jueves, 11 de septiembre de 2025

DEL ANTITALLER DE NOVELA

 

Antes, sí, ése maldito tiempo pasado, era cuando yo podía ver. Fue hace un año éste maldito accidente cuando perdí la vista. Estábamos jugando en el estudio de mi abuelo con una pistola, estábamos embriagados por el wiskey hasta que me estalló en la mano, también perdí una falange del pulgar derecho. Una desgracia y todo por una tontería de jóvenes que se hacen los muy machos. La casa donde ocurrió está rumbo a la Marquesa, muy cerca de la Ciudad de México. Mi padre quiere mucho ésta casa enorme donde viene la familia los sábados cada quince días. Es de cuatro pisos y tiene un jardín que llega hasta un riachuelo donde hay una cabaña y un azadón donde la familia entera come carne asada cuando vienen, todos ríen, todos conversan y celebran con cerveza y tequila poder venir y seguir viniendo a la casa del abogado Manuel, mi padre, y Beatriz, su esposa, a la que todos quieren de manera especial. Odio no tener qué presumir ante ésa familia que viene, los quiero, eso sin duda, pero todo empezó cuando mi amigo José nos regaló mariguana en la escuela, por ésas fechas que me explotó la pistola en la mano y perdí la vista y algo del pulgar derecho, no sé cómo pero de repente mis amigos y yo ya estábamos en el que era mi coche y todos fumando mariguana, la maldita droga nos encantó, hasta que pasó ese accidente en el estudio de mi abuelo, es un vejete que fue fundador de un colegio de abogacía y que mi padre tomó como lo mejor que se podía hacer para mí, continuar la tradición: “Hijo, eres un Rabasa, también tú serás abogado”. Mi padre tuvo que sacrificar su verdadera profesión, que era, incluso artística, él quería ser poeta, me lo ha contado varias veces. Contra lo que pudiera pensarse, no tomó represalias contra mí por lo de la pistola del abuelo, para Beatriz y Manuel, soy un hijo ejemplar, que simplemente tuvo un accidente; traigo vendajes en los ojos porque hay una pequeña, yo quisiera que fuera enorme, posibilidad de recuperar la vista. Mis amigos dicen que sí, que podría volver a la escuela, ojalá que eso sucediera. Me vienen a visitar mis compañeras de la prepa, han sido muy lindas, dicen que la prepa no es lo mismo sin mí, no estoy triste. Tengo el convencimiento de que, con ésta última operación que viene, podré recuperar la vista. (He pasado ya por dos operaciones fallidas). Ésta operación que viene será en un mes. Tengo confianza, extraño el tequila y la cerveza pero no la mariguana. Estoy convencido de que volveré a ver, lo deseo tanto, todos los días le rezo a los santos, dicen por ahí que es el santo San Marcos el de los videntes o con problemas como el mío, no sé, (me comprenderán si les digo que es mejor para mí estar en la casa de los cuatro pisos que intentar salir a la ciudad de México).

Aunque no veo aprieto los ojos con fuerza, sin sentir ningún dolor y creo que rezo, quién sabe, finalmente espero se cumpla ya este mes.

 

jueves, 4 de septiembre de 2025

POESÍA DEL OTRO DÍA (HACE 4 ó 5 SEMANAS)

 

Entender el mundo es un asunto cabrón:

vengo de comer, en la calle,

Geney Beltrán Félix dio el premio Carlos Fuentes a un español,

protestan fuerte los jóvenes en E.U. y le gritan a Trump:

“No tenemos Rey”

a propósito de Harvard

Y yo me siento triste: da indignación la muerte

De la poeta joven de Therán, de Irán qué cabrón

Pero qué feo, yo quisiera escribir para hacer más notable

Los arcoíris que los adefesios”.

Ésta miserable historia de adefesios,

Lo que ocurre es que ayer fui incomparable

Ahora escribo menos poemas que a los 25 años

Porque ahora tengo el tiempo contado: Ya van el doble de años más uno

No quiero ya entender al mundo, que se vaya a chingar a su madre.

 

martes, 2 de septiembre de 2025

EL ÚLTIMO RELATO DE EN BUSCA DEL ROSETÓN DE PLATA

 

(CODA)

LA ÚLTIMA TOCADA DEL 2010 DE LA CASTA

 

…Y La Castañeda sacó toda la casta y la vomitó en miles de mega-watts chorreantes en cerca de 900 personas en la que fue su última y furiosa  tocada cerca del friolento 18 de diciembre de aquél año. Salvador en la voz principal, aulló como ogro de cuento trágico al estilo del  épico Beawolf  de la antigüedad europea. Sólo que antes de todo  él y su banda dejaron que los presentara en el escenario  un enmascarado Don Porfirio Díaz que, viniendo desde el fondo del Teatro Metropólitan en la oscuridad en medio de la concurrencia,  iluminado por un cañón de luz que lo dejaba ver fuerte y recio, con aplomo de dictador de comienzos de siglo XX, afrancesado en el toque del traje y el sombrero de copa negro y con una protuberante narizota que parecía mango de paraguas apuntando al techo,  vociferante y  ebrio de  poder,  conforme se acercaba al escenario oscurecido salpicado de rayos láser rojos y luces  de neón moradas, venía diciendo hasta llegar frente al público, ante la ola de expectativa  que crecía entre los presentes: “…¡En mi calidad de Presidente Constitucional de Los Estados Unidos Mexicanos, con ésta fecha, en éste año de 1910, declaro inaugurada (se ve detrás del telón una imagen digital del auténtico edificio) éste manicomio en La Ciudad de México con el nombre de… ¡La Castañeda!” Y así La Casta empieza su rito   caótico de locura y genialidad  entre gritos enardecidos…

—¡No! ¡Hombre! —me dice mi novia al inicio de todo el espectáculo.

Ella y yo vivíamos en ciudades diferentes en ese entonces pero yo le había prometido llevarla. No quería dejar pasar esa aventura tan soñada desde que se me ocurrió la idea y tuve el dinero suficiente y, sobretodo, salir un poco de Aguascalientes que ya me estaba hartando, la realidad; y es que cuando una ciudad te empieza a meter presión, debes cordialmente despedirte a la francesa por un rato, es decir, sin ni una palabra ni un batacazo, te me vas. El plan era estar en la tocada y después pernoctar en un hostal atrás del Zócalo y la Catedral. A ella le fascinó la travesura y a mí se me hacía agua la boca de todo el regalito navideño. Así que desde Aguascalientes me fui hasta Guanajuato por ella.  Fue un  viaje que me regaló la familia de mi tía-abuela; ella había pasado por Aguascalientes buscando a mi madre, nos vimos todos juntos como familia y partí con ella, la tía-abuela. A mi novia la recogí en Guanajuato afuera del histórico Teatro Juárez y sus cafés y cantinas céntricas y jalamos hacia el Distrito Federal.

La familia de mi tía-abuela era un desastre; hijos e hijas de tíos míos que vivían en Canadá o Inglaterra por negocios, tenían  ahora por acá  paseando  por México a éstos chamacos y mi tía-abuela al volante era algo bastante digno de calentar los nervios de los de adentro que sudábamos a cubetadas  por el dorado y castigador soberano estelar que reinaba a las cuatro de la tarde por la carretera León-Distrito Federal. Por supuesto que corrían los envases de agua y  tortas hechas  con el cariño de la tía-abuela; la camioneta era una Rogue Nissan roja y la desgraciada corría como diablo hasta que llegamos a Querétaro y pasamos esos puebluchos que cuando me convierto en poeta me duelen tanto por su desabrida miseria: polvo y todo polvo, vendedores ambulantes, olor a rancio en la atmósfera que sólo parece hecha para pobres diablos o pobres perros… y el papel periódico para limpiarse la cara como seña de que en esas zonas no ha pasado la mano cariñosa de Dios... y ni vayan a creer, que la verdad nunca pasará.

 

Pero llegamos, por fin, a la megalópolis chilanga, en donde, para tener un sincero apego a la realidad, todos sabemos que conviven miseria y catolicismo, la Virgen y la Coatlicue, Bellas Artes con sus eventos, y por las calles enamorados desesperados que se soban el culo, pandillas de estudiantes que vienen de pinta del zoológico de Chapultepec por las calles llenas de burócratas que van saliendo y el tráfico está en la hora pico, (¿la hora pico? ¡todas las horas son horas pico!) junto a los más prestigiados centros bursátiles y de negocios de la Ciudad de México. Aquí en Avenida Reforma, después del moderno Caballito, cobra vida todos los días desde las seis de la mañana Diego Rivera y Frida Khalo, el anhelo del dinero y las más asquerosas  pornografías junto a los cientos de puestos de piratería: relojes, DVD’s, CD’s, anteojos, pantalones, video-juegos, pilas, etcétera: es la eminente eh interminable mierda sin historia y sin futuro. La tía-abuela nos dejó en Avenida Juárez, la sagrada avenida del poema histórico del enorme lagarto, Efraín Huerta, a eso de   las siete y media; el concierto empezaría a las nueve en punto supuestamente. “¿Ya te diste cuenta? —me dijo mi novia— ahora sí comenzó la aventura”.

Le dije que sí, en efecto, y, mientras toda la vaporosa noche decembrina caía en la ciudad, como ya teníamos los boletos del concierto, le dije que fuéramos a buscar uno de esos hostales muy venidos a cuento de los que hay detrás de Catedral. Así que nos fuimos caminando, pero, poco tiempo después de que pasamos Bellas Artes y nos dejamos tomar una foto juntos, nos dimos cuenta que era asunto para meterle velocidad, así que paramos un taxi sobre Madero (en ese momento ésta calle no era peatonal) y el lóbrego taxista panzonudo nos venía diciendo mientras sonaban por radio las noticias: “efectivamente jóvenes, hay un tráfico del carajo, de hecho, después de las diez y media ya nadie de nosotros puede pasar por ésta zona”. “¿y por qué?” Le preguntó mi novia. “No ve todo esto señorita —contestó—, todas las compras navideñas, pues es el aguinaldo, además en éstas fechas la Ciudad siempre es un caos y más aquí en el centro”. “Bueno —dije yo—, si alcanza usted a dejarnos a un costado de Catedral ya la hicimos”. “O.K., joven” Y tal cual, en el Monte de Piedad nos bajamos. Fuimos apurándonos a la zona de los hostales a un lado del Centro Cultural España y vimos los precios, vimos a los turistas, lo glamorosos que se ven esos modernos europeos y su forma de vestir, pero desgraciadamente ya no había cuartos disponibles. “En la madre” ¿Y ahora qué hacemos? –Me preguntó mi mujer, y yo, francamente no tenía ni idea, así que le dije riéndome que ahora era la hora de tomar el avión del turista, ¿y cómo es eso? Me preguntó, y le respondí que así se dice cuando nada importa aunque toda la vida en ese instante penda de un hilito, así que nos metimos por esas calles céntricas hacia Santo Domingo checando los escaparates de cámaras de fotografía y video, relojes caros, etcétera, le conté que cuando todavía era yo capitalino 100 por ciento, había visto la exposición de la tortura en Santo Domingo, lo que me abrió la conversación para decirle que el viejo Saúl Ibargoyen que nos daba clase, había sacado ese mismo año la novela “El Torturador” en editorial EÓN. “¡Quiero leerla!” Dijo. “¡No sabes de lo que te estás perdiendo, esa novela me dio una envidia mayúscula!” “¿Sobres y de qué trata Mateo?” “Tú y yo que hablamos francés te lo digo así: trata de la vie dangereouse… como el título de la novela que me falta leer de Blaise Cendrars” Hasta que por fin, exactamente después y del otro lado del Centro Cultural España y Catedral, encontramos un hotel de tres estrellas y yo no quería que nos quedáramos ahí, pero a esas alturas de la noche no había otra opción, es decir, había que follar como locos y ver a La Castañeda y además cenar y embriagarse a gusto con uno o dos Cabernet, obviamente, no había que perderse nada de nada. Entonces ella me dijo que ya ni modo, que aunque costara caro el hotel nos quedáramos, que al fin y al cabo ella tenía, como yo ya sabía, una casa por la zona de Satélite y que si queríamos podíamos pasar la noche siguiente ahí y luego volver a la provincia. “O.k.”, dije yo, pero pensando que tal vez ya no volvería a Aguascalientes hasta el año nuevo y con un poco de pena pero como todo un caballero con su dama, pasamos al Hotel Catedral y pedimos un cuarto. “500 pesos, me lleva la chingada”, pensé al recibir la llave del cuarto 408, es decir, la tarjeta electrónica que opera como cerradura, corrimos a dejar las cosas a la habitación y todos nuestros adminículos y volvimos a la calle, La Castañeda nos esperaba.

            El espectáculo fue una total epifanía llena de energía vital y caos embriagador, duró como dos horas. Ya cuando era la hora de que se acercara el final y comenzaron a tocar las canciones clásicas como “noches de tu piel”, “el viejo veneno” o “la fiebre de Norma”, nos daba un coraje a mí y a ella porque teníamos qué largarnos, no fuera a ser que definitivamente no pudiéramos regresar en taxi. Claro que antes nos acomodamos en la barra de los alcoholes del Metropólitan, nos dijimos unas palabras amorosas y nos besamos cual si fuéramos quinceañeros, en medio de dos tarros grandes de Micheladas. Así que ya un poco borrachitos salimos a la calle de regreso cruzando toda la zona centro de la Ciudad de México: comimos tacos de dudoso contenido, nos ladraron perros y gentes, nos ofrecieron condones y eso fue lo único que sí compramos en un OXXO, además de cigarros, con casi todo el repertorio de La Castañeda circulando y reverberando por las venas y el cerebro.

            Llegamos a la habitación molidos, como perseguidos por esa doble historia de los cuentos de Julio, aquél magister que siempre es el Cronopio maestro como el solo. Lo que ocurrió ahí dentro del cuarto no se puede narrar, porque si se narra se tendría que incluir la rabia del Cardenal Norberto Rivera Calderón que no vio nada por la falta de luz pero a la mañana siguiente nos condenó por lujuriosos. “Que se joda –pensé– qué tanto es tantito”. Además  el polvo de la mañana siguiente fue reactivador, así que nos bañamos y salimos a la terraza del hotel: de lujo amanecer con tu amada y ver la mañana en el Zócalo, con cervezas en las sillas de la terraza y mi novia se veía estelar, radiante, un gran momento de victoria, un password al paraíso que soñó y concibió Jean-Paul Sartre para el futuro cercano, cuando Lennon cantaba “¡Instant Karma!” y quedaban resacas de utopías por hacerse a finales del siglo XX. Algo poético y palpable, un momento delicioso y cautivador, de verdad nos sobraba la emoción y salpicábamos  sudor de estrellas, desde esas sillas, hablando del futuro que lucía estelar y cómo no iba a ser así con panorámica del Popocatépetl y el Ixtlaccíhuatl en lontananza cubiertos por la bruma y mientras tanto, mientras nosotros teníamos nuestro fulgor de  efímero paraíso, como digo, mientras tanto, abajo, en la calle, caía inmisericorde el imponente sol batiente y castigador sobre cada cabeza del pobre pueblo mexicano tan torturado por todos aquellos y por nadie… ¿de verdad acabará en anonimato nuestra historia  de  país mexicano?

 

Diciembre 2016, Aguascalientes, México.

domingo, 31 de agosto de 2025

NOVENO RELATO DEL LIBRO EN BUSCA DEL ROSETÓN DE PLATA


NUEVE

 

LA FIESTA O CHOYA DE TUERCA

 

Estamos en el otoño lluvioso de 1999 en la ciudad de México, sur de la ciudad, tengo 28 años y pertenezco a la XXIV generación de alumnos de la Escuela de Escritores de la SOGEM. Es viernes por la noche, nos ha tocado clase de psicología y todos estamos algo cansados y por esa razón, el maestro, un dramaturgo calvo y barbón que coquetea con las alumnas, además erudito que nos recita poesía de Shakespeare: “resplandeces bajo la luz de la luna como una joya en el lóbulo de oreja de un etíope…” le dice a alguna alumna), nos deja salir veinte minutos antes de la hora exacta; siete de la noche. Después de repasar toda la gama de traumas que Sigmund Freud le adjudicó al ser humano. Nadie titubea: todo el salón quiere irse de fiesta con la generación posterior hacia una casa allá por Miramontes. Vamos saliendo, se van confirmando los invitados, la dirección en papelitos y los dineros de la coperacha para los alcoholes. Los alumnos de mayor edad se van por su parte, ellos ya no están para estos trotes, pero toda la banda joven quiere estar en la fiesta: me gustan todas las muchachas, me siento ebrio desde que me meto al carro de mi amigo con dos más y nos vamos a Miramontes…

La casa de la fiesta es la casa ocasional, nos explican, siempre hay fiesta en otra casa especial para éstos casos; por esa razón, la mayoría se queda en el jardín, somos cerca de treinta y cinco personas. Algunos fuman, entre carrujos de mariguana, lo más alto que han aprendido de la novela francesa e inglesa, por no decir el boom latinoamericano. Las chavas de la SOGEM entienden éstas clases como glamour en lo que se casan o se convierten en editoras, y vaya que hay potencial para las dos cosas; las hay de todos los colores, sabores, influencias, ojos hermosos, rostros prodigiosamente hermosos y cuerpos de adivina el resto, mi rey, que tú tal vez podrías convertirte en un escritor de buen temperamento si estás dispuesto a cruzar la línea de la madrugada… Honestamente, me siento como en mi casa: estoy con mi amante que no es particularmente hermosa pero es especial su simpatía  con la concurrencia y celebra que su novio, yo personalmente, me voy a ir en una caravana a conocer tierras del EZLN en Chiapas… “¡Es precioso! –dice– ¡Unos italianos acaban de llevar una turbina a la realidad!” Corren las cervezas, los tequilas y los mares de vodka… “¡La nueva ola francesa!” Me dice murmurándome entre risas: “¡De aquí saldrás convertido en nuestro Guy de Maupassant mi querido zapatista!” Y me besa, todos se besan, bailan, y unos grifos estudian teorías literarias en los surcos de los acetatos del sonido, muy simpáticos resultan como sabuesos mirando los discos girar y girar… Por lo demás, todos giramos, tratando de abarcar el fin del milenio con juventud, letras y excesos. Parece que esto es el cuadro ideal para el relato, pero debo decir que toda la noche me he pasado observando y estudiando el rostro de una compañera, no sé su nombre, no pedí que alguien me la presentara, a veces, debía confesarlo, también se me hacía pelotas el engrudo en esto de los sentimientos, terminé la noche en casa de mi amante, hicimos el amor y cuando digo “a la mañana siguiente” como una muletilla molesta pero, por cierto, de forma muy embriagadoramente contento el amanecer en Coyoacán, nos enfrascamos para mi pesar en una pequeña pelea: qué das, por qué no das más cabrón y ¿qué das tú? Etcétera. Se encabrona y me saca de su departamento casi a la fuerza…

Me voy a tirar a descansar en la banqueta de enfrente, me duele mucho el pie, me doy cuenta al caminar, y así como me siento de aventurero son las seis de la mañana y me pongo a mear un pequeño árbol de enfrente de su casa; pasa la gente, en ésta ciudad siempre hay gente en todas partes y a todas horas. Comprendo que estoy exagerando, que no debo hacerlo, me cierro el pantalón (¡Joder, me duele mucho el pie!) y en ese momento veo venir hacia mí ese mismo rostro hermoso que estuve estudiando toda la fiesta de anoche… “¿hola, qué haces aquí?” Me pregunta, me gusta tanto y me siento tan borracho que me avergüenzo y sólo contesto que vengo de la fiesta… “¿Te quedaste toda la noche?” Pregunta, “sí” le digo, apenado, muriendo de fe por dentro, ¿y tú? “Vivo por aquí, salí a correr…” Y se va, se ha ido, ¡joder, cómo me duele el pie! Busco en mis bolsillos y no tengo dinero ni para un taxi a la Condesa, a casa de mi madre, paro un taxi y le digo que allá le pago, afortunadamente acepta y ustedes, lectores,  ya entienden de qué se trata una cruda moral de vodka y cerveza… nada grave, pobre muchacho, ya aprenderá los versos de Rubén Bonifáz Nuño: “Cuando el hombre agarra los alcoholes”/ “las mujeres lo van a dejar…”. En el taxi me duele tanto el pie que me desabrocho la bota para ver qué chingados pasa: ¡Tengo adentro de la bota un tornillote y una tuerca como del tamaño de las que se usan en los postes de luz. ¿De dónde chingados salió? Misterio insondable… Pero por fin me empiezo a relajar. Paso el sábado deprimido y leo mi libro favorito: Mañana en la batalla piensa en mí, de Javier Marías, se trata de una bella edición de bolsillo que trae como apéndice el discurso de aceptación del premio Rómulo Gallegos que dio Marías en Madrid cuando la novela ganó el premio.

Domingo…, horas bajas, mi amante sigue enojada, que no le hable por teléfono por favor por ahora… sólo queda escuchar Radio Educación y vuelta a la SOGEM el lunes. Todo el domingo es un tobogán en el tiempo y el espacio de mi cuarto para pensar por qué me dejé llevar tanto en la fiesta; total, siempre hay oportunidad para aprender todo el proceso del camino: la amante, la escuela, la familia, el libro… ese rostro hermoso…

Lunes lluvioso por la tarde noche en la Escuela de Escritores, mi amante es amiga del grupo pero ella no viene a las clases, aunque la conocí en otra fiesta tiempo atrás; salgo de clase, dirigiéndome a mi casa, me encuentro con ese rostro hermoso, no sé qué chingados me pasa, la veo hermosísima y le regalo el libro de Marías; por fin ella entiende que me gusta (¡Carajo! ¿Nadie se lo dijo?) “Huy” Dice, “Pero ni sabes cómo me llamo” “¿Cómo te llamas entonces?” “Mónica… pero me voy a estudiar a España la próxima semana” “¿Cómo? ¿Dejas la SOGEM?” “Es que salió una oportunidad de una beca para allá.” Me quedo viendo su rostro… “Quédate con el libro” le digo a Mónica y pienso de regreso a casa en los versos inmortales de Shakespeare que dan título al libro como la maldición que acompaña al personaje del libro de Javier Marías: “Mañana en la batalla piensa en mí, y caiga tu espada sin filo: desespera y muere.” Vaya con Javier Marías, digo, escritor universal, “¡Que le toque el premio Cervantes de una vez!” Pienso ahora a la vuelta de los años y Mónica… salud fina niña, hasta la Gran Vía, y el museo Reina Sofía, ¡y se me fue viva! ¡Carajos!

Bah… otro cuento, es hora de ir por cigarros.

sábado, 30 de agosto de 2025

OCTAVO RELATO ROSETÓN DE PLATA

 

OCHO

 

Presentando la novela El Jardín del Pulpo cerca de Celaya

 

Las presentaciones de tus libros pueden ser un espacio apropiado para que además de que te aplauda la gente sin saber muy bien por qué y pongas en guardia hasta al más bronco de los necios que se muere de envidia de estar en tu lugar, también sirve para que ellas te vean poderoso. Incluso algunas te ven poderosísimo, como si con tu rollo personal que has rumiado por decir desde hace dos semanas, pudieras parar de ipso facto el conflicto de la franja de Gaza ó el cambio climático. Y hay de ti si no se los haces creer a esas que te miran con ternura.

Por esas razones o algunas parecidas la presentación de tu libro puede dejar de ser un fastidio, y, como yo ya lo sabía, fui a presentar a mi hijo por segunda vez ante los ojos de la sociedad de un pueblo cerca de Celaya al maldito llamado El Jardín del Pulpo. En Hot Waters City no presenté ni madres ni un carajo: ya la presentación oficial había sido en la CDMX. En la Casa del Poeta “Ramón López Velarde”.

La verdad es que como decían los tree souls es difícil que siquiera  una mosca se pare por el Centro de Estudios Literarios de Aguascalientes, (EL CIELA FRAGUAS) de por sí llamarle “Centro de Estudios Literarios” es demasiado decir: lo que pasa ahí son esporádicas lecturas (la mayoría patéticas) y los que asisten son los mismos cuarenta o sesenta tipos de siempre, tan es así, que he pensado decirle a Ángel Mota y a otros compas escritores que vayamos a los bautizos de los chamacos en la iglesia de San Antonio y órale, cuando el cura diga las frases en latín y eche agua bendita al chamaco en turno, nosotros, en calidad de escritores le entonemos fuerte al recién nacido: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.” Y si se trata de boda, todos juntos muchachos: “amar es combatir, cuando dos se besan el mundo cambia,  encarnan los deseos, el pensamiento encarna, brotan alas del pensamiento del esclavo, el mundo es real y tangible, el vino es vino, el pan vuelve a saber…” Y si se trata de un entierro, vámonos: “Nuestras vidas son ríos que van a dar a la mar que es el morir…” En fin. Pero sigue siendo cierto que la gente lee a algunos escritores y que la gente a veces disfruta ciertas frases puntiagudas.

Para entrar en materia es menester recordar esas piernas, esas piernas como salidas de un poema épico, hagan de cuenta que las piernas de la princesa con la que reposó el guerrero Beawolf de la triunfal gesta alemana. Era la misma personaja que me había acompañado por los bares de la Condesa en las noches del  2004 y de la cual finalmente terminé enredándome en sus piernas pero como le prometí a ella que eso nunca lo volvería literatura, ustedes sólo háganse de la vista gorda, como si en la literatura se pudiera hacer eso. Esto quiere decir: “¡No Preguntes!” Y llévatela tranquila porque esto es arte. Digo, si la novela es arte y es mi hijo, háganse de cuenta que éste es el sobrino o el primo hermano del otro artefacto literario. (Lo dije adrede para que gritaras: “¡Éste tipo es un fabricante de artefactos literarios! En vez de sacarte el choro del “el escritor debe…” ó “el escritor no debe…”) Por ahora basta y sobra con decir que terminó yéndose a vivir a ese pueblo cercano a Celaya. Por otro amigo común supe su teléfono y nos comunicábamos con frecuencia. Ella hacía sus progresos con la escritura y la enseñanza del inglés y yo tenía una Beca estatal de Aguascalientes para desarrollar una novela, yo ya le había mandado El Jardín del Pulpo por mensajería con una amorosa dedicatoria incluido con un collar que de no ser por la Beca jamás hubiera podido regalárselo. Dejé pasar dos semanas ese asunto mientras redactaba esa nueva novela y una noche que estaba yo pisteando un vaso de vodka en un bar con otro amigo, sonó mi celular: El Jardín del Pulpo le había encantado y como sabía que yo tenía ejemplares del libro, me propuso presentarlo hasta allá en el pueblo ese. Colgué, pedí otro vodka y hasta pedí canciones de Tom Waits en el bar: por supuesto que me agradaba la idea de evangelizar cristianos jovencitos con la literatura, (“en éste pueblo hay muchos chavos que quieren que vengas”) el único problema era  el transporte porque hasta esa zona de Guanajuato no había camión. “No hay pedo maestro, te vas de aventón como en tu novela”, me dijo Ángel Mota riéndose porque no podíamos irnos en su coche ni él mismo podía acompañarme. La novia también impone su importancia y Freud se esconde en la guantera del Pointer rojo a la espera de algún idiota que no ha superado su Edipo. Y entonces Freud llega y te avisa desde su tumba austriaca que debes alejarte de tu madre. Chido por Ángel, su novia toca las congas.

Entonces por mi parte me dediqué con tesón y esfuerzo a levantar la “Comisión rumbo a Celaya” y a todo aquél amigo o semi amigo con automóvil traté de convencerlos: el problema no era el hospedaje ni la comida ni la gasolina: eso lo pagarían allá con mi amiga y la gasolina correría por cuenta mía, pero a nadie se le daba la gana de esa pequeña aventura. Como pueden ver ustedes, los lectores ocasionales que me leen, soy un aventurero  infiltrado en la literatura y la filosofía con mis mitomanías autobiográficas o reciclajes de patchworks coloreados. Pero por cada letra que escribo, apuesto que  a Milan Kundera finalmente le darán el Nobel. Y por cada poema que escribo, reconozco que la tradición de Charles Baudelaire, Ezra Pound, Blaise Cendrars o Efraín Huerta sigue viva y contoneándose alegremente por las calles del planeta. En éste instante que escribo  éstas palabras, existe alguien joven en el mundo que se pregunta: ¿Y qué pasaría si dedico mi vida a la literatura? Y probablemente la pregunta la asumen con seriedad más gentes de las que es de suponer. ¿Qué pasaría por ejemplo si yo  te lo propusiera desde mi sillón sosteniendo un cráneo o la calavera de un guasón mientras discurro en  el inmortal monólogo de Hamlet y apuntara tu nombre en la etiqueta de una botella de vino tinto? Pues ahí tienes… ya lo hice. Y el vino me dijo: paciencia… delirium tremens, paciencia…

Pero dejemos a un lado las excentricidades escritor/lector (esas ya existen desde el momento mismo que abres los ojos sobre el libro) y volvamos a mi “Comisión rumbo a Celaya”. La onda fue que un periodista que era un lejano amigo de mis tiempos de Dj, mayor que yo y padre de familia pero bastante  grifo y mariguanito, por cierto apodado El Chaca entre los drogos, se animó: lo fui a buscar al periódico La Jornada Aguascalientes y que me dice que sí, que hasta él mismo se prepararía un texto para presentar la novela. Su coche era una tracker de periodista punk con colores azules, rojos,  y amarillos.

Entonces ya estaba solucionado el asunto. No pus chido por Beawolf. Entonces fueron numerosas llamadas al pueblo y por fin se concretó el espacio: El Museo Local de Acámbaro sería la sede de la segunda presentación del Pulpo. El asunto concreto era qué chingada carretera nos iba a llevar hasta ahí, el pueblacho ese. Los conocimientos geográficos de mi madre indicaban algo, pero no lo suficiente para indicar absoluta certeza. El Chaca y yo teníamos otros planes: llevaríamos tres paquetes de quince ejemplares cada uno, compraríamos cerveza para los dos, un concierto doble de Bob Dylan y Depeche Mode para amenizar el camino y si él quería mariguana tendría mi permiso, lo que sí es cierto es que la mariguana me friquea, no sé, no me gustan esas sorpresas, pero por cierto, me dijo El Chaca, “recuerda que estamos haciendo esto por ti y por tu libro”. Entonces ya era imposible respingar y más, por default, porque allá en ese pueblo me esperaban esas piernas. (Acuérdense de pegarme si menciono Puerto Vallarta).

            Entonces así fue: salimos de Aguasardientes rumbo al pueblo ese de Acámbaro y logramos beber y fumar mota (él) hasta la ciudad de León sin ningún problema, además por supuesto en el viaje nos pusimos al tanto de nuestras vidas desde las últimas veces que nos vimos allá por 1991 ó 1992: su hermano era un historiador reconocido que había muerto misteriosamente de forma muy lenta: tenía mi mismo nombre: se llamaba Mateo  y el Chaca a partir de ese momento del viaje empezó a simpatizar mucho conmigo y cuando volvimos del pueblo ese me gasté toda la lana de los ejemplares vendidos con dos o tres fiestas salvajes entre el Chaca, yo y otros y otras.

            Así íbamos felices por la carretera con el disco “Ultra” de Depeche Mode a todo volumen y de pronto… sí, de pronto nos tocó un retén militar. Eran unos chamacos pendejos con ametralladoras y fue penoso salir de la tracker (habíamos comprado jalea de chocolate para que no diéramos el tufo a cerveza). El Chaca se emputó tanto con esos pobres tarados que les preguntó si sabían leer y les dijo: “¿Saben quién es Sócrates?” “Más o menos” Respondieron. Entonces ahí casi les dicto una conferencia sobre la teoría de la reminiscencia socrática y cuando entendieron cuál era nuestra intención y a dónde íbamos nos dejaron ir. Continuamos el viaje sin mayor problema pero sí le dije al Chaca que ya no fumara mota. “Si sí me espanté pendejo”. Me respondió. Luego tuvimos una larga discusión teológica y como pocas veces, cuando discuto con un amigo, llegamos a una conclusión común: “La religión no es el opio del pueblo, es el placebo del pueblo”. Y nos metíamos en desviaciones y tráficos y le tocó a Bob Dylan fondear nuestra entrada triunfal a Acámbaro ya cuando la tarde estaba ya muy entrada. “puta verga, ¿dónde me trajiste pinche Mateo?”. Lo que pasaba era que ese era el día del festejo del Santo del Pueblo y había una fiesta del carajo: cohetones, luces, desmadre de cualquier cantidad de pendejadas: como el Chaca es fotógrafo tomó unas imágenes de unas porristas, de unos rancheros en sus carrotes con su Bisonte Fernández o algo peor, ve tú a saber. Yo apostaba que nadie nos iba a esperar en el Museo Local de Acámbaro y le marqué al celular de mi amiga, ya nos estaba esperando en el Hotel que nos quedaríamos y nosotros veníamos francamente cansados: habían sido cuatro horas y media de camino. Pero teníamos qué levantar el evento de volada. Dejamos el coche y el equipaje en el Hotel y rápidamente mi amiga nos llevó rumbo al Museo local mientras caminábamos entre tumultos de gente con los dos paquetes del libro, realmente se veía difícil que hubiera mucha gente en el evento, por eso sólo saqué dos de los tres paquetes y con eso creí que sería más que suficiente. Pero llegando al pequeño recinto, que se me acerca una reportera de radio y me pregunta qué consejos les puedo dar a los jóvenes. “Que no usen drogas nunca y que estudien, que lean mucho.” Respondí. “¿Qué lean a quiénes por ejemplo?” Insistía la reportera. “Bueno, no sé, a Rubem Fonseca, Carlos Fuentes, a José Saramago, a Julio Cortázar, gente como ellos”. Afuera del museo local el ambiente retumbaba cohetones y desmadre a más no poder, pero adentro había como cincuenta gentes en un auditorio, la mayoría jóvenes a los que mi amiga les daba clase, no pus a darle. Comenzó el acto. ¡Los padres de ella estaban en primera fila y tenía los micrófonos de radio de Acámbaro frente a mí! Cosas como esa me hacen seguir confiando en México.

Mi amiga era la otra presentadora del libro y la moderadora comenzó a leer su ficha biográfica mientras tanto, en la calle atronaba el sentir popular. Ya sé que la cultura no es gusto de todos, pero francamente estaban emocionados, lo cual me llenó de alegría. Después leyó su presentación sobre mi libro. Yo sólo descaradamente le veía el cuerpo pero no podía decirle ninguna flor en público por otro inconveniente: ése era el día del Padre. Y por esa razón el festejo en la pinche calle no terminaba. Pero ahí estaban, mis lectores, al pie del cañón demostrando que si la novela hablaba de cierto heroísmo personal, a ellos también les cabía esa posibilidad. Luego leyó su participación El Chaca y cuando hablé yo ya estaba sudando nervios pero la gente estaba entregada, preguntaban por mis comienzos en la literatura, a qué grandes autores conocía de persona, etcétera. La ronda de preguntas se extendió y pasamos al vino de honor y se me acercó un tipo alto de facha de europeo y me dijo en voz baja que era un conecte del subcomandante Marcos. “No, —le dije yo—, llévate tres ejemplares, yo  una vez…” Pero ya no me dejó terminar y compró los ejemplares y se los pagó al Chaca, porque yo estaba obviamente en el vértigo total firmando autógrafos y después varios de los que se quedaron, nos fuimos a un bar a cenar y tomar unas cervezas. Fue ahí donde le propuse a mi amiga algo que tenía que ver con Puerto Vallarta (pero ya no puedo contar eso) y luego como a las tres de la mañana nos fuimos a dormir. Al día siguiente arreglamos el papeleo del Hotel y los vales de la gasolina y volvimos a Hot Waters con bastante dinero, que como ya dije, fue empleado en dos o tres fiestas y entre los tragos el Chaca me preguntaba: “¿Tú crees que el Subcomandante Marcos ya habrá leído tu novela?” Y yo le respondí: “No creo que sólo la novela, una vez en el 2001 cuando vivía en La Capirucha me fui a Chiapas y ¿dónde crees que dejé varios libros de mi poesía?” Y le enseñé una fotografía de varios tipos con pasamontañas sosteniendo mi libro de poesía. Pero eso ya es otra historia.

 

RELATO SIETE DEL ROSETÓN DE PLATA

 

SIETE

 

Carne Asada por parte del Candidato de Pabellón de Arteaga.

 

Cuando regresé de la Ciudad de México a Hot Waters City o Aguascalderas, en plena pelea electoral entre López Obrador, Calderón y Madrazo, mi vida en el departamento donde había caído por obra del azar y para mi  desgracia también había aparecido un arquitecto. Un tipo que en la vida había sabido  quién era o qué hacía;  era  de cuarenta y tantos años y como en su anterior casa predominaban las apariciones de tecuejos y cucarachas, se sintió sensacional llegar al departamento que me habían prestado donde el único lujo era la limpieza. Yo creo que al dueño le parecía muy cómico tener a dos pobres diablos juntos. ¡Pobreza refulgente y exquisita! No había un solo tenedor ni alacena ni ya digamos muebles o refrigerador; solamente estaban mis libros separando la sala del comedor en un librero que construí con el permiso del dueño y cada quien se las arreglaba  cómo podía  con los alimentos. Muchas veces tuve que hacerla de limosnero para poder llevarme algo a la boca. Yo me daba cuenta que el dueño del departamento me envidiaba mi biblioteca y, a pesar de mi pobreza, se regodeaba con argumentos grandilocuentes aludiendo a la idea de que yo poseía “ya un gran oficio de escritor” y me hablaba de  escritores que habían sido muy pobres en vida y muy anchos y ricos en inmortalidad. Cada que me decía cosas parecidas me daban ganas de decirle: “¡Don Guillermo, por lo menos invítame a cenar unos tacos!”

Pero el orgullo está coludido con la esperanza y la ley dice que nunca deben morir, aunque de hecho hayan muerto hace mucho tiempo. Si habláramos de probabilidades, mi orgullo y esperanza tenían muy pocas para renacer.  Mis padres me enviaban una cantidad ínfima para vivir y yo no tenía cara ni voz para pedirles más. Las amistades de México comenzaron obviamente a alejarse y dejaron de ser frecuentes las comunicaciones por e-mail o teléfono celular. Comencé a buscar a los antiguos amigos de Hot Waters City y la verdad les daba gusto tenerme de nueva cuenta entre ellos, pero no entendían mi situación (es decir no entendían el porqué de tanta pobreza) y me empezaron a sugerir trabajos: Desde vendedor de autos para la Ford, vendedor de lociones, y vendedor de cualquier puñetera porquería. Pero, ¿y qué hacía Mateo que siempre renunciaba a esos trabajos de mierda? Ha,  claro: esperaba contactarse con Editorial Planeta México para saber qué había pasado con su novela El Jardín del Pulpo. Eso hacía Mateo, además de checar su e-mail en los café-internet,  mantener su blog-spot  y pedir cajetillas de cigarro fiadas a la horrenda vieja que tenía su tienda debajo de los edificios. Como ven, era natural seguir triunfando sobre cualquier cosa y sobretodo,  con esa vidita Dostoievskiana y miserable en pleno siglo XXI.

            Así las cosas,  me conseguí  un perro pequeño para que  hiciera las veces de Sargento de esa horrible situación de vuelta en Hot Waters, y por lo menos mi  autoestima (y la del perro) no cayeran en el fango de la ignominia con los cariñosos comentarios esporádicos de: “el nuevo vecino tiene un perrito muy bonito ”. “¿Cómo se llama tu perro?” Me preguntaban en la calle las señoras. “Se llama Bobby señora; Bobby, saluda a la señora”. Y El Sargento Morrison dejaba que le acariciaran el pelo.  “Qué lindo perrito.” Por lo menos se sabe que perro no come perro y nos llevábamos bien el perro  y yo. Le enseñaba a sentarse y a perseguir pelotas  y el Sargento Morrison  le ladraba a los departamentos de al lado cuando  el reggetón y Bisonte Fernández o Luis Miguel  eran alucinantes. Tenía buen gusto el Sargento Morrison. Le gustaba ir corriendo por el periódico La Jornada y escuchar a Mozart o Dead Can Dance. Y bueno, un día viernes resultó el milagro: el arquitecto llegó una noche como a las doce, (yo antes había ido al cine a ver Piratas del Caribe con una ex novia de Hot Waters City con la que en esa situación era imposible volver o tan siquiera soñarlo: ella pagó los boletos y ya tenía un carrazo) y me dijo la noticia: “¿Te juntas? Hay trabajo. Mañana el candidato del Municipio de Pabellón de Arteaga quiere gente de izquierda que le ayude a repartir propaganda, ¿cómo ves?” Desde luego le dije que sí pero le pregunté cuánto nos iban a pagar. “Tú vente”. Dijo el arquitecto.

            A las diez de la mañana el arquitecto y yo estábamos listos, él tenía un auto viejo con placas de San Luis y nos fuimos hacia la salida a Zacatecas. Varios autos habían quedado de verse en una tienda OXXO y una gasolinera a las afueras de Hot Waters, nos bajamos a esperar y el arquitecto se fue a echar grilla con sus amigos. López Obrador para acá y López Obrador para allá. Después de 40 minutos de camino llegamos a Pabellón y todo el camino: López Obrador hizo esto, López Obrador hizo lo otro. Yo venía a esas alturas pensando que López Obrador era una mezcla de Tín-tán, Pedro Infante, Luke Skywalker, Indiana Jones, Chucho el Roto, el Santo, Superman, el Che Guevara y Jean-Paul Sartre en una misma persona. El arquitecto se veía feliz: para el no parecía el inminente triunfo del candidato municipal del pueblucho de Pabellón sino el del Presidente de la República Mexicana. (En las noches era imposible dormir porque el arquitecto estaba súper pendiente de la contienda electoral y nos gritábamos para que apagara su piche tele tamaño cartón de cervezas). Pabellón de Arteaga era y lo sigue siendo, un pueblo común  y corriente sin ningún atractivo, de hecho yo ya lo conocía debido a un trabajo que me habían sugerido los cuates: no pus vete a venderles enciclopedias británicas a los pobres. No me habían comprado ni una puta enciclopedia más que en la casa más mísera de todas donde el adobe destruido de una calle sin pavimento y los matorrales espinosos junto a los tristones perros flacos hasta las costillas, me hicieron  apostar  con un compañero que lo que era ahí, ahí no sabrían ni lo que era una enciclopedia. Entonces perdí mi único sueldo. El Sargento Morrison se había quedado bajo el cuidado de Don Guillermo, otro loco que adoraba a López Obrador y ya estaba jubilado del INEGI. Así empezó la chamba, fuimos en varios grupos a repartir propaganda del Candidato en cuanta casa se nos pusiera enfrente, nos tardamos un buen rato bajo el rayo del sol convenciendo a la gente de lo guapo e inteligente y sobretodo lo honesto y propositivo que era el candidato. Éramos todo un equipo: de hecho habíamos marchado en protesta por la calle Madero de Aguascalientes para pedir que se esclarecieran unos bombazos en la Ciudad de México… Había filósofos de ocasión, trostkistas bajados del monte de los olivos, chilangas hermosas, mirones y mironas, un arquitecto, perredistas y un escritor metido en camisa de once varas  siempre con un pie en Aguascalientes y otro en la Capirucha como yo (Por cierto, no crean que Los Héroes del Silencio me dedicaron su canción “Entre dos tierras” a mí como escritor y aventurero: sujetándonos a la fuerza de la lógica yo nunca he tenido un pie en Puerto Vallarta y otro en Aguascalientes o en la CDMX… Es elemental: mis piernas miden 400 metros… no como Bunbury, claro, que habla de cientos de kilómetros entre tierra y tierra, bueno eso creo yo: Y “¡Déjame, que yo no tengo la culpa de verte caer!”). Como a las 6 de la tarde terminamos el trabajo, ¿Y nuestro pago? Empecé a preguntarles a los demás. No pus es una carne asada en casa del candidato. Órales. Para mi pobreza eso sonaba bien, pero yo quería dinero. Te pagaremos cuando gane el candidato, igual y hasta te damos un hueso. Ha Órales. Los coches se fueron juntando en una calle alejada del conjunto de iglesias del centro y en una reja gris nos bajamos. Abrieron la puerta varias veces para ver si ya era hora. Ahí ya estaba el radiante candidato esperándonos. Sale pues. Cuando penetré el perímetro, me experimenté como entrando en casa de narcos, todo lujo y todo sensacional, jardín y estacionamiento delantero para cuatro o cinco autos, un caserón imponente y un caminito hacia un jardín trasero lleno de árboles, donde ya estaba una comilona, parecía un cumpleaños de ricachos y mientras tanto en las calles la gente muriéndose de hambre. Pinche vida, historia trillada. (No ésta historia sino la vida global que todo el mundo ya la sabe y que Leonard Cohen le compuso el estribillo: Everybody knows). Pues entonces que me atasco de carne de arrachera y de cerveza Heineken. El candidato me preguntó con aire triunfalista: “¿Cómo me fue?” “La elección es suya licenciado, como no.” Le respondí enseñándole el pulgar. Así se siguió la fiesta un buen rato, hasta me quise ligar a una mujer casada. Cuando los de un carro se regresaban ya a Hot Waters, les pedí aventón  y me fui con ellos, el arquitecto se quedó todavía un buen rato, no sé cuánto, pero yo llegué como a las doce  de la noche al depto. Al día siguiente me entregarían al Morrison. El arquitecto llegó como a las 10 de la mañana del día siguiente, resulta que el candidato no sólo perdió, sino que el PRI arrasó con todos los votos. A los pocos minutos llegó Guillermo y tocó el depto.

            —¿Y mi perro? —le pregunté.

            —Te tengo una mala noticia —me dijo el ruco con la cara triste de una chucha cuerera. O sea sólo fingiendo la tristeza o mejor dicho como avisándome que yo debería estar triste.

            —¿Qué? ¿Qué pasó?

            —Se me soltó tu perro y me lo atropellaron, ayer mismo lo enterré. 

A la semana siguiente ganó Calderón la Presidencia de la República…

¿Leonard Cohen? ¿Sigues ahí mirándome con tu traje Armani? Lo sé, lo sé, the war is over, the good guys lost

 

jueves, 28 de agosto de 2025

no les dije? Aforismo, de mi cosecha

 En un libro ya olvidado llamado Filosofía y sexualidad, Fernando Savater comentaba: "El sexo es el gran ausente del discurso filosófico"....

Yo agrego: "Claro, es así, y el gran ausente de la religión es Juan".

martes, 19 de agosto de 2025

SEXTO RELATO DEL LIBRO ROSETÓN DE PLATA Y OTRAS NARRACIONES.

 

SEIS

 

El Puesto de Tacos de la Delegación Tlalpan.

 

Después de la presentación del libro del francés Yvon Le Bot, El sueño zapatista, la banda cercana se fue a festejar los últimos tragos a la casa del sociólogo discípulo de Alain Touraine, el Doctor Sergio Zermeño en su fabuloso estudio en Coyoacán, muy cerca de la cantina La Guadalupana. No era yo el único chamaco que se las daba de escritor entre esa nutrida reunión de intelectuales. Pero además de gozar con la concurrencia y las francesas que andaban por ahí, se me hizo fácil pedirle trabajo a Zermeño en la coordinación de asesores de la delegación Tlalpan, donde él trabajaba para el Delegado Salvador Martínez de la Roca, conocido en toda la ciudad como “el pino”. Mi padre lo tomó en serio y unas semanas después fuimos a verlo a Tlalpan. Ellos eran amigos y parecía ser que La Escuela de Escritores de la SOGEM me estaba sirviendo. Sergio lo pensó y me pidió el currículum que traía conmigo. “¿Conque eres cuentista y poeta, barman y le sabes a la chamba del INEGI eh?” Dijo mientras lo revisaba en tono amistoso. “Deja ver qué te contesto en dos semanas ¿vale? Date una vuelta del próximo lunes al siguiente”. Me pareció lo justo, después de todo, ¿Qué chingados sabía yo de Alain Touraine o la política del PRD en una de las ciudades más grandes del mundo como La Capirucha? Había que esperar  y, de mientras, El Financiero y el equipo del escritor Eusebio Ruvalcaba y Víctor Roura me habían dado una página entera en la sección de cultura sobre mi poesía, cosa que le presumí inmediatamente a Yesica, mi novia. Recuerdo que se lo avisé y se fue corriendo al Sanborns más cercano a las diez y media de la noche y por teléfono me comentó que ya lo estaba leyendo. Los poemas estaban dedicados a ella. Qué chingón es tener una novia y hacer poemas mientras acabas la guerra de los veintes a fines del siglo XX, de sólo recordarlo  quiero que la rendija de la pared me conduzca de nuevo a esos días difíciles.

            ¿Qué pinche ruido  zumba ahora por mi cráneo? Slumdog millionaire, creo que se trata del soundtrack.

            Volví al despacho de Zermeño hasta Tlalpan  y me dijo: “lo que hay es grilla de jóvenes por Tlalpan, si te late ahí sí hay Francia, búscame cuando quieras, pero la chamba es con ellos.” “O.k., hecho Zermeño, gracias, ya estoy yendo con ellos.”

            Jóvenes por Tlalpan era un hervidero de conciencias y desolladero de talentos como suplemento cultural comandado por chavos. Parecía un taller grillero-literario con la furia para conquistar no sólo Tlalpan sino La Capirucha entera. Dime si no, hasta uno de los de ahí se llamaba Stalin y de lo que se trataba era de formar proyectos de amplio radio de acción  y convocatoria para los vecinos de Tlalpan. Como el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas era el jefe de gobierno de la ciudad y como ya había quedado claro después de interminables discusiones sociológicas al interior de la delegación, se tenía que levantar el proyecto de “Los Comités Vecinales”, que sería la instancia mediante la cual los vecinos tendrían de intermediación  para sus peticiones ante la delegación, desde pedir que se quitara el escombro que había sobrado de una construcción de las calles hasta solicitar permiso para cerrar una calle con motivo de una fiesta tipo quince años con luz y sonido. Por sí sola la delegación Tlalpan es enorme, ¿Cuántos millones de personas vivirán ahí? También conformamos el concurso de fotografía de 4 o 5 delegaciones de la zona sur de la Capirucha llamado: “El Perseguidor de Imágenes” cuyo jurado estuvo encabezado por Pedro Valtierra, uno de los mejores fotógrafos de La Jornada. En honor a este recuerdo y por supuesto  también al espectro siempre presente del  Cronopio inmortal, así titulé un librito de ensayos literarios y filosóficos de 180 cuartillas que acabo de terminar por éstas fechas en que garabateo éstas líneas. Y los fines de semana, ya fuera de las obligaciones de La SOGEM, Yesica y yo nos íbamos de fiesta y, curiosamente, nos encontrábamos fauna urbana de tintes misteriosos  y pintorescos como el mismísimo Gabriel Retes el cineasta: él quería que hiciéramos una orgía esa misma noche que le pedimos que se sentara en nuestra mesa del bar y venía acompañado con una rubia exuberante que por poco y me enseña las tetas en el bar, pero Yesica se sintió apenada a la mera hora y  nos fuimos a follar a su casa y nos dormimos para que a la mañana siguiente nos despertara su hermana con su Depeche Mode a todo volumen. La hermana de Yesica estudiaba actuación y lo peor de todo fue el día de los niños pobres. Maldita pobreza, carajo: veníamos todos en el coche del novio de la hermana, sobre Baja California una noche de sábado que ellas no quisieron quedarse en el “Albert Collins Ruta 61”, un buen bar de blues y jazz y con la euforia casi no le decimos “¡párate wey!” cuando tocó el alto a un auto adelante. Rápidamente los niños pobres se pusieron a dar maromas en el aire y jugar acrobacias y fue cuando el desgraciado del coche de adelante les grita horrible. Los niños se caen de una encima de otro, la niña se golpea fuertemente la cabeza y se prende el siga, todos se van, nadie ayuda a los niños pobres, quiero bajarme a ayudarlos y Yesica me grita: “¡Piensa lo que haces Mateo!” “puta madre, hueles a mujer, ¡con quién estuviste antes de vernos!” No sé si reír o llorar o pedir que me saquen de la película, pero ya vamos lejos, rumbo a La Condesa.

Al día siguiente en la mañana, salgo crudo a pasear a la perra pastor alemán de Yesica y veo unos adultos pobres colocando una cruz, ahí, una simbólica cruz sobre Baja California en un pedazo de tierra… qué horror, qué putazo, pobre niña muerta…

Pero también era divertido volver los lunes después de cruzar media ciudad hasta Tlalpan viniendo de San Cosme, llegar a la delegación y encontrar a los jóvenes por Tlalpan peleándose por cualquier cosa y con los recuerdos de Hot Waters emergiendo de la cabeza siempre con una nostalgia inexplicablemente tortuosa, mientras pensaba en mis novelas como El Jardín del Pulpo y además Edad en el alba porque en las dos estaba trabajando he ir por el puesto de tacos para ir a montarlo en algún lugar perdido entre los cerros y los barrios bajos  y pintarrajeados de graffity de Tlalpan para enterar a la gente y para invitarlos a formar su comité vecinal: por supuesto que no era un puesto de tacos ni vendíamos nada, era un módulo de información para Los Comités Vecinales pero idéntico he igualito a un puesto de tacos y la camioneta me llevaba hasta el culo de La Capirucha y yo me metía hasta los peseros como un tipo con una guitarra que quiere a cambio unas monedas,  repartía cientos de volantes y el colmo era que la gente veía el modulo y no entendían nada y llegaban con una cara de idiotas y me preguntaban por el Metro Insurgentes: “Joven ¿Cómo llego al metro insurgentes?” “¿Cómo llego a avenida universidad?” “Es que como aquí dice información por eso le pregunto.” Y yo: “Este… mire señora se va por aquí derecho y luego...” Y resulta que hasta se enojaban porque desde donde yo estaba ubicado no podía orientarlos al Centro Histórico o a digamos tan siquiera la zona de hospitales de Médica Sur. Y la gente se emputaba. Y nadie quería formar un comité vecinal. Y la gente se quejaba de que los políticos no servían de nada. Y estamos en el 2012 y van a ser las elecciones y todo mundo quiere votar por un cambio pero todos sabemos que va a ganar alguien que no distingue quién es Carlos Fuentes o quién es Enrique Krauze... Y todos seguimos pensando lo mismo y no hacemos nada o a ver qué hacen los yo soy 132, nuestra pequeña luz en medio de la masacre calderónica. “¡Viva Mateo, te volvieron a publicar!” decía la hermana de Yesica cuando yo llegaba a dormir a su casa. Me habían publicado en Aguascalientes en la revista Talleres un ensayo sobre las vanguardias artísticas del siglo XX, luego unos poetas malditos me invitaron a colaborar en su revista. La vida lucía bien. Hasta que Yesica enloqueció, yo creía que seguía traumada por lo de la niña pobre pero quién sabe... creo que todos estábamos un poco locos y la SOGEM siempre apestaba a mariguana dos horas después de clase, ya entrada la noche. Pero yo me iba al puesto de tacos en las mañanas a fomentar Los Comités Vecinales y por fin llegó el día: Una persona preguntó que de qué servía eso. Le di toda una conferencia magistral al respecto en plena calle, y esa mujer me prometió que por su propio bien y el de su familia formaría un comité vecinal.

Ver para creer…

Yesica no enloqueció de golpe. Poco a poco se fue deschavetando, le fue dando tristeza, demasiados problemas familiares, celos, más a parte yo era tremendo con ella. Como dicen las mujeres: “Yo era muy intenso”. Y todo mundo se daba cuenta de eso, menos mi querida Yesica. Bebíamos como cosacos, nos acostábamos en su casa, en mi casa, en los hoteles, en los cines me mamaba el pene. Y todo el sueldo de Jóvenes por Tlalpan se iba en las cantinas, en discos y en libros y Zermeño iba y venía de París y yo soñaba que algún día nos pareceríamos él y yo…

Y en la SOGEM se enteraron que me gané un  premio-torneo al mejor poema sobre la ciudad y ya les andaba: ya querían ser publicados y nomás a nadie publicaban, ya no había espacios en las revistas como para cobrar por un texto, ya no había tiempo  para nada ni para El Jardín del Pulpo y luego en el cine te impresionabas, salías enfermo de ver cadáveres y sangre a lo pendejo y la besabas, y le metías la mano debajo del vestido y nadie decía nada en ningún sitio que pareciera ser verbo verdadero, siempre al pie de la muerte y las risas de burla en el fondo de tu vida. Hasta la esposa de tu padre se burlaba de ti. Pero como digo, qué año, qué año tan maravilloso y tan lleno de magia el querido 1999. Y Stalin y yo nos peleábamos para redactar los oficios de jóvenes por Tlalpan y entonces… llegaron las fiestas patrias. Eso significaba una mega organización para la gente y entonces colgamos un letrero enorme afuera de la Delegación para que los vecinos quisieran venir a celebrar la Independencia y comer fritangas en el principal jardín delegacional y que hubiera  baile y adentro de todo el edificio también había  gran fiesta como  en los parques y Yesica y yo entramos esa noche del día quince al edificio porque le quise presumir mi lugar de trabajo y ¡chispas! Ahí mero nos encontramos de nuevo a Gabriel Retes y nos dijo: “No, ustedes no vienen a la fiesta”. Yesica le mienta su madre y yo le respondo sin que me importara su pinche fiesta: “¿Dónde está Zermeño?” Y que ¿quién era Zermeño...? Y su musa de Gabriel Retes enseñándome lujuriosamente la lengua sin que él se diera cuenta y Yesica se pone a llorar. Entonces, le digo que enfrentemos la realidad, que hay cosas feas, etcétera, pero que uno siempre tiene qué ver el lado bueno y le regalo una rebanada de pastel y le digo ánimo Yesica ¡Festejemos México! Y salimos y bailamos por los parques, jugamos billar y todo el mundo nos odia pero la amo, aunque esté medio loca, y nos embriagamos como diablos y por fin a las cuatro de la mañana llegamos a su casa. ¡No están sus papás ni su hermana! Sólo suena la voz de Rulo y Olallo Rubio en Radioactivo anunciando el espectáculo de La Fura del Baus y le digo a Yesica que tenemos que ir a verlos y que no nos podemos perder ese magnífico espectáculo, se anima y me dice murmurándome: “hazme el amor… poeta maldito y hermoso”. Y cuando suena el despertador a la mañana siguiente, le escribo un poema de tres cuartillas y me voy a Tlalpan a recoger el tiradero de la Delegación y de tarea escribo una crónica del día de la Independencia para una clase de la SOGEM y el maestro dice con voz no muy convencida: “Interesante, bien lograda, sólo te hace falta manejar los guiones de los parlamentos de los que hablan en tu historia.” Y me aplauden. Y los Comités Vecinales se los lleva la chingada, y Zermeño se regresa de París y vuelve otra vez. Yesica va con el Psiquiatra y en mi cumpleaños le escribo un poema a una chava muy sexy de la SOGEM y si todo sale bien, me renovarán el contrato, o quizás seré aviador, como lo son la mayoría de los que pasan a cobrar bajo  la oficina del delegado…

sábado, 16 de agosto de 2025

QUINTO RELATO DEL ROSETÓN DE PLATA.

 

CINCO

El Autollamado “BAR SOUL” de la Colonia Condesa.

En el verano  del 2004, por los tiempos que di por terminada la versión final de El Jardín del Pulpo, regresaba una noche de ir al cine Latino de ver en la muestra de cine la película francesa Germinal, me quité la chamarra, prendí un cigarro, abrí el correo electrónico y me encontré con esto:

¿Quieres leer en público?

Grupo 4m

y

soul logo2

(Tamaulipas 47, Col. Condesa)

Te invitan a que participes en la sesión a micrófono abierto el próximo miércoles 17 de agosto a las 8:30 pm. ¿Cómo ves? Las cervezas, al igual que todos los miércoles, al dos por uno por si a la hora de la hora te abandona el valor.  Además, habrá cazadores de talento y, como siempre, serpentinas y mucha diversión. El único requisito es que tus escritos no rebasen las tres  cuartillas.

Hasta entonces

 

Todos los ex alumnos de SOGEM estábamos invitados, aunque no todos interesados: muchos de ellos ya trabajaban en la Sociedad o yo qué sé. Yo acababa de participar en una encuesta del INEGI sobre la violencia urbana en los hogares y para eso me había metido en las colonias más siniestras y apirañadas de La Capirucha para preguntarle a la gente si había sufrido actos violentos en el último año; la verdad era una encuesta que parecía salida de la antología del humor negro de André Bretón. La mayoría me habían azotado la puerta en la cara pensando que yo era policía, algunas de esas colonias  ni sabía que existían. Por tanto, leer en público, tomarme unas chelas con los cuates, más aparte lo tentador de los supuestos “cazadores de talento”, se antojaba sensacional. Se corrió la voz del evento, además el dueño del BAR SOUL era Joserra, un egresado de SOGEM que había ganado el concurso Juan Rulfo de novela con un título llamado Novelita de amor y poco piano varios años atrás. Me imagino que todos nos sentíamos genios desconocidos y minusvalorados; la verdad pobrecitos de nosotros: peor para la literatura. Probablemente la mayoría eran desconocidos sin genio: ciertamente yo ya tenía premios qué presumir pero ¿era genio-genio total y absolutamente  just like that? De aquí en adelante todo conducía a  un aparatoso monólogo que sólo podía terminar en un definitivo quizás, quizás... y nada más. Además, me preguntaba ¿quién va a buscar  un pinche genio en tres puñeteras cuartillas?

            —Los cazadores de talentos están en todas partes, en las presentaciones de libros, además leen manuscritos dejados por escritores anónimos en las editoriales grandes como Alfaguara ¿A poco no sabías Mateo? —Me dijo en un café-bar uno de varios amigos.

            —Órales no sabía —dije incrédulo después de un trago de cerveza.

            —Esa es la verdadera razón de ser de éste evento y de otros muchos de la zona, además de las ganancias del bar, por supuesto.

            —Es que para participar debemos hacer un cadáver exquisito pero bien logrado, además un performance —dijo una amiga.

            —Jovenazo, otra chela para mí de favor —le dije al mesero.

El que nos estaba animando a los dos saludó a unos amigos que se sentaron en otra mesa y continuó: —Mira Mateo, le hacemos así como dice ella, llenamos todo el bar, leemos incluso desde el segundo piso, cada quien en un lugar diferente, no nos sentamos y nada más leemos a lo pendejo, porque tenemos qué robar cámara pal grupo 4m, porque van a filmar.

—¿Oye? —Le dije— pus más fácil vas a la oficina del cazador de talentos y le pides trabajo en la inmortalidad ¿no?

—No seas payaso, esto me lo dijo Joserra, él ya sabe.

—Si no es mucho pedir yo quiero una inmortalidad que dure cien años, por  eso que dicen que no hay mal que dure cien años ¿no? A lo mejor la inmortalidad también es latosa y fastidiosa.

Mi amiga se echó a reír, pero el otro hablaba como si por ello le estuvieran pagando: —Quiero ver sus cadáveres exquisitos en dos días aquí en éste mismo café, luego hablamos del performance.

—Gracias por la chela— Le dije al mesero.

—Ándale Mateo, acábate la chela y vámonos —dijo mi amiga.

—Oye sí, claro pero espérate, ¿Cómo quieres el performance? ¿Así como dice él? Cuéntame.

—Ya los dejo señores, Susy, ahí te lo encargo, no dejes que tome mucho.

—Claro Rober, luego nos vemos.

Lo vimos alejarse entre la gente de la calle en la colonia Roma y con las chelas me dieron ganas de ligarme a Susy.

—Qué ángel se suicidó en tus ojos, qué pájaro negro navega por tu sangre… qué bonitos ojos tienes Susy, y qué labios, no te gustaría…

Hizo cara de ternura pero cuando le tomé una mano dijo: —¡Hay con el poeta…! ¿Oyes Mateo? Tú estás bien pedo, no vayas a hacer algo de lo que te arrepientas en dos días.

—Nada te quitará esa belleza…

Se incomodó y dijo:

—O.k. ya vámonos yo pago, tú paga lo de Rober.

—O.k. Susy, ahí muere, ya.

Y me fui caminando a mi casa pensando que el cadáver exquisito me lo aventaba en tres patadas y me encomendé a los cazadores de talento mientras tanto. Tomé un taxi que me dejara cerca de San Cosme y en el taxi venía pensando en mi cadáver exquisito, dándole vuelta y vuelta, pero por la cerveza me quedé dormido en el taxi, el taxista venía diciéndome: “despierta mai… despierta mai.” Quién sabe cómo diablos pero su sexto taxi-sentido le atinó: estábamos en la calle en la que yo siempre me bajaba para caminar a mi casa. Pagué y me fui. Pensé que el cadáver exquisito sólo necesitaba transcribirlo.

Nos vimos los tres en el mismo café-bar dos días después.

—Excelente —decía Rober.

Armamos el cadáver exquisito de tal manera que todos leyéramos unos fragmentos sincronizados con otros y así quedó la cosa. Para el próximo miércoles ya teníamos bien claro que los cazadores de talento nos iban a llamar, sí señor, chance y ésta vez sí me hacían  caso los de Alfaguara.

Para antes de llegar al BAR SOUL me quedé de ver con una amiga con la cual quería entrar en materia, era de una generación debajo de la mía y la belleza protuberante de sus piernas me parecía salido de un poema épico o mítico. Llegó al SOUL con una minifalda, una blusa azul y el pelo negro alborotado le hacía lucir más esos ojos intensos.  Nos quedamos en la puerta, todavía no era muy noche pero chispeaban gotas, los integrantes de 4m nos saludaban y se movilizaban de un lado para otro, se sentía ya cierto nervio por la expectativa del momento. Pero mi amiga no podía creer que ya había acabado una segunda novela. “Ya ves —le dije— el final del texto se me ocurrió en las oficinas del INEGI”. “¿Por qué?” Me preguntó. “No pus es que ahí llega cada personaje que o te inspiras y escribes o te sales a encuestar y te azotan la puerta en la cara”. “¿Y eso?” “No sé, supongo que será alguna licencia  de alguno de mis heterónimos poéticos.” “¿Cómo Fernando Pessoa?” “Ei, ya merito, es más, a lo mejor tengo más heterónimos que Pessoa.” Dije fanfarroneando como si por la gracia literaria pudiera conquistarla.  “Pues sí tienes potencial Mateo, ya dos novelas y una premiada, no cualquiera…” “No y espérate que hoy van a llegar cazadores de talento…” “¿Noooo?” “Te lo juro, eso dice la invitación.” “¿Cazadores de talento? ¿O sea como los que buscan genios desconocidos?” Pasó un camión de televisa como los que normalmente filman comerciales en la Condesa y le dije: “Mira, ahí va el carro de los cazadores de talentos… no vamos a caber,  ja.” Y mi amiga también se puso a reír.

            Cuando Susy y Rober llegaron, yo ya estaba adentro del bar en un sillón muy cool de la parte de abajo platicando con mi amiga al calor de unas vikis y el bar estaba lleno de sogemitas he invitados y colados. Joserra, en calidad de anfitrión, dijo unas palabras al  micrófono y dio comienzo la tanda de lecturas. Todo el rato mi amiga y yo estábamos diciendo: “mira, ese es tal”, “ese de allá es por cuál y la de allá es fulana”. Y “Oye y entre tantos fulanos ¿dónde andarán los cazadores de talentos?” Y mi amiga: “Vienen disfrazados.” Había una cámara de 4m postrada en la barra del bar con un tripié al lado de las botellas y las lecturas se sucedían en el centro del bar hacia unos dos metros de distancia de la cámara. Yo escuchaba puras sandeces literarias del tipo:

            “Debería convertirme en una loba, para protegerte en mi manada cuando el relámpago de medianoche te haga darte cuenta que es momento de volver a la suavidad de mi lengua y mis colmillos.”

            “Tus ojos dicen que sí, seduces a las transeúntes con tu Paz, con tu pobre Octavio Paz, pero desconoces quien es el verdadero enigma que constituyo y por medio del cual, en medio de la noche me escuchas murmurándote: “escribe”… escribe…”

            Ya después de un rato empezó a sonar en las bocinas música fondeando las participaciones. ¿Por qué será, como dice Élmer Mendoza, que cuando se juntan los escritores siempre hay como una especie de aire de Alemania? Cada una y cada uno concediendo mirarte desde el Reichstag y cuando sales de tus 15 minutos de expresión personal siempre te bombardean los aliados. Por eso yo había dicho a la mera hora: “Si esto va a contar con cazadores de talento, mejor mando el cadáver exquisito a la chingada y leo mi poema que ganó el premio al mejor poema dedicado a la ciudad de México por el periódico Ciudad Capital”. Así que cuando dijeron mi nombre y me tocó leer, leí con mucha rabia lo siguiente:

Declaración de odio II

a Efraín Huerta el            Lagarto

                                                                                                                      in memoriam

                       

Ciudad espejo de ausencias,

                        oscuro cacto construido de miradas,

                        desolada blancura al amanecer

                        como crepúsculo que viaja

                        sin dejar aterrizar un solo dardo,

                        noche de incendio, tramado como ramajes

                        sobre crestas de alces solitarios,

                        colmillo o flor sin un vestigio de flor

                        en sus vestigios,

                        vientre de demonios, ciudad, aquelarre

                        de  putas, holgazanes y nuestros padres de familia,

                        banquete y holocausto de nuestras efímeras catarsis,

                        tu ley es la bufanda de cristal,

                        la lengua de cocodrilo anestesiada,

                        fluye tu dormir y tu concepto de justicia

                        sobre los rostros bien seguros de su machete y su dolor.

                        Mi estreno por tus grutas es siempre un repaso de conciencia,

                        un desfilar de cordilleras y mausoleos,

                        una sonda que arrojo sobre mis palabras y mi sombra.

                                    Mis palabras y mi sombra,

                        mi huracán y mi dentadura, o en otras palabras

                        ciudad llevo tu risa y tú mis lágrimas,

                        en este oscuro tren abrevan la zancadilla del vecino,

                        el contrabandista  y el cancerbero del político.

                        La noche se rasura los párpados para mirar su fuego

                        en sus propias obsidianas, su corral de obscenidades,

                        su tatuaje de concha, su cabellera triste de gran estrella,

                        su sexo enlutado, su orgía como respuesta a la poesía.

                        Los poetas nos ahorcamos de los ojos, para manar

                        por nuestra herida el clamor del hambre.

                        Nada sabemos del cadalso de tus propuestas, ciudad,

                        pero sí algo de tu huida diaria y tu tropiezo, aunque

                        la poesía no es pedestal de las condenas, tú apuñalas,

                        nosotros solamente afilamos.

                        Asómate a tu charco, ciudad, ahógate en sangre,

                        dilata tus pupilas en las lianas del  paisaje,

                        saca a pasear por un instante a tus turistas para que se duelan  

                        de tu miseria, cosecha mis panteras,

                        alarga tus sombras calcinadas,

                        inclínate derribando porcelanas, descuélgate de tus persianas,

                        cae en el deslave sin porqué de tu progreso.

                        Déjame por un instante en soledad para besar tus manos,

                        levanta mi sonrisa, déjame llevarte como un bebé en brazos

                        por el sendero de mis madrugadas.

                        Deja tu desorden en mis cabellos,

                        deja tu vergüenza, pon en palabras lo incomunicable,

                        lo que palpo, se revierte y se deshace,

                        regresa a ti misma solo después

                        de tu fama, de tu clandestinidad y sus secuelas,

                        aterriza en tus trincheras inundadas,

                        déjame viajar como gota de cera 

                        sobre tus pómulos, tus orejas y tus labios.

 

Me aplaudieron, basta decir eso. Pero todo terminó como el canto de los merolicos y los  borrachos antes de la hora del fusilamiento  colectivo, así que nos fuimos desde antes.

            —¿Y los cazadores de talento te vieron? —Me preguntó mi amiga cuando nos salimos.

            —Se escondieron ahí mira —dije cuando caminábamos en la calle.

            —¿En dónde?

            —Ahí ahí los estás viendo.

            Mi amiga no entendía el chiste.

            —¿Dónde?

            Yo miraba y señalaba con los ojos su escote rebosante y fabuloso.

Después le dije que yo quería cazar a los cazadores de talento que había encontrado ahí mismo, donde ella había señalado con los ojos, y ella hizo la enigmática sonrisa de la Lolita coqueta y poco después se fue. Desde niño debería uno saber que ni siquiera con un manifiesto literario se puede conquistar a la niña de tus sueños, en esos casos, la literatura estorba y lo único que ayuda es el peyorativo: “ya es un escritor famoso y tiene dinero”. En boca de otros u otras. Con ese sí, podrá caer más de una.