.).
En mi caso particular, en el
contexto literario mexicano al que pertenezco, no me conformo con asumirme
"como escritor": vaya término vago y de noción abrumadoramente dieciochesca
y pretenciosa; menos aún "literato", que trae connotaciones
peyorativas hasta cuando no las pretende. Como cuando me presento ante alguien y
digo que soy “escritor” y filósofo la gente se queda pasmada, tengo que aclarar
inmediatamente para que no quieran llevarme de gira en el zoológico, que ni
salgo en televisión pero que algunos periodistas sí me roban mis ideas (Además
de otros escritores malcriados que su choya no les da para más). Creo que los verdaderos, los altos literatos contemporáneos
no se odian ni tendrían por qué hacerlo. (No creo que Rodrigo Fresán odie mucho
a Haruki Murakami o viceversa o que Rosa Montero envidie seriamente a
Poniatowska) Y esto porque es entre los escritores en vías de santificación los
que sí se carcomen los unos a otros como verduleras y literalmente escribir ya no
pareciera representar ningún valor, (a no ser más que un pseudo psicoanálisis,
que es lo más ínfimo, pero quizá es lo que inconscientemente buscan algunos
lectores en los libros literarios…). Creo que la verdadera competencia es con
uno mismo. O con uno mismo y Cervantes. O Shakespeare, o Solienytzin. Por donde
se le vea, es el oficio más ingrato de todos y si uno escribe por dinero y como
negociante, uno tiene qué haber nacido con una cuchara de plata debajo de la
lengua. Finalmente, al igual que al principio, cada quien está solo en su
apariencia de apartado y resistiendo. Cuando el odio oscuro entre los que
consignan palabras se disuelva, será porque la envidia que produce leerte o
leerme o Laertes ya no sucederá por
cosas tan míseras como haber elaborado un
párrafo memorable y genial, un premio o gozar del endiosamiento falso (es decir
en realidad efímero) de la fama que proviene de la falta de identidad del
lector y de intrincados malentendidos (como Borges sostenía, y además porque
quizá toda gran obra nace entre malentendidos y eso mismo la vuelve inmortal o
papel desperdiciado). Entonces, diríamos pues, consigamos unas musas que nos
crean que debemos ser lo suficientemente talentosos para hacernos de una cabaña
modesta con diez o treinta libros en algún lugar del Caribe, y mandar las
colaboraciones a los medios por vía Internet o
I-Phone, sin sorberse el coco, sino más bien disfrutando piñas coladas y
olvidarse de los talleres literarios que generan tanta impotencia creativa (en
realidad ya debería ser tiempo de que olvidáramos esos desolladeros) que se cae
en el error de creer estar ciertamente en algún sitio paradisíaco del Caribe,
cuando en realidad, uno está repitiéndole a los amigos la misma y singularísima
anécdota chistosa que gracias a la borrachera, hace que mágicamente uno esté en
el Caribe y alrededor crezca la jungla, cuando en realidad, se está nerviosamente
en la esquina de la fiesta de la casa clase mediera con los mismos cuates de siempre y las chavas ingratas que nunca te pelan pero
quieren que les dediques poemas muy
sentidos e interminables…
Por ahora, yo prefiero
denominarme como portador de un plus que debe ametrallar y dibujar la realidad
con la palabra, ya que como decía Julio Cortázar, nombrar es apresar. Para
cualquier buen creador, apresar la realidad sería decirla y describirla pero
por otros medios… medios llenos de lenguaje cargado de significado. Dibujar en
este sentido ha de ser como inventar un coto de psicología de ficción propia a
la hora de avanzar en la mata de la página que ya dejó de ser blanca. Julio Cortázar,
en uno de sus magníficos ensayos sostenía ya lo invisible de diferenciar “gran
conocimiento” a verbo. De ahí en adelante es de donde me surge la pasión por el hecho escritural. No pues,
¿qué crees?: Ya estás mi querido Jazzmen, porque también renegué de la carrera
de músico. Todas las denominaciones y significados que decodifican un escrito
no me interesan demasiado. Roland Barthes tiene su perfección y ya la citaré en
este libro, pero perfección por perfección, es mejor la de Dostoyevski, la de
Milan Kundera o la de Ezra Pound, del cual asumo para mí, la mejor afirmación
que dijo antes de su etapa fascista: “no hagas caso de la crítica de quienes
nunca hayan escrito una obra notable”. (Ezra Pound. El arte de la poesía, p. 9) o usando jerga actualizada podríamos
decir: “contundente o vigorosa”. Obviamente lo que me interesa es el ángulo, la
abertura de la lente. Y hay veces, ciertas veces... que el ángulo de visión
abarca justamente lo que dice la letra que se origina de lo que llamamos
inspiración. Y de estar inspirado a ser inmortal en estos tiempos, prefiero lo
primero, tanto en las reglas de la vida como las de la escritura. Digamos que
cuando el texto poético adquiere el peso suficiente para corresponder con lo
que se trata de enunciar, estamos de hecho frente a una obra y no una ceremonia
literaria, como con razón Octavio Paz llamaba "creadores de artefactos
artísticos" a los creadores de obra sin sustancia: “Cuando un poeta
adquiere un estilo, una manera, deja de ser poeta y se convierte en constructor
de artefactos literarios.” (O. Paz, en El
arco y la lira, p. 17). ¿Cuándo
estamos de verdad frente a una obra poética y no ante un producto ceremonial de
un tipo que se puso corbata y camisa de seda para escribir, y lo que es peor:
convencido del lugar común que reza: “¿El estilo es el hombre”? Nunca lo
sabremos sino llevándolo al vidrioso tema de la crítica. El crítico armado que
lanza su discurso sobre una obra poética, ¿qué tan legítimo puede ser? ¿Con qué
tipo de armas cuenta para preferir un poemario que otro?
Nos preguntamos esto ya que
frente a una novela hay géneros, modos de narrar que hasta cierto punto pueden
llamarse estereotipos o prefiguraciones: llegó la camisa antes que el portador,
es decir, llegó el modo —o en este caso diríamos más exactamente: la forma del
texto en lugar de lo formal de un tratamiento— antes que la materia prima de
trabajo. En esos casos es fácil juzgar la obra calificándola de pobre y de plana. Existen esas mismas
armas para el crítico de novela histórica: juzgando y juzgando se puede llegar
a la conclusión de que una obra puede ser
"muy buena", “digerible” o “pésima” en la medida que pruebe tener los alcances y
la capacidad de erudición de cierto escritor o escritora. Y en la biografía
pasa igual: es un género delicado porque tiene qué mantenerse tocando aspectos
de la vida privada en la medida en que ésta se vuelve pública y vuelve a su
persona todo un personaje: requiere erudición, sin duda. Es cierto que el
panorama antes dibujado existe en cierta forma, pero ¿cómo hacer crítica de la
poesía sin menospreciarla o peor: destriparla? La poesía, según un acertado
escrito inédito de Óscar de la Borbolla, nos coloca delante de lo otro, es
decir, de lo innombrable, de ese otro mundo de riquezas y miserias, de odio y
tenacidad, de ternura y de crueldad donde nos movemos los humanos, es decir, el
mundo del alma, donde todo es turbio y donde todo puede ser lo contrario a lo
que se dijo en un primer disparo, el mundo de la interioridad pues, el mundo
que eres tú mismo en estado de gracia, donde todo va como río revuelto, y que
por lo visto, no ocupa a la mayoría de mis semejantes, pues no alcanzan a darle
una dimensión o una estatura a su vida espiritual frente a las atracciones y el
desasosiego del mundo exterior. Toda esa “muchedumbre de solitarios”, como le
llamaba Octavio Paz, no han salido de la psicología folck y su alienación de
teléfonos celulares “inteligentes” precisamente porque no leen. Les falta el
juicio y el criterio que otorga la diosa lectura.
"¡Poetas! ¡Despierten a
los aletargados!" exclamaba Hölderlin. Retomando el hilo de este ensayo
volvemos a la pregunta y tratamos de plantearla de forma más significativa:
¿desde dónde colocarse para ejercer la crítica de la poesía tratando de ir más
allá del simple gusto personal? Es aquí donde los parámetros fallan o se vuelven
sospechosos. El poema es una totalidad que prefiere identificarse con el
término creación que con el término literatura... Ya que ningún poeta se
atrevería a decir que la poesía es sólo un grupo de palabras consignadas en un
papel. Todo verdadero poeta sabe que la poesía es manifiesta y que brilla en
muchos aspectos de la vida humana: una puesta de sol, un padre jugando con su
hijo, una pareja de enamorados, la noche estrellada. Aunque lo poético está
íntimamente relacionado entre el texto y el momento de la lectura. Pero sucede
que cualquiera que quiera ser poeta debe
comprometerse con causas sociales que defiendan y no permitan trastocar lo que
él considera elementos poéticos: con la vida humana y la calidad de la vida
humana en última instancia. Al poeta atribuyo soledad y solidaridad con la
soledad ajena, atribuyo genio y locura e incluso diría que ese genio y esa
locura es el resultado de la obra que debe mostrar el poeta a los
demás hombres, en un sentido social. Y sostengo que la poesía se emparenta más
con el término creación que con el de literatura principalmente por dos
aspectos: toda obra poética sustanciosa se basa en unas leyes, a menudo marcadas por los predecesores,
pero antes que subrayarlas las niega, no se conforma con encasillarse dentro de
una corriente u otra: se asienta en el mundo de las letras proclamando llamarse
única e irreductible, genuina e incomparable y sólo así podemos juzgar a La tierra baldía, Los hombres del alba, Muerte
sin fin o a Piedra de sol. El
segundo es porque en el momento de la confección el poeta tropieza a menudo con
un silencio —o con una palabra— que entorpece el discurso de su obra y lo
resuelve por medio de la inspiración, tema de textura nebulosa del que Octavio
Paz en El Arco y la lira ya se ha
ocupado lo bastante bien como para querer superarlo.
Bien podríamos decir que en la
medida que esa totalidad creativa del poema destile significado, hasta tal
punto que olvidemos que se trata de palabras en un papel y lo asumamos como una
verdad tangible que se desprende del instante de la lectura y lo carguemos de
cierta sustancia intemporal (que es el verdadero tiempo de la poesía; donde se
juega el todo por el todo, donde no hay nada que decir y todo por decirse), es
que estamos frente a una obra "contundente o vigorosa". Nuestro poeta
puede ser joven como Rimbaud y no haber tocado siquiera una pluma antes de
escribir su obra y sin embargo la obra de Rimbaud es considerada como la de uno
de los poetas más grandes de Francia y que retoma con notable vigor el espíritu
del romanticismo, pero no nos vayamos por el carrilito fácil de lo que la
crítica llama "romanticismo". El romanticismo siempre está presente,
ya es una capa de la mente, como dirían los antropólogos. (¿Después de la capa
del psicoanálisis freudiano habrá la capa del estructuralismo o la filosofía
analítica?) Llamo romanticismo a una postura frente a la vida que se
caracteriza por la negación de dogmas —sociales o literarios— la protesta, el
escándalo como una forma de llamado de conciencia, la exaltación del júbilo
juvenil y la idealización de ciertos tipos de conducta frente a otros que son
tachados de conformistas y de peores vicios con los cuales el mundo se ha
encargado de hacernos partícipes de la famosa frase de Jean-Paul Sartre:
"El infierno son los demás". (De su obra de teatro: A puerta Cerrada) Y en la ciudad de
México, mi ciudad natal, esta afirmación diría que peca de obviedad. Cosificar
y ser cosificado por veinte millones de ciudadanos no es cosa fácil de tragar
en el tránsito de las semanas y de los días de la cotidianidad en ésta ciudad
donde el mayor lujo es el contraste.
Afirmar
que las obras poéticas son buenas o malas, en este país, equivale a preguntar
qué es lo que hacen sus autores, gracias a la estructura del aparato cultural
vigente hoy en día. ¿Su autor es funcionario de la cultura, es becario, es
profesor de seminarios o escribe en Letras
Libres? O ¿acaso es un
bienintencionado que desea escupirle al mundo su propio mundo de palabras? Los
poetas de la primera característica, en su mayoría, tienen el gozo de ser
escuchados y no ninguneados como los de la segunda; cobran buen dinero, son
admirados y hasta son, en algunos casos, aclamados como estrellas de rock como
le ocurrió a Jaime Sabines en la UNAM, donde Los amorosos fue ovacionado como si fuera una canción de Café
Tacuba (“Los amorosos juegan a coger el agua”, decía en su silla de ruedas el
viejo Sabines, y parecía que en realidad decía: “yo declaro como deben de
amarse las parejas: sólo como dice mi poema”. Y los gritos de la multitud
femenina parecían decir: “Sí, que me ame Sabines para que yo también coja (y
coja) el agua y me vaya cantando la hermosa vida”. Recordemos mejor la
vitalidad de su entrada a la sala Netzahualcóyotl en la UNAM esa primavera de
1997 o 1998: la multitud expectante aguarda en la oscuridad, Sabines aparece y
sólo una luz cenital ilumina su libro,
en ese momento, con voz firme, el poeta protesta:
“Quiero que se prendan todas las luces, no me gusta leer para sombras”. Se hace
la luz y el público se desborda en aplausos. Si entran en la segunda
característica, mucho me temo que sean poetas regulares que publican en
revistas cristianas, es decir, que salen cada que dios quiere y eso en el mejor
de los casos, porque bien podrían ser
desconocidos que mejor deberían
dedicarse a lo suyo, es decir, a vivir bien y a ganar buen dinero porque a
decir verdad la poesía, se sabe desde hace siglos, no es oficio rentable. No es
agradable que muchos de los grandes profesores de literatura y poetas opinen
así. Alejandro Aura, el excelente poeta hijo del Cuervo que antes de morir mantuvo
una bitácora en internet como cualquiera de nosotros, cuando llevaba las
riendas de la política cultural de la Ciudad de México, dijo que sólo en la Ciudad
de México existían alrededor de tres millones de poetas, frase que por sí misma
hace sentir vértigo y desconcierto por las pocas ventas de poesía en las
librerías. A pesar de la evidente rivalidad mundo contra poesía, tal parece que
toda la gente secretamente atenta contra el mundo haciendo versitos, desde el
Facebook hasta gente como acción poética que pintarrajean con frases
poéticas espontáneas buena parte de las ciudades del país. Así nos vamos
acercando al panorama de la crítica de la poesía en México y, descubrimos
también que muchos de los buenos poetas (no nos queda más remedio que decirles
así, porque se lo han ganado a base del empeño) son los que critican la obra de
los otros poetas y ellos los que dictaminan si la obra vale la pena leerse para
un público no creador, que en el caso de la poesía, equivale a decir que ese
público ha desaparecido casi completamente. A excepción del gran público que ese
sí, de vez en cuando se revienta una novelita rosa de moda que vuelve enésima
vez millonarias a las editoriales extranjeras. O por otra parte el público
femenino, que no es un secreto que mucho de la mejor poesía mexicana está
actualmente escrita por mujeres. Coral Bracho, Maricruz Patiño, Leticia Luna,
Angélica Santa Olaya y Tedi López Mills son ejemplos a seguir por todos, no
sólo por las escritoras.
Un
hecho que deberían tener muy presente los críticos de poesía es que la creación
poética es en sí misma una crítica de la sociedad y de la vida. Casi todo poeta
en su tiempo y en su momento criticó mediante sus versos lo terrible de la
realidad que le tocó vivir (por ejemplo ahora, algunas mujeres poetas hablan de
los asesinatos de género en Ciudad Juárez y otras partes del país o incluso del
caso Iguala-Ayotzinapa). Todo poeta es un crítico, un inconforme, un
iconoclasta que cierra el puño sobre la mediocridad del mundo y luego lo abre
para mostrar un afluente subterráneo de diamantes, un cielo color de mandarina,
un cuchillo que saca seis filos donde el filo es la esperanza y la alegría de
la humanidad entera.
La primera publicación de Poeta en Nueva York de Federico García
Lorca, por ejemplo, contenía un poema cuyo título, Vuelta de paseo, no puede ser más esclarecedor. Incluso en una de
las últimas y más completas versiones de este poemario preparado por María
Clementa Millán, [editorial Cátedra, 1998; antes de que se encontrara el
manuscrito original de la obra, que ya dio García Lorca para hablar de nuevo]
incluye las fotos que el autor deseaba que tuviera el poemario desde el inicio.
En dicho poema, en su primera estrofa, hablando de una soledad devastadora el
poeta dice: "Asesinado por el cielo" Y la foto que contemplamos es la
Estatua de la Libertad. No puede haber coincidencia en este conjunto de significados
foto-poema. Podríamos decir que el poeta se burla de lo que la sociedad llama
libertad para edificarle una estatua y que aunque podría considerarla bella, se
siente asesinado, asfixiado, ejecutado por el cielo. Es decir, por todos y por
nadie. O por su propia extravagancia, tal vez. Poeta en Nueva York, como
es sabido es, aparte de obra críptica, una descarga de energía bastante
considerable. Una gran Pieza maestra.
Platicando
sobre la situación de la crítica de poesía en México con el poeta y promotor
cultural Sergio Vicario, me comentó que los jóvenes creadores, que aspiran a
becas del FONCA por proyectos poéticos, presentan alrededor de unas setenta o noventa solicitudes, de las cuales
se otorgan únicamente diez o nueve. ¿Cuáles son los parámetros para juzgar la
calidad de las obras presentadas como curriculum?
Gerardo de la Torre, ahora fallecido recientemente, me contestaba simplemente que hay gente
especializada en eso, pero esta
respuesta no me parece demasiado convincente: con esto no quiero caer en suspicacias y tampoco es porque dude del tino en el juzgar de los
jurados, (yo mismo he sido jurado en un premio literario y esa ocasión ganó un chavo
desconocido pero de alta calidad). Lo que ocurre, creo, debería ser un proceso
más completo, casi como un examen profesional, que debería incluir preguntas y
respuestas en entrevista individual, tal vez para profundizar en el hecho de si
el poeta tiene una búsqueda genuina o si sólo es un caza becas, como suele
decirse en el medio.
A pesar de que en una ocasión gané
un premio de poesía dedicado a Efraín Huerta, no me asumo como
"experto" o "profesional" del tema ni mucho menos. Los
expertos en poesía son los hombres y mujeres que, después de la jornada de
trabajo, leen un poema y dicen: “está bueno, me gustó o está chingón” y dos
semanas después leen otro sin buscar subtextos, contradicciones complejas del
pensamiento del poeta, ni nada. El verdadero lector de poesía la asume como un
juego muy serio, igual que el fanático al fútbol, un juego peligroso pero
genial, en realidad (¿ok? ¿what happend to my generation and my dear people?). Lenguaje
muy distinto al del crítico que dice: “ésta es una poesía desbordante de
anáforas, metáforas, prolepsis y analepsis que decantan un espíritu libre, un
auténtico representante de la tradición de x país o corriente poética” La
poesía, como todo el arte, debe tener su corte de invitadores a degustarla; pero
la mejor crítica, la más auténtica, a mi parecer, no es la que la decodifica en
un laberinto de lenguaje especializado y solamente académico, porque así no
avanzamos: la crítica debe reinventar el texto poético, es decir, debe de
seguir poetizando pero por otros medios la misma escritura para que el binomio
crítica y poesía prosiga y no nos quedemos con las grandes definiciones de
autores y críticos canónicos de tal o cual momento histórico; la poesía y la
crítica de la poesía si se entiende bien, debe ser en su más alto nivel crítica
que critica a la crítica, y esto porque la poesía no sería maravillosa sino
expresase una calidad, en el decir, desde el discurrir tipo “poema de largo
aliento” o tipo “poemario con unidad temática” y por tal motivo las
declaraciones de José Emilio Pacheco: “Un rasgo común entre un joven europeo
que ataca con bombas incendiarias un campamento de refugiados y el muchacho que
asalta y viola en los microbuses de esta cada vez más áspera ciudad [es que]
son incapaces de ponerse en el lugar de los demás [porque sin] la oportunidad
de leer, su imaginación y su sensibilidad quedaron muertas”. Palabras dichas al
recibir el Premio Octavio Paz de poesía y ensayo 2003, resultan mucho más significativas, teóricas y
revolucionarias, a pesar de que fueron dichas bajo la presión de la vergüenza
de justificar el acto poético ante la elite cultural y política (como si
Pacheco tuviera que “justificar” a la poesía) que, por ejemplo, leer los poemas
griegos tan mal traducidos y aburridos en la versión de García Bacca, ayudado
en tan descomunal y embarazosa tarea por nuestro mayor erudito y prosista: Alfonso
Reyes, genial ensayista, pero sin tanta emoción poética como Pacheco.
Pacheco nos da una pista: la
poesía debe de ponerse en el lugar del otro, su discurso de aceptación del
premio es soberbio, ahora nos toca a nosotros la pregunta: ¿Cómo hacer poesía
que se ponga en el lugar del otro? Ojo: no es una línea lo que tira Pacheco,
sabe que la poesía debe continuar y habla con esa autoridad después de 40 años
de trabajo. Por principio de cuentas, el “yo” poético desbordante de frondosas
auto referencias simbólicas que a veces usamos los poetas para reivindicar que
tenemos corazón de trueno, deben ya olvidarse. Es más arriesgado entonces,
imaginar lo que pasa por la mente de uno de los personajes que menciona Pacheco
que perdieron la dimensión de colocarse en el lugar del otro. Es decir, llegar
a la otredad de quienes olvidaron al otro. En otras palabras, la otredad de los
ignorantes y los necios y los cabrones, porque indudablemente son un gran
aspecto de la vida contemporánea. Poesía
para albañiles, guaruras y para presidentes: Poesía para raspar oídos, no para
seducirlos. Poesía-insecticida, poemas mata-ratas, no poesía-para-estatuas. Poesía
que hable de cumbias y de la ke buena
de los microbuses, poesía para hacer apologías o parodias de los narcocorridos;
poesía para evitar que truenen las bombas en Belfast, en Chiapas, en Corea, en
Irak o Afganistán, o en Ucrania, donde sea, descubrir al que nunca se ha
asomado a un poema, no al que se siente pletórico y sofisticado por la poesía,
es lo que infiero yo de las palabras de Pacheco. Mirar por medio de la palabra,
los ojos del violador y el asesino y preguntarle: ¿qué es para ti lo imposible,
qué es para ti el hombre y la mujer? ¿qué significa para ti una calle, tal vez
llanto en la memoria o la razón de una venganza? Algo así.
De este desasosiego y este
reto, me rescata también una entrevista radiofónica al finado maestro Rafael
Ramírez Heredia que comentaba que cuando él era joven todo parecía ser
literatura: un taxi que atropella a una señora, la vecina bañándose en la
azotea, unos policías sacando mordida a un automovilista, una manifestación de
protesta, etc. Pero conforme pasan los años uno descubre que en realidad no
todo puede ser literatura tan fácilmente y se afina el oído, la visión y el
gusto. Pero aún así, si llegara la hora de juzgar cuáles poemas son mejores,
los de Estrella del Valle (Bajo la luna
de Aholiba, 1998) o los del propio Sergio Vicario (Barítono de luz, 2000), ambos poetas jóvenes editados por Tierra Adentro, ¿quién se atrevería a
decir cuál poeta es mejor? Mucho me temo que los críticos de poesía de Los
Jóvenes Creadores del FONCA entronizan las palabras de Paz y juzgan mejor o
peor una obra de acuerdo con su alejamiento de una ceremonia literaria, y esto
en el mejor de los casos.
Hablando de los nexos de la poesía
con otras ramas del quehacer humano, algún pensador dijo que "la religión
es la poesía de la humanidad". No comparto esta idea. La religión se
diferencia de la poesía, en primer lugar, por la forma en que podemos
manejarlas. Independientemente de que las religiones asumen valores que todos
compartimos desde ópticas diversas, la religión o las religiones, se presentan
como un discurso que no admite cuestionamiento alguno, son rígidas y dogmáticas,
no dan explicación alguna del porqué las cosas deben ser como ellas las
proponen y lo primero que piden es sometimiento a esas supuestas tablas de la
ley. Comparada con la religión, que lo que pretende es dar consuelo a la psique
y a la vida consciente con la oración, la poesía es exaltación de la
individualidad y descarga psíquica en quien la lee y la escribe, pues expresa
la voluntad individual de la mirada, el gusto, la forma y la conducta. La
poesía sólo pide ser escuchada, por eso es que para lograrlo se necesita
comunión y soledad para compartir su lectura. La religión dice donde acaban las
cosas, la poesía dice donde comienzan. La filosofía busca el porqué de la realidad,
la buena filosofía, como decía Marx “quiere hacerse mundo”, mientras que a la
poesía le ocupa enamorarse y embriagarse de los secretos y los misterios de la
realidad y del mundo. “La poesía es la Lolita de las Bellas Artes”; pensando en
Nabokov: es sucia, inocente, loca y nos lleva al infierno la muy perra. La
ciencia busca las causas últimas de lo existente, se sujeta a la razón y a la
lógica. La poesía dice —y defiende— que la razón y la lógica no agotan las
posibilidades del hombre. En dado caso, me gusta más pensar a la poesía como
ligada a lo sagrado, entendiendo por lo sagrado como la búsqueda y reencuentro
con lo más hondo de nuestra condición humana y que nos hace descubrir que no
sabemos todavía cuáles pueden ser sus límites. (“Nadie sabe de lo que es capaz
un cuerpo”). La poesía es lo ilimitado, su moral es la del derroche. La poesía
es la imagen, sí, pero también es la verdad. ¿Es la verdad? Sí, pero volcada en
jeroglíficos que no todos entienden y comparten. Es lo arrancado y lo que
permanece. Es la constatación de la alegría, de la tristeza, de la camaradería,
de la serenidad del espíritu y también de su irreverencia. Está desligada del
tiempo, pues está emparentada con lo eterno y lo instantáneo. Es infernal, por
supuesto, en el mismo grado que lo es esta vida. Siempre ha sido así, la pesada
cola de la Historia de la Poesía nos indica que para evitar que se reparta el
pan entre la guerra, nosotros debemos escribirla para avisar, para romper la
barbarie y desnudarla, como dijo un laureado poeta en Zacatecas. Pedro Jota
Arbeláez, ese fue.
YA LLOVIÓ DESDE EL AÑO 2000 HASTA NUESTROS DÍAS DEL 2022 PERO LO INTERESANTE
ES QUE ÉSTE POEMA GANÓ UN TORNEO EN EL AÑO SUSODICHO Y QUE PARTICIPÓ EN PALABARISTAS DE LA RED DE PROMOTORES DE LECTURA ORIENTE DE LA CDMX, ESPERO QUE LES GUSTE.